VIERNES 27 DE SEPTIEMBRE ¡Por fin, México libre! Por Rafael Tortajada Los años seguían pasando y aunque la lucha por la independencia de esta Nueva España que quería desligarse totalmente de la España de Europa, de vez en cuando había escaramuzas y aunque éstas sólo existían en la parte sur, unas en las montañas de lo que ahora es el Estado de Guerrero y otras en el de Veracruz donde luchaban a base de muchos sacrificios Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria. Desde luego que no representaban gran peligro para el virreinato pero, la producción agropecuaria estaba casi paralizada, las pocas fábricas que existían tampoco podían trabajar ya que el lugar por donde entraban los insumos era el puerto de Veracruz y es este lugar donde dominaba el que sería primer presidente de México. Se me ocurre pensar que la España Peninsular había perdido interés en seguir sosteniendo una lucha que le costaba mucho y que había dejado de ser rentable para ellos, puesto que ya no podían enviar las contribuciones que antaño se hacían. Es seguramente la razón por la que enviaron a Juan O’Donojú, reconocido por sus ideas liberales y tal vez tenían la esperanza de que este hombre pudiera conjugar las voluntades tanto de las autoridades como de los insurgentes que pululaban aún molestando al gobierno como un mosquito lo puede hacer con un caballo o un toro. En el centro espiritual donde se recogían muchos enaltecidos creyentes y que era en el templo de San Felipe Neri en la Ciudad de México, el director espiritual de éste era Matías Monteagudo, un clérigo con suficiente inteligencia para empezar a esbozar un plan de liberación y sobre todo que diera carpetazo a esta lucha que parecía no tener fin. A este templo también le llamaban La Profesa; se le dio ese nombre porque ahí residieron los profesos jesuitas. La primera advocación fue la Purificación de Nuestra Señora; más adelante al ser ocupado por la congregación de San Felipe Neri, se dedicó a San José del Real en 1720. En la Conspiración de la Profesa se reunían algunos de los llamados notables de la época entre los que se encontraba la señora Ma. Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba, más conocida como «La Güera Rodríguez»; esta mujer además de sus incontables encantos contaba con una inteligencia preclara y tal parece que sus comentarios eran decisivos por lo acertado de ellos. Decidieron recomendar al virrey Juan Luis de Apodaca que se armara un ejército con un militar de bastante experiencia para que fueran a combatir a Guerrero. Desde luego que además de José Gabriel de Armijo se mencionaba también a Agustín de Iturbide, este militar estaba rumiando su tragedia porque lo dieron de baja del ejército debido a los latrocinios que cometió en El Bajío y que un sacerdote tuvo los tamaños de acusarlo, como aportó pruebas suficientes lo separaron de su cargo. Dicen las consejas que se la pasaba rezando el rosario en voz alta por las calles de la ciudad de México para que la gente se diera cuenta de su acendrado catolicismo y tal parece que fue esto lo que finalmente le sirvió para que ese grupo de conspiradores se fijara en él y lo recomendaran al virrey que se menciona antes. Lo hicieron comandante de una columna bien armada y pertrechada y se fue en calidad de casi vencedor hacia las montañas del sur, según él, donde acabaría con Vicente Guerrero en un dos por tres; cual sería su sorpresa de que el suriano conocía perfectamente la región y en vez de las victorias que esperaba Iturbide fueron derrotas las que le propinaron. Por carta le contaba a La Güera todas sus desventuras en el campo de batalla y ésta le aconsejó que cambiara el rumbo de 180 grados a su actitud y en lugar de luchar a favor del rey lo hiciera a favor de él mismo basándose en un plan de una libertad total de la Nueva España. El insistía «le debo fidelidad al rey» y la Güera le contestaba «a ese no le debes nada». Convencido de que ganaría más con una nueva estrategia, Iturbide empezó a mandar cartas a los diversos generales con mando de tropa que le eran adictos al virrey invitándoles a deponer su actitud hostil y que se reunieran pensando en la libertad total de estas tierras que ya tenían casi 11 años de zozobra. Además esbozó muy bien un Plan y convenció a Vicente Guerrero de reunirse para discutir el mismo que les había explicado por carta a los demás; la entrevista, tal vez se hizo en Acatempan como dice la historia o a la mejor en Teloloapan; lo importante es que se reunieron estos dos personajes y Guerrero un tanto ingenuo y deseoso de que su tierra se viera liberada del tutelaje español, aceptó que el nuevo movimiento fuera jefaturado por este individuo sanguinario que nunca fue insurgente. Se dirigieron al poblado de Iguala y de esa reunión salió el Plan de ese nombre con el cual se comprometían a luchar abiertamente a favor de la independencia, sólo que, era necesaria insignia y desde luego el barbero personal de Iturbide que era también sastre de nombre Magdaleno Ocampo, se encargó de confeccionar la famosa bandera que en nada se parecía a la que actualmente tenemos. La fecha es el 24 de febrero de 1821. Se separan los dos personajes importantes y el ex realista se vuelve lo más rápido que pudo durmiendo la primer noche en Taxco y otro día a temprana hora picó espuelas y se fue hacia el oriente; como se encontrara de paso en Puebla, las personalidades más destacadas de la ciudad decidieron organizar un gran banquete en su honor, el cual tendría la particularidad de que todos los platillos que en él se incluyeran ostentarían los tres colores de la recientemente creada enseña nacional, desde luego el principal fue chiles en nogada. Llegó a la villa de Córdoba y ahí se entrevistó con el último de los virreyes que se menciona al principio de este escrito y casi presionándolo se firmaron unos tratados que llevan el nombre de tal villa y que se firmaron el 24 de agosto de 1821. Con estos documentos bajo el brazo y con la anuencia del virrey que desde ese momento dejaba de serlo, Iturbide aceleró su viaje a la capital al frente de un poderoso ejército que ya había sido bautizado como Trigarante, debido a que garantizaba las 3 garantías de los colores que ostentaba la bandera o sea, el blanco la religión católica, sin intromisión de ninguna otra; el verde la unión tanto de mexicanos como españoles y el rojo la independencia que simbolizaba la sangre que se había vertido en la lucha y que terminarían así todas las lides quedando definitivamente separados de la España Peninsular. Imaginemos a Iturbide vestido elegantemente y montado en un brioso caballo entrando a la capital de la naciente República pasando bajo una serie de arcos triunfales que los notables de la ciudad le mandaron construir para mayor lujo de su llegada. Iba en su desfile cuando le llega un recado y era precisamente de la Güera Rodríguez y en él le pedía que desviara la ruta original y que lo estaba esperando en el balcón de su casa para que pasara por ahí, esto lo hizo de inmediato este hombre que era el más poderoso en ese momento y al pasar bajo el balcón de la famosa Güera, llevaba en el cuello de su caballo un velo que ella le había enviado para que adornara a su brioso corcel. Llegando al antiguo palacio de los virreyes, se formó una audiencia que desde luego los más importantes eran el propio Iturbide y O’donojú además de algunos otros personajes de poca monta . Por la noche del 27 de septiembre de 1821 se desvelaron y estructurando un acta de independencia, la presentaron al día siguiente pero con cambios radicalmente opuestos a la lucha, ya se llamó Acta de Independencia del Imperio Mexicano, o sea que toda la lucha, todo el sacrificio de miles de personas que deseaban una independencia total para formar otro tipo de gobierno quedó en veremos cuando este individuo ambicioso, preparó el terreno para ser él el emperador mexicano. El Acta de Independencia del Imperio Mexicano fue firmada el 28 de septiembre de 1821 por más de 30 advenedizos que ninguno fue insurgente. Así termina la lucha armada por la Independencia de esas tierras que a partir de ese día se llamó México.
Posted on: Fri, 27 Sep 2013 06:46:40 +0000
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