18 CONVERSIÓN Se sentía muy desorientada. No recordaba - TopicsExpress



          

18 CONVERSIÓN Se sentía muy desorientada. No recordaba cómo había llegado hasta allí, como tampoco recordaba por qué le dolía tanto el cuello. Se sentía muy fatigada y con mucha sed, una sed que necesitaba aplacar cuanto antes, de lo contrario creía, se iba a volver loca. Se sentía extraña. Presentía, o mejor dicho sabía, que algo había cambiado ―y mucho―, en su cuerpo. Se fijó en sus brazos, lucían un blanco níveo. No es que ella hubiera sido nunca morena de piel, pero la realidad era que nunca había lucido tan clara como lo estaba en aquellos momentos. Pocas fueron las ocasiones (pero en alguna), pudo ver alguno en la aldea mientras residió en Rangún, y en aquellos momentos llegó a pensar que ella era uno; un cadáver. Pero entonces… ¿Por qué se sentía tan llena de vida? Continuó haciendo un recorrido por el resto de su cuerpo, sorprendiéndose mucho cuando se percató de que ya no le quedaba nada de la grasa que siempre permanecía alrededor de su cintura, que tantos quebraderos de cabeza le ocasionaron tiempo atrás y por la que hacía mucho que decidió que dicha contienda estaba perdida. Sus manos rugosas y envejecidas por el trabajo de muchos años, lucían espectaculares, como si no hubiese trabajado jamás. Sus pechos ¡Que pechos! Volvían a estar turgentes y en su lugar. No le disgustaba su nuevo aspecto, pero ¿por qué se recordaba de otra manera? Entonces la sed regresó abrasándole a cada instante. Decidió levantarse para ir en busca de algo que poder beber y fue entonces cuando se paralizó, dejando para otro momento sus intenciones. Detectó un olor, era… un delicioso aroma que atacaba sus fosas nasales. Era un aroma que no conseguía identificar, pero que la arrastraba como si dependiera de él para vivir en la más absoluta tranquilidad. Se dirigió al lugar del que procedía y entonces lo vio allí, sentado, como si tal cosa, sobre unos fardos de paja que estaban amontonados en el fondo del establo y por supuesto, luciendo una sonrisa en su perfecto rostro. Quedó prendada de aquella sonrisa al instante. Era un hombre musculoso, moreno con ojos negros (eso fue lo que pensó en un primer momento) y vestido con ropajes caros. Llevaba el pelo revuelto de forma casual, lo que le confería un aspecto… apetecible y por supuesto, le pareció tremendamente atractivo. El color de su piel era igual de blanco que el de ella, y sus dientes, lo eran aún más. Sus dos colmillos, en un primer momento, le causaron… repulsa, pero instantes después se llevó la mano a su boca deseando poseer unos iguales, ella también. Una vez lo tuvo en su ángulo de visión, se fijó en su mano izquierda, en la que sujetaba un cuenco. Un cuenco, del que supo al instante, que era de él, del que procedía el olor que la había llevado hasta allí. Con paso lento, se fue acercando hacia donde se encontraba el hombre. Entonces, éste habló con una voz profunda. ―Tranquila guapa ―ella se estremeció―. Sé que quieres esto ―dijo mientras alzaba la copa con el contenido tan delicioso―. Debes saber que, de momento, no te lo voy a dar. ― ¡Lo deseo! ―gritó con furia, acercándose al hombre. Éste alzó su mano libre y la estiró en dirección a la mujer. Ella se paró en seco, como si hubiera chocado contra una pared invisible. ―Sé que lo deseas, y debes saber que te lo daré ―continuó―. Aunque antes, te informaré de ciertos detalles que quiero que tengas presentes. Estás aquí para servirme a mí. Harás lo que yo te pida, siempre que te lo pida. Me debes lealtad a mí y solo a mí ¿lo has entendido? Mona supo que era un ser superior a ella, al que le debía lealtad por encima de todas las cosas. En aquellos momentos solo deseaba el contenido de la copa, por lo que, asintió servicial a todo lo que le decía el desconocido. Se fue acercando, con pasos lentos, como un gato que busca atrapar a su presa y evitar que se le escape, y mientras lo hacía, Vladimir la observaba desde su improvisado trono. Acababa de conseguir su propósito, y se sentía orgulloso. Era perfecta, una recién convertida, sedienta de sangre, indestructible e inmortal; como él. La nueva Vampira se hallaba frente a él, agazapada, esperando el momento para asaltar y ganar su trofeo; la copa con el apetitoso contenido. Vladimir sonreía con orgullo por su nueva creación. Le acercó el cuenco para que Mona lo pudiera coger. Ella una vez lo tuvo entre sus manos, miró el contenido y se sorprendió. Era evidente que no se lo esperaba, no obstante, pareció que no le importaba en exceso, ya que se lo bebió todo de un solo trago, sin apenas respirar. Al instante se sintió mucho mejor, aliviada. Acababa de conseguir aplacar un poco la sed que sentía abrasándole la garganta, aunque perduraba. Entonces se cercioró de que aquel sentimiento la iba a acompañar durante mucho tiempo. ―Me llamo Vladimir ―le dijo tendiéndole la mano―. Soy el Príncipe de los Vampiros ¿Cual es tu nombre? Mona lo miró con recelo, había escuchado muchas historias acerca del hombre que tenía frente a sus ojos. Hubo una época en la que hubiese sentido pánico de estar frente a él. Aunque en aquellos momentos no sitió miedo y tampoco estaba asustada ¿Estaba confusa? No… ¿Qué era exactamente lo que sentía? ―Mi nombre es Mona ―contestó después de permanecer en silencio. ―Encantado, Mona ―Vladimir le tendió la mano y ésta la aceptó de buen grado―. Ahora eres una mujer Vampiro. Te he creado para que me sirvas. De ahora en adelante te alimentarás de sangre, o de lo contrario morirás, y por supuesto, te olvidarás de obedecer a Maya. Eres más poderosa que ella, pero tampoco debes olvidar que la necesitamos, así que de momento la mostraremos gratitud. ¿Alguna pregunta? ―Muchas. ―Hazlas entonces. Tenemos todo el tiempo del mundo ―rio. Mona se sentó al lado de Vladimir y comenzó a realizar preguntas con todas las dudas que tenía. El príncipe, le contestó a cada una de las cuestiones con suma tranquilidad. Era consciente de que un recién convertido, al desconocer los cambios que se producen debido a su naturaleza, podría ser peligroso. Pero, si se le advertía sobre los mismos, la cosa cambiaba considerablemente. Se convertían en unos soldados implacables, capaces de destruir todo lo que se les pusiera por delante. Al fin y al cabo, aquel era su único interés, por ello la había seleccionado. ―Entonces… el ardor que siento en mi garganta es simplemente hambre de sangre humana que tengo que aplacar siempre que me sea posible, pero teniendo en cuenta de que no debo llamar demasiado la atención ¿verdad? ―Eso es ricura. Ahora, en los primeros días de tu conversión, te será más costoso resistirte a tus impulsos naturales, pero a medida que vayas madurando, aprenderás a controlar tu sed. Acuérdate también, que cada vez que te encuentres con una mujer que consideres capaz de servir a nuestro lado, debes hacérmelo saber y yo la convertiré. Tu ponzoña, de momento, es demasiado fuerte y con un leve mordisco, solo conseguirás la muerte de tu elegida. Mona asentía. Le había explicado, por activa y por pasiva que era extremadamente ponzoñosa. La sangre humana que fluía aún por sus venas, mezclada con la ponzoña de la mordedura de Vladimir se había convertido en un compuesto químico, que con el simple roce de sus afilados colmillos a cualquiera que se cruzara con ella, podría provocarle una muerte repentina y violenta. No podría convertir a nadie. El proceso en el que el cuerpo vampírico de Mona debía filtrar la sangre restante le iba a durar al menos un año entero, durante el cual era más poderosa incluso, que su propio creador. ―Lo entiendo. Debo llamarte ¿pero cómo lo hago si estamos separados, mi señor? ―a Vladimir le encantó como sonaban aquellas dos últimas palabras. Sonrió satisfecho. ―Solo tienes que pensar en mí. No sé si sabes, que los seres mágicos poseen la capacidad de hablar entre ellos a través de la mente. Para ello, se deben pedir permiso, y aunque no acepten, existen seres lo suficientemente poderosos como para manipular los pensamientos de la otra persona. Nosotros no tenemos ese inconveniente, somos Vampiros y estamos conectados. Mi ponzoña ha hecho un hueco en tu mente para que podamos estar unidos en caso de necesidad. También funciona, si yo deseo establecer contacto contigo, y por supuesto, funcionará con tus conversiones, cuando puedas realizarlas. ―Cuando yo pueda convertir a mis propios Vampiros, tú ¿podrás comunicarte con ellos? ―Por supuesto. Esto es un círculo vicioso. Tú tienes mi ponzoña, yo tengo tu sangre, por tanto, cuando tú conviertas a tus Vampiros, tu ponzoña entrará en el cuerpo de tu víctima. Y… ¿Por qué tienes ponzoña? Porque yo te he convertido. Conclusión: Mi ponzoña también entrará en el cuerpo de tu elegido, permitiendo que todos estemos conectados. Mona lo miró pensativa, estaba intentando asimilar lo que Vladimir le estaba contando para poder comprenderlo. ―Creo que lo pillo ―dijo al fin sonriente― Me gusta. Aunque creo que veo un pequeño inconveniente. ― ¿Y cuál es mi querida Mona? ―Si todos nos podemos comunicar mentalmente pensando simplemente en el otro, entonces…. No tenemos privacidad. Estamos expuestos. ― ¿Tú, ahora, puedes leer mi pensamiento? Mona se quedó quieta y se puso a observar sus propios pensamientos, buscando algo que no le correspondiera, pero no vio nada. ―No puedo ―respondió― ¿Debería? ―Vladimir negó con la cabeza. ―Ahora piensa en mí. Ella obedeció. Instantes después, en su mente apareció el nombre del Vampiro con cada una de las letras que lo componían y por supuesto tras las letras apareció el rostro del Vampiro. Tan perfecto, tan blanco, tan sonriente. Como la había cautivado con su seductora sonrisa. Se sentía prisionera del rostro de su creador. Al instante apareció el interesado, en su mente, saludándola con la mano. ― ¿Ves? No nos leemos el pensamiento. Simplemente es un sistema de comunicación. Y muy efectivo por cierto. ―Entonces, es algo parecido al plato de Anidrub ―afirmó Mona. Vladimir se sorprendió ¿cómo era posible que una humana, no mágica, fuera conocedora de la existencia del palto de Anidrud? ― ¿Cómo sabes tú que existe ese plato? ―preguntó muy interesado en la respuesta. ―Lo he visto de cerca en alguna que otra ocasión ―contestó la mujer, intentando rememorar las ocasiones en las que fue testigo de su utilización. Eldar tuvo que comunicarse con Marea a través de aquel sistema desde el hogar de Tevar, en Milch, el día que comunicó a la Reina de las Hadas, la decisión de: su mortalidad. Ella, estuvo presente durante la conversación que mantuvo Eldar con su padre. Era como si fuera un espejo. Se podían ver reflejados, a uno y otro lado, a los interesados en la superficie del plato que se encontraba cubierto con el agua de los Acantilados, dando la sensación de estar en la misma habitación en el mismo instante, a pesar de la distancia existente entre ambos. ―El plato de Anidub solo lo poseen los miembros de la Alianza. ¿Cómo es que tú lo conoces? ―preguntó sorprendido. ―Veo que no sabes quién soy exactamente. ―Me tienes absolutamente intrigado. Sácame de dudas. ―Yo soy Mona, viuda del mismísimo Eldar, heredero del Reino de Juve. Vladimir se irguió ¡Que grandísima sorpresa! La viuda de Eldar, su nueva guerrera ¿Cómo reaccionaría Marea cuando lo averiguara? Era toda una incógnita, por otra parte, tenerla a su lado eran todo ventajas. Con razón Maya se había puesto como una loca. Ella la estaba utilizando como su espía personal, de ahí que hubiese insistido tanto, que le era de gran utilidad. La mujer recién convertida era una autentica mina de oro. Iba a poder sacar mucho provecho de su nueva aliada. ―No tenía ni idea de que fueras la viuda de Eldar. Es una gran noticia. Mona sonrió, estaba muy a gusto con todo lo que estaba aprendiendo. Ya no sentía pena, remordimiento o cualquier otro sentimiento que la había estado acompañando a lo largo de toda su existencia, tanto cuando vivía en Oscuridad como durante su nueva y humillante vida al lado de Eldar como mortal. Le gustaba su nueva apariencia, estaba tan guapa…recordaba que su físico ―cuando conoció a Eldar― era exacto al que lucía en aquellos momentos. Llevaba mucho tiempo sin sentirse así de bien. ―Debo admitir que el haberte convertido ha sido una de mis mejores decisiones, y lo mejor, que cuando lo hice no lo sabía. Con tu conocimiento sobre la Alianza, tu fuerza, y sobre todo, con mi poder de destrucción, vamos a disfrutar de muchos privilegios ―le pasó el dedo índice con delicadeza por el contorno del rostro lo que provocó que Mona sonriera de placer. ―Mi señor ¿Cuál será nuestro cometido de ahora en adelante? ―preguntó con intriga. Había estado pasando todo tipo de información a Maya sobre los futuros movimientos de la Alianza. No podría regresar a Milch, ni a ningún otro sitio que estuviera bajo las órdenes de la Alianza. No volvería a disfrutar de la compañía de su hijo, pero no quiso pensar en ello. Vladimir la observaba dubitativo. Lo cierto era que tenía muchos planes, pero ninguno parecía lo suficientemente bueno. Debía esperar, sin lugar a dudas. ―No tengas prisa pequeña, todo llegará a su debido momento ―respondió―. Vayámonos, Maya no espera. Esperarían, por un tiempo prudencial, y después darían su estocada particular, o tal vez no. No tenía tomada su decisión.
Posted on: Thu, 28 Nov 2013 21:44:24 +0000

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