UNA INTERVENCIÓN MILAGROSA. Viví para contarla. La familia - TopicsExpress



          

UNA INTERVENCIÓN MILAGROSA. Viví para contarla. La familia estaba reunida. Era la hora de la comida (aunque la familia no era muy grande, disfrutábamos esta hora porque nos permitía vernos y estar juntos). Mi esposa Carmelita permanecía en la casa como “ama de hogar” arreglándola, aseándola y preparando la comida. Los hijos, Carlos y Jorge Luis, asistía a su escuela durante la mañana, de 8 a 14 horas. Carlos, el mayor tenía 10 años cumplidos. Cursaba el 5º de Primaria. Jorge Luis, con apenas 8 años, se encontraba en el 3º de Primaria. Yo, trabajaba en el ITESO de 10 a 14 horas. Tenía 2 horas para comer y regresaba por la tarde de 16 a 20 horas. Cada quien platicaba en esa hora de la comida de las experiencias que tuvo durante la mañana. Repentinamente, me dijo mi hijo Carlos: -¿Por qué tienes los ojos amarillos? -¡Es cierto -dijo mi esposa-. ¡También tienes amarilla la cara! En ese momento recordé: El día anterior el médico internista, que me atendía de un padecimiento doloroso, había ordenado una tomografía. La habían realizada ese mismo día. Por varios años se pensó que padecía “colitis”, me dieron tratamiento para ello, después se pensó que era el riñón; los estudios resultaron negativos. Finalmente se sospechó un problema en la vesícula. Se ordenó la “tomografía”, la cual me realizaron en el Laboratorio de Niños Héroes y Tolzá. Se descubrió una “enorme piedra” en la vesícula. Yo había tenido fuerte dolores que me hacía sudar en frío. A veces, a altas horas de la madrugada los dolores me despertaban y debía caminar, porque después de algún tiempo se me calmaban. Los tratamientos calmaban el dolor por algunas horas, a veces por días. Regresaba después de un tiempo. -Tiene una piedra en la vesícula. ¿No se ha puesto amarillo? (me pregunto la técnico que realizó el estudio). _¡No! (contesté yo) Por el momento sólo he tenido dolores muy fuertes. En este momento no siento dolor. Después de unos minutos me entregaron una placa con los resultados del estudio. Me pidieron la llevara a mi médico familiar para que ordenara lo consecuente. Al día siguiente. Pasó lo que relaté anteriormente. Suspendí la comida y me fui a urgencias de la clínica que me correspondía en el IMSS. Llevé la placa que sacaron el día anterior. El médico de turno la examinó y, por la placa y por los síntomas, diagnosticó que se derramaba el líquido gástrico, o no sé qué cosa, fuera del conducto normal. Me ordenó viera mi médico familiar para que me enviara al cirujano. Comuniqué lo anterior por teléfono al internista que me atendía: el Dr., Jacinto Ibarra, que es esposo de Leticia, una hermana de mi esposa. El internista prendió focos rojos con lo que le dije, se comunicó con la Dra. Merino en urgencias de la Clínica 46 del IMSS. Le comunicó la situación y le pidió que me internara. La Dra. Merino me internó de urgencias, me tuvo en observación unos minutos analizó el estudio del día anterior y me programó para operación el día siguiente que era 20 de noviembre. Yo pedí la oportunidad de regresar a mi casa para dejar arregladas las cosas e informar al ITESO de la situación. Era mitad de la semana. Entre otras cosas, tenía pendiente el examen profesional de Carlos Luna, uno de mis compañeros de trabajo, para el viernes 29 de noviembre, mi participación en él era como sinodal. Se debería conseguir un sustituto en caso de no poder atender dicha encomienda. Regresé a internarme más tarde: cerca de las 19 horas. Me subieron a piso y en el camino vimos, yo y mi esposa que me acompañaba, a un sacerdote salesiano administrando los sacramentos a los enfermos. Alguien le habló de mí y apenas acababa de instalarme, en mi cuarto de paciente interno, cuando llegó a platicar conmigo y administrarme los sacramentos de la confesión y la comunión. Como yo estaba en paz con el Señor, sólo me dio la comunión. En la plática salió que él era profesor del colegio salesiano de Chapalita. Vino a visitar a un alumno de ese colegio que se rompió una costilla jugando al futbol. La providencia y María Auxiliadora lo llevaron hasta mí. De eso estuve seguro en aquel momento. Le comuniqué que yo había sido alumno de colegio salesiano de Zamora, Michoacán. También profesor del mismo colegio. Al momento de comulgar sentí gran serenidad y dije al Señor: “En tus manos pongo el trabajo de los cirujanos. Que se haga tu voluntad Señor”. Después supe que los doctores también sospechaban que yo tenía cáncer en el páncreas. Hicieron los preparativos para intervenir al día siguiente. La operación estaba programada para las 10 de la mañana. Checaron mi sangre. Pidieron donantes (Alumnos y compañeros del ITESO respondieron a este llamado). El cardiólogo obtuvo un electroencefalograma. En todo ello El Dr. Jacinto Ibarra estuvo al pendiente de que todo fuera bien. Al día siguiente fueron más que puntuales. Llegaron por mí a las 9:30 horas. Yo estaba en ayunas desde las ocho de la noche del día anterior. Me llevaron al quirófano esperando mi turno. Mientras tanto, allá afuera, los médicos platicaron con Jacinto y mi esposa Carmelita sobre la sospecha de que tuviera un tumor cancerígeno. - Lo vamos a abrir, dijo uno de los dos cirujanos que iban a participar en la operación. Arreglaremos el problema de la vesícula. Exploraremos el estado del páncreas. Pero si vemos que el cáncer se ha extendido mucho, cerramos inmediatamente y no haremos más. Ya me habían entrado al quirófano y estaba en la plancha, a punto de anestesiarme, cuando uno de los cirujanos llegó a decir que se suspendía la operación. Había llegado otro paciente con peritonitis, con el intestino expuesto, que exigía intervención inmediata. Me sacaron del quirófano y cuando me vieron salir, tanto el Dr. Jacinto como mi esposa Carmelita pensaron lo peor. El Dr. Valdez, uno de los cirujanos, rápidamente se adelantó para explicar la situación y calmar los ánimos que ya veía alterarse en mis parientes. Me llevaron a piso y me explicaron que la operación sería al día siguiente, viernes 22, día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Ese día fue de ayuno completo porque la comida que llevaron (y la merienda también) no era propia para diabéticos. Además debería estar en ayunas, desde las 20 horas para la operación del día siguiente. En la mañana del día siguiente: en ayunas hasta después de la operación se repitió la rutina del día anterior, pero, ahora sí, la anestesista y me instruyó: - Vamos a inyectar por la sonda una sustancia para dormirlo. Empiece a contar de 500 para atrás. No se asuste si siente que el corazón le palpita más rápido. Poco a poco le va a dar sueño. ¿Cómo se siente ahora? No alcancé a contestar. De pronto sentí que me caía, de manera muy rápida, en un hoyo negro. Cuando desperté, estaba en una camilla fuera del quirófano. Oí una voz que me decía: - Don Carlos, ¿Ya despertó?. Lo vamos a llevar a su cuarto. En la operación fue todo bien. –Luego supe que ya eran las 19 horas del día-. Sentí como me trasladaban en la camilla hasta el elevador. Un tiempo después vi a mi esposa junto a la cama y oía una voz que decía: - Don Carlos, lo vamos a pasar a la camilla. ¿Puede usted pasarse sólo? Intente hacerlo pero me sentí muy débil. Lo logré con la ayuda de los camilleros y una enfermera. Estando ya en la cama pregunté si tenía conectada una sonda o me ponían el cómodo porque necesitaba orinar. Me dijeron que tenía una sonda. Oriné. De pronto me siento mojado. Caí en la cuenta y les digo que me hice en la cama, porque no tenía sonda. - ¡No se preocupe Don Carlos! En un momento le ponemos sábanas secas. Ayúdenos a moverlo para sacar lo mojado y poner lo seco. De manera sorprendente en un dos por tres se realiza el cambio y quedé muy cómodo en la cama. Es entonces que me informan que mi operación estuvo muy prolongada. Entre a las 10 de la mañana y salí a la 17 horas del quirófano. Una hora en recuperación fuera del él. Ahora estaban punto de ser las 19 horas. Unos minutos después me visitan los dos cirujanos y el asistente para ver cómo me sentía. Me dijeron que me tenían programada una segunda operación para dentro de una semana. Daban tiempo a que me recuperara de ésta. Me informaron que habían tomado una muestra del tejido del páncreas y mandaron esa muestra a México para su análisis. El Dr. Valdez me trajo tres piedras que tenía en la vesícula. Eran del tamaño de una alubia cada una. Después me explicaron que cuando me abrieron, ya no tenía vesícula. Había explotado. Por eso dejé de tener dolores desde el día que me hicieron la tomografía. Pero el líquido de la vesícula se derramó por el tejido de mi cuerpo y por la sangre. Por eso me puse amarillo. Sólo encontraron pedazos de ese órgano y un trozo, que estaba pegado al hígado, lo cauterizaron. Ahora me pusieron una sonda para conectar el hígado con el páncreas y una extensión externa conectada a una bolsa para recoger excedentes de dicho líquido. Mientras estuve hospitalizado, por quince días, durante los días de la semana, había por la mañana una rutina de visitas médicas. Los cirujanos iban acompañados del asistente y, algunas veces, con los internos. Comentaban mi caso y en jerga médica discutía sobre la posibilidad de una segunda operación para cortar la cabeza del páncreas en caso de que la biopsia dé positivo de cáncer. Aunque no entendía todo lo que decía en la jerga médica sí llegue a entender lo del cáncer y lo de la segunda cirugía. Mientras llegaba el resultado de la muestra tomada. Yo padecía hambre y bajaba de peso porque nadie había ordenado que me llevaran comida especial de diabético. Me mandaron hacer una tomografía y exploraban el interior de mi cuerpo escaneando su interior para ver si pasaba líquido del hígado al páncreas a través de la sonda que se había colocado. Nada de ello resultaba positivo. Esperando que pasara el tiempo para la segunda operación, que pasara el líquido al estomago, que arreglaran mi dieta; llegaban a visitarme mis amigos, parientes, alumnos y compañeros del ITESO. Estos últimos donaban sangre. Me llegaban noticias del pendiente que tenían diferentes comunidades: Las de Ciencias de la Comunicación donde era maestro. La del ITESO. Las de la ACADI, recientemente fundada. Las de diferentes colegios de las Hermanas de los Pobres y Siervas del Sagrado Corazón, donde había trabajado, en Zamora y en Guadalajara. Por ese tiempo iba diariamente María Elena González, que era mi asistente Pedagógico. Me asistían mi esposa y mi cuñada Selina. Mi compadre Jacinto se daba sus escapadas por la noche, luego de terminar su turno en el IMSS de Ocotlán. Mi compadre Enrique Pedrote y su esposa Lupita nos hicieron el servicio de encargarse de los hijos: los llevaban a la escuela, iban por ellos y en su casa les proporcionaban los alimentos. Los doctores me informaron que la segunda operación sería el lunes 2 de diciembre. Desde la noche anterior me preparé para ello y me dejaron en ayunas. Hacía, apenas, dos días que el doctor Valdés había logrado que se me llevara la dieta adecuada. Yo había bajado notoriamente de peso. Al día siguiente una enfermera llegó para avisarme que no estaba programado para ser operado, que ya podría comer. No quise hacerlo. No quería echar a perder la ocasión de la operación. Un tiempo después llegó el Dr. Valdés para informarme que efectivamente no habría operación porque al jefe de cirujanos no creyó conveniente se me operara, nuevamente, en tan corto tiempo (Después supe que el cirujano y el Director de cirujanos habían discutido por esta decisión). A propósito de este hecho y otros que siguieron, se hizo notoria otra cosa que pasó la noche anterior: No eran aún las ocho de la noche cuando llegó a visitarme el padre jesuita Juan José Coronado. Profesor del ITESO, ex Director de la Escuela de Comunicación, compañero de trabajo. Aristeo Macías le había informado de mi estado y le llevó mi petición de que me fuera a ver. -¿Cómo estas Carlos? (Me dijo con voz fuerte y segura, como él acostumbraba hablar) -¡Estoy bien, padre (le dije por formulismo coloquial, a lo que él agregó): -¡Bien Jodido! (Me hizo reñir su observación, tan espontánea, que no esperaba). ¿Ya cenaste? - ¡No!, (le respondí) Debo estar en ayunas hasta mañana, en que me llevarán al quirófano a las 10 horas. - Todo va a salir bien. Ya verás. Hay que confiar en el Señor. - Así es, padre. Yo confío. -¡Te quieres confesar? - No padre, estoy en paz con Dios. _ Bueno. Entonces te voy a administrar la eucaristía. El Padre Coronado realizó una paraliturgia junto a mi cama y me dio la comunión. Terminado esto platicó un rato con mi esposa, dándole ánimo y luego se despidió. Yo me quedé muy tranquilo. Esa noche dormí muy en paz. Al nuevo día, estando yo preparado para la cirugía, no quise desayunar porque esperaba la hora de la intervención quirúrgica. No hice caso a la enfermera que me dijo: “la operación no está programada”. Aquella suspensión fue providencial (Ahora lo sé). Como la operación se suspendió, me enviaron a que se realizara una exploración interna de mis órganos. Se buscaba saber si se había arreglado el problema del líquido que no pasaba al estomago ni al páncreas. El técnico encargado de hacer el estudio, colocó el monitor de modo que yo viera lo mismo que él. Vi que había un conducto desde mi hígado al estomago y otro al páncreas. La vez anterior, que también fui testigo del estudio, vi los conductos de un solo color. Ahora, una parte de ellos cambiaba de color: más gris. El técnico me dijo entonces: -¡Buenas noticias. Ya pasa el líquido al estomago y también al páncreas. Terminado el reporte que el técnico enviaba a los doctores, me llevaron a mi cuarto. A poco tiempo llegaron los dos cirujanos a darme la buena noticia, que ya sabía. Pero agregaron otra más: -¡Ya llegó el resultado del análisis que mandamos hacer a México¡ (me dijo el Dr. Valdés) ¡Adivine qué! - Qué pasó Dr. (le dije intrigado por su entusiasmo) -¡Salió negativo! ¡No tiene cáncer! Era la primera vez que los doctores pronunciaban esa palabra, ¡tan claramente!, frente a mí. - Pero si yo palpé, yo toqué. Tuve entre mis manos la porción que parecía enferma. Dijo el cirujano asistente, quien había sido el que mandó hacer la biopsia). - Ya ve. ¡Existen los milagros! (dijeron al mismo tiempo: mi esposa Carmelita y el Dr. Jacinto, quien estuvo al pendiente los días anteriores y durante la operación y coincidió que me hacía una visita ese día). Con estos resultados sólo siguió mi recuperación. Duré hasta el fin de semana hospitalizado. Me mandaron a mi casa a recuperarme. Especialmente para que comiera la comida casera. Pesaba 65 kilogramos al salir del hospital (había ingresado con 75 kilogramos) estaba sumamente delgado y débil. El día 2 de diciembre salí del hospital y quedé en calidad de paciente externo, con una sonda conectada a una bolsa para escurrir líquidos. Un mes después me la quitaron y procuré adaptarme a una vida normal. Desde ese día se terminaron los penosos dolores que sentía. De vez en cuando un pequeño dolor en el hígado. Dijeron los doctores que siempre lo tendría porque es el punto donde cauterizaron la parte de vesícula que se había pegado al hígado.
Posted on: Fri, 16 Aug 2013 18:29:02 +0000

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