Aquellos diez amigos vivían en un pequeño pueblo llamado - TopicsExpress



          

Aquellos diez amigos vivían en un pequeño pueblo llamado Comején. Cierto día hicieron un acuerdo singular: cada uno aportaría mil dólares a un fondo común. Se rifarían la cantidad entre ellos, y el que se la ganara iría a París y se gastaría todo el dinero en una gloriosa noche en la mejor casa de mala nota de aquella gran ciudad. Luego regresaría y les describiría su experiencia a los demás. Se entregaron las aportaciones, se efectuó la rifa y el ganador resultó ser Fortunacio. Le compraron su boleto de avión y lo fueron a llevar al aeropuerto. Ahí lo despidieron con abrazos y exhortaciones para que disfrutara plenamente de aquella experiencia sin igual. Cuando después de una semana Fortunacio regresó del viaje los amigos se reunieron con él para que les narrara su experiencia. “¡Qué ciudad es París! -empezó Fortunacio-. La Torre Eiffel, el Sena, Notre Dame, el Louvre... ¡No hay nada igual en Comején!”. “Muy bien -lo apremiaron los amigos-. Pero háblanos de lo otro, de la casa de mala nota y lo demás”. “¡Ah! -exclamó con embeleso Fortunacio-. ¡Qué casa aquella! Pisos de mármol; paredes forradas en cedro y caoba; escaleras de pórfido; estatuas de alabastro; cortinas de brocado... ¡No hay nada igual en Comején!”. “¡Sigue, sigue!” -le pidieron con ansiedad los otros-. “Primero fui al bar -relató Fortunacio-. ¡Qué bar aquél! Una cava como una catedral: vinos de un siglo; cognac de lo mejor; un río de champaña. ¡No hay nada igual en Comején!”. “Ahórrate todo eso -se impacientaron los amigos-. Ve al grano”. “Luego -continuó Fortunacio- me dirigí a la sala donde estaban las muchachas. ¡Qué mujeres! Rubias, trigueñas, pelirrojas; orientales, caucásicas, africanas... ¡No hay nada igual en Comején!”. “¡Joder! -se desesperaron los otros-. ¡Ya dinos lo que queremos oír!”. “A eso voy -replicó Fortunacio-. Vino hacia mí una morena preciosísima. Ojos como de fuego; boca sensual; grupa de potra arábiga; cabello que casi le llegaba hasta los pies... ¡No hay nada igual en Comején!”. “¿Y luego?” -lo apresuraron los amigos. “Me tomó de la mano -prosiguió Fortunacio- y me llevó a una habitación. ¡Qué habitación aquella! Luces color violeta; aroma de inciensos orientales; voluptuosa música ambiental... ¡No hay nada igual en Comején!”. ¿Y después? -volvieron a preguntar los otros, ávidos de saber-. ¿Qué sucedió después?”. “Después -continuó Fortunacio- nos desvestimos los dos y nos tendimos en la cama. ¡Qué cama aquella! Redonda; con colchón de agua y sábanas negras de seda y de satín. ¡No hay nada igual en Comején!”. Los amigos se desesperaron: “¿Y luego? ¿Y luego?”. “Luego -respondió Fortunacio- todo fue exactamente igual que en Comején”.
Posted on: Sun, 14 Jul 2013 15:06:54 +0000

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