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Un sueño. Por Elvira Sastre Sanz. inShare El resto del mundo buscaba las respuestas. Ella tenía las preguntas. Era un domingo con etiqueta de fiesta de sábado enredado en nostalgia. Yo caminaba sola, a caballo entre mi cansancio y la esperanza que te ordenan tener, mirando al suelo -siempre- para no perder detalle de la belleza de las cosas que son más pequeñas que nosotros. No sabía dónde iba: estaba atrapada entre una huida que acababa siempre liberándome y una libertad que me volvía presa de mí misma. De repente empezó la lluvia y, como si fuera una banda sonora programada de una de esas estúpidas películas felices o el tiro que indica la salida de la carrera de tu vida hacia la muerte, levanté la mirada y fui testigo de cómo Gran Vía guardaba silencio, como calla quien no sabe qué decir ante lo que es más grande que él. Ella, así, con mayúscula, como se escribe Lluvia, Invierno y Tristeza o Pájaro, Amor y Saliva. Ella. Paseaba despacio, se la veía tan segura de que el mundo dependía en ese momento de sus pies que la prisa no entraba en sus pasos. Sonreía a solas, como un prodigio animal en medio de una selva humana. Parecía que decía: idiotas, la solución a todo está en nuestras bocas. Zarandeaba sus manos buscando algún tipo de herida, tenía los ojos de color café batalla y en el pelo un millar de caricias en marzo. Su pecho parecía batirse en retirada a cada latido y sin embargo era fácil entender que era el aire el que la respiraba a ella. Miraba al horizonte: cualquiera en su loco juicio hubiera dicho de ella que tenía todas las preguntas, que era una niña perdida que había venido a salvar(me d) el mundo porque nunca lo sabría, que probablemente habría nacido en una nube y se marcharía con la próxima tormenta con el resto de todas esas historias que violan con violencia vidas. A través del deseo de querer besarle los párpados, me di cuenta de que era uno de esos seres que jamás, ni aun empeñando tu empeño, podrías llegar a conocer. Era una de esas maravillas que te hacen querer ser humano. Juro que no exagero si os digo que todo mi invierno se concentró en su cara, que la lluvia era más pequeña que ella -igual que mi corazón, los árboles y la contaminación de Madrid-, que nada tienen que hacer las mariposas y los terremotos cuando ella pestañea, que la miré como si Gran Vía fuera el diluvio universal y Noé la hubiera señalado solo a ella. Que la vida puede durar un cruce de miradas en medio de una tormenta. Y os aseguro que eso es un regalo, eso es más que suficiente. E igual que apareció, se marchó: como quien camina de puntillas y provoca estampidas de latidos. Disimulando, como si no creyera en la poesía y pensara que todo lo que no se dice en voz alta no existe. Como un secreto, ignorante de que son silencios que hacen más ruido que la verdad. Y yo la dejé irse, sin nombrarla para no romper su existencia. Elvira Sastre Sanz / @elvirasastre / Editorial Lapsus Calami inShare Share 7 Plugin Commentarios de Facebook
Posted on: Wed, 20 Nov 2013 01:38:00 +0000

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