AMORES MUERTOS -Hasta mañana pablo. -Adiós, Luis. La puerta - TopicsExpress



          

AMORES MUERTOS -Hasta mañana pablo. -Adiós, Luis. La puerta de cristal del “Anónimos” se abrió para dejar salir a Pablo. Las farolas iluminaban la calle, si bien ya se apreciaban los primeros rayos de sol, ocultos tras los edificios más altos de Madrid. Pablo miró el reloj, cansado, y aceleró el paso para llegar a casa cuanto antes. El trabajo había sido duro aquella noche. La barra había cerrado a las cinco, como siempre, pero algunos clientes no se habían ido hasta las seis. Cuando el último había abandonado el local, habían recogido las mesas y limpiado un poco. Encima les tocaba hacer caja, por lo que no habían terminado hasta más tarde de las siete. Pablo se encontraba cansado y somnoliento, y bostezaba cada pocos pasos. Llegó por fin a su coche, un pequeño ford de cinco puertas de color azul, y se acomodó en el asiento del conductor. Condujo sin prisa hasta su apartamento, a las afueras de Madrid, y aparcó el vehículo frente a su portal. · · · · · Clara estaba sentada en la mesa de la cocina, bebiendo café en una taza en la que se leía “A bad day? Hit it withyour best shot!” Llevaba un fino camisón de color rojo y, distraída, miraba el reloj mientras esperaba a que Pablo regresara del trabajo. Cuando marcaba las siete y cuarto, oyó un ruido metálico al otro lado de la puerta, la cual se abrió pocos segundos después. Pablo entró, con aspecto cansado, y besó a Clara dasapasionadamente. Ésta lo llevó a la habitación, apartó las sábanas lo empujó suavemente sobre la cama. Se quitó el camisón y lo besó. Él sonrió un poco y empezó a desvestirse. -Espera un momento- dijo Clara cuando él dejó sobre una silla la cazadora y los vaqueros. Mientras rebuscaba en el pequeño armario del baño, Clara no pudo evitar sonreír, pensando en la noche que le esperaba. Hacía mucho tiempo que no tenían una noche como ésta, principalmente por sus ajustados horarios y por lo cansado que llegaba Pablo de trabajar. Regresó a la habitación con un preservativo entre las manos, sonriendo sensualmente. Sus rasgos se tornaron frustrados cuando comprobó que, en los dos minutos que había permanecido fuera de la habitación, Pablo se había dormido. Tenia la espalda apoyada en la pared, y la cabeza le caía formando un extraño ángulo hacia delante. Clara lo tumbó, aunque sin demasiado cuidado, albergando la secreta esperanza de despertarlo, pero él se encontraba tan somnoliento que, a pesar del tirón que le dio en el tobillo, ni siquiera se movió. Clara se tumbó a su lado, poniéndose el camisón, y, con la cabeza apoyada en el pecho de Pablo, se durmió. · · · · · Apagó el despertador de forma cansina. A su lado, Pablo dormía profundamente. Apenas eran las nueve. Se levantó con suavidad, sin hacer ruido, y se dio una ducha. Mientras el agua le caía sobre la espalda, unas lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas. No pudo reprimir un sollozo, pero antes de empezar a llorar desconsoladamente, se secó los ojos y terminó de lavarse. Algo menos de media hora después, Clara salió de su piso, cerrando la puerta con llave. Con paso lento, pero decidido, recorrió el trecho que la separaba del centro comercial donde trabajaba como dependienta. Saludó con gesto cansado a sus compañeras de trabajo y fue a ponerse el uniforme. Al mismo tiempo, tomaba una determinación y se hacía una promesa a sí misma. · · · · · · Pablo despertó a las una y media. Preparó algo para comer, pues se moría de hambre, luego encendió un pitillo y se recostó sobre el sofá, cerveza en mano, cambiando una y otra vez de canal hasta que encontró un programa que le interesaba. Despertó una hora más tarde. Sin darse cuenta se había dormido, y ahora le dolía un poco el cuello por la posición forzada en la que lo había mantenido. Lo masajeó suavemente unos minutos. Un poco después, cuando había vuelto a enfrascarse en la televisión, la insistente alarma de su reloj de pulsera le recordó que debía prepararse para ir a trabajar. Bostezando, fue a ducharse. Mientras bajaba las escaleras de su piso y salía a la calle, pensaba en que Clara merecía una noche como las de antes. Recordaba que anoche se había quedado dormido, y lo lamentaba mucho. Y cuando se subía en el coche, se hacía una promesa para sí mismo. · · · · · · Pablo salió del “Anónimos”. Sin embargo, a diferencia del día anterior, apenas eran las cuatro y media. Ese día el local no había estado muy lleno, por lo que pudieron salir mucho antes. Codujo su ford por las calles vacías y silenciosas. En la calle no se veía nada. Conducía lentamente, pues no tenía prisa, y sólo pensaba en la forma de sorprender a Clara. Al final de aquella calle, dos figuras avanzaban lentamente. Parecían una pareja de novios, pues caminaban muy juntos y, cada pocos segundos, se inclinaban para besarse. Pablo no le prestó mucha atención hasta que, al llegar a su altura, miró por el espejo retrovisor. Su rostro se deformó en una mueca de terror cuando comprobó que el rostro que reflejaban era el de Clara, que miraba embobada a un compañero de trabajo. Pisó el acelerador para alejarse de ellos. Dos minutos más tarde, había llegado a su piso. Con manos temblorosas, introdujo la llave en la cerradura y se desplomó sobre el sofá. Fue entonces cuando reflexionó. Sentía un enorme dolor en el corazón. La visión de Clara junto a aquel engreído le había afectado sobremanera. Una lágrima cayó por su mejilla, a esta le siguió otra y a esta una más. Después comenzó a llorar desconsoladamente. Se sentía traicionado y abatido. Sabía que, en el fondo, lo merecía. Aun así, su cabeza no lo asimilaba. Amaba a Clara con toda su alma. Dios sabía que había sido el hombre más feliz del mundo cuando se habían casado. Y ahora, ella… Examinó el piso y revivió la felicidad que le había embargado cuando se mudaron a él. Paseó por la cocina donde, sobre la encimera reposaba la taza de Clara. No pudo reprimir un sollozo al verla. Siguió mirando, y vio también toda la vajilla, regalo del padre de Clara, ollas, sartenes, espumaderas… y cuchillos. Los acarició despacio, comprobando su filo, y escogió uno de ellos. Se acercó al salón, con lágrimas corriéndole por las mejillas y, sentado en el suelo, resumió los últimos párrafos de su vida. · · · · · · Algo más tarde, Clara entró en su piso, con una cara de extasiada felicidad. Sin embargo, el olor dulce, al mismo tiempo que metálico, que le abofeteó apenas entró, le hizo cambiar la expresión. Avanzó unos pasos y, nada más entrar al salón, la cruel realidad la golpeó como un mazo. Pablo. Muerto. Y a sus pies, una nota escrita con letra muy temblorosa y algo emborronada por las lágrimas. "“¿Por qué?”"" " """ " Clara comprendió, entonces, que los había descubierto. Maldijo para sí mientras gruesas lágrimas pugnaban por salir de sus ojos. Respiró hondo para contenerlas, y, cuando se hubo tranquilizado, miró el cuerpo sin vida de Pablo. Y entonces estalló en un llanto desconsolado, que expresaba todo el dolor que sentía por dentro. Contempló el rostro de su esposo, borroso a sus ojos por las lágrimas. Se secó con la manga de la chaqueta. Pablo tenía los ojos cerrados, mojados por el llanto, y además su cara estaba manchada por aquel líquido carmesí, dando el efecto de que sus últimas lágrimas habían sido de sangre. Siguió inspeccionando el pueblo de Pablo, de arriba abajo, mientras nuevas lágrimas iban sustituyendo a las antiguas. Recorrió varias veces su cuerpo inerte con la mirada hasta que, finalmente, su vista se detuvo en su pecho. Justo en el cuchillo. Reaccionó instintivamente, rodeando el puñal con sus dedos y arrancándolo del cadáver. Antes de calvárselo, miró las últimas palabras de Pablo. Y supo cuál era la respuesta. · · · · · Unos días más tarde, alarmados por la persistente ausencia de Pablo y Clara, sus compañeros avisaron a la policía. Un inspector echó abajo la puerta del piso y encontró los cadáveres de ambos, abrazados entre sí. Clara tenía el cuchillo clavado a la altura del cuello. Sobre la mesa encontraron una nota bastante esclarecedora para los agentes. "“Yo maté a Pablo. Me arrepiento mucho de lo que le hice, y por eso decidí irme con él.”"" " En una investigación rutinaria, el inspector encontró dos bolas de papel en la basura. En una de ellas se podía leer: "“¿Por qué?”"" " En la otra, a modo de respuesta, decía: "“Fue por nuestros horarios. Pero no te preocupes, ahora estaremos juntos… ya verás como tendremos mucho tiempo libre."" " "P.D.: Siento lo de Luis.”"" "
Posted on: Sun, 21 Jul 2013 00:12:50 +0000

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