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----Este hueco no se llena con nada, intenté con alfajores, con mandarinas, me comí unos higos en almíbar, cociné unos huevos y los mezclé con el arroz del medio día. También intenté comerme algunas novias y amparadas por la ley contra la antropofagia evitaron ser comidas. Los cigarros tuvieron buen efecto durante un sólo mes, luego seguí comiéndomelos pero ya no solucionaron el problema. ----Es un agujero terrible, la diferencia de presión entre el afuera y el adentro prohíja un viento constante y por eso necesito taparlo; el viento despeina, me torna desprolijo, voltea los estantes en que acomodo mis libros, se lleva puesto autos y casas, es un huracán a veces, esas veces en que, vaya a saber uno por qué, la diferencia de presión es abismal. Claro que mi psiquiatra sabe el por qué de ese hueco, y yo he aprendido de él a nombrar ese por qué, pero nombrarlo es infinitamente distinto a padecerlo, a ser una bisagra entre el mundo tal cual lo entienden otros y esta interioridad cóncava. ----La naturaleza, escuhé, odia los gradientes, por suerte aprendí a no odiarme, pero soy un gradiente. Muchas veces antes pensé en ponerle fin a esta forma inhóspita de la biología. Pensé en tapar el hueco con la inexistencia, pero algo me persuadió de no hacerlo, y creo que fue el hueco mismo. Aprendí a escribir, aprendí a cantar, aprendí, en definitiva a manifestarme con la fuerza de ese repecho. ----Algo evita, sin embargo, que deje de procurar deshacerme del hueco, y ese algo es una irresponsable vergüenza, una inhibición mezquina que me constituyó desde pequeño. Me enseñaron que el mundo no tolera los huracanes, no tolera las catástrofes en general. Aprendí desde chico que los hombres y mujeres asisten a oficinas equivalentes, a horarios equivalentes, con sueldos proporcionales a las horas dedicadas; horas que son todas las posibles, porque una sola hora sin dedicación genera huracanes o vientos menores igualmente inapropiados; y cuando en alguna esquina de la ciudad un payaso iluminaba los rostros de los niños con payasadas, era sólo eso, payasadas, contorciones pintorescas, la exótica expresión de un paria, que pobre, no habría tenido la posibilidad grandiosa de encontrar una oficina que lo contrate. Ese valor aprendí a darle a la maravillosa existencia de los payasos, y hoy que considero que esas personas vivifican el mundo, cargo aún con significados inconscientes y a contramano que me impiden ser justamente un payaso en una esquina cualquiera. ¿Pero quién me dijo que no soy un payaso en una esquina cualquiera? Esa es la irresponsable vergüenza.
Posted on: Tue, 18 Jun 2013 11:06:06 +0000

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