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Y para empezar el lunes os dejamos como compañía, una humilde y breve reflexión que (confiamos) sirva para que tomemos un poco de aliento en el camino: UNA COMPASIÓN SOLIDARIA “Y al ver las multitudes (Jesús) tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Evangelio según Mateo 9: 36) Cuántas veces a lo largo de su paso por esta tierra nuestra aparecerá en Jesús este profundo sentimiento: la compasión; al fin y al cabo la responsable última de que Él esté allí contemplando ahora un pueblo extenuado, cansado y abandonado. Un pueblo sin esperanza, una Humanidad al borde de la desesperación ante la que su corazón se conmoverá hasta el punto de que entregará a ella, vivirá para ella y morirá por ella. Después de mil años de frustrada experiencia salvadora de Dios con su pueblo Israel, todo desembocará finalmente, en la personificación humana de la compasión de Dios hacia la Humanidad sufriente: Jesús, en quien Dios ejercita la empatía absoluta y definitiva. Será en Él y a través de Él que Dios experimentará hasta el fondo la miseria de la humanidad, su contingencia, su dolor, su contradicción; no desde la prepotencia condescendiente sino con la actitud que describía el poeta Eugenio de Nora: “En ti compadezco / lo que en mí veo/, hombre,/ sangre de mi sangre / y barro de mi barro”. La compasión según Dios no es una actitud lastimera y estéril sino sentir como propio el dolor y la necesidad ajenas. No es sensiblería llorona sino que implica coraje y decisión. Compadecer no es lamentar resignadamente sino tomar con valor las riendas de eso que muchos fatalistas llaman destino y haciéndole frente proclamar liberación de cautivos, salud a los enfermos, esperanza para los desesperados y buenas noticias para los pobres. Por eso el Evangelio que predicó Jesús es, sencillamente una profunda historia de Amor compasivo: “De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su único Hijo para que todo aquel que en Él crea no se pierda sino que tenga vida eterna”. Jesús, Maestro de la compasión, rostro de un Dios de misericordia que ofrece ésta a todos, incluso a sus enemigos, nos insta a amar a todos sin acepción, de la única manera en que se puede amar así: compadeciéndolos como Él se compadeció un día de nosotros. Porque la compasión, al contrario de lo que nos pueda parecer es la forma más pura de amor, la más desinteresada, la más incondicional, la que ama más allá de lo que uno es, representa o significa. Ciertamente la vida seguirá deparándonos alegrías y dolores, triunfos y fracasos, luces y sombras, en suma, experiencias de todo tipo. Pero en cada momento de esa vida sea cual sea la circunstancia que atravesemos la misericordia y el amor de Dios nos acompañarán siempre aunque, a veces, seamos incapaces de percibirlos. Y sólo desde esa confianza podremos decir, como Pablo de Tarso hizo hace 2.000 años: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados, ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es, en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Carta a los Romanos 8 : 38-39) Juan F. Muela
Posted on: Mon, 16 Sep 2013 08:37:41 +0000

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