2.2.- La difícil situación política del momento La primera - TopicsExpress



          

2.2.- La difícil situación política del momento La primera visita fue necesariamente corta, debido a la concurrencia de los muchos vecinos y amigos de la familia vallecana que aquella misma tarde se acercaron a co-nocer al pequeño y felicitar a los padres. Durante todo el camino de regreso, tanto las nuevas tías como la abuela no dejaron de comentar los mil detalles que habían obser-vado en el recién nacido, así como los mil proyectos que se les ocurrían para su futuro. Hilario, sin embargo, reflexionaba cabizbajo, apoyado en la barandilla de la plataforma trasera del tranvía que les subía hasta el centro. Había comenzado por fijar, distraído, su atención en el inútil, por siempre desobedecido, rótulo metálico que anunciaba la limitación de la capacidad de aquel exterior espacio a doce viajeros, para ir dejando divagar su pensamiento hacia los difíciles tiempos que presumía le iban a tocar vivir a su sobrino. Efectivamente, la guerra iba tomando día a día en Europa aún peores derrote-ros, con nuevas ofensivas y sin solución a la vista, y la clase obrera de la neutral Es-paña vivía permanentemente los efectos de la carestía de la vida que los especuladores provocaban. Y, por si fuera poco, se había declarado una revolución en la joven República portuguesa. Por su trayectoria histórica, el país vecino no tenía más remedio que tomar parte en la guerra al lado de Inglaterra y en contra de Alemania. Los dos presidentes anteriores así lo entendieron, pero Pimenta do Castro suspendió la movili-zación paralizando los preparativos, a pesar de encabezar un gobierno militar, sur-giendo en su contra un alzamiento generalizado. El gobierno español decidió el envío a Lisboa de tres buques que fueron recibidos con recelo mal encubierto, antes de que las posteriores elecciones legislativas dieran el triunfo a los radicales. A principios de mayo se había iniciado en la guerra europea un nuevo y cruel tipo de ofensiva. Por primera vez, un submarino alemán hundió un barco de pasajeros, aduciendo que creyó se trataba de un buque destinado al transporte de tropas y muni-ciones. Con el hundimiento frente a las costas irlandesas del magnífico trasatlántico británico Lusitania, procedente de Nueva York, se generalizó la guerra naval, al torpe-dear los submarinos alemanes cualquier tipo de barco aliado sin previo aviso. De las dos mil personas que iban a bordo, sólo unas ochocientas sobrevivieron a la catástrofe, contabilizándose ciento veinte ciudadanos estadounidenses entre los mil doscientos muertos habidos. En las operaciones de salvamento, muchas mujeres y niños lo fueron merced al arrojo y los denodados esfuerzos de un joven español, precisamente, quien realizó actos de verdadero heroísmo. Tras la explosión y el apresurado lanzamiento de botes, cedió su puesto a una señora, mientras él recorría el buque varias veces sacando de los camarotes a muchos pasajeros que lloraban asustados. Alentó a mujeres que corrían, a las que en ocasiones tuvo que llevar en brazos hasta algún bote, para volver a su tarea por los pasillos. A punto ya de ser tragado completamente el buque por las aguas del océano, se lanzó a ellas el héroe, nadando largo rato hasta ser recogido por uno de los botes, ocupado por algunos de los por él salvados. El hun-dimiento produjo en Inglaterra viva indignación, siendo en Londres asaltados estable-cimientos y domicilios de residentes alemanes. No fue menor la producida en los Es-tados Unidos, de donde ya hemos dicho que procedían muchas de las víctimas, entre ellas el famoso magnate de los ferrocarriles William Vanderbilt, antiguo amante de la Bella Otero. La embajada alemana en este país, que ya había advertido del peligro de cruzar el Atlántico a bordo de barcos británicos, tuvo que ser custodiada por la policía, ante el temor de posibles asaltos. No obstante, el presidente norteamericano Wilson, que trataba de mantenerse al margen del conflicto bélico, evitó las reclamaciones di-rectas al gobierno alemán, limitándose a condenar la guerra submarina generalizada y la violación del derecho marítimo. Por otra parte, el gobierno italiano, tras la oportuna consulta parlamentaria pre-via, había decidido por fin entrar en la guerra formando parte del bando aliado, tras ser defraudada en sus pretensiones por los imperios centrales. El propio rey, Víctor Manuel, había salido hacia el campo de batalla, al frente de su ejército. Sin embargo, la invasión del Trentino por las tropas italianas fue rápidamente rechazada, y los austriacos penetraron en Italia, con la consiguiente satisfacción de los germanófilos españoles, que pensaron era el momento de entrar en la guerra, ocupando el vacío que Italia había dejado al lado de los imperios. Inmediatamente comenzó a hablarse de la posibilidad de que viviese el Pontífice en España mientras durase la lucha armada, ofreciéndose Sevilla y Valencia como posibles ubicaciones de la papal residencia. Se atajaron tales rumores al hacerse saber oficialmente que el rey había puesto a disposición del Papa el Monasterio de El Escorial, por si la guerra obligase a Benedicto XV a abandonar el Vaticano. A los pocos días, Romanones denunciaba en su Diario Universal la inconstitucionalidad de tal ofrecimiento. En España las cosas no estaban mucho más tranquilas a pesar de la neutrali-dad. La incorporación de Italia a la guerra había roto el equilibrio existente entre los países neutrales, incrementándose el interés que los beligerantes tenían en convencer de sus razones a aquellos, como pudo comprobarse por los sobornos a la prensa na-cional por parte de embajadas y agencias informativas. A las continuas intervenciones de los líderes políticos calentando el ambiente y haciendo a veces más confuso aún el panorama, había que unir la propia situación de la política interior no siempre denun-ciada por aquellos, y de la que era principal exponente el continuo encarecimiento del coste de la vida que afectaba sobre todo a las capas sociales más humildes. Por otra parte, la no-beligerancia española había hecho reducir al máximo las acciones militares de la guerra en el norte de África con objeto de no romper el equilibrio militar de la confrontación europea, a pesar de la por casi todos los líderes reclamada anexión de Tánger. No obstante, eran frecuentes los hostigamientos de las tropas del jefe indígena el Raisuli, a las que necesariamente había que contestar, con el consiguiente coste material y humano. Para demostrar lo contrario, y buscando popularidad, el Gobierno anuncia su intención de conceder licencia para antes del verano a los aproximadamen-te diez mil soldados veteranos que habían de cumplir en el próximo marzo su servicio en Marruecos, para que puedan regresar a la península. Pero en realidad, tal licencia fue concedida con cuentagotas, y sólo unos cuantos se beneficiaron de la misma. Madrid era un buen escaparate de la crisis general que el país padecía. Los abundantes miembros de la nobleza, eclesiásticos y funcionarios de la administración pública y de las fuerzas armadas, así como los numerosos profesionales liberales que en la ciudad vivían, se mezclaban en sus calles con una importante masa de jornaleros de pequeños talleres, trabajadores del servicio doméstico, dependientes de comercio o empleados de la banca y los seguros, obreros de los ferrocarriles, la construcción y las incipientes industrias del gas o la electricidad. Todos ellos, así como a un importante número de mendigos, prostitutas, vagos, golfos y descuideros, completaban el panorama humano de la capital del reino. Y las crisis sectoriales de cada uno de los grupos hacían de Madrid un buen muestrario de la general de país, como podremos ver más adelante. Pero también había problemas que afectaban a todos ellos, en su conjunto. El pan, por ejemplo, en tanto los tahoneros conseguían su encarecimiento, estaba siendo aminorado en su peso por éstos quienes, por otra parte, presionaban continuamente para que el proyecto de ley de supresión del trabajo nocturno en sus industrias, ya iniciado por Canalejas, no recibiese la correspondiente sanción par-lamentaria. Y otros asuntos que, aunque en principio afectasen simplemente a unos pocos, eran dados a conocer por la prensa a la opinión pública con tal profusión, que pasaban a ser tratados como generales. Precisamente, por aquellos días, Hilario venía comen-tando con cierta frecuencia con el señor Morato el caso de la denuncia pública que el concejal socialista Julián Besteiro había llevado a cabo. El hecho era que, para pagarles lo que se les adeudaba, alguien había tratado de obtener de los maestros el cincuenta por ciento de lo que importaban los alquileres de sus viviendas que el Ayuntamiento debía de abonarles. Con arreglo a la ley de Instrucción Pública, se les debía de pagar a cada uno de ellos 75 pesetas mensuales en concepto de indemnización por casa, derecho que recientemente les había reconocido el Tribunal Supremo, ante la negativa a abonárselo por parte de la Junta municipal de Primera Enseñanza. La cantidad era vital para algunos cuyo escaso sueldo ascendía solamente a 50 pesetas. La deuda total ascendía a trescientas mil, lo que reportaría un buen pellizco para quien estuviese detrás de la estafa. No se pudo llegar a demostrar la autoría de algunos concejales, pero el habilitado de los maestros y el presidente de la Asociación Nacional del Magisterio fueron encarcelados. El desarrollo de todo el proceso supuso un gran escándalo público y el consiguiente incremento de la popularidad del concejal denunciante, quien iba ganando cotas de admiración entre las masas obreras a pasos agigantados. Casos así eran reflejo de la situación que se estaba viviendo. Corto se le hizo a Hilario el viaje en el tranvía, al ir efectuando el descrito reco-rrido mental de los previstos sucesos que a su sobrino le iban a tocar, desgraciada-mente, vivir. Y eso que aún no conocía los que el último día del mes de mayo le iba a deparar. El lunes 31 de mayo, en el teatro de la Zarzuela de Madrid, el tradicionalista Vázquez de Mella pronuncia un esperado discurso en el que defiende el apoyo a Ale-mania, enfrentándose a la postura que habían predicado recientemente tanto Roma-nones como Alejandro Lerroux o Melquíades Álvarez de "una neutralidad de simpatía para los aliados". Aboga por la creación de la Confederación Ibérica y la recuperación de Gibraltar y Tánger: "Tres ideales nacionales". A la salida del teatro el público asis-tente al acto organizó una espontánea manifestación que, en pocos momentos fue aumentando considerablemente, pues a los que salían se unieron los que esperaban en la calle, los que regresaban del entierro del general Azcárraga de la Sacramental de San Isidro, y muchos de los que volvían de la batalla de flores del Paseo de la Cas-tellana. A tan heterogéneo grupo se unió Hilario cuando, al salir del trabajo había oído comentarios sobre la manifestación, ya que él quería conocer de cerca a los seguidores del líder tradicionalista, puesto que había oído hablar mucho de ellos, sin saber que los diferentes orígenes de los participantes en tan abigarrada manifestación le impediría llevar a cabo tan específico análisis. Durante el trayecto de la calle de Jovellanos a la plaza de Canalejas fueron tolerados los grupos; pero al llegar al último de los citados puntos, las fuerzas montadas y los guardias a pie trataron de impedir que los manifestantes, cuyos gritos de "¡Abajo Lerroux!" y "¡Viva la neutralidad!" eran ensordecedores, siguieran hacia la Puerta del Sol. Esta resistencia de los agentes de la autoridad produjo gran confusión entre los alborotadores. El desorden, mayor por momentos, se convirtió en tumulto, produciéndose repetidas cargas de la Policía, carreras, gritos, desmayos y cierre de tiendas y escaparates. Un enorme grupo de manifestantes, dividiéndose por las calles de Alcalá, la Cruz y Carrera de San Jerónimo, consiguió reunirse en la Puerta del Sol, invadiendo la gran plaza al tiempo que daba vivas y mueras. Ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, Hilario, prudente al fin, reconsideró sus deseos de pre-senciar los mismos. Apareció a su vista un banderín nacional que enarbolaba un joven, a quien se detuvo y condujo al patio de Gobernación; esto pareció irritar a los que le seguían y arreciaron en la protesta y en los gritos de "¡Abajo Lerroux!". Vio cómo los guardias civiles desenvainaron los sables y dieron una carga, que aumentó la confusión horriblemente, pues la variopinta gente corría en todas direcciones, tropezando con los que sin cesar bajaban por las calles de Carretas y la Montera o entraban por Preciados, Carmen, Arenal y Mayor. Él mismo, tras forcejear a contracorriente con los que llegaban, consiguió refugiarse en el primer portal de la calle de Espoz y Mina, en el que Braulio, gallego de Trives, viejo amigo de su padre y zapatero remendón que tenía allí dispuesto su mínimo establecimiento, observaba la parte de las cargas y carreras que la ubicación de su chiscón en el fondo del portal le permitía. - ¡Vaya un momento para hacerme una visita, rapaz! Eso sí; has llegado justo cuando me disponía a merendar... – le espetó, dando por hecho que alguna casualidad le había llevado hasta él, pues de sobra sabía que de ninguna manera Hilario tomaría parte en aquella manifestación reaccionaria. Una vez dadas las correspondientes explicaciones por parte de nuestro amigo, dispuso Braulio una diminuta banqueta en la que aquél tomara asiento, mientras desenvolvía una libreta de pan que encerraba en su interior media docena de terciadas sardinas abiertas y rebozadas que, junto con una bota cargada de buen tinto de Valdepeñas, era toda su merienda, y que se dispuso a compartir con su joven amigo. Las protestas de los que en la calle se revolvían airadamente contra los guardias, quienes contestaban con golpes de sable a diestro y siniestro, no obstaculizaron un ápice la frugal merienda que ambos amigos degustaron como si de un opíparo menú se tratase. El ligero aroma del pescado frito y rebozado, hacía horas encerrado y aún caliente dentro del blanco pan, vino a unirse con los penetrantes olores a cueros, ceras y betunes que inundaban el pequeño cuchitril, ofreciendo una extraña mezcolanza como resultado final. No obstante, la agradable sobremesa que tras tan original me-rienda disfrutaron, mientras fumaban con tranquilidad sendos cigarros, dio lugar no sólo a comentar lo que en la calle sucedía y la situación política general, sino a poner al día al amigo gallego del reciente incremento del censo de la familia Medina, noticia que, de alguna manera, justificó la inesperada y agradable visita. - ¡Qué buenas charlas he tenido con tu padre en este mismo chiscón...! Estoy hablando contigo y le veo a él, ahí mismo sentado. El radicalismo de los zapateros era tradicional en toda la historia del movimiento obrero. Quizás el tiempo de que disponían en la soledad de su oficio, o la monotonía del mismo, facilitaba la propensión a filosofar durante el reiterativo martilleo del cuero, o mientras daban las continuas puntadas de bramante encerado. Lo cierto es que muchos de estos modestos artesanos fueron convirtiéndose en verdaderos políticos populares. Braulio y Vicente habían trabado buena amistad durante los viejos tiempos de las reuniones de las sociedades obreras en la calle de Jardines. Pero el remendón, poco proclive a la disciplina marxista y más dado a las doctrinas y utopías ácratas, había ido dejando de acudir a ellas. No obstante, nunca perdieron la amistad, y Vicente se pasaba de tarde en tarde por el céntrico chiscón para echar alguna parrafada con el gallego. Despejada en parte la Puerta del Sol, no tardó la gente exaltada en invadirla de nuevo, gritando y silbando, por lo que se dio una segunda ronda de cargas, a conse-cuencia de la cual volvieron a repetirse los sustos, carreras, caídas y algunos lesiona-dos. La Policía practicó detenciones, estando a punto Hilario de caer en una de ellas cuando abandonaba el portal de su amigo. El par de buenos botines recién recom-puestos, que llevaba envueltos bajo el brazo, y que Braulio le había regalado gustoso, conocedor de la similitud de sus medidas y de que el desconocido cliente que había encargado el arreglo hacía más de un año no había aparecido a recogerlos, fueron su seguro salvoconducto para librarle de tal aprehensión, cuando un guardia se disponía a ello. Marchó rápido para su casa, cruzándose en la calle del Carmen con un grupo de manifestantes que habían logrado obtener dos banderas que les cedió un comerciante. Con ellas al frente quisieron volver a entrar en la Puerta del Sol, impidiéndolo una sección montada de Orden Público. Todavía a las nueve y media de la noche, grupos integrados por elementos extraños a los formados a la salida de la Zarzuela entraron en la Puerta del Sol, dando vivas y mueras. La Guardia Civil cargó, disolviendo los grupos y practicando más de sesenta detenciones. Los detenidos fueron llevados al Ministerio de la Gobernación, y de allí a la comisaría correspondiente, donde se les puso en libertad para comparecer en su momento ante los Juzgados municipales. Hacia las diez de la noche los grupos pretendieron llegar a la calle de Relatores y plaza del Progreso, pero salió del Ministerio el retén de la Guardia Civil que logró dispersarlos. Unos días después el director general de Seguridad, fundándose "en que las circunstancias por que atraviesa el país son muy delicadas", prohibió la celebración de una conferencia del Dr. Antich en la Casa del Pueblo, que había despertado un gran interés a pesar del equívoco tema de la disertación: "Pedagogía racional". De sobra se sabía que, a propósito del asunto, el conferenciante, a semejanza de lo que ya había hecho en el Ateneo, trataría de la labor pedagógica de quien había sido famoso anar-quista catalán Francisco Ferrer Guardia, cuya ejecución había supuesto, hacía ya seis años, una gran conmoción nacional. Contra la prohibición alzaron su protesta los ele-mentos radicales, El Socialista y El País, principalmente. Este último acusaba de la misma a Dato y Sánchez Guerra, y llamaba a la Sociedad para la defensa de los dere-chos del hombre y del ciudadano a que se querellase contra el responsable directo de la suspensión y pidiera su procesamiento, y a las minorías republicanas para que or-ganizasen una protesta colectiva, ya que la relación de actos suspendidos creció en-seguida por toda España, con el pretexto de defender la neutralidad. A los pocos días asistió Hilario, acompañando al señor Morato, al mitin de pro-testa que se celebró en la Casa del Pueblo contra la decisión gubernamental. García Cortés intervino en primer lugar para afirmar que hacía tiempo que debió de realizarse la campaña que ahora se iniciaba, asegurando que la suspensión de la conferencia del Dr. Antich había sido la gota que había colmado el vaso. Al hablar de la figura de Ferrer, el delegado gubernativo le llamó al orden, promoviéndose un ruidoso incidente, y siendo reprendido nuevamente al criticar la decisión del gobierno de prohibir los comentarios públicos sobre la guerra. Con este motivo se originó un gran escándalo. Terminó afirmando la necesidad de que los trabajadores estuvieran preparados para defender sus derechos. Habló luego Ovejero, insistiendo en todo lo dicho por el anterior, y siendo también llamado al orden. Tras la intervención de Besteiro, lo hizo Iglesias, quien convocó a todos los elementos que sintieran la opresión gubernamental para formar un bloque frente a las derechas, y llegar así hasta donde fuese preciso. Terminó advirtiendo a los asistentes de que esta reunión no sería un acto aislado, sino la iniciación de un movimiento revolucionario. A pesar de los conatos habidos, no se registró ningún incidente más al concluir el mitin. Como era habitual cuando de la Casa del Pueblo regresaban hacia sus respec-tivos domicilios, Morato e Hilario cruzaron despacio la Corredera mientras iban comen-tando lo debatido en el foro obrero. Pararon, como siempre, en la taberna del Maño para tomar un par de "quinces" de Cariñena, a los que invitaba el veterano. - Vamos a tener un verano caliente, Hilario. Este torpe gobierno se está me-tiendo en un atolladero del que no va a saber salir. Acuérdate bien de lo que te digo - vaticinaba a su joven amigo mientras paladeaba el áspero y oscuro vino, apoyado en el mostrador de estaño del popular establecimiento, haciendo referencia a la gratuita suspensión gubernamental del ejercicio de los derechos constitucionales.
Posted on: Sun, 28 Jul 2013 20:07:56 +0000

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