Viví en aquel apartamento con más de mil libros. Anteriormente - TopicsExpress



          

Viví en aquel apartamento con más de mil libros. Anteriormente habían pertenecido a mi tío Víctor, y él los había ido adquiriendo poco a poco a lo largo de treinta años. Justo antes de que me fuera a la universidad, me los ofreció, en un impulso, como regalo de despedida. Hice todo lo que pude para rehusarlo, pero el tío Víctor era un hombre generoso y sentimental, y no me permitió rechazarlo. -No puedo darte ni dinero -dijo- ni consejos. Llévate los libros para complacerme. Me llevé los libros, pero durante año y medio no abrí las cajas en donde estaban guardados. Mi propósito era convencer a mi tío de que aceptara que se los devolviera y no quería que les pasara nada mientras tanto. Resultó que las cajas me fueron muy útiles en aquella situación. El apartamento de la calle 112 no estaba amueblado, y en vez de despilfarrar mis fondos en cosas que no quería ni podía permitirme, me dediqué a convertir las cajas en piezas de “un mobiliario imaginario”. Era algo parecido a hacer un rompecabezas: agrupar las cajas de cartón en configuraciones modulares, ponerlas en hilera, apilarías una encima de otra, colocarlas una y otra vez hasta que al fin empezaron a parecer objetos domésticos. Un grupo de dieciséis me sirvió de soporte para el colchón, otro grupo de doce se convirtió en una mesa, otros de siete se convirtieron en sillas, uno de dos en cabecera. El efecto general era bastante monocromático, con aquel sombrío marrón claro en todas partes donde miraras, pero no pude por menos de sentirme orgulloso de mi inventiva. A mis amigos les pareció un poco raro, pero ya habían aprendido a esperar de mí cosas raras. Imaginad la satisfacción, les explicaba, de meterte en la cama y saber que tus sueños van a descansar sobre la literatura norteamericana del siglo XIX. Imaginad el placer de sentarte a comer con todo el Renacimiento escondido debajo de la comida. En realidad, yo no tenía ni idea de qué libros había en cada caja, pero en aquel entonces yo era fantástico inventando historias, y me gustaba el sonido de aquellas frases, aunque fuesen mentira. Mis muebles imaginarios permanecieron intactos casi un año. Luego, en la primavera de 1967, murió el tío Víctor. Esa muerte fue un golpe terrible para mí; en muchos sentidos, el peor golpe que había recibido nunca. No sólo era la persona a quien más había querido en el mundo, sino que era mi único pariente, mi único vínculo con algo más grande que yo. Sin él me sentí despojado, totalmente arrasado por el destino. Si hubiera estado de alguna forma preparado para su muerte, tal vez me habría sido más fácil enfrentarme a ella. Pero ¿cómo se prepara uno para la muerte de un hombre de cincuenta y dos años que siempre ha tenido buena salud? Mi tío simplemente se murió una hermosa tarde de mediados de abril, y en ese momento mi vida empezó a cambiar, empecé a desaparecer en otro mundo. No hay mucho que contar de mi familia. El reparto era pequeño, y la mayoría de sus miembros no permanecieron en escena mucho tiempo. Viví con mi madre hasta los once años, pero entonces ella murió en un accidente de tráfico, atropellada por un autobús que patinó y perdió el control en una calle nevada de Boston. Nunca hubo un padre en la película, así que habíamos sido solamente nosotros dos, mi madre y yo. El hecho de que usara su nombre de soltera probaba que nunca había estado casada, pero no me enteré de que era hijo ilegítimo hasta después de su muerte. De niño, nunca se me ocurrió hacer preguntas acerca de esas cosas. Yo era Marco Fogg, mi madre era Emily Fogg y mi tío de Chicago era Víctor Fogg. Todos éramos Fogg, y me parecía perfectamente lógico que personas de la misma familia tuviesen el mismo nombre. Más adelante, el tío Víctor me dijo que originariamente el nombre de su padre habla sido Fogelman, pero alguien de las oficinas de inmigración en Ellis Island lo había acortado y dejado en Fog, con una sola g, y éste había sido el nombre norteamericano de la familia hasta que le añadieron la segunda g en 1907. Fogel significaba pájaro, según me informó mi tío, y me agradaba la idea de tener a ese animal incorporado a mi identidad. Imaginaba que algún esforzado antepasado mío habla sido capaz de volar realmente. Un pájaro volando en la niebla, pensaba, un pájaro gigante que voló a través del océano, sin detenerse hasta que llegó a América. No tengo ninguna fotografía de mi madre, y me resulta difícil acordarme de cómo era físicamente. Siempre que la veo en mi mente me encuentro con una mujer baja, morena, con delgadas muñecas infantiles y dedos blancos y delicados, y repentinamente, de vez en cuando, recuerdo lo agradable que era que te tocaran aquellos dedos. Siempre es muy joven y guapa cuando la veo, y probablemente ese recuerdo es exacto, puesto que sólo tenía veintinueve años cuando murió. Vivimos en distintos apartamentos en Boston y en Cambridge, y creo que trabajaba para una especie de editorial de libros de texto, aunque yo era demasiado pequeño para tener una idea clara de lo que hacía allí. Lo que destaca más vívidamente en mi memoria son las ocasiones en que íbamos al cine juntos (películas de vaqueros con Randolph Scott, La guerra de los mundos, Pinocho), cómo nos sentábamos en la oscuridad del cine y nos comíamos poco a poco una bolsa de palomitas cogidos de la mano. Era capaz de contar chistes que me hacían reír a carcajadas, pero eso sucedía sólo raramente, cuando los planetas estaban en la conjunción propicia. A menudo se mostraba distraída, propensa a un ligero mal humor, y a veces percibía que emanaba de ella una verdadera tristeza, una sensación de que estaba batallando con alguna vasta y eterna confusión. A medida que fui creciendo, me dejaba en casa con niñeras por horas cada vez más a menudo, pero no entendí lo que significaban esas misteriosas salidas suyas hasta mucho después, cuando hacía mucho tiempo que habla muerto. Respecto a mi padre, sin embargo, el vacío era absoluto, tanto mientras ella vivió como después de muerta. Ese era un tema del que se negaba a hablar conmigo, y siempre que le preguntaba se mantenía inflexible. -Se murió hace mucho tiempo -decía-, antes de que tú nacieras. © Paul Auster / El Palacio de la luna Traducción de Maribel De Juan
Posted on: Sat, 07 Sep 2013 18:17:59 +0000

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