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watchman nee LA PALABRA DE DIOS LA BASE DE LA PALABRA UNO Ya vimos que ser un ministro de la Palabra de Dios no es nada insignificante, que no todos podemos anunciar la Palabra de Dios y que lo importante con respecto al ministro de la Palabra de Dios es la persona misma. Quisiéramos dirigir nuestra atención a la Palabra de Dios. Cuando hablamos del ministerio de la Palabra de Dios, no decimos que Dios exprese algo aparte de la Biblia, ni que nosotros podamos añadirle otro libro a los sesenta y seis que la conforman. Tampoco nos referimos a que podemos recibir revelación o introducir un ministerio que no se encuentre en la Biblia. La Palabra de Dios, compuesta del Antiguo y el Nuevo Testamentos, ya está completa, y no necesitamos añadirle nada a lo que está escrito. Pero al mismo tiempo debemos comprender que solamente tener una noción de la Biblia no nos hace aptos para predicar la Palabra de Dios, ya que para ser ministros, necesitamos conocerla. Los sesenta y seis libros de la Biblia fueron escritos por unas cuarenta personas. Todas ellas usaron sus propias expresiones idiomáticas, su propio estilo y su terminología, y sus escritos contenían sus sentimientos, pensamientos y elementos humanos. Cuando la Palabra de Dios venía a estos escritores, Dios asumía los elementos personales de ellos. Algunos fueron usados por Dios y recibieron revelación de parte de El en mayor escala que otros, pero todos fueron ministros de Su palabra. Así que la Palabra de Dios es semejante a una composición musical, y los escritores son como los diferentes instrumentos que se emplearon. En una orquesta hay muchos instrumentos, y cada uno tiene su propio sonido distintivo; sin embargo, cuando la orquesta toca, todos los sonidos se combinan armoniosamente. Cuando escuchamos la música de la orquesta, podemos distinguir el sonido del piano, el del violín, el de la trompeta, el del clarinete y el de la flauta; sin embargo, lo que escuchamos no es una confusión de sonidos, sino una armoniosa melodía. Cada instrumento tiene su propia característica y personalidad, pero todos tocan la misma obra. Si la orquesta tocara al mismo tiempo dos canciones diferentes, produciría un ruido confuso. Esto se puede aplicar a los ministros de la Palabra. Aunque cada uno tiene sus propias características, todos anuncian la Palabra de Dios. La Biblia, desde la primera página hasta la última, es una entidad orgánica, no una colección incoherente de escritos. Un ministro dice una cosa y otro añade algo más, pero cuando sus ministerios se unen, forman un sujeto orgánico. La Biblia fue escrita por unos cuarenta escritores; aún así, no fue trastornada ni fragmentada porque todos comunican el mismo mensaje. La Biblia posiblemente manifieste varias docenas de instrumentos, pero todos ellos tocan la misma pieza musical. Por eso, cuando alguien le añade otra melodía, nos damos cuenta de que el sonido es diferente. La Palabra de Dios es una entidad integrada. Aunque los sonidos sean diferentes, no tienen ninguna disonancia. No debemos suponer que basta con oír el sonido, ni que cualquier persona puede ponerse en pie y afirmar que anuncia la Palabra de Dios. Los ministros de la Palabra tanto en el pasado y como en el presente pertenecen a esta entidad indivisible, a la cual ningún elemento ajeno puede serle añadido. Si le añadimos algo, el resultado es confusión, apostasía y conflicto. La Palabra o el Verbo de Dios es una entidad viva; es el Señor Jesús. El Antiguo Testamento consta de treinta y nueve libros. Es probable que cronológicamente el libro de Job haya sido el primero que se escribió. No obstante, es el Pentateuco de Moisés el que aparece al comienzo de la Biblia. Es maravilloso ver cómo los escritores de la Biblia que vinieron después de Moisés, no escribieron de una manera independiente, sino que edificaron sobre los escritos que los precedían. Moisés escribió el Pentateuco sin tener otros escritos como referencia, pero Josué se apoyó en los libros de Moisés; es decir, su servicio como ministro no fue independiente, ya que se basaba en el conocimiento que tenía del Pentateuco. Después de Josué, otros escritores como por ejemplo los autores de los libros de Samuel, también basaron sus escritos en los libros de Moisés, lo cual significa que aparte de Moisés, quien recibió al principio un llamado divino a escribir sus cinco libros, todos los subsiguientes ministros de la Palabra de Dios se basaron en lo que Dios había manifestado con anterioridad. La Palabra de Dios es una sola entidad, y ningún escritor puede seguir su propio rumbo. Cada escritor que viene después comunica la Palabra con base en lo dicho por quienes le preceden. En el Nuevo Testamento hallamos que la única revelación nueva es el misterio del Cuerpo de Cristo. Efesios nos dice que el Cuerpo se compone de judíos y gentiles. Podemos decir que, con excepción de esta revelación, todo lo que contiene el Nuevo Testamento se basa en el Antiguo. Es decir, todo lo que vemos en el Nuevo Testamento se encuentra en el Antiguo Testamento. Este contiene casi todas las revelaciones doctrinales; inclusive, la revelación sobre el nuevo cielo y la nueva tierra se encuentra allí. Hay una versión de la Biblia que destaca todas las citas que el Nuevo Testamento hace de pasajes del Antiguo Testamento. Al leerla, uno se da cuenta de que muchas cosas del Nuevo Testamento, en realidad ya se habían dicho en el Antiguo Testamento. Algunos pasajes del Nuevo Testamento son citas textuales del Antiguo Testamento, y otras hacen referencia a cierto pasaje. Es semejante a nuestra predicación; algunas veces aludimos a pasajes bíblicos, y otras, recitamos el texto sabiendo que quienes estén familiarizados con la Biblia, saben a qué libro pertenece. En el Nuevo Testamento se hace referencia más de mil quinientas veces al Antiguo Testamento. Recordemos que el ministerio neotestamentario de la Palabra no es independiente, sino que tiene como base la expresión divina contenida en el Antiguo Testamento. Si alguien se pone en pie y declara que recibió una revelación exclusiva, inmediatamente sabremos que tal revelación no es de fiar. Nadie puede recibir la Palabra de Dios fuera de la Biblia. No podemos prescindir del Antiguo Testamento y quedarnos sólo con el Nuevo, ni viceversa. Tampoco podemos eliminar los cuatro evangelios y quedarnos sólo con las epístolas de Pablo, ya que éstas no pueden existir solas. Tenemos que comprender que las palabras expresadas tienen como base lo dicho anteriormente. La luz sale de las palabras precedentes. Lo que se dice independientemente de la Biblia es herejía y no es la Palabra de Dios. Necesitamos entender en qué consiste el ministerio de la Palabra. Todos los ministerios que se encuentran en la Biblia se relacionan entre sí. Nadie puede recibir una revelación que sea independiente, aislada o ajena a las demás. Así como los veintisiete libros del Nuevo Testamento toman como base el Antiguo Testamento, todo nuevo ministro recibe el aporte de los ministros que lo preceden. DOS Debemos rechazar toda revelación privada y todo ministerio independiente. Leemos en 2 Pedro 1:20 que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada”. No debemos interpretar las profecías de la Biblia según su contexto, o usando solamente un pasaje. Por ejemplo, no podemos interpretar el capítulo 24 de Mateo sin ninguna otra referencia. Tenemos que estudiarlo a la luz de otros pasajes. Lo mismo diríamos de los capítulos 2 y 9 de Daniel, o de cualquier otro pasaje. Cuando interpretamos una profecía usando la misma profecía, o un texto usando el mismo texto, hacemos una “interpretación privada”. La Palabra de Dios es una entidad indivisible, y siempre que la hablamos, debemos tener presente este hecho. Ninguna parte de la Biblia se puede interpretar de manera privada ni fuera del contexto, sino siempre en conjunción con otros pasajes. Ya que tenemos la Biblia, no podemos dar nuestra propia interpretación afirmando que es “la Palabra de Dios”, cuando en realidad no tiene relación alguna con ella. Si lo que decimos no se compagina con la Palabra que Dios estableció, hemos sido engañados por el diablo, y lo que decimos es una herejía. Los primeros ministros de la Palabra hablaban por Dios de manera independiente, porque antes de ellos no hubo ministros de la Palabra. Pero el segundo grupo tuvo que edificar encima de lo que habló el primer grupo, o sea, lo que hablaron fue una repetición y ampliación de lo dicho por el primer grupo. De igual manera, cuando surgió el tercer grupo, construyó su discurso sobre el de sus predecesores. Las palabras que ellos anunciaban no eran independientes de las de los demás; la luz que recibieron de Dios fue sólo una adición a lo que había sido dado al primer grupo y al segundo. Dios puede dar nuevas visiones y revelaciones, pero éstas visiones y revelaciones se basan en lo que El habló anteriormente. Aquí podemos aplicar la virtud de los habitantes de Berea, quienes examinaban las Escrituras para ver si las cosas que oían eran así (Hch. 17:10-11). La Palabra de Dios es indivisible e inmutable y va edificando sobre sí misma. Dios está edificando lo que desea obtener. La luz adicional que recibieron las personas mencionadas en la Biblia no la obtuvieron como una revelación privada, sino que se basaron en revelaciones precedentes. La primera revelación siguió expandiéndose, y a partir de ella brotó más luz, y los ojos del hombre se fueron abriendo hasta obtener el Antiguo Testamento y el Nuevo. Los ministros de la Palabra mencionados en el Nuevo Testamento llegaron a serlo al recibir visiones por medio de las palabras del Antiguo Testamento. Hoy, todo aquel que desee ser ministro de la Palabra debe tener en mente la Biblia en su totalidad, pues aparte de ésta, lo que se diga no es Palabra de Dios. Este es un principio muy importante. El ministro de la Palabra de Dios hoy, igual que los ministros del pasado, no es independiente. Todos ellos dependen de las palabras que Dios ha expresado previamente. Nadie puede recibir revelación de una fuente extrabíblica. Así que si alguien recibe revelación que no proceda de la Biblia, lo que llama revelación es una herejía y es absolutamente inaceptable. Muchos hijos de Dios tienen una idea equivocada acerca del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, y de la ley y la gracia, al grado de pensar que se contradicen. Pero cuando leemos la Palabra, no encontramos ninguna discrepancia. Las epístolas a los Romanos y a los Gálatas nos muestran claramente que los dos Testamentos no se contradicen, sino que se complementan. Podemos ver esto particularmente en Gálatas. Muchos han observado que Dios se relaciona con el hombre de cierto modo en el Antiguo Testamento, y de otro en el Nuevo, presentándose al hombre bajo la ley en uno y bajo la gracia en el otro. Esto les hace creer erróneamente que éstos se oponen entre sí y no se dan cuenta de que el Nuevo Testamento es un avance, la continuación y el desarrollo del Antiguo. Pablo nos dice que la gracia de Dios no comenzó en la era del Nuevo Testamento. Al leer Gálatas, vemos que Dios dio la “promesa” cuando llamó a Abraham y le predicó el evangelio diciéndole que esperara a Cristo, mediante el cual vendría la bendición a todas las naciones. Cuando Dios concedió gracia a Abraham, la ley aún no había venido. Gálatas claramente nos indica que la ley no vino primero, sino la promesa, a saber, el evangelio (Gá. 3:8). En dicha epístola, Pablo dice que nuestro evangelio tiene como fundamento el evangelio de Abraham; que la gracia que recibimos se basa en la gracia que Abraham recibió; que la promesa que nosotros obtuvimos es la promesa que le fue dada a Abraham, y que el Cristo que recibimos es la simiente de Abraham (vs. 9, 14, 16). Pablo nos muestra claramente que tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento siguen un mismo delineamiento. Entonces, ¿por qué tenemos la ley? En Gálatas Pablo dice que la ley fue “añadida” (3:19). En el principio, Dios le dio al hombre la gracia y el evangelio, pero el hombre no podía recibirlos, porque era un pecador que no conocía ni censuraba sus pecados. Al venir la ley, el pecado del hombre se manifestó y recibió su sentencia. No obstante, aún después de que el hombre fue condenado, Dios le dio el evangelio y la promesa. Es decir, Dios no nos da la gracia primero y luego la ley; ni nos da la promesa primero para después exigirnos que laboremos. La obra de Dios de principio a fin es la misma. El libro de Gálatas nos muestra que la gracia que recibimos hoy no es una gracia nueva; es la misma gracia que Dios le dio a Abraham. Por ser descendientes de éste, podemos heredar esta gracia y disfrutar la promesa de Dios. Como podemos ver, la promesa inicial, la promulgación de la ley y el cumplimiento del evangelio de Cristo, siguen un mismo delineamiento. La Palabra de Dios no puede dividirse ni se compone de dos líneas, sino que es una revelación progresiva y armoniosa. Dios primero le dio la promesa a Abraham, y luego les dio la ley a los israelitas, ¿es esto contradictorio? No. Lo que vemos aquí es un desarrollo. Hoy, de nuevo Dios se relaciona con nosotros según la gracia. ¿Significa esto otra contradicción? No, sino un adelanto. La manera que Dios se relaciona con el hombre se va haciendo más clara con el paso del tiempo. La promesa que Dios hizo a Abraham no puede ser abrogada por la ley que vino cuatrocientos treinta años más tarde (Gá. 3:17). Pero Dios no le dio la ley al hombre para abrogar la promesa, sino para cumplirla, pues uno sólo recibe la promesa cuando está consciente de sus pecados. Al encerrar todo bajo pecado, Dios pudo darle la gracia al hombre por medio de Su Hijo (vs. 21-22). El Antiguo Testamento se desarrolla y avanza. El Nuevo Testamento es la continuación del Antiguo Testamento, pero también está en desarrollo. Los ministerios de la Palabra que vienen después expanden y desarrollan las revelaciones e instrucciones que Dios ya dio. Estos ministerios no son independientes ni se contradicen entre sí. Todo ministro de la palabra debe conocer la Palabra de Dios tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Es innegable que los ministros de la Palabra que escribieron el Nuevo Testamento conocían bien el Antiguo Testamento. Nosotros, de igual manera, debemos estar familiarizados con las palabras de los ministros que nos precedieron. Es así como nuestras palabras pueden igualar tanto las del Antiguo Testamento como las del Nuevo, sin que sean independientes. El ministerio de la Palabra no consiste en recibir un mensaje en privado de parte de Dios a fin de comunicarlo a los demás, sino en tener un conocimiento de la Biblia en conjunto, realzado por la luz y la revelación renovada. Cuando tal es nuestro mensaje, es Dios quien habla. Quienes ministran la Palabra en el Nuevo Testamento se basan en el Antiguo. Nosotros contamos con la Biblia. El primer grupo que proclamó la Palabra de Dios no tenía ningún precedente. Cuando surgió el segundo grupo de ministros, éstos citaban las Escrituras apoyándose en el primer grupo. Y cuando el tercer, el cuarto y los subsiguientes grupos aparecieron, tenían un fundamento más amplio sobre el cual edificar, porque la Palabra de Dios se había ensanchado. En la actualidad, el avance ha sido mayor, y hemos llegado a una etapa de más abundancia, porque ahora el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento están completos. Toda palabra de Dios consta en la Biblia, y lo que contiene nos juzga. Cuando estamos errados, ella nos muestra que nuestras palabras no provienen del Espíritu. La Biblia es la Palabra de Dios, y todo ministro de la Palabra necesita conocerla de una manera práctica a fin de poder anunciarla sin dificultad. Si nunca hemos recibido luz nueva en la Palabra escrita, no tendremos en qué basar nuestro mensaje y será fácil que nos desviemos. Por esta razón, es importante estar familiarizados con la Biblia. Si no hacemos esto, encontraremos grandes obstáculos en nuestro servicio como ministros de la Palabra. Esto no significa que el conocimiento de la Biblia faculte al individuo para ser ministro de la Palabra. Pero es importante estar familiarizados con ella, porque si nunca hemos oído lo que Dios dijo en el pasado, no podemos obtener la revelación ahora. Una revelación trae otra revelación, pues no es algo aislado que surja de la nada. La revelación procede de la Palabra. Cuando el Espíritu la ilumina, el resplandor es tan intenso que produce más revelación y más luz. La luz procede de la Palabra que ya existe, y luego se expande. Cuanto más se revela la luz, más se intensifica. De esta manera opera la revelación de Dios. Si Dios no nos ha revelado nada, Su luz no nos podrá iluminar. Hoy Dios no se revela como lo hacía con los hombres de antaño. Esto constituye un principio administrativo fundamental. Cuando Dios se reveló al hombre por primera vez, no había una Palabra previa que le sirviera como base. Pero hoy, el avance que ha tenido la palabra y la revelación de la misma se basan en la Palabra que ya existe y en la revelación que El ya dio. El añade construyendo sobre el fundamento; así que para ser ministros de la Palabra de Dios, es vital que estemos familiarizados con ella. Sin dicha base, Dios no puede darnos luz. TRES En Salmos 68:18 se nos muestra que en la ascensión el Señor Jesús dio dones a los hombres. Pablo toma esta Palabra del Antiguo Testamento como base y la desarrolla en los capítulos uno y cuatro de Efesios. En el capítulo uno se nos dice que el Señor Jesús ascendió a lo alto y que está sentado a la diestra de Dios el Padre (v. 20); y en el capítulo cuatro, vemos que en la ascensión el Señor Jesús llevó cautivos a los que estaban bajo el cautiverio del enemigo y dio dones a los hombres (v. 8). Si leemos el contexto cercano, descubriremos que Pedro dijo exactamente lo mismo en el día de Pentecostés. Leemos: “Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hch. 2:33). El mensaje que proclamó Pedro en el día de Pentecostés en cuanto al derramamiento del Espíritu, al igual que el que expresó Pablo en Efesios en cuanto a la ascensión del Señor y a la dádiva de los dones para la edificación de la iglesia, tienen como base el conocimiento que ellos tenían de la luz revelada en el salmo 68. Dios no le dio a Pablo una luz directa. La luz estaba en el salmo 68, y Dios se la reveló. Para poder recibir esta luz, era necesario conocer el salmo 68. Debemos recordar que Dios ocultó la luz que estaba en este salmo, pero un día abrió este pasaje y reveló su luz al hombre. Fue así como el hombre llegó a conocer esta verdad. Pedro y Pablo eran hombres llenos de revelación, pero la revelación que recibieron no salió de la nada. El libro de Hebreos presenta claramente el significado de los sacrificios que se ofrecían en el Antiguo Testamento y nos muestra que el Señor Jesús es el único sacrificio [acepto ante Dios]. Si no entendemos los sacrificios ofrecidos en el Antiguo Testamento, tampoco entenderemos cómo el Señor Jesús se dio a Sí mismo en sacrificio. La luz de Dios estaba en aquellos sacrificios. Si el escritor del libro de Hebreos no hubiera entendido las revelaciones del Antiguo Testamento, no habría podido escribir dicho libro. El Antiguo Testamento contiene la luz de Dios. Es decir, la luz de Dios está en Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Josué, Samuel, David y Salomón. Sin estos hombres, no hay luz. Es como decir que la luz está en la vela, pues sin ésta, no hay luz. La luz también se expresa por medio de la lámpara y del candelero; sin éstos, tampoco tenemos luz. Es importante darse cuenta de que el Antiguo y el Nuevo Testamentos son portadores de la luz de Dios. Si no los entendemos, no podremos satisfacer la necesidad actual. La Palabra de Dios es indivisible, es el lugar donde se almacena la luz de Dios y la fuente desde la cual brilla. Tomemos por ejemplo Gálatas 3:6 donde dice: “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia”. Esta cita de Génesis 15:16 se halla también en Romanos 4:3 y en Jacobo [Santiago] 2:23. Este pasaje se encuentra una sola vez en el Antiguo Testamento, y tres en el Nuevo Testamento. Dicho versículo contiene tres expresiones cruciales: creyó, le fue contado y justicia. Esta Palabra, extraída del Antiguo Testamento, contenía la luz de Dios. Cuando Pablo escribió Romanos 4 resaltó la expresión le fue contado. A los que creen, les es contada la fe por justicia. En Gálatas 3 Pablo cita el mismo pasaje, pero esta vez recalca la importancia de creer. El dice que los que creen son justificados. Cuando Jacobo habló de este mismo pasaje, puso el énfasis en lajusticia. El indica que uno debe ser justo. La luz de Dios fue distribuida en tres aspectos diferentes y por tres distintas fuentes. Al leer Romanos 4, vemos la luz de Dios que estaba oculta en Génesis. Lo mismo sucede si leemos Jacobo 2. Si Pablo nunca hubiera leído Génesis 15, o si hubiera olvidado lo que leyó o si no hubiera recibido ninguna revelación, no se habría escrito este pasaje. Una persona negligente, frívola e inconstante en cuanto a la Palabra de Dios, no puede ser ministro de la Palabra. El ministro de la palabra debe extraer todos los hechos de la Biblia y debe encontrar los puntos más delicados, escudriñando primero los hechos de Dios a fin de recibir Su luz. Sin la luz de Dios, no podemos ver nada; por otro lado, sin los hechos revelados en la Biblia, no podemos recibir la luz. Pongamos el ejemplo de una lámpara; sin ésta no hay luz. No obstante, si tenemos la lámpara, pero no la encendemos, tampoco podemos disfrutar de la luz. La luz alumbra valiéndose de la lámpara; es por eso que la lámpara y la luz van juntas. A fin de anunciar la Palabra de Dios, necesitamos la Palabra que Dios ya estableció. Leemos en Habacuc 2:4: “El justo por su fe vivirá”. Este versículo también se cita tres veces en el Nuevo Testamento: en Romanos 1:17, en Gálatas 3:11 y en Hebreos 10:38. También contiene tres palabras importantes: justo, fe y vivirá. Romanos 1 menciona “ el justo”: “eljusto por la fe tendrá vida y vivirá ”; Gálatas 3 habla de “la fe”: “el justo tendrá vida y vivirá por lafe”; y Hebreos 10, de “vivirá”: “Mi justo vivirá por fe”. El Antiguo Testamento contiene la luz de Dios, y el Nuevo Testamento da salida a dicha luz usando el mismo versículo en diferentes libros. Por lo tanto, la revelación consiste en emitir la luz divina contenida en la Palabra que Dios ya habló. Como podemos ver, esta luz no es privada, sino que tiene una base. CUATRO Permítanme repetir: aparte del misterio del Cuerpo de Cristo compuesto de judíos y gentiles y descrito en Efesios, el Nuevo Testamento no contiene nada nuevo. El Nuevo Testamento es el amplio desarrollo del Antiguo Testamento. Debemos recordar, como principio fundamental, que la Palabra contiene la luz de Dios. Así que a fin de servir al Señor como ministros, tenemos que conocer Su Palabra. También debemos recordar que estar familiarizados con la Biblia no nos constituye ministros de la Palabra, pero si no la conocemos, las posibilidades de llegar a serlo se reducen. Debemos ser diligentes en nuestro estudio de la Biblia. A fin de conocer las Escrituras, debemos familiarizarnos con las cosas espirituales. No solamente debemos leer, estudiar y memorizar toda la Biblia, sino que también debemos hacerlo en la presencia de Dios. Debemos permitir que estas palabras que ya fueron proferidas nos hablen una vez más. Una persona que nunca ha tocado la Palabra de Dios, no puede ver Su luz. Las palabras que nosotros anunciamos constan en el Nuevo Testamento, así como las palabras del Nuevo Testamento están incluidas en el Antiguo Testamento. De la misma manera que lo dicho por Pablo y los demás apóstoles provenía de Moisés y los profetas, nuestras palabras provienen de Pablo y de los demás apóstoles. Necesitamos aprender a recibir más luz usando las palabras de los apóstoles. Todas las revelaciones que tenemos ahora, representan la extensión de la luz que contienen las palabras que ya se han proclamado. Cuando Dios habló al hombre por primera vez, lo hizo directamente. A partir de ese momento, las palabras adicionales que recibimos provienen de esas primeras palabras; o sea que nuestro mensaje se edifica sobre las palabras existentes. El principio básico que debemos seguir es recibir las palabras por medio de la Palabra, y elaborar mensajes apoyándonos en las palabras que ya existen. La Palabra de Dios no es privada ni aislada. Si lo que decimos no procede de la Biblia, no somos aptos para ser ministros de la Palabra. Debemos acudir a la Palabra de Dios según el ejemplo que los apóstoles nos dieron, no como los escribas y los fariseos. Debemos obtener luz de la Palabra y crear más proclamaciones de la Palabra. Dios creó el primer grano de trigo, pero los granos subsiguientes son la multiplicación del primer grano. Un grano produce muchos granos, y éstos a su vez producen muchos más. El primer grano procedió de Dios; fue creado, o sea que no hubo otro antes que él; nunca se había visto otro. La Palabra de Dios opera según el mismo principio. La primera palabra procedió de Dios; nadie había visto nada semejante, pero la Palabra siguió un progreso y surgieron otras palabras. La primera palabra que Dios expresó no tenía ningún punto de referencia. Hoy esta palabra se ha multiplicado. Con cada generación, la Palabra se hace más clara y fructífera. Así como no esperamos que Dios cree un grano de la nada a fin de cultivarlo, tampoco debemos esperar que Dios cree ahora la Palabra de la nada. Las palabras que recibimos ya fueron establecidas por Dios. De igual manera, sólo podemos recibir la luz que procede de la luz ya existente, y la revelación que se basa en la que ya se dio. Este es el camino que deben seguir los ministros de la Palabra hoy, pues sería una herejía traspasar este límite. Hermanos y hermanas, no permitan que nadie afirme gratuitamente ser apóstol o profeta. Si alguien va más allá del limite de la Palabra que Dios estableció, lo que esa persona diga será herético y diabólico. Cometeremos un gran error si hablamos con liviandad. Todo lo que procede de la Biblia es correcto; así que si no procede de ella sino de otra fuente, es falso. Todo lo que anunciamos hoy procede de lo que se dijo en el pasado. Ya no estamos en la época de la creación. El principio que rige hoy es el principio de procreación. La revelación engendra más revelación; la luz engendra más luz, y la palabra engendra más palabra. Paso a paso estamos aprendiendo a hablar, y esperamos con el tiempo recibir el ministerio de la Palabra. LA INTERPRETACION PROVIENE DEL ESPIRITU SANTO Debemos notar, para nuestro beneficio y el de los demás, que la palabra que los ministros proclaman no debe ser privada ni ajena a lo que consta en la Biblia. Todas las palabras subsiguientes que Dios ha expresado se basan en Su Palabra original. Lo que consta en el Nuevo Testamento tiene como base lo dicho en el Antiguo Testamento. De la misma manera, todo lo que digamos en la actualidad debe tener la Biblia como base. La Palabra de Dios es viva y orgánica, así que si alguien no se basa en ella cuando habla y afirma que lo dicho por él es independiente, separado y distinto de las palabras que Dios asentó en la Biblia, podemos decir con certeza que lo que dice esa persona es herético y que su doctrina es satánica. Los ministros de la palabra que Dios tiene en esta época no hablan al azar, sino que edifican su ministerio sobre el sólido fundamento de la Palabra. Vayamos más adelante. Los ministros deben hablar con base en lo que Dios ya dijo; sin embargo, Dios tiene que explicarles la Palabra y darles la interpretación de la misma. Así que, no todos los que toman la Palabra de Dios como base para hablar son necesariamente ministros de Su palabra, ni tampoco pueden declarar que son mensajeros de la Palabra de Dios simplemente por conocerla. Si bien una persona puede ser versada en el Antiguo Testamento, ese solo factor no la hace apta para escribir el Nuevo Testamento. De la misma manera, uno puede estar bien familiarizado con el Nuevo Testamento, pero eso no significa que sea ministro de la Palabra. Aunque debemos descartar todo discurso que no tenga la Escritura como base, debemos ser cuidadosos, pues no tenemos que recibir cualquier mensaje sólo porque tenga el fundamento adecuado. Debemos examinar lo que la persona dice para ver si contiene la interpretación de Dios. Sólo Dios puede interpretar la Palabra que El dio. Es decir, su interpretación no depende de nuestra mente, ni de nuestra excelente memoria, ni de nuestra diligencia. También debemos tener presente que no podemos tomarla en su forma original y anunciarla diciendo que es el ministerio actual de la Palabra. Podemos memorizar los ciento cincuenta capítulos del libro de los Salmos, o el libro de Cantar de Cantares, o el libro de Isaías, o dedicar cincuenta años al estudio del libro de Daniel, pero esto no garantiza que podamos interpretar dichos libros. Si no basamos nuestras palabras en la Palabra ya establecida por Dios, no podemos ser Sus heraldos, pero esto no significa que por hablar basándonos en ella, ya seamos sus ministros. Muchos escribas y fariseos conocían muy bien el Antiguo Testamento; sin embargo, ninguno de ellos era ministro de la Palabra. Es posible que algunas personas hayan estudiado la Biblia exhaustivamente, pero esto no significa que sean sus ministros. El ministro de la Palabra no solamente conoce la Palabra, sino que además Dios se la ha abierto y explicado. Un ministro de la Palabra de Dios debe contar primero con un fundamento apropiado, y luego con la interpretación correcta. Si no reúne estos dos requisitos, no puede ser ministro de la Palabra de Dios. ¿Cómo explica Dios Su palabra? ¿Cómo interpretó el Antiguo Testamento a los ministros del Nuevo Testamento? En el Nuevo Testamento tenemos por lo menos tres clases de interpretaciones: la interpretación de las profecías, la interpretación de la historia y la interpretación por síntesis, o sea, por medio de la recopilación y combinación de algunos pasajes de la Biblia. Al leer el Antiguo Testamento, los ministros del Nuevo Testamento tenían ante ellos las profecías, la historia y el compendio de algunos pasajes; sin embargo, todo esto necesitaba la interpretación del Espíritu Santo. LA INTERPRETACION DE LAS PROFECIAS Tomemos por ejemplo el evangelio de Mateo y estudiemos la manera en que su autor sirvió como ministro de la Palabra de Dios. Mateo fue dirigido por el Espíritu Santo al narrar la historia del Señor Jesús. Mientras escribía, el Espíritu Santo lo iluminaba. El evangelio de Mateo no dependió del tiempo que dedicó al estudio, sino de la iluminación del Espíritu Santo. Con esto no quiero decir que Mateo no estudiara el Antiguo Testamento. Aunque era un recaudador de impuestos, es probable que después de ser salvo haya dedicado mucho tiempo a estudiar las Escrituras. Por eso, el Espíritu Santo pudo traer a su memoria muchas citas, como la de Isaías 7, en Mateo 1:23: “He aquí, una virgen estará encinta y dará a luz un hijo, y llamarán Su nombre Emanuel”. Pero, ¿qué significan estas palabras? El Espíritu Santo le dio la explicación y la interpretación: este pasaje se refiere al nacimiento del Señor Jesús. El momento llegó en que Dios vino para estar con nosotros; antes El estaba con nosotros, pero de una manera diferente. Ahora está con nosotros porque el Señor Jesús vino a la tierra. Esta es la interpretación que dio el Espíritu Santo. Necesitamos conocer la Palabra ya establecida por Dios, pero también necesitamos la interpretación que el Espíritu Santo da. El Espíritu Santo es el único que puede determinar el significado de la Palabra de Dios. En Mateo 2:15 dice que el Señor Jesús salió de Egipto. En este pasaje, Mateo cita Oseas 11:1. Al leerlo, posiblemente no notemos que este pasaje se refiere al Señor Jesús; pero debido a que el Espíritu Santo lo interpretó, Mateo pudo ver esto claramente. En Mateo 2:18 leemos: “Voz fue oída en Ramá, llanto y lamento grande; Raquel que llora a sus hijos, y no quiso ser consolada, porque ya no existen”. Esta es una cita de Jeremías 31:15. Al leer este pasaje, nunca se nos hubiera ocurrido que se refería a lo que hizo Herodes tratando de matar al Señor Jesús. Sin embargo, debido a que el Espíritu Santo lo interpretó, ahora conocemos su significado. En Mateo 3:3 dice: “Pues éste es aquel de quien se habló por medio del profeta Isaías, cuando se dijo: ‘Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad Sus sendas’ ”. Al leer Isaías 40:3 es posible que no hubiéramos pensado que este pasaje se refería a Juan el Bautista. El Espíritu Santo interpretó su significado a Mateo. En Mateo 4:13 descubrimos que el Señor Jesús habitaba en Capernaum, que está en la región de Zabulón y de Neftalí. Y en los versículos 14 al 16, cita Isaías 9:1-2 diciendo: “Para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta Isaías cuando dijo: ‘Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí; camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles; el pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región y sombra de muerte, luz les amaneció’”. Sólo el Espíritu Santo nos puede revelar que Isaías 9 se refiere al Señor Jesús. Esto nos muestra una vez más que no es suficiente conocer la Palabra; el ministro de Dios también debe saber interpretarla según la revelación que procede del Espíritu Santo. Sólo entonces podemos afirmar que la Palabra de Dios es la base de nuestra disertación. Sin la interpretación del Espíritu Santo, la Palabra está sellada para nosotros y, por consiguiente, no es la base de nuestro discurso. En Mateo 8, el Señor Jesús sanaba enfermedades y echaba fuera demonios. El versículo 17 cita Isaías 53:4, diciendo: “Para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta Isaías, cuando dijo: ‘El mismo tomó nuestras debilidades, y llevó nuestras enfermedades’”. La revelación que recibió Mateo fue la base de lo que escribió. El ministerio de la Palabra de Dios tiene como base lo que Dios ya expresó; sin embargo, tiene que ser revelada a los ministros a fin de que sea la base de lo que anuncian. Sin revelación, cualquier cita que se haga es simplemente una aplicación artificial y no encaja en el ministerio de la Palabra de Dios. Así que necesitamos el fundamento y también la interpretación apropiada. En Mateo 12:10-16, el Señor Jesús sanó a un hombre que tenía una mano seca. Le dijo: “Extiende tu mano” y aquel hombre la extendió, y le fue restaurada. Entonces el Señor “se retiró de allí; y muchos le siguieron, y sanaba a todos, y les encargaba rigurosamente que no le descubriesen”. Al llegar a esta parte, Mateo cita Isaías 42:1-4 de esta manera: “Para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta Isaías, cuando dijo: ‘He aquí Mi Siervo, a quien he escogido; Mi Amado, en quien se complace Mi alma; pondré Mi Espíritu sobre El, y a los gentiles anunciará juicio. No contenderá, ni voceará, ni nadie oirá en las calles Su voz. La caña cascada no quebrará, y el pábilo humeante no apagará, hasta que saque a victoria el juicio. Y en Su nombre pondrán los gentiles su esperanza’” (Mt. 12:17-21). La interpretación del Espíritu Santo hizo posible la vinculación de Isaías 42 con Mateo 12. Esta interpretación permitió que Mateo tuviera el ministerio de la Palabra. El ministerio de la Palabra requiere que el Espíritu Santo interprete la Palabra de Dios. Dicha interpretación está fuera del alcance de las personas comunes como los escribas y los fariseos. A fin de poder comunicar esta Palabra, Dios tiene que explicárnosla. Mateo no era un ministro de la Palabra que hablara al azar; lo que decía tenía como fundamento el Antiguo Testamento. ¿Cómo logró esto? El primero estudió minuciosamente el Antiguo Testamento, y luego, el Espíritu Santo abrió y explicó la Palabra. La palabra de Dios interpretada por el Espíritu Santo es la base del ministerio de la Palabra. Sin este fundamento el ministerio no existe. El libro de Mateo contiene muchas citas del Antiguo Testamento, muchas de las cuales son expresadas por el Señor Jesús. Los ejemplos mencionados fueron citados por Mateo. El dice que lo acontecido era el cumplimiento de lo que Isaías y otros profetas habían dicho. Sabemos que Mateo era un recaudador de impuestos; no obstante, es sorprendente ver que cite el Antiguo Testamento con tanto acierto. El no era ni escriba ni fariseo como Pablo, pero tenía el ministerio de la Palabra. El se basaba en el Antiguo Testamento, y el Espíritu Santo le daba la interpretación. No es suficiente tener la Biblia sola; necesitamos que el Espíritu Santo la abra a nosotros. Estudiemos ahora el capítulo veintisiete de Mateo. La partida del Señor Jesús estaba cerca; Judas se había ahorcado; y el sumo sacerdote y los ancianos habían tomado el dinero que Judas había recibido por traicionar al Señor Jesús y lo usaron para comprar un terreno. “Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de Sangre” (Mt. 27:8). Notemos que Mateo después de relatar esto, añade: “Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías, cuando dijo: ‘Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del que fue tasado, aquel a quien pusieron precio los hijos de Israel; y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor’” (vs. 9-10). Mateo nos muestra que éste es el cumplimiento de la profecía de Jeremías. Es difícil ver el significado de este pasaje en el libro de Jeremías, pero el Espíritu de Dios le abrió esta palabra a Mateo, y él pudo asociarla con lo acontecido. Vemos entonces que Mateo tenía el ministerio de la Palabra. LA INTERPRETACION DE LA HISTORIA En 1 Timoteo 2:13-14 se alude a la historia de Adán y Eva: “Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión”. Satanás no vino a Adán directamente, sino a Eva, y ésta tentó a Adán. Primero Eva cayó en el engaño de Satanás, y luego cayó Adán al ser tentado por Eva. El Antiguo Testamento narra este hecho, y el Nuevo Testamento nos da la revelación por medio del Espíritu Santo, el cual nos muestra que la mujer no debe ser la cabeza de la iglesia, ni debe predominar sobre el hombre. Esto establece un principio básico y nos presenta un patrón. Siempre que la mujer asume el mando, el pecado se introduce en el mundo. Este hecho es parte de la historia de Adán y Eva, pero al ser revelado, se convierte en la base para el ministerio de la Palabra. En Romanos 9 Pablo cita Génesis 21 cuando habla de la historia de Abraham. Leemos en Romanos 9:7: “En Isaac te será llamada descendencia”. Y añade: “En este tiempo el próximo año vendré, y Sara tendrá un hijo” (v. 9). Este hecho de la historia está en el Antiguo Testamento, pero el Espíritu Santo abrió esta palabra a Pablo y le reveló su significado. Pablo comprendió que “no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos” (vs. 6-7). Sólo los que nacen de Sara son contados como hijos, ya que la promesa de Dios se relacionaba con Sara. Isaac nació según esta promesa y fue el hijo contado como descendiente de Abraham. De igual manera, sólo los que creen en el Señor Jesús y nacen según la promesa, son hijos de Dios. Ver esto le dio a Pablo el ministerio de la Palabra de Dios. Si al leer la historia de Abraham y Sara, Pablo no hubiera recibido la interpretación del Espíritu Santo, ésta habría sido un simple relato. Como podemos ver, el ministerio de la Palabra de Dios requiere la interpretación del Espíritu Santo, sin esta revelación no podemos usar como base la palabra que Dios dio en el pasado. En el libro de Gálatas, Pablo explica la historia de Isaac con más detalles y más claramente. En Gálatas 3:29 dice: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendencia de Abraham sois, y herederos según la promesa”. Y en Gálatas 4:28 leemos: “Así que, hermanos, nosotros, a la manera de Isaac, somos hijos de la promesa”. Este era el pensamiento de Pablo y constituía su ministerio. ¿De donde provenía su ministerio? De una historia del Antiguo Testamento. El Espíritu Santo le reveló que la promesa era la llave para comprender el significado de dicha historia. Dicha promesa se encuentra en Génesis 18:10: “De cierto volveré a ti; y según el tiempo de la vida, he aquí que Sara tu mujer tendrá un hijo”. Puesto que esa promesa se cumpliría el año siguiente, no en ese mismo día, podemos decir que Isaac nació según la promesa. Nosotros, igual que Isaac, también nacimos según la promesa. Este asunto es muy claro. Pablo pudo comunicar esto a los hijos de Dios porque el Espíritu Santo le dio la interpretación. Sin ésta no se puede anunciar la Palabra de Dios. Necesitamos la interpretación que viene del Espíritu Santo en cada profecía y en cada historia. Todos los relatos del Antiguo Testamento requieren la explicación del Espíritu, pues sin ella no es posible ministrar la Palabra. Veamos este otro ejemplo: “Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade” (Gá. 3:15). Pablo dice que una vez que un pacto es concertado, no se puede invalidar ni alterar. Esto es válido no sólo con relación a Dios sino también al hombre. En el versículo 16 añade: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: ‘Y a los descendientes’, como si hablase de muchos, sino como de uno: ‘Y a tu descendencia’, la cual es Cristo”. Esto nos muestra cuán exacto era Pablo. En Génesis Dios le dijo a Abraham que iba a bendecir a otros por medio de su simiente. El Espíritu de Dios le dio a Pablo la explicación de este pasaje y él la escribió en estos versículos. Dios iba a bendecir a otros por medio de Abraham y de su descendencia. ¿Cuál es nuestro entendimiento de la palabra hebrea que se traduce descendencia? Notemos que esta palabra está en singular. Pablo observó esto e inmediatamente se dio cuenta de que la intención de Dios no era bendecir a las naciones por medio de todos los descendientes de Abraham. Si ese hubiera sido el caso, la gracia de Dios se habría limitado a los judíos, pues sólo ellos habrían podido traer esta bendición a todo el mundo. Pero la palabra descendencia está en singular. Esta descendencia es Cristo. Al decir que iba a bendecir a las naciones por medio de la descendencia de Abraham, Dios se refería a Cristo. Parece un detalle sin importancia que la palabra descendencia esté en singular, y no en plural; no obstante, detrás de este asunto que parece tan sencillo, yace una verdad muy crucial. El Espíritu Santo le reveló este hecho a Pablo y le mostró su significado. Este entendimiento le permitió tener el ministerio de la Palabra. Estudiemos otro caso. En Génesis 15 se nos dice que Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Con base en esto, Pablo nos muestra que Dios no justifica al hombre por sus obras justas sino por la fe. Este es el ministerio de Pablo. Puesto que Abraham fue justificado por la fe, todos sus descendientes son justificados de la misma manera, y a su vez, los que son justificados por la fe, éstos son hijos de Abraham (Gá. 3:6-7). La fe de Abraham le fue contada por justicia, y de igual manera, todos los que son de la fe son justificados con el creyente Abraham (vs. 8-9). Pablo muestra que Génesis 15 no sólo habla de un hecho ni de un evento histórico, sino de un principio: la justificación por la fe. Debemos tener presente que tanto los relatos como las profecías que contiene el Antiguo Testamento tienen un gran valor. Para algunos, las profecías, los preceptos y enseñanzas de la Biblia son valiosas, pero no la historia; piensan que la historia no tiene importancia. Un incrédulo posiblemente acepte el libro de Proverbios, pero no el de Génesis. No obstante, todos los sucesos históricos de la Biblia, sus enseñanzas, sus preceptos y sus profecías constituyen la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es indivisible y requiere la interpretación del Espíritu Santo. Este mismo principio gobierna todos sus componentes, incluyendo la historia y la profecía. Muchas verdades y revelaciones bíblicas son descubrimientos encontrados en la historia del Antiguo Testamento. Al servir como ministro de la Palabra de Dios, Pablo recibía la revelación del Espíritu, alguna veces por medio de las profecías del Antiguo Testamento, y otras, por medio de los sucesos históricos. El Espíritu Santo tiene que interpretarnos los hechos del Antiguo Testamento para que podamos ejercer el ministerio de la Palabra. LA INTERPRETACION POR SINTESIS Estudiemos la interpretación por síntesis. Dios asigna a los ministros de Su Palabra esta clase de interpretación especial. Analicemos, por ejemplo, el servicio de Pedro como ministro de la Palabra de Dios en el día de Pentecostés. Ese día ocurrió algo maravilloso: El Espíritu Santo fue derramado sobre los creyentes y aparecieron los dones. En ese día muchos hablaron en diversas lenguas. Las ciento veinte personas que estaban allí reunidas recibieron lo que los israelitas nunca antes habían recibido. Previamente, el Espíritu Santo había venido sobre personas aisladas. Una o dos personas o, a lo sumo, un grupo de profetas había recibido el Espíritu de Dios; pero ese díafue vertido el Espíritu de Dios sobre los ciento veinte hombres y mujeres que se hallaban allí, de tal manera que parecía que estaban ebrios. En toda la historia de Israel jamás había ocurrido algo semejante. Vemos claramente que en ese preciso momento Dios le dio las llaves del reino a Pedro. Pedro, uno de los once apóstoles, tomó la iniciativa y aprovechó la oportunidad para dar testimonio del Señor. Puesto en pie les explicó a los judíos lo que acababa de acontecer, les dio testimonio y los exhortó a participar de lo mismo. En eso consistió su predicación. Allí en Pentecostés él fue un ministro de la Palabra. Pedro no basó su mensaje en un solo pasaje, sino que combinó tres porciones y recibió luz por medio de esta síntesis. Lo que Pedro hizo no fue un análisis, sino una síntesis de tres pasajes de la Palabra. Aparte de la explicación que Dios le dio de este hecho extraordinario, Pedro reunió tres porciones de las Escrituras con las cuales explicó a los judíos lo que estaba sucediendo. En la actualidad, los siervos de Dios también ven las cosas espirituales al juntar varios pasajes de las Escrituras. Esta práctica sigue el mismo principio del ministerio que Pedro ejerció el día de Pentecostés. En el día de Pentecostés, Pedro predicó basándose en la síntesis de tres pasajes: Joel 2, Salmos 16 y Salmos 110. El Espíritu Santo combinó estos tres pasajes e interpretó su significado. Es así como se interpreta valiéndose de una síntesis. Un ministro de la Palabra no necesariamente ejerce su función mediante un sólo pasaje de las Escrituras. Muchas veces, la interpretación es el resultado de una combinación de pasajes, lo cual se usa más comúnmente en el ministerio de la Palabra hoy. Necesitamos relacionar muchos pasajes para descubrir lo que comunican. Veamos un ejemplo. En el Antiguo Testamento se usaron cuatro objetos de adoración: los dos becerros de oro, la serpiente de bronce, el efod de Gedeón y la imagen tallada que erigió Micaía (1 R. 12:28-33; 2 R. 18:4; Jue. 8:27; 18:14-31). Si queremos dar un mensaje acerca de los diferentes tipos de objetos que no se deben adorar, podemos combinar estos pasajes para hablar de ello. Podemos estudiar muchos temas sintetizando diferentes pasajes. Pedro presentó una síntesis el día de Pentecostés. En su mensaje, habló del derramamiento del Espíritu Santo, citando Joel 2, de la resurrección del Señor Jesús, basándose en Salmos 16; y de la ascensión del Señor, apoyándose en Salmos 110. Pedro juntó estos tres temas. El Señor Jesús resucitó, pero además de eso no se quedó en la tierra, sino que ascendió a los cielos, y el resultado de esta ascensión fue el derramamiento del Espíritu Santo. La muerte no pudo retener al Señor Jesús. El resucitó y ascendió al Padre, y ahora espera hasta que Su enemigo sea puesto por estrado de Sus pies. El Padre lo glorificó, lo cual se comprueba por el derramamiento del Espíritu Santo. Ese día, mientras Pedro servía como ministro de la Palabra de Dios, el Espíritu Santo le dio la interpretación de estos tres pasajes de las Escrituras. La interpretación de estos tres pasajes, le dio a Pedro un sólido fundamento para hablar. El ministerio de la Palabra requiere que el Espíritu Santo nos interprete la Palabra de Dios, y por nuestra parte, debemos tomar la palabra interpretada como la base de nuestro mensaje en nuestro ministerio. En el libro de Hechos encontramos otros ejemplos de esta enseñanza. En el capítulo tres, el mensaje de Pedro fue breve, pues constaba de unas cuantas expresiones. Sin embargo, en él combinó pasajes de Deuteronomio y de Génesis. Esteban, en el capítulo siete, dio un mensaje que indiscutiblemente era el ministerio de la Palabra. A pesar de que su mensaje contenía pocas explicaciones, su discurso fue poderoso. Se limitó a narrar la historia del Antiguo Testamento por períodos, comenzando con el llamado de Abraham en Génesis 12; luego habló de la época de Moisés en Egipto, hasta llegar al tiempo cuando los israelitas se rebelaron contra Dios. El citó Génesis, Exodo, Deuteronomio, Amós e Isaías. Su predicación enfureció a sus oyentes de tal modo que lo apedrearon hasta darle muerte. Esto prueba que el ministerio de la Palabra que él ejercía era muy especial. No dio muchas explicaciones; simplemente narró la historia en forma detallada. Este mensaje salió del espíritu de Esteban, y los que lo oyeron no pudieron resistirlo. Esta síntesis fue muy poderosa. En el capítulo trece, Pablo se basó en este mismo principio. Al predicar en Antioquía de Pisidia, citó 1 Samuel 13, Salmos 89, Salmos 2, Isaías 55, Salmos 16 y Habacuc. Esta fue una verdadera síntesis, en cuya conclusión Pablo alentó a la audiencia a aceptar a Jesús de Nazaret como su Salvador. Cuando los ministros neotestamentarios leen el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo les da la interpretación en cuanto a la profecía, la historia y la combinación de varios pasajes. Debemos prestar especial atención a la palabra que proviene de la combinación de varios pasajes. El libro de Hebreos contiene muchos mensajes de esta clase, lo mismo la epístola a los Romanos y la epístola a los Gálatas. Cuando el Espíritu Santo mandaba a los apóstoles a hablar de cierto tema, seleccionaba versículos del Antiguo Testamento y los guiaba a presentar la Palabra. Este mismo principio gobierna a los ministros de la Palabra de hoy. Así como Pedro, Pablo, Mateo y los demás apóstoles llevaron a cabo su ministerio al hablar guiados por el Espíritu Santo y según el Antiguo Testamento, nosotros también llevamos a cabo nuestro ministerio al hablar según ambos Testamentos y la guía del Espíritu Santo. Los apóstoles no hablaban al azar; ellos seguían la dirección del Espíritu Santo; proclamaban lo que Dios les decía y basaban su discurso en la interpretación que el Espíritu daba de la palabra que Dios había dado previamente. En esto consiste el ministerio de la Palabra. ES NECESARIA LA INTERPRETACION DEL ESPIRITU Los ministros del Nuevo Testamento, como por ejemplo, Mateo, Pablo, Pedro, se apoyaban en el Antiguo Testamento, y ninguno de ellos habló por su propia cuenta, ni de manera independiente ni autónoma. Sin embargo, no todo el que lee el Antiguo Testamento puede hablar como Mateo, Pablo o Pedro. Para poder ejercer el ministerio de la Palabra, necesitamos la interpretación del Espíritu Santo. Es El quien ilumina y explica el significado de cierto mensaje, el que descubre los hechos del Antiguo Testamento y nos muestra las palabras a las que debemos dar importancia, y el que nos proporciona la base para hablar. Todos los escritores del Nuevo Testamento tenían el ministerio de la Palabra. Debe suceder lo mismo entre nosotros. Si queremos ser ministros de la Palabra de Dios, necesitamos estudiar la Biblia diligentemente y recordar que no basta con leerla, pues necesitamos pedirle al Espíritu del Señor que nos muestre los hechos más importantes de la Palabra escrita, que vuelva nuestra atención a esos hechos y nos dé su interpretación. Un ministro de la Palabra debe tener una base para hablar; no debe expresarse de manera independiente, ni suponer que lo único que necesita es memorizar la Palabra, pues es necesaria la interpretación del Espíritu Santo. Debemos tener presente que el ministerio de la Palabra hoy es mucho más extenso que el de los escritores del Nuevo Testamento. Esto no significa que lo que ahora vemos sea más profundo que lo que ellos vieron. Sabemos que la Palabra de Dios se completó con el libro de Apocalipsis. Todas las verdades de Dios, las más elevadas y las más profundas, ya están escritas. No obstante, el ministerio de la Palabra hoy es más espléndido. Pablo anunció la Palabra basándose en las palabras divinas del Antiguo Testamento; pero nosotros no sólo nos basamos en el Antiguo Testamento, sino también en los escritos de Pablo, de Pedro y del resto de los que escribieron el Nuevo Testamento. La Biblia que tenemos hoy es más extensa que la de Pablo. El sólo tenía treinta y nueve libros, pero nosotros tenemos sesenta y seis. Hoy el ministerio de la Palabra que llevan a cabo los siervos de Dios debe ser más prolífico que antes, ya que el material que el Espíritu de Dios puede usar y la oportunidad que tiene de interpretarlo es mucho mayor ahora. No hay razón para tener escasez; debe haber abundancia. En el pasado muchas personas han dedicado un tiempo considerable al estudio de la Biblia y, con la ayuda del Espíritu Santo, han podido ver la diferencia que hay entre las palabras que aparecen con artículo y las palabras que aparecen sin él, como por ejemplo: Cristo y el Cristo; ley y la ley; fe y la fe. Descubrir esto requiere un estudio minucioso. En el Nuevo Testamento, el título Jesucristo se refiere al Señor antes de resucitar, y el título Cristo Jesús se refiere al Señor resucitado. También podemos ver que en ninguna parte de la Biblia se nos dice que los creyentes están en Jesús; pero sí que están en Cristo. Estos pormenores tan preciosos requieren un estudio muy detallado a fin de poderlos extraer. Debemos permitir que el Espíritu del Señor nos hable para que veamos la exactitud que hay en la Palabra de Dios. En la Biblia hay muchas palabras que no son equivalentes. Muchos pronombres tienen un significado especial y no pueden ser remplazdos por otras palabras. Es claro que en la Biblia, la sangre significa redención, y la cruz habla de la disciplina por la que pasa nuestro ser, pues cuando se menciona la vieja creación, se hace alusión a la crucifixión, y cuando se habla de llevar la cruz, se refiere al hombre natural. La Palabra de Dios es inconfundible. En relación con la operación del Espíritu Santo, la obra de constitución es interna, pero en relación con la experiencia de los dones, es externa. Ejemplos como estos demuestran la exactitud de las Escrituras. Los escritores del Nuevo Testamento notaron la exactitud del Antiguo Testamento, y se subordinaron a la interpretación del Espíritu del Señor. Nosotros también debemos hacer lo mismo. Debemos basarnos en ambos Testamentos para tener un rico ministerio de la Palabra. Necesitamos estudiar la Biblia, y también tener la interpretación del Espíritu Santo. Un verdadero ministro de la Palabra no recibe una revelación aislada, descomunal y sin precedentes, sino que desarrolla la luz que tiene sobre lo que Dios manifestó en el pasado. Esto es lo que Pablo, Pedro y los demás ministros del Señor hicieron en sus días, y esto es lo que los ministros del Señor debemos hacer hoy. Antes de Pablo hubo otros ministros, y antes de nosotros están Pablo, los demás apóstoles y los sesenta y seis libros de la Biblia, la cual es la Palabra escrita de Dios. La revelación, la luz y la palabra actual tienen que concordar con las de quienes nos precedieron. Pablo necesitó la interpretación del Espíritu a fin de ser un ministro de la Palabra. Nosotros también, si queremos ser ministros de la Palabra, necesitamos que el Espíritu Santo nos dé la interpretación. La palabra de Dios ha sido comunicada y ha adquirido más palabras de generación en generación. Nadie debe tener un mensaje autónomo. La segunda persona ve más que la primera; la tercera ve más que la segunda; y la cuarta ve más que la tercera. Con el transcurso del tiempo se ven más cosas. Dios vino directamente a la primera persona, pero las demás siguieron las pisadas de sus predecesores. Es así como la Palabra de Dios crece. Si Dios nos concede Su misericordia y Su gracia y abre nuestros ojos para que veamos lo que El expresó, tendremos una base sobre la cual servir como ministros de Su palabra. Es posible que haya muchos ministros, pero la Palabra es una sola. De generación en generación, los ministros son el producto de la Palabra. Los ministros postreros deben pedirle a Dios que les dé la interpretación de la palabra proclamada por los ministros que les precedieron. Es así como se unen al gran “Verbo” de Dios y a todos los ministros de Dios. Este principio es esencial: la Palabra es una sola, pero los ministros son muchos.
Posted on: Fri, 30 Aug 2013 23:03:45 +0000

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