Va otro cuento: EL PRÍNCIPE DISTRAIDO No - TopicsExpress



          

Va otro cuento: EL PRÍNCIPE DISTRAIDO No existía un territorio más rico que el de Panilandia, el cual debía su nombre al gran sembrado de trigo que poseían. De allí obtenían la harina que luego vendían a otros reinos para la fabricación del pan. Dicho reino estaba gobernado por Cristina y Santiago de La Puerta. Estos reyes tenían un único hijo y heredero de la corona, Marcos de La Puerta, quien era la persona más distraída y atolondrada que existía sobre la faz de la tierra. Cuando despertaba en las mañanas, si la servidumbre de palacio no había descorrido los pesados cortinados que cubrían el ventanal, creía que aún no había amanecido, así que se arrebujaba en la cama y seguía durmiendo. Aquella mañana, Anita llegó con el desayuno para Marcos y abrió la ventana de par en par. Apoyó la bandeja sobre una mesa ratona de la habitación y se retiró. El príncipe, antes de desayunar se levantó a lavarse la cara y los dientes, pero el atolondrado, en lugar de utilizar pasta dental, usó el ungüento para quemaduras. ¡¡Puajjjj!!, esto le produjo tal asquito que las arcadas se escucharon en todo el castillo; en el ala oeste, este, norte y sur. ¡¡Aaajjjjj!!, gritaba sacando su lengua hasta el mentón, mientras corría a buscar su café para quitarse ese horrendo sabor..., ¡misión imposible!, el gusto perduraba. Sería bestia, pero eso sí, ¡guapísimo! Alto, elegante y de hermoso semblante. Bajo su amplia y perfecta frente, resaltaban dos grandes ojos negros y una nariz rectilínea. Poseía una atractiva sonrisa. Su rostro anguloso estaba enmarcado por largos y ensortijados cabellos color azabache. ¡Bueno!, nuestro muchachito, una vez listo bajaba aquellas amplias escaleras de mármol blanco con pasamanos dorados que lo llevaban al salón principal. Como los escalones le resultaban angostos debido a su altura, los descendía de dos en dos, e invariablemente y sin saltearse un solo día, al llegar al final tropezaba con la punta de la alfombra, atinando apenas a sujetarse de una columna deslizándose por ésta desde arriba hacia abajo, mientras que sus piernas resbalaban hacia atrás estiradas y abiertas como una V, hasta quedar extendido en el suelo cuan largo era. Sus padres ya no sabían qué hacer con él, pero…, había heredado el despiste de su abuelo paterno, y como sabemos, lo que se hereda no se compra. Rápidamente se incorporaba sacudiendo sus ropas, al tiempo que continuaba su camino diciendo: —¡Aquí no ha pasado nada! Los criados se destornillaban de risa en la puerta de la cocina, ¡esperaban ese momento! Dispuesto ya a realizar la recorrida diaria de su reino, salía de palacio seguido por su perro salchicha “Morrón”, quien corría detrás de él ladrando e intentando esquivar sus pies para no ser aplastado. Marcos de La Puerta, lo acariciaba con cariño, montando luego en su caballo bayo. Colocaba primero su pie izquierdo en el estribo, alzando luego su largo cuerpo sobre el animal, quedando a más de treinta centímetros de alto sobre la silla de montar, y al calzarse el estribo derecho, caía como plomo sobre la montura con un grito que cortaba el aire..., ¡su huesito dulce ya no soportaba más golpes. El corcel quedaba doblado al medio por unos segundos relinchando y mostrando su dentadura. Florentino, así se llamaba el caballo bayo, sacudía su cabeza de lado a lado, haciendo flotar sus crines en el aire, al tiempo que elevaba sus patas delanteras, para quitarse aquel peso molesto de encima. Un buen día, cabalgó y cabalgó durante horas, pero distraído se adentró en el camino equivocado. Estaba en el bosque cuando oyó una voz femenina pidiendo auxilio. —¡Help!, ¡S.O.S!, ¡help! —gritaba ella. —¡Una doncella en apuros!, ¡vamos Florentino! —Ordenó. Al llegar al lugar, una bella joven se hallaba sentada sobre la rama de un árbol, sin poder bajarse. —¡No temas muchacha!, allí voy, ¡yo te socorreré! —dijo, al mismo tiempo que se acercaba a ella, haciendo andar muy lentamente a Florentino. Una vez ubicado debajo de la muchacha, y estando aún montado sobre su caballo bayo estiró ambos brazos para sujetarla, olvidando un pequeño detalle: ¡sostenerse! Fue resbalando de la montura hacia un costado, cayendo al piso panza arriba con los brazos y piernas extendidas, en el mismísimo momento en que la rama donde descansaba la damisela, se quebró. Anacleto sirvió de colchón para la joven, pero el leño, fue a dar justito sobre la cabeza del príncipe, desmayándolo. Florentino, con su hocico quitó el tronco y comenzó a darle lengüetazos en la cara hasta reanimarlo. Marcos de la Puerta abrió sus ojos, y al ver a la delicada preciosura que tenía delante, preguntó —¿Eres un ángel?, ¿estoy en el cielo? —No, valiente príncipe, soy Lila Astillas, hija de Carlos, el monarca que regentea Anilandia, al norte de este país. El joven, no podía creer lo que estaba viviendo. Inmediatamente quedó prendado de esa hermosa criatura. Sus ojos verdes y rasgados, lo veían con dulzura, al tiempo que una cascada de largos y lacios cabellos negros rodeaban con gracia aquel rostro maravilloso. Con esfuerzo Marcos se puso en pie, y sentó a Lila sobre las ancas de su caballo bayo, montando luego él, por supuesto, con sumo cuidado esta vez. Juntos, partieron rumbo al castillo donde habitaba Lila la doncella. Los padres de Lila agradecidos mandaron curar las heridas de nuestro amigo, quien se despidió hasta el otro día. No pensaba perderse aquella belleza, ¡era la mujer de su corazón! Al salir, había olvidado totalmente a Florentino y comenzó a caminar hacia su palacio. El potranco que reposaba tirado sobre el pasto, al verlo venir pensó: —¡Se acabó la tranquilidad! —cubriéndose la cabeza con las patas delanteras. Pero, asombrado observó que el muchacho se iba a pie, aunque no sé el porqué de su sorpresa, ya que aquella no era la primera vez que lo dejaba olvidado. El caballo bayo, aprovechó la oportunidad, y el muy pícaro se incorporó y comenzó a andar despacito detrás del príncipe a una distancia prudente para no ser descubierto; apenas tocaba el suelo con la punta de sus cascos. Cada tanto se escondía detrás de un árbol espiando al príncipe, el cual debido a su enamoramiento estaba más distraído que de costumbre. Ya en su casa, los sirvientes preguntaron por Florentino. El joven se golpeó la frente con la mano diciendo: —¡Ups!, ¡lo dejé en Anilandia! — Los criados ya estaban acostumbrados a esto, así que no se preocuparon, ya que seguramente detrás de él llegaría el animal al tranco manso. Patricio el mayordomo salió a recibirlo: —¡Por favor!, apúrese señor, sus padres lo esperan en el salón principal y no tienen buenas noticias. --¿Qué sucede? —preguntó entrando como una tromba. — Hijo, estoy muy preocupado, los reinos del oeste y del este, nos declaran la guerra —informó su padre— anhelan conquistar nuestras tierras. Ellos al estar unidos nos doblan en cantidad de hombres, nos derribarán en un instante. —Podemos solicitar ayuda a los monarcas de Anilandia, hoy salvé a su hija Lila y vengo de dejarla con sus padres quienes están más que agradecidos --dijo Marcos tranquilizando a su padre. Y… ¡así fue!, el reino del sur les prestó ayuda. Marcos de La Puerta, a pesar de su torpeza y distracción luchó como un valiente para defender su territorio. Durante el fragor de la batalla, nuestro amigo observó que había sangre en una de sus botas, y tomando el pañuelo se agachó para limpiarla justo en el momento en que el Capitán del bando contrario iba hacia él a todo galope lanza en mano, apuntando a su corazón. Debido al ímpetu que llevaba, este salió volando de la montura y cayó rodando por el barranco, hasta quedar estampillado contra un cactus cabeza abajo y piernas arriba, abiertas las mismas contra los brazos del cacto. El resto de la tropa enemiga se rindió enarbolando diez banderas blancas, por temor a que una sola no fuese vista por el enemigo. ¿Por qué se rindieron?, pues porque el setenta por ciento de sus hombres estaban averiados. Uno tenía una flecha clavada en su hombro, a otro los pantalones se le habían rajado en la cola, al Sargento Primero se le despegaron las suelas del calzado, al Teniente una flecha le había arrancado el peluquín y el resto estaban todos magullados. Nuestro príncipe regresó junto a sus padres con grandes honores. Los gobernantes de Panilandia junto a su hijo visitaron luego a los gobernantes de Anilandia, con el fin de solicitar la mano de Lila para su hijo Marcos. Una semana más tarde, ambos contrajeron enlace, la doncella se convirtió en la feliz esposa de nuestro protagonista, pasando de esta manera a llamarse: Lila Astillas de La Puerta. El festejo duró varios días, y en él participaron todas las personas que habitaban aquellos dos inmensos territorios. Hubo música, danzas, risas y cánticos. ¡Todo el reino se había vestido de fiesta! Desde los balcones de las pintorescas casitas, colgaban guirnaldas de diferentes colores, los pájaros cantaban, los perros ladraban y los gatos maullaban. También para Florentino el caballo bayo llegó el amor. Ataviado con las galas reales, conoció en tal ocasión a Margarita, una hermosa y blanca potranca que le hacía ojitos desde el otro lado de la calle, inclinando su cabeza hacia un costado toda ruborizada. Y… colorín colorado, este cuento ha terminado... KUQUI BESSONE
Posted on: Thu, 28 Nov 2013 01:44:55 +0000

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