Apocalipsis z-Manel Loureiro-España 28 June 2006 @ 12:16 - TopicsExpress



          

Apocalipsis z-Manel Loureiro-España 28 June 2006 @ 12:16 hrs. ENTRADA 94 Los primeros seres ya habían llegado a la altura del GL, estacionado de cualquier manera contra la línea de bloques de hormigón. Solté un juramento. Cuando bajé a Víctor del todoterreno, tenía los brazos tan ocupados que me olvidé por completo de cerrar la puerta del acompañante. Ahora un par de esos seres, un hombre delgado y alto con la espalda abierta y un chico joven, de no más de quince años, al que le faltaba el gemelo de la pierna derecha, se habían colado a rastras dentro del vehículo, posiblemente atraídos por los rastros de olor que hubiésemos podido dejar en él. Era cuestión de tiempo que aquella masa rodease por completo nuestro transporte, volviéndolo totalmente inaccesible. Y tan solo les llevaría un rato más descubrir cuál era la vía de acceso al interior del Hospital. La posibilidad de abrirse paso a tiros hasta el todoterreno para huir de allí estaba más allá de cualquier posibilidad de discusión. Sería un auténtico suicidio. Aún suponiendo que consiguiésemos atinar a la primera todos los disparos que hiciésemos (posibilidad más que dudosa en mi caso), la Apocalipsis Zombie - 208 - distancia era demasiado grande como para que Prit y yo pudiésemos mantener la suficiente disciplina de fuego y mantener cubiertos todos los flancos simultáneamente. Simplemente, eran demasiados. Comprendí la sensación de terror puro que debieron sentir en su día los defensores de los puntos seguros cuando se vieron enfrentados a una marea de esos seres, pero de una magnitud mucho mayor. Tratar de acabar con ellos es como pretender evitar que las hormigas suban a tu mantel en un picnic de verano. Puedes matar a docenas de ellas a pisotones, pero continuamente vendrán más. Y más. Son jodidamente imparables. Esos seres son angustiosos. Su número abrumador y el hecho incontestable de que ya están muertos les convierten en un enemigo formidable. No dudan, no duermen, no descansan, no tiene miedo, nada les para. Solo tienen un deseo, hasta donde yo sé, y es el de capturar a todos aquellos que no son como ellos. Noté un peso enorme en el corazón. Traté de tragar saliva pero tenía la boca tan seca como un trozo de esparto. Era incapaz de emitir ningún sonido, de respirar normalmente, de pensar con claridad. En ningún momento hasta entonces había sido tan consciente de mi condición de presa. En ningún momento hasta entonces había sido consciente de lo desesperado de nuestra situación. El mundo ya no es nuestro. Es de ellos. Y no sé hasta cuando durará esta situación. Un ligero tintineo a mi izquierda me sacó del estado de trance y me devolvió a la realidad. Pegado al muro, con una mano apoyada contra la pared, avanzaba un chico joven de unos veintipocos años, de pelo largo y con unos pantalones exageradamente flojos y caídos. Una larga cadena plateada, de la que pendía un fajo de llaves, le colgaba del bolsillo derecho, donde normalmente debería haber estado. Ahora, las llevaba literalmente a rastras, y el llavero, ya inútil, le golpeaba contra las piernas al avanzar, produciendo aquel sonido apagado que me había alertado. Como todos esos seres, el chico tenía la piel de un color cerúleo transparente y una miríada de pequeñas venas reventadas, dibujando un grotesco mapa en su piel. El brazo izquierdo le colgaba inerte a lo largo del cuerpo, con un horrible desgarrón en el bíceps producto de un mordisco. En el pecho, sobre una camiseta sucia y acartonada, podía ver claramente tres o cuatro agujeros de bala. Eran inconfundibles. Me quedé pasmado, contemplando las heridas. Uno de los proyectiles había entrado justo sobre el corazón y las otras balas estaban en la zona baja del estómago. Eran heridas mortales de necesidad. Me sentí mareado. Aquel ser ya se había enfrentado con anterioridad con un superviviente, el cual, evidentemente, se había defendido a tiros. Sin embargo aquel No Muerto aún seguía moviéndose, lo que me llevaba a ser muy pesimista con respecto a la suerte corrida por el autor de los disparos. Y ahora lo tenía acercándose a mí. Me había visto. En vez de llegar por la carretera de acceso al Hospital, como la mayoría de aquellos cadáveres ambulantes, él lo había hecho por un lateral del edifico, saliendo de sabe Dios dónde. Mientras la multitud aún estaba arremolinada al otro lado de la línea de sacos de arena, tratando de encontrar un paso, él ya estaba dentro del perímetro, y me había localizado. Apocalipsis Zombie - 209 - Un gemido sordo salió de su garganta (¿Cómo demonios emiten sonido? ¿Es que tienen aire en los pulmones? ¿Respiran?), al tiempo que aumentaba el ritmo de sus zancadas para precipitarse sobre mí. En esta ocasión, me lo tomé con más calma. Cuando aún estaba a quince metros de mí, descolgué el arpón de mi hombro y revisé el virote y la goma elástica. A continuación le eché un vistazo a la pistola por si algo salía mal, y seguidamente me apoyé en una papelera rebosante y maloliente para afinar el tiro. Cuando estuvo a tan solo tres metros de mí, apreté el gatillo. El virote entró justo sobre su labio superior, a poco más de un milímetro de su pómulo, mientras la punta salía a través de su occipital. El crujido que produjo el hueso sonó como una rama seca al partirse. El engendro se frenó de golpe. Un borbotón de sangre putrefacta empezó a manar de la herida, mientras el chico vacilaba. Parte del virote quedaba dentro de su ángulo de visión e instintivamente trató de echarle mano. Sin embargo, su coordinación, como la del resto de los No Muertos, parecía dejar bastante que desear. Daba manotazos al aire a más de medio metro del extremo del virote, mientras el chorro de sangre, negra y maloliente, era cada vez de mayor calibre. Pronto toda la parte inferior de su cara y el torso estuvieron teñidas de un intenso púrpura oscuro, al tiempo que sus movimientos se hacían cada vez más lentos y erráticos. Finalmente, con un curioso gorgoteo, extendió su brazo sano hacia el frente y se desplomó. Si no hubiese sido una escena tan sumamente escabrosa, me hubiese dado la risa lo estrambótico de la caída. Pero no estaba la situación para coñas. Me abalancé de un salto hacia el cuerpo para recuperar el virote ensangrentado. Justo cuando iba a agarrarlo me quedé paralizado por el pánico. Acababa de recordar que tenía un pequeño corte en un dedo, y no llevaba guantes. Contemplé impotente el proyectil que sobresalía como el mástil de una bandera de la parte posterior de la cabeza del chico. Tan cerca, y sin embargo, inalcanzable. Vacilé de nuevo. Tan solo me quedaban tres saetas en la funda que llevaba adosada a una pierna, así que abandonar aquel virote era una perdida considerable. Valoré la posibilidad de buscar unos guantes de látex en el interior del Hospital y volver a por el virote, pero una breve mirada hacia la multitud me convenció de que ya no había tiempo. Al menos treinta o cuarenta No Muertos se las habían ingeniado para atravesar la línea defensiva y ahora se dirigían hacía mi figura, que se recortaba con nitidez contra el fondo blanco de la pared del Hospital. Tenía que salir de allí a toda leche. 28 June 2006 @ 19:54 hrs. ENTRADA 95 Con una última mirada la exterior me precipité de nuevo por el corredor a oscuras, corriendo a toda velocidad, mientras mis pasos resonaban en el eco cavernoso de aquella especie de túnel. Una filtración en el techo había ido formando un charco de agua en mitad y mitad del pasillo. Ya había visto antes ese charco, pero al entrar tan alocadamente, simplemente, me olvidé de su existencia. El resbalón fue de campeonato, y el costalazo que vino a continuación, de órdago. Apocalipsis Zombie - 210 - Me quedé tumbado en el suelo por unos segundos, boqueando, tratando de recuperar la respiración. Al levantarme, un agudo pinchazo en un costado me hizo pegar un alarido de dolor. Me dejé caer de nuevo al suelo, soltando unos juramentos que harían encanecer a una monja. Lo que faltaba. Tendría que sacarme el neopreno para saber si me había fracturado una costilla, pero de lo que estaba seguro era que iba a tener un bonito y enorme moratón en el costado. Joder. Vaya trastazo. Mierda de charco. Iba a demandar a ese puto Hospital. La simple idea de una demanda, en una situación tan terrible como aquella, me hizo retorcer de risa, provocándome nuevos espasmos de dolor. Una demanda. Hay que fastidiarse. Gimoteando y sin poder evitar estallidos de risa histérica, me puse de nuevo de pie y continué mi camino hacia el interior del Hospital, entre pinchazos de dolor en el costado. Ya era oficial. Mis nervios están a punto de romperse. Empuje las puertas batientes con el costado sano, mientras me afanaba en recargar el arpón, aún entre hipidos de risa. Una vez dentro, les eché un rápido vistazo. Eran unas puertas dobles que se abrían en ambos sentidos, pero por su parte interior tenían un par de sobresalientes ganchos de acero, que se utilizaban para sujetar las hojas a dos soportes instalados en las paredes. Así, cuando era necesario, se podían dejar las puertas fijadas en la pared y abiertas de par en par, sin necesidad de que estar empujándolas permanentemente. Ahora pensaba darle a esos ganchos una utilidad diferente. Justo al lado de la puerta, tumbado en el suelo, oculto bajo un montón de material medico desechado, yacía un palo de gotero con dos bolsas de suero vacías colgadas de sus soportes. Aparté a patadas el enorme montón de gasas, cajas de tranquilizantes y restos de vendajes para cogerlo. A continuación atranqué la puerta con el gotero, pasándolo a través de los ganchos. Torcí el gesto, apesadumbrado. En las pelis siempre parece más fácil. Aquel invento no soportaría por demasiado tiempo los embates de una multitud como la que se iba a abalanzar contra la puerta en poco más de un par de minutos. Llegué jadeando junto a Víctor, que me observó con cara de preocupación, mientras recuperaba el aliento apoyado en su silla. En pocas palabras le puse al corriente del enorme problema que se nos venía encima. Era de todo punto imposible salir por aquella puerta, y además, no dudaba que los No Muertos pronto se las arreglarían para entrar en el vestíbulo. Teníamos que buscar otra salida. Un complejo tan enorme como el Hospital Meixoeiro debía tener docenas de entradas y salidas distintas, pero nosotros teníamos que encontrar una que estuviese en una fachada distinta a donde nos encontrábamos en ese preciso instante. El problema era que para llegar a otro frente tendríamos que adentrarnos en las entrañas del edificio. Y aquella instalación, construida en varias fases a lo largo de los años, tenía fama de ser un laberinto de salas y largos pasillos, incluso entre el propio personal médico que trabajaba allí a diario. No quedaba más remedio. Le pregunté a Viktor si podía andar. El pequeño ucraniano hizo el gesto de levantarse. Muy valiente, pero inútil. Las piernas le fallaron a los pocos segundos y se volvió a desplomar en la silla. Los restos de morfina y la pérdida de sangre, sumados al cansancio y la Apocalipsis Zombie - 211 - alimentación insuficiente de las últimas semanas no le permitían moverse. Tendría que empujarle a través de los pasillos. Vaya panorama. Coloqué a Lúculo en el regazo de Prit. Con una linterna en una mano y la otra en el respaldo de la silla, nos adentramos en el interior del Hospital. En nuestros oídos retumbaban ya los primeros golpes en las puertas de Urgencias. 04 July 2006 @ 14:04 hrs. ENTRADA 96 Salimos de Urgencias por uno de los pasillos que se abrían al fondo de la sala. Nada más empujar la puerta, me detuve un momento, titubeante. Aquel pasillo estaba oscuro como el fondo de un pozo a medianoche. Los tubos fluorescentes, sin corriente eléctrica, colgaban como trastos inútiles en el techo, atrapando toneladas de polvo, y la poca luz exterior que conseguía filtrarse hasta allí tan solo permitía adivinar algunos bultos atravesados de cualquier manera en el pasillo. Además, a medida que nos fuésemos internando en las entrañas del Hospital la cosa sería cada vez peor. Por lo menos, ahora aún estábamos relativamente cerca del exterior. Aún llegaba un poco de luz mortecina y podíamos oír el rumor de la lluvia. En cuanto cruzásemos la siguiente puerta, estaríamos en otro mundo. Sin embargo, el principal motivo para detenerme no era la falta de luz, sino el olor. Nada más abrir aquella puerta un penetrante aroma a podrido nos asaltó como una bofetada en plena cara. Aunque el olor a podredumbre y fermentación está por todas partes en estos tiempos, no había sentido antes nada tan intenso y concentrado como lo que percibíamos en aquel instante. Aquel efluvio era denso, pesado, potente. Me recordaba al olor que reinaba en las ruinas del Punto Seguro, solo que multiplicado por diez, seguramente por estar en un sitio cerrado, caliente y sin ventilación. Los ojos me lagrimeaban, mientras me ataba de cualquier manera un pañuelo sobre la cara. Tosí, tratando de respirar por la boca. Notaba un nudo en la boca del estómago y unas náuseas crecientes. Una mirada de reojo a Prit me sirvió para confirmar que no era el único afectado por aquella peste. El ucraniano tenía el rostro demudado, mientras trataba de aguantar las arcadas. Aquel aroma a muerte solo lo podían producir docenas de cadáveres en estado de putrefacción avanzada. Aquel Hospital tenía que estar plagado de cuerpos sin vida. Estábamos a punto de entrar en una fosa común. Nos adentramos en el pasillo, con Prit alumbrando hasta el último rincón con la linterna mientras yo empujaba su silla, sorteando los cuerpos que nos encontrábamos derrumbados de vez en cuando. Nuestro plan era sencillo. Tan solo teníamos que cruzar parte de aquella planta baja, tratando de mantener una línea lo más recta posible, para llegar a la fachada contraria y salir por allí. Apocalipsis Zombie - 212 - Aquel enorme paseo, antes de la pandemia, le podría llevar a un enfermero que conociese bien el Hospital al menos diez minutos. Suponía que a nosotros, a oscuras y sin conocer aquel laberinto, nos iba a llevar bastante más. Los primeros cuatro o cinco minutos fueron bastante bien. Cruzamos a toda la velocidad que nos era posible una sucesión de salas y corredores a oscuras, con toneladas de equipo y material médico atravesado de cualquier manera. Era extraño. Daba la sensación de que el Hospital había sido apresuradamente evacuado, pero sin embargo, la enorme cantidad de cadáveres semi-podridos que nos cruzábamos decían todo lo contrario. Quizás, tras la evacuación, por algún motivo se habían visto obligados a volver al complejo y los No Muertos les habían atrapado allí. Quien sabe. La mayoría de los cadáveres presentaban impactos de bala en la cabeza, pero unos cuantos eran restos horriblemente desfigurados y parcialmente devorados, más allá de cualquier posible reanimación. Casi todos estos últimos calzaban botas militares. Los últimos defensores a la desesperada, mientras el resto corría. Corría… ¿Hacia dónde?… No tengo respuesta a esa pregunta… Los pinchazos en el costado eran cada vez más agudos. Comenzaba a ver puntos blancos bailando delante de mis ojos y las piernas me temblaban. Mi respiración debía ser descompasada, porque Viktor se giró en la silla y me miró con preocupación. Me dijo que en esas condiciones no podíamos seguir y que era mejor que descansásemos un segundo. Estuve de acuerdo. Necesitaba dos minutos para tranquilizarme. Estaba hiperventilando. A nuestra derecha, una puerta de madera contrachapada daba a una especie de vestuario, con taquillas alineadas contra las paredes y bancos alargados colocados entre ellas. Al fondo, un par de sofás y un tablón de corcho con docenas de notas y carteles ocupaban toda la pared, mientras un enorme ficus de plástico montaba guardia en una esquina. Un solitario bolso de mujer yacía tirado en el suelo, y parte de su contenido se había desparramado. Podía ver a la luz del foco un pintalabios, una cartera y lo que parecía ser el mango de un cepillo. El vestuario de enfermeras. No era un mal sitio para descansar un rato. Tras cerrar la puerta con llave me dejé caer sobre uno de los bancos. Prit acariciaba la cabeza de Lúculo con su mano sana, mientras aguantaba estoicamente el dolor. Un tipo duro. Me saqué la parte superior del neopreno. Estaba horriblemente delgado. Podía contar mis costillas dibujándose sobre la piel. Hacía meses que no tenía una buena comida caliente en condiciones, y mi organismo estaba empezando a pagar las consecuencias. La falta de vitamina C por no consumir alimentos frescos ni verduras era lo más peligroso. En el costado derecho tenía un enorme hematoma que iba adquiriendo lentamente un profundo color púrpura oscuro. Palpé con mi mano y tuve que contener un aullido de dolor. Joder. Me tenía que haber roto un par de costillas, por lo menos. Bonita putada. Me tragué un par de Nolotiles y levanté el bolso del suelo. Rebusqué en su interior. Un teléfono móvil sin batería metido en una funda de algodón, un paquete de Lucky arrugado, con un encendedor dentro y un documento de identidad con una esquina doblada. En la foto, una chica morena de ojos verdes, Apocalipsis Zombie - 213 - muy guapa, me miraba sonriente. Lucía Torreblanca, ponía debajo. No había ni un solo documento ni identificación en la cartera que la relacionase con el Hospital. Absolutamente nada. De todas formas, gracias por el tabaco, Lucía. Me pregunto quién demonios eras y qué coño hacías aquí. Le coloqué un cigarrillo en la boca a Prit, que inspiró una profunda calada. A continuación, le deshice el vendaje de emergencia que le había puesto en el concesionario para que pudiese ver sus heridas. El dedo meñique y el corazón habían desaparecido, el primero por completo y el segundo hasta la tercera falange. El dedo anular tenía un desgarro lateral que precisaría de un par de puntos de sutura por lo menos y la palma de la mano tenía un profundo corte que afortunadamente ya no sangraba tanto. Prit levantó la cabeza, sereno y me dijo que no era para tanto, pero que necesitaba que le practicasen una cura urgentemente. Ya no había pérdida de sangre, pero el riesgo de septicemia era evidente. El problema era que yo, con unas nociones básicas de primeros auxilios, era la única persona disponible para recomponer sus heridas. Vaya papeleta. Fue todo muy rápido. Algo golpeó con fuerza contra la puerta de madera contrachapada, abriendo un boquete de tamaño considerable en la parte superior. Por el agujero asomó una mano cadavérica, con docenas de astillas clavadas, aunque dudaba mucho que su propietario sintiera dolor. La mano se retiró y propinó otro golpe, que casi saca la puerta de su marco. Aquel cabrón era condenadamente fuerte. Me eché un par de pasos atrás, sujetando fuertemente la linterna, mientras Prit amartillaba el AK y lo apuntaba hacia la puerta, que no tardaría en caer. Ya podía ver al No Muerto a través del agujero. Era un hombre joven, corpulento, de barba y pelo rizado. Como única vestimenta llevaba una camiseta de Rei Zentolo que le quedaba exageradamente grande. En su pierna derecha, un aparatoso vendaje le cubría toda una pantorrilla. Me jugaba un millón de euros a que sabía qué le había producido esa herida. Solo tenía que mirarle la cara. De un último golpe, la débil puerta se partió por la mitad y aquel ser se abalanzó hacia adelante. Justo en ese momento, Prit apretó el gatillo. Un enorme boquete rojo apareció donde hasta hacía tan solo un segundo había esto su ojo izquierdo, en medio de un surtidor de sangre y huesos. El cuerpo del barbudo se derrumbó como un saco justo delante de mí. Le propiné una patada, para tener la total certeza de que no se movía. Había algo extraño en aquel cadáver. Tardé un rato en darme cuenta de que era. Estaba totalmente empapado. Aquel ser había entrado desde el exterior del Hospital no hacía ni cinco minutos. Lo habían conseguido. La puerta había caído y nos seguían la pista. Apocalipsis Zombie - 214 - 05 July 2006 @ 16:33 hrs. ENTRADA 97 Me volví hacia Prit, notando como el sudor empezaba a correr por mi espalda. La mirada que crucé con el ucraniano fue suficiente para decirnos todo. Nuestra situación estaba tomando un giro bastante preocupante. Una vez más, teníamos que seguir corriendo. Tras hacerle un vendaje de fortuna en la mano, salimos cautelosamente del cuarto de enfermeras. El pasillo estaba vacío, pero el disparo del AK parecía haber desatado un ataque de furia en el Hospital. Los gemidos y los golpes volvían a sonar, solo que esta vez mucho más cerca. Del cuarto cerrado que estaba justo enfrente, al otro lado del pasillo, salían unos golpes sordos, como puñetazos contra un muro. Apoyé la mano en el tabique y sentí la vibración. Había algo justo al otro lado de la delgada pared, algo que estaba descargando puñetazos de rabia. Me aparté, asustado. Recé para que fuera lo que fuese aquel ser no encontrase la manera de salir de allí. Un súbito sonido de cristales rotos nos sobresaltó. El sonido venía de un par de salas más allá, por donde habíamos pasado no hacía ni diez minutos. Alguien había tropezado con un monitor o algo por el estilo, y lo había hecho pedazos contra el suelo. Los rugidos ya se oían más cerca. Prit colocó a Lúculo en su regazo y con el AK amartillado fuertemente en su mano sana me hizo señas con la otra. Me puse de nuevo detrás de la silla y volví a empujarla, esta vez a más velocidad que antes. Notaba un peso enorme en el estómago y un sudor frío bajando por la espalda. Estaba asustado, pero asustado de verdad, y no me importa reconocerlo. Creo que cualquiera en esa situación estaría muerto de miedo, y el que diga que no o es un mentiroso o un inconsciente. No soy un héroe, joder. Lo único que quiero es salir con vida de todo esto. El pasillo desembocaba, a través de una puerta destrozada, en un sector un poco más amplio. Un enorme cartel blanco colgado sobre nuestras cabezas rezaba “PEDIATRÍA” con grandes letras azules de molde. En las paredes, dibujos infantiles de prados cubiertos de vacas, payasos y margaritas le daban un curioso aspecto de guardería a la sala, supongo que con el fin de resultar más tranquilizador para sus pequeños pacientes. En aquel instante, sin embargo, el ambiente había quedado totalmente arruinado por los grumos de sangre reseca que salpicaban aquí y allá la decoración. Daba la sensación de que alguien había puesto en marcha una gigantesca picadora de carne en medio de aquella sala. Prit resopló, angustiado. Yo me sequé la frente. El calor allí era opresivo. Justo enfrente de nosotros, el dibujo de un enorme payaso nos observaba con una enorme sonrisa desde la pared, sin ser consciente del enorme cuajarón de sangre reseca que le corría por toda la cara. Llevaba escrito “Pupi Dudi” sobre su pantalón de peto amarillo, mientras sostenía un gigantesco fajo de globos en su mano enguantada. El peto estaba chorreado de sangre y un grumo de masa cerebral reseco se había incrustado sobre sus dientes, dándole un aspecto diabólico. Apocalipsis Zombie - 215 - Me estremecí. El simpático Pupi Dudi ahora parecía un depredador demente con restos de sus víctimas en la boca, a punto de saltar de la pared. Aquella sala era una pesadilla. Nos apartamos de aquel dibujo y seguimos nuestro camino, procurando apartar la mirada de ciertas escenas realmente desagradables. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que alguien, en algún momento, se había atrincherado en aquella sala para ofrecer resistencia. Por lo que podíamos ver, no era muy difícil adivinar cómo había terminado aquello. Docenas de casquillos de bala tapizaban el suelo y montones de cuerpos malolientes se acumulaban aquí y allá, testigos mudos de la desesperación absoluta que se había vivido en aquel recinto. De repente, tuvimos que detenernos. El cadáver de un niño pequeño, de no más de un año o dos yacía atravesado en medio del pasillo, boca abajo, con un enorme agujero en la parte posterior de su cráneo. Era una escena de locos, absolutamente espantosa. Prit lloraba en silencio, manoseando nerviosamente el seguro del AK. No dije nada. Recordé que el ucraniano tenía un hijo más o menos de la misma edad. Seguramente, la visión de aquel pequeño cuerpo le traía a la mente el destino de su familia, desaparecida en algún rincón de Centro Europa. No era capaz de imaginarme el infierno de sentimientos que tenía que estar sufriendo Viktor. Un golpe sordo a nuestra izquierda llamó nuestra atención. Pegado al amplio corredor que íbamos siguiendo arrancaba una divisoria de plástico y cristal que separaba aquel pasillo de las habitaciones de aislamiento de Pediatría. Donde estábamos en ese momento se situaban antaño los familiares de los pequeños pacientes, para poder contemplarlos a través del cristal. Ahora, al otro lado del cristal solo había la negrura más absoluta. Enfoqué la linterna hacia el panel, tratando de alumbrar al otro lado. El cristal debía estar provisto de algún tipo de polarización, porque la luz se reflejó, cegándonos momentáneamente. Lo intenté de nuevo, esta vez apartando la mirada, pero no obtuve mejor resultado. Resultaba imposible alumbrar hacia el otro lado. Frente a la luz directa, aquel cristal actuaba como un espejo. Sin embargo, insistí. Estaba convencido de que había oído algo proveniente del otro lado. Pegué mi cara al cristal y puse las manos a los lados, tratando de escrutar algo en el interior. No podía ver nada. Cuando mi mirada se adaptó, empecé a distinguir los contornos de una cama con una burbuja de plástico colgada encima, que parecía estar abierta, o rasgada, por un lateral. Que curioso… De improvisto, una mano manchada de sangre golpeó con fuerza el cristal, justo al lado de mi cara, seguido de un prologado gemido. La cara cerúlea de una niña de no más de seis años me contemplaba con furia al otro lado del vidrio, a menos de dos centímetros de mis ojos. Pegué un bote hacia atrás, cayéndome encima de Prit, mientras sentía salir mi corazón por la boca. La niña golpeaba rítmicamente el cristal con las palmas de las manos, mientras de su boca surgía un aullido monocorde. Al cabo de un instante la figura de un niño de cuatro o cinco años, también vestido con el pijama del hospital se unió a ella, redoblando los golpes. Entre ambos montaban un escándalo de enormes proporciones. Apocalipsis Zombie - 216 - Me incorporé, lívido. El cristal temblaba con cada andanada de golpes, pero los críos no parecían tener la fuerza suficiente como para poder quebrarlo. Les eché un vistazo. El niño tenía la cabeza monda como una bola de billar. Supuse que se estaba sometiendo a algún tipo de radioterapia cuando toda esta gigantesca ola de mierda llegó hasta el Hospital y los alcanzó. No podía ver ninguna herida aparente en su cuerpo, pero estaba seguro, que en alguna parte, debía tener algún corte o arañazo de esas bestias. La niña presentaba un profundo desgarro en el cuello. Quienquiera que fuese, le había seccionado la carótida de un mordisco, provocándole la muerte casi instantánea. Todo su cuerpo estaba bañado de sangre reseca. Recé para que solo fuese la suya. Aquel espectáculo parecía haber aplastado a Prit contra su silla. El ucraniano miraba con ojos vidriosos al otro lado del cristal, mientras su mano pendía fláccida sobre el percutor del AK. De su boca entreabierta surgía un sonido ininteligible, mientras sacudía débilmente su cabeza de un lado a otro. Me incliné sobre el ucraniano y le susurré unas cuantas palabras tranquilizadoras. A continuación, amartille la pistola y reemprendí la marcha. Si aquellos seres conseguían salir de allí, sería yo quien tendría que hacerse cargo de ellos. Prit era incapaz de disparar contra un niño, aunque fuese una de esas bestias. El pasillo se nos hizo atrozmente largo. Los dos pequeños caminaban en paralelo a nosotros, al otro lado del cristal sin dejar de aullar, propinando de vez en cuando un golpe al vidrio, que afortunadamente parecía resistir sus palmetazos. Mi atención se desviaba alternativamente entre el pasillo, el cristal, los No Muertos y Prit, que no dejaba de murmurar por lo bajo. Los nervios del ucraniano parecen estar empezando a fallar también. Era normal.
Posted on: Fri, 22 Nov 2013 07:01:58 +0000

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