30 de junio Primeros mártires de la Iglesia romana Por Francisco - TopicsExpress



          

30 de junio Primeros mártires de la Iglesia romana Por Francisco Roberto Groves y escritos de Jesús Marti La celebración, introducida por el nuevo calendario romano universal, se refiere a los protomártires de la Iglesia de Roma, víctimas de la persecución de Nerón después del incendio de Roma. Durante el gobierno del emperador Claudio, muchos judíos se asientan en Roma, así como un nutrido grupo de cristianos, siendo respetados en sus creencias. Pero una vez que Nerón asciende al trono imperial, éste manda quemar la ciudad el 19 de julio del año 64 y cuando el Senado, desconociendo la verdad, busca a los culpables, la responsabilidad recae falsamente sobre los cristianos. ¿Por qué Nerón persiguió a los cristianos? Nos lo dice Cornelio Tácito en el libro XVº de los Annales: “Como corrían voces que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas excepcionales, a los que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba cristianos”. Sobre ellos descargó su furia Nerón, condenándolos a terribles suplicios, las acusaciones que se le habían hecho a él. Por lo demás, las ideas que profesaban los cristianos eran un abierto desafío a los dioses paganos celosos y vengativos... “Los paganos --recordará más tarde Tertuliano-- atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad; si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos; si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: --¡Los cristianos a los leones!”. A partir de entonces, se inicia una cruel persecución que se prolongará hasta el año 313, en que Constantino publique el edicto de Milán. Todos los seguidores del Evangelio, acusados de ser enemigos de los intereses imperiales, son arrestados por orden de Nerón y son llevados a las cárceles romanas, a la espera de su ejecución. Unos serán crucificados, y otros caerán bajo la espada, e incluso serán llevados como pasto de las fieras. Tampoco faltarán los que sean utilizados para arder como antorchas en los palacios del César, utilizando con los niños la burla de forrarles con piel de cordero para que sean devorados por los perros salvajes. “Entonces --sigue diciendo Tácito-- se manifestó un sentimiento de piedad, aún tratándose de gente merecedora de los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo”, Nerón. La persecución no terminó en aquel fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año 67. Se estima que en esa primera fase de la Iglesia, unos 6 millones de mártires sellaron con la muerte su fe en nuestro Señor Jesucristo. O sea, un promedio de 24 mil por año, 66 por día. Entre los mártires más ilustres se encuentran el príncipe de los apóstoles, crucificado en el circo neroniano, en donde hoy está la basílica de san Pedro, y el apóstol de los gentiles, san Pablo, decapitado en las “Acque Galvie” y enterrado en la vía Ostiense. Después de la fiesta de los dos apóstoles, al otro día, el nuevo calendario quiere celebrar la memoria de los numerosos mártires que no pudieron tener un lugar especial en la liturgia. Nada sabemos de sus nombres, salvo que los apóstoles Pedro y Pablo encabezaron este ejército de los primeros mártires romanos, víctimas en el año 64 de la persecución de Nerón tras el incendio de Roma. ¿Estaría entre ellos, una ilustre dama romana, Pomponia Græcina, esposa de Aulo Plaucio, gobernador de Britania? Antiguas leyendas incluso hacen de Pomponia una princesa britana y la relacionan con los orígenes del cristianismo en las Islas Británicas. Pero no parece probable que aquella mujer se contara entre los mártires de la primera persecución contra los cristianos. Sin embargo, hay indicios escritos y arqueológicos que permiten asegurar que hacia el año 57 ó 58, Pomponia dio también testimonio, aunque incruento, de su fe cristiana. Los Anales de Tácito (cfr. XIIIº, 32) aseguran que fue acusada de “superstición extranjera”, algo que podría hacer referencia a su condición de cristiana. Se constituyó un tribunal doméstico, presidido por su marido, y que finalmente proclamó la inocencia de la esposa, tras una indagación sobre su vida y su fama. Con todo, Tácito atribuye a Pomponia el carácter de “una persona afligida”, alguien que durante cuarenta años llevó luto por el asesinato de Julia, una víctima más entre los miembros de una familia imperial, diezmada por las ejecuciones o envenenamientos que el círculo del poder disponía de forma arbitraria. Acaso esa aflicción no procediera de una mera tristeza humana sino del deseo de mantenerse al margen de una sociedad marcada por el crimen y la corrupción. Quizás la tristeza que Tácito ve en Pomponia no fuera tal sino un aire de seriedad, una expresión de desaprobación por un ambiente en el que no se respira a gusto, pero en el que hay que estar necesariamente en función de las obligaciones familiares y sociales. Habría que pensar que Pomponia no borraría por completo su afabilidad femenina y su “saber estar”, pese a algunas apariencias externas. En el cristiano no puede caber la tristeza. Las únicas lágrimas que puede derramar son las del amor, como las que derramó Cristo a la vista de Jerusalén. Pero cuando alrededor de alguien, se extienden las risas maliciosas, las alusiones de dudoso gusto y, en general, todas las dimensiones de las lenguas desatadas, es comprensible que pueda adoptar una expresión de seriedad. Sea como fuere, Pomponia padeció en su fama y en su ánimo por seguir a Cristo. Como en todas las épocas, los cristianos que están en el mundo, pero no son del mundo, son señalados con el dedo, tachados de locos o etiquetados con calumnias. Pomponia Græcina es también un personaje secundario de la célebre novela Quo Vadis de Henryk Sienckewicz. La matrona romana acoge en su casa y educa en la fe cristiana a Ligia, la hija del rey de los ligios reducida a la esclavitud. El novelista polaco presenta a Pomponia como un modelo de virtud femenina en una sociedad corrompida. En las páginas de su obra se trasluce que ha leído a Tácito, sobre todo cuando describe la persecución neroniana, cuando “se empezó a detener abiertamente a los que confesaban su fe” (cfr. Anales XVº, 44). Tácito no expresa la menor simpatía por los cristianos, tal y como demuestran los calificativos que aparecen en el muchas veces citado pasaje: “ignominias”, “execrable superstición”, “atrocidades y vergüenzas”, “odio al género humano”, “culpables”, “merecedores del máximo castigo”... Lo de menos es que fuera verdad o mentira que los cristianos hubieran incendiado Roma, el odio se había desatado y todos tenían que morir. Poco más de treinta años después de la crucifixión de Cristo, se cumplía el pronóstico del Maestro de que sus seguidores serían también perseguidos y de que serían odiados por su causa. Tácito especifica claramente los géneros de muerte que se aplicaron a los cristianos: --“A su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche”. El beato papa Juan Pablo IIº reflexionó sobre aquellos primeros mártires de la Iglesia romana con motivo del preestreno de un film polaco, que pudo ver en la tarde del 30 de agosto del 2001. Se trataba de la quinta versión cinematográfica de Quo Vadis, adaptado y dirigido por Jerzy Kawalerowicz, uno de los más importantes directores de la cinematografía polaca desde la década de 1960. Sorprendió que Kawalerowicz dirigiera esta película, dados sus antecedentes: realizó Madre Juana de los Ángeles, escandalosa crónica de un supuesto caso de posesión demoníaca en un convento francés del siglo XVIIº, y también fue autor de Faraón, una superproducción en la que presentaba a un desconocido faraón, Ramsés XIIIº, como un gobernante manipulado por los sacerdotes de Amón. Detrás de esta historia algunos críticos veían una referencia a la Iglesia católica en sus relaciones con el Estado polaco. Pero en Polonia han cambiado muchas cosas. El hoy octogenario Kawalerowicz se hacía, con ocasión del lanzamiento de su película, esta pregunta: ¿Quo vadis, homo?, ¿Hacia dónde va el hombre contemporáneo? Tras la proyección de Quo Vadis, el Papa matizaba la misma pregunta: --“¿Vas al encuentro de Cristo o sigues otros caminos que te llevan lejos de Él y de ti mismo?”. El recuerdo de los primeros mártires romanos era para Juan Pablo IIº mucho más que un dato histórico. De allí surge una reflexión enteramente actual, una llamada para los cristianos de hoy de tiempos futuros: --“Es necesario recordar el drama que experimentaron en su alma, en el que se confrontaron el temor humano y la valentía sobrehumana, el deseo de vivir y la voluntad de ser fieles hasta la muerte, el sentido de la soledad ante el odio inmutable y, al mismo tiempo, la experiencia de la fuerza que proviene de la cercana e invisible presencia de Dios y de la fe común de la Iglesia naciente. Es preciso recordar aquel drama para que surja la pregunta: ¿algo de ese drama se verifica en mí?”. Estas palabras del Papa nos recuerdan que, tarde o temprano, los cristianos son llamados a ser mártires, es decir testigos. Pocos serán los que derramarán su sangre, al menos en los países del mundo desarrollado. La mayoría experimentarán, en cambio, la incomprensión, el ridículo o el odio. Tendrán que pedirle a Cristo la fortaleza suficiente para no negarle delante de los hombres. HAGIOGRAFÍA DE LOS PRIMEROS SANTOS MÁRTIRES DE LA SANTA IGLESIA ROMANA La celebración, introducida por el nuevo calendario romano universal, se refiere a los protomártires de la Iglesia de Roma, víctimas de la persecución de Nerón después del incendio de Roma, que tuvo lugar el 19 de julio del año 64. ¿Por qué Nerón persiguió a los cristianos? Nos lo dice Cornelio Tácito en el libro XVº de los Annales: --“Como corrían voces que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas excepcionales, a los que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba cristianos”. En tiempos de Nerón, en Roma, junto a la comunidad hebrea, vivía la pequeña y pacífica de los cristianos. De ellos, poco conocidos, circulaban voces calumniosas. Sobre ellos descargó Nerón, condenándolos a terribles suplicios, las acusaciones que se le habían hecho a él. Por lo demás, las ideas que profesaban los cristianos eran un abierto desafío a los dioses paganos celosos y vengativos... --“Los paganos —recordará más tarde Tertuliano— atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”. Nerón tuvo la responsabilidad de haber iniciado la absurda hostilidad del pueblo romano, más bien tolerante en materia religiosa, respecto de los cristianos: la ferocidad con la que castigó a los presuntos incendiarios no se justifica ni siquiera por el supremo interés del imperio. Episodios horrendos como el de las antorchas humanas, rociadas con brea y dejadas ardiendo en los jardines de la colina Oppio, o como aquél de mujeres y niños vestidos con pieles de animales y dejados a merced de las bestias feroces en el circo, fueron tales que suscitaron un sentido de compasión y de horror en el mismo pueblo romano. “Entonces —sigue diciendo Tácito— se manifestó un sentimiento de piedad, aún tratándose de gente merecedora de los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo”, Nerón. La persecución no terminó en aquel fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año 67. Entre los mártires más ilustres se encuentran el príncipe de los apóstoles, crucificado en el circo neroniano, en donde hoy está la basílica de san Pedro, y el apóstol de los gentiles, san Pablo, decapitado en las “Acque Galvie” y enterrado en la vía Ostiense. Después de la fiesta de los dos apóstoles, el nuevo calendario quiere celebrar la memoria de los numerosos mártires que no pudieron tener un lugar especial en la liturgia. Si a Oriente, Jerusalén, le bastó un protomártir, Esteban, porque le había precedido la Cabeza, Cristo, a Occidente, la capital del imperio, Roma, a quien alude, le hizo falta la multitud innumerable del Apocalipsis, los protomárties de Roma, de cuya historia nos dan testimonio Tácito, Dion Casio y Plinio el Joven por la historia civil, Tertuliano y san Clemente Iº papa, por la de la Iglesia. En el año 64 un incendio devastó 10 de los 14 barrios de Roma. Fue un incendio tan voraz que dispersó a los vecinos por todas partes enloquecidos por la fuerza de las llamas. Gritaban las mujeres, chillaban los niños y en su desesperación algunos ya se daban por vencidos y se dejaban alcanzar por el fuego trepidante. El emperador Nerón, fue acusado por el pueblo de haber provocado él mismo el incendio con la intención de satisfacer su orgullo de querer alzar una nueva Roma, sobre los escombros de la vetusta y cochombrosa Roma. Siempre ha ocurrido, para alzar una Constitución nueva y derrumbar un Estado, se busca un chivo expiatorio sobre el que se carguen los muertos a base de mentiras, silencios y trampas. LOS ANALES DE TÁCITO El gran historiador Tácito Cornelio (54-120), senador y cónsul, describirá este acontecimiento escribiendo en tiempo de Trajano sus Anales. Cuando los rumores se hicieron públicos, Nerón, encontró los culpables, los cristianos. Con ello empieza la primera gran persecución que durará hasta el 68 y acabará con la vida entre otros de los apóstoles Pedro y Pablo. Sometió a refinadísimas penas a los cristianos, que ya eran mal vistos por las infamias que se les atribuían. El nombre de cristianos venía de Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio había sido condenado al suplicio por orden del procurador Poncio Pilato. Momentáneamente adormecida, esta maléfica superstición irrumpió de nuevo no sólo en Judea, sino también en Roma, adonde todo lo que es vergonzoso y abominable viene a confluir. Primeramente fueron arrestados los que hacían abierta confesión de su fe. Después, tras denuncia de éstos, fue arrestada una gran muchedumbre, no tanto porque son acusados de haber provocado el incendio, sino porque se los consideraba encendidos en odio contra el género humano. Aquéllos que iban a morir eran también expuestos a las burlas: cubiertos de pieles de fieras, morían desgarrados por perros, o eran crucificados, o quemados vivos como antorchas que iluminaban las tinieblas, puesto el Sol. Nerón ofreció sus jardines para gozar de tal espectáculo, mientras él anunciaba los juegos del circo y vestido de áuriga se mezclaba con el pueblo, o aparecía erguido en su carroza. Los cristianos eran, pues, considerados también por Tácito como gente despreciable, capaz de crímenes horrendos, como el infanticidio ritual, la renovación de la Cena del Señor, en la que se alimentaban de la Eucaristía, era interpretada como el asesinato de un niño para comérselo. Lo que originó la disciplina del arcano, que prohibía divulgar el sacramento de la Eucaristía. También interpretaban como incesto el abrazo de paz que se hacía en la celebración de la Eucaristía «entre hermanos y hermanas». Estas acusaciones, nacidas del chismorreo de la gentuza, fueron sancionadas por la autoridad del emperador, persiguiendo a los cristianos y condenándolos a muerte. Desde ese momento, nos lo atestigua Tácito, se añadió a la imputación contra los cristianos también un nuevo crimen: el odio contra el género humano. Plinio el joven, irónicamente, escribirá que con una acusación semejante se habría podido en lo sucesivo condenar a muerte a cualquiera. El historiador griego Dión Casio, que en Roma fue pretor y cónsul, en el libro 67 de su Historia Romana afirma que bajo Domiciano fueron acusados y condenados «por ateísmo» (ateótes) el cónsul Flavio Clemente y su mujer Domitila, y con ellos muchos otros que «habían adoptado los usos judaicos». La acusación de ateísmo, es dirigida contra quien no considera divinidad suprema la majestad imperial. Domiciano, durísimo restaurador de la autoridad central, pretende el culto máximo a su persona, centro y garantía de la «civilización humana». Parece mentira que un intelectual como Dión Casio llame «ateísmo» el rechazo del culto al emperador, lo que significa que en Roma no se admitía ninguna idea de Dios que no coincida con la majestad imperial. Quien tiene una idea diversa es eliminado como gravemente peligroso para la «civilización humana». Sobre los cristianos en consecuencia, descargó Nerón, las acusaciones que se le habían hecho a él, condenándolos a terribles suplicios. Aparte de que la doctrina cristiana eran un desafío a los dioses paganos celosos y vengativos... Nerón tuvo la responsabilidad de haber iniciado la absurda hostilidad del pueblo romano, más bien tolerante en materia religiosa, respecto de los cristianos: la ferocidad con la que castigó a los presuntos incendiarios no se justifica ni siquiera por el supremo interés del imperio. Antorchas humanas, rociadas con brea ardiendo en los jardines de la colina Oppio, mujeres y niños vestidos con pieles de animales en las garras de las bestias feroces en el circo, fueron espectáculos tan horrorosos que suscitaron un sentido de compasión y de horror en el mismo pueblo romano. “Entonces —dice Tácito— se manifestó un sentimiento de piedad, aunque se tratara de gente merecedora de los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo”, Nerón. La persecución no terminó en aquel fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año 67. La gente sin embargo pensaba que había sido el propio emperador Nerón, “el loco”, quien lo provocó, y es famosa la imagen del emperador tocando el arpa en su palacio mientras observaba las llamas destruyendo la capital del imperio. Hay muchas teorías: desde la simple y llana demencia de Nerón hasta una compleja maniobra política con vistas a replantear todo el urbanismo de Roma. El caso es que, hoy por hoy, no podemos afirmar con seguridad si Nerón fue o no el culpable. Lo que sí sabemos es que el emperador empezó a preocuparse cuando sus súbditos comentaron que él era el pirómano. De modo que buscó a un responsable que pagara las culpas, alguien en quien descargar la ira y la frustración del pueblo romano. Los cristianos no adoraban a los dioses del imperio, tenían fama de raros y hasta se decía que eran caníbales. La gente de la calle estaba dispuesta a echarles mano, y que pagaran tal atrocidad. Así comenzó la primera persecución de cristianos. Decapitados, crucificados, quemados en la hoguera, pero los romanos. Era uno de los lemas favoritos de los emperadores: “pan y circo”; de modo que hicieron del martirio de estos hombres y mujeres una diversión para el pueblo romano. Los cristianos eran conducidos al coliseo, donde eran devorados por las fieras ante el asombro y sobrecogimiento del público, que rompía en aplausos o carcajadas cada vez que un mártir era devorado por un león. La costumbre parece que tuvo éxito, y durante años los cristianos fueron perseguidos y asesinados. Primero por el incendio, después por el odio que se había inculcado hacia ellos y, por último, porque eran peligrosos, porque crecían, pudo escribir Tertuliano, “somos de ayer y llenamos todo el orbe” y porque negaban la legitimidad misma de un imperio basado en la divinidad del gobernante. El historiador Tácito (120) da cuenta en sus Anales de la muerte de «esas gentes a las que el vulgo denominaba cristianos». Eran, según dice, «una inmensa multitud», éstos son los que vienen de la gran tribulación, dice Juan en el Apocalipsis. Su muerte «fue organizada como una diversión. Unos, cubiertos con pieles de fieras, fueron desgarrados por perros; otros fueron izados a cruces en las que, al caer el día, se convirtieron en antorchas vivas, a fin de iluminar la noche. Nerón había ofrecido sus jardines para semejante espectáculo. Facilitaba juegos en el circo, mezclándose entre la multitud, vestido de auriga de cuadrigas o bien tronando sobre su vehículo. Por eso, aun cuando estas gentes fueran unos culpables dignos de los últimos suplicios, uno se sentía lleno de compasión al ver cómo eran inmolados no para el bien público, sino por crueldad de uno solo». El apóstol san Pedro fue uno de los crucificados en esta noche atroz, puesto que su cuerpo se hallaba depositado en la ladera de la colina vaticana. Posteriormente, el lugar fue identificado y se construyó el primer templo conmemorativo. Hoy, en el centro de la basílica, bajo la cúpula de Bernini es, precisamente donde se encontró su cuerpo. Importantes excavaciones realizadas con todo el rigor científico durante el pontificado de Pío XIIº encontraron los restos del apóstol Pedro hecho datado y acreditado con toda seguridad. San Pablo fue decapitado en Tre Fontane (Tres Fuentes) y enterrado muy cerca en el mismo sitio donde hoy se alza la basílica de san Pablo extramuros, en la vía Ostiense. Allí, además, del cuerpo de Pablo está también la cabeza de Pedro. En el interior del templo hay dos impresionantes estatuas de los dos santos apóstoles. Pedro exhibe las llaves del Reino. Pablo, la espada de su palabra. Se llama Extramuros porque se encuentra fuera del recinto de la muralla de Roma. Esta basílica, muy importante, es como un santuario dedicado a las iglesias de Oriente y su arquitectura guarda la inspiración de los grandes templos orientales. El lugar se denominó Tre Fontane por las tres fuentes que brotaron en los tres rebotes que dio la cabeza en tierra al ser decapitada. ORACIÓN A LOS SANTOS MÁRTIRES DE ROMA ¡Oh, protomártires de la Romana Iglesia! vosotros sois los hijos del Dios de la vida, porque descubristeis en fe y por fe, que Cristo era y es, el camino, la verdad y la vida y confiados en ello, felices e himnos entonando marchasteis a vuestras vidas entregar para gloria de nuestro Señor Jesucristo, y aunque vuestros nombres, quedaron no escritos en parte alguna, registraronse ellos en el corazón del Padre Eterno, porque no os premió el común hombre, sino, Él mismo; coronándoos con corona de perpetua e inmarcesible luz eterna, porque vosotros fuisteis los nuevos “Pedros” y “Pablos” que por su fe murieron; ¡oh, protomártires de la Romana Iglesia! Rueguen por nosotros. Amén.
Posted on: Sat, 29 Jun 2013 16:33:02 +0000

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