001 Diego el ingeniero, cualquiera de nosotros puede ser AQUELLOS - TopicsExpress



          

001 Diego el ingeniero, cualquiera de nosotros puede ser AQUELLOS BRUTOS A falta del nombre verdadero de aquellos verdugos uniformados de verde olivo, los presos políticos les llamábamos "La Pinta", "Brazo de Oro", "Ma-Queda", "Carro Loco", "Girón", "Escambray", "El 9", "Tabaquito", "Perro Prieto", "Eta-quetaquí", "To-le-jode", "Luis Marihuana", etc. El apellido, sin embargo, era el mismo para todos aquellos desalmados sicarios del régimen comunista que se gozaban en atormentar y asesinar a los presos políticos cubanos en los campos de trabajo forzado de Isla de Pinos; les pusimos "Morejón el HP", "Enamorado el HP", "Porfirio el HP". Al menos uno de ellos llegó a ser promovido al cargo de Director del Presidio Modelo para Varones de Isla de Pinos y más tarde nombrado como Miembro Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba: Cmdte. "Julio Tarrau el HP". A veces nos metían en potreros donde pastaba el ganado cebú y espantaban a los nerviosos animales para que se nos echaran encima, y en una de aquellas estampidas, una de las bestias levantó por los aires al Gallego Riverón y lo incrustó contra la cerca de alambre de púas destrozándole parte de la cara y causándole numerosas heridas por todo el cuerpo. Otras veces escogían a los presos más débiles y nos obligaban a transportar los sacos de casi 200 libras de fertilizante soviético, caminando descalzos sobre el terreno surcado por el paso de las bestias y tractores que se desplazaban sobre la tierra encharcada por el estiércol y las lluvias recientes. Entonces apostaban sobre quién recorrería la mayor distancia con la apestosa carga sobre los hombros antes de caer desplomados por el peso y el hambre. Creo que una vez yo fui el ganador, pues a pesar de la fiebre palúdica que padecía, pude mover mi harapienta y esquelética figura hasta llegar al final del potrero, dónde, con un esfuerzo supremo y acompañado de un alarido salido de las entrañas, levanté el saco de abono sobre mi cabeza y lo reventé contra la cerca al dejarme caer sobre ella con la pesada carga. El asunto de la cerca rota me ganó otro nivel de castigo. A base de empujones e improperios, me sacaron del portón y me llevaron hasta más allá de un monte cercano, lugar donde practicaban tiro un grupo de carceleros. Resulta que el "blanco" de la práctica lo constituía el mango de los instrumentos de trabajo de mi amigo Roberto Perdomo y otros 10 ó 12 presos políticos más, quiénes "guataca" en mano, limpiaban de malezas un extenso sembradío al pié de la Sierra Caballo. - "Agáchate que te joden", me alertó uno de ellos en tono medio burlón, cuando me incorporé al grupo de castigo. - "Están tirando y están borrachos", dijo otro sin inmutarse, pues la costumbre de vivir siempre en peligro, lo había inmunizado contra el miedo a los desmadres de las tropas especiales para la seguridad del régimen comunista. El largo brazo de los aperos de labranza sobresalía por encima de la cabeza del recluso -- sobretodo si uno se encorvaba lo bastante, como para evitar ser alcanzado por los disparos de la divertida soldadesca. Más de un "palo" de "guataca" ó azadón fue tocado por las balas aquél día, pero Gracias a Dios, los soldados suspendieron la práctica cuando los presos dejaron de agacharse y comenzaron a desafiar a los miserables asesinos. Martín Pérez, un hombre de fuerte complexión física que llegó a pesar 119 libras, así como Vigo Cancio y otros jóvenes todavía saludables, obtuvieron la deseada oportunidad de intercambiar golpes con "El Negro Campeón", los hermanos "Sera" y otros esbirros que según se decía, habían practicado boxeo en la categoría de pesos completos del ejército castrista. Los presos políticos elegidos para el combate pugilístico clandestino, eran separados subrepticiamente del grupo de trabajo y llevados a un claro en la manigua, donde se improvisaba un cuadrilátero y se les golpeaba hasta que quedaban exhaustos y magullados en la desigual pelea. A pesar de todas aquellas carencias y vicisitudes, el suicidio no era una opción. Cuando alguno de nosotros arremetía contra la guarnición, enseguida los demás a su alrededor lo cubríamos con nuestros cuerpos y entonces se iniciaba un proceso de negociación con los feroces guardianes para que no lo mataran. Esa gestión muchas veces tenía un éxito momentáneo, pues quedaba pendiente el consiguiente maltrato físico; además, el expediente de "peligroso" podría traerle consecuencias futuras aún peores al patriota que había llegado al límite de su resistencia, incluyendo la eliminación física como el caso de "Paco Pico" -- en los pabellones de castigo y dentro de una celda unicelular --, ó como a muchos otros, la extensión indefinida de la condena impuesta inicialmente. Por otra parte, los presos políticos cubanos de la época, enfrentamos los métodos de terror impuestos por los comunistas y creamos nuestros propios modos de entretenimiento. A alguien se le ocurrió una vez, formar dos "equipos de pelota" con reglas muy similares a las del pasatiempo nacional; solo que el "turno al bate" estaba determinado por el momento en que comenzaba el castigo corporal contra el recluso durante la jornada de trabajo. Es decir, el primer golpeado ó herido del día era el primer "bateador", el segundo sería el número 2 y así sucesivamente, dependiendo del "equipo" al que perteneciera el prisionero castigado. 3 planazos ó menos era "base por bolas", aunque estos "boletos", a diferencia del juego de béisbol regular, contaba para el "promedio general de bateo", y en cuya competencia sobresalía el "jardinero central del equipo de los Alacranes del Almendares", Roberto Vega Ponce. Un "sencillo", de 4 a 6 planazos; "doblete", de 7 a 9; "triple", de 10 a 12. Para que fuera "jonrón", había que recibir más de 12 planazos seguidos. Las "reglas del juego" establecían además que una herida de bayoneta, a machetazos, ó con cualquier otro instrumento de castigo -- siempre que no fuera auto infligida -- recibía la categoría de "sencillo", "doble" ó "triple"; y "jonrón" si ocasionaba diez ó más puntos de sutura. Las heridas de bala siempre eran consideradas "jonrón" con las bases llenas aunque no hubiera nadie en las supuestas "almohadillas". También teníamos otras reglas escalofriantes pero las mismas no son objeto de este relato. Cuando se popularizó el "campeonato", hubo que suspenderlo de inmediato por recomendación de algunos profesionales de la salud física y mental que servían años de prisión junto con nosotros. Después de unas pocas semanas se hizo evidente que aquella desesperada "distracción" comprometía la pureza de nuestro deber patriótico de mantener, a toda costa, la rebeldía dentro de las prisiones políticas. Baste decir que el último "juego" donde trabajé como "anotador", terminó con resultado de 16 por 15 a favor de los "Leones de la Habana" y el "campeonato de bateo", que se calculaba en días golpeados entre jornadas de trabajo, multiplicado por mil, tenía a varios "jugadores" con promedio por encima de la marca de los 300. Y así pasábamos los días y los años; los guardianes, refinando sus métodos de crueldad y ejecutando los asesinatos ordenados por sus superiores; nosotros, endureciendo la resistencia contra la barbarie comunista y esperando la muerte inevitable si antes no se alcanzaba la libertad de la patria esclavizada u ocurría un milagro que nos sacara de aquel horroroso engendro castrista de trabajo forzado titulado "Plan Especial Camilo Cienfuegos". Crónicas de Juventud. Diego el Ingeniero. (Estas anécdotas corresponden a experiencias vividas durante la etapa de Trabajos Forzados en el Bloque 21 del Edificio 5 del Presidio de Isla de Pinos. Otros Bloques de Trabajo Forzado vivieron situaciones similares y aún peores). AQUELLOS BRUTOS A falta del nombre verdadero de aquellos verdugos uniformados de verde olivo, los presos políticos les llamábamos "La Pinta", "Brazo de Oro", "Ma-Queda", "Carro Loco", "Girón", "Escambray", "El 9", "Tabaquito", "Perro Prieto", "Eta-quetaquí", "To-le-jode", "Luis Marihuana", etc. El apellido, sin embargo, era el mismo para todos aquellos desalmados sicarios del régimen comunista que se gozaban en atormentar y asesinar a los presos políticos cubanos en los campos de trabajo forzado de Isla de Pinos; les pusimos "Morejón el HP", "Enamorado el HP", "Porfirio el HP". Al menos uno de ellos llegó a ser promovido al cargo de Director del Presidio Modelo para Varones de Isla de Pinos y más tarde nombrado como Miembro Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba: Cmdte. "Julio Tarrau el HP". A veces nos metían en potreros donde pastaba el ganado cebú y espantaban a los nerviosos animales para que se nos echaran encima, y en una de aquellas estampidas, una de las bestias levantó por los aires al Gallego Riverón y lo incrustó contra la cerca de alambre de púas destrozándole parte de la cara y causándole numerosas heridas por todo el cuerpo. Otras veces escogían a los presos más débiles y nos obligaban a transportar los sacos de casi 200 libras de fertilizante soviético, caminando descalzos sobre el terreno surcado por el paso de las bestias y tractores que se desplazaban sobre la tierra encharcada por el estiércol y las lluvias recientes. Entonces apostaban sobre quién recorrería la mayor distancia con la apestosa carga sobre los hombros antes de caer desplomados por el peso y el hambre. Creo que una vez yo fui el ganador, pues a pesar de la fiebre palúdica que padecía, pude mover mi harapienta y esquelética figura hasta llegar al final del potrero, dónde, con un esfuerzo supremo y acompañado de un alarido salido de las entrañas, levanté el saco de abono sobre mi cabeza y lo reventé contra la cerca al dejarme caer sobre ella con la pesada carga. El asunto de la cerca rota me ganó otro nivel de castigo. A base de empujones e improperios, me sacaron del portón y me llevaron hasta más allá de un monte cercano, lugar donde practicaban tiro un grupo de carceleros. Resulta que el "blanco" de la práctica lo constituía el mango de los instrumentos de trabajo de mi amigo Roberto Perdomo y otros 10 ó 12 presos políticos más, quiénes "guataca" en mano, limpiaban de malezas un extenso sembradío al pié de la Sierra Caballo. - "Agáchate que te joden", me alertó uno de ellos en tono medio burlón, cuando me incorporé al grupo de castigo. - "Están tirando y están borrachos", dijo otro sin inmutarse, pues la costumbre de vivir siempre en peligro, lo había inmunizado contra el miedo a los desmadres de las tropas especiales para la seguridad del régimen comunista. El largo brazo de los aperos de labranza sobresalía por encima de la cabeza del recluso -- sobretodo si uno se encorvaba lo bastante, como para evitar ser alcanzado por los disparos de la divertida soldadesca. Más de un "palo" de "guataca" ó azadón fue tocado por las balas aquél día, pero Gracias a Dios, los soldados suspendieron la práctica cuando los presos dejaron de agacharse y comenzaron a desafiar a los miserables asesinos. Martín Pérez, un hombre de fuerte complexión física que llegó a pesar 119 libras, así como Vigo Cancio y otros jóvenes todavía saludables, obtuvieron la deseada oportunidad de intercambiar golpes con "El Negro Campeón", los hermanos "Sera" y otros esbirros que según se decía, habían practicado boxeo en la categoría de pesos completos del ejército castrista. Los presos políticos elegidos para el combate pugilístico clandestino, eran separados subrepticiamente del grupo de trabajo y llevados a un claro en la manigua, donde se improvisaba un cuadrilátero y se les golpeaba hasta que quedaban exhaustos y magullados en la desigual pelea. A pesar de todas aquellas carencias y vicisitudes, el suicidio no era una opción. Cuando alguno de nosotros arremetía contra la guarnición, enseguida los demás a su alrededor lo cubríamos con nuestros cuerpos y entonces se iniciaba un proceso de negociación con los feroces guardianes para que no lo mataran. Esa gestión muchas veces tenía un éxito momentáneo, pues quedaba pendiente el consiguiente maltrato físico; además, el expediente de "peligroso" podría traerle consecuencias futuras aún peores al patriota que había llegado al límite de su resistencia, incluyendo la eliminación física como el caso de "Paco Pico" -- en los pabellones de castigo y dentro de una celda unicelular --, ó como a muchos otros, la extensión indefinida de la condena impuesta inicialmente. Por otra parte, los presos políticos cubanos de la época, enfrentamos los métodos de terror impuestos por los comunistas y creamos nuestros propios modos de entretenimiento. A alguien se le ocurrió una vez, formar dos "equipos de pelota" con reglas muy similares a las del pasatiempo nacional; solo que el "turno al bate" estaba determinado por el momento en que comenzaba el castigo corporal contra el recluso durante la jornada de trabajo. Es decir, el primer golpeado ó herido del día era el primer "bateador", el segundo sería el número 2 y así sucesivamente, dependiendo del "equipo" al que perteneciera el prisionero castigado. 3 planazos ó menos era "base por bolas", aunque estos "boletos", a diferencia del juego de béisbol regular, contaba para el "promedio general de bateo", y en cuya competencia sobresalía el "jardinero central del equipo de los Alacranes del Almendares", Roberto Vega Ponce. Un "sencillo", de 4 a 6 planazos; "doblete", de 7 a 9; "triple", de 10 a 12. Para que fuera "jonrón", había que recibir más de 12 planazos seguidos. Las "reglas del juego" establecían además que una herida de bayoneta, a machetazos, ó con cualquier otro instrumento de castigo -- siempre que no fuera auto infligida -- recibía la categoría de "sencillo", "doble" ó "triple"; y "jonrón" si ocasionaba diez ó más puntos de sutura. Las heridas de bala siempre eran consideradas "jonrón" con las bases llenas aunque no hubiera nadie en las supuestas "almohadillas". También teníamos otras reglas escalofriantes pero las mismas no son objeto de este relato. Cuando se popularizó el "campeonato", hubo que suspenderlo de inmediato por recomendación de algunos profesionales de la salud física y mental que servían años de prisión junto con nosotros. Después de unas pocas semanas se hizo evidente que aquella desesperada "distracción" comprometía la pureza de nuestro deber patriótico de mantener, a toda costa, la rebeldía dentro de las prisiones políticas. Baste decir que el último "juego" donde trabajé como "anotador", terminó con resultado de 16 por 15 a favor de los "Leones de la Habana" y el "campeonato de bateo", que se calculaba en días golpeados entre jornadas de trabajo, multiplicado por mil, tenía a varios "jugadores" con promedio por encima de la marca de los 300. Y así pasábamos los días y los años; los guardianes, refinando sus métodos de crueldad y ejecutando los asesinatos ordenados por sus superiores; nosotros, endureciendo la resistencia contra la barbarie comunista y esperando la muerte inevitable si antes no se alcanzaba la libertad de la patria esclavizada u ocurría un milagro que nos sacara de aquel horroroso engendro castrista de trabajo forzado titulado "Plan Especial Camilo Cienfuegos". Crónicas de Juventud. Diego el Ingeniero. (Estas anécdotas corresponden a experiencias vividas durante la etapa de Trabajos Forzados en el Bloque 21 del Edificio 5 del Presidio de Isla de Pinos. Otros Bloques de Trabajo Forzado vivieron situaciones similares y aún peores).
Posted on: Fri, 21 Jun 2013 19:44:16 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015