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Artículo que aparecerá publicado el martes 20 de agosto de 2013 en Diario de Xalapa, Sección Nuestra Vida, de la ciudad de Xalapa, capital del Estado de Veracruz. México. EL VALOR DE CARGAR AL VENADO. Frank Barrios Gómez. Todo aquello que no se ha ganado con esfuerzo, suele escaparse de las manos como si se tratase de agua, la cual quisiéramos aprisionar pero resulta imposible por no poseer el recipiente adecuado. Hay que aprender a valorar las cosas que tenemos a nuestro alcance, y el esfuerzo de quienes hacen posible que se goce de ese tipo de privilegios, que muchos quisieran tener, pero no todos gozan de la misma suerte. Muchos hijos de papi y mami, están acostumbrados a estirar la mano y exigir, sin mediar el esfuerzo que hacen sus progenitores para que esos caprichos sean subsanados. También tienen mucha culpa los viejos, por no enseñar a sus hijos a sentir el esfuerzo que debe hacerse para adquirir lo que se desea, y así valorar esos alcances. Dicen los papás que durante su juventud sufrieron muchas carestías, y no quieren que sus hijos pasen por algo similar. Por eso, les cumplen todos sus gustos y su mayor felicidad es verlos rodeados de abundancia. Estos viejos, se ponen en sus ojos una venda, la de la ignorancia, por no querer aceptar el mal que están haciendo, al no exigir lo mínimo a sus vástagos para darles lo que piden. Luego, que no se quejen cuando no puedan satisfacerles sus deseos y comiencen a verse las faltas de respeto, producto de haber creado a unos holgazanes, que serán una lacra para la sociedad. Los padres no van a ser eternos, y la mejor herencia que pueden dejarle a sus hijos es la educación, además de enseñarles a pescar para que todos los días coman pescado, sin necesidad de depender de nadie. Cuenta una fábula que cierto día, a orillas del camino se encontraba un hombre el cual lloraba amargamente. Pasaba por ahí su compadre Pedro, el cual al verle en ese estado, llegó ante él y le preguntó cuál era el motivo que le tenía sumido en ese lamentable trance. “Compadre, fíjese que ya estoy cansado de esta situación. Mi vida ya no tiene sentido. Nadie valora los esfuerzos que hago para con mi familia y he decidido, que hoy le pego un tiro a mi desconsiderada mujer, por ser la causa de mi desgracia” El compadre se preocupó al escuchar esto, y ver muy decidido a su compadre de llevar a cabo lo que estaba diciendo. “A ver compadre Juan, ¿Será tan grave lo que le hizo la comadre para que la mate? Platíqueme que pasó para ayudarle a buscar una solución que no sea tan drástica”. Ya más calmado, Juan tomó aliento y comenzó su relato. “Compadre, usted sabe que somos muy pobres, y para poder comer un pedazo de carne, tengo que ir a buscarlo, no me pesa tener que tomar mi escopeta e irme al monte. Paso varios días buscando la presa. Mientras tanto, tengo que soportar los piquetes de los mosquitos que parecen vampiros, varias veces me han llegado a morder víboras. Las espinas me rasgan la carne. Las garrapatas y chinches se me adhieren al cabello; casi no duermo por estar pendiente para que cuando aparezca el venado, le pegue en el lugar adecuado el tiro y no vaya a fallar porque se me alarga mi estancia en la montaña”. “Inmediatamente cargo al animal sobre mi espalda, para aprovechar y que no pase mucho tiempo y vaya a descomponerse, no bien he entrado al pueblo, cuando quién sabe de donde aparece mi mujer con filoso cuchillo en su mano y comienza a destazar al animal. Que esta pierna es para doña chole. Este lomito para mi mamá, las costillas para mi hermana. Lo poco que queda se lo lleva para la casa, y al cabo de 3 días ya no hay nada y vuelvo a salir a buscar otro venado”. Pedro escuchaba con atención y una vez terminado el relato dice: “Compadre, ya tengo la solución, invite a la comadre cuando vuelva a salir de cacería, píntele la cosa lo más bonito y por último, que sea ella la que cargue el venado hasta su casa”. Dicho y hecho, una vez que Juan se vio en la necesidad de salir de cacería, le dice a su mujer: “Viejita, por qué no me acompañas. Será como tomar una luna de miel, tú y yo solitos, en la espesura del monte, teniendo como colchón el suave pasto, y de techo el cielo adornado con la luna y estrellas. Nos bañaremos en el arroyo, como cuando éramos chamacos, disfrutaremos de nuestra soledad como 2 adolescentes enamorados y volveremos a recordar viejos tiempos, como cuando fuimos novios y nos escapábamos a escondidas de tus padres”. A la mujer le fascinó la idea. Se dio su buen baño, se puso una falda larga. Lució un bonito peinado, además de ponerse su perfume preferido y para verse más coqueta, hizo a un lado las chanclas y se puso zapatos de tacón. Emprendieron el supuesto viaje romántico. Pronto la mujer comenzó a sufrir las inclemencias del monte. La falda fue quedando desecha entre las espinas de los arbustos, al mismo tiempo que sentía cómo le rasgaban su piel. Los zapatos se le rompieron y tuvo que amarrárselos con un mecate para no caminar descalza. Los mosquitos se ensañaron con ella. Los chinches y garrapatas se anidaron en su cabello, el cual se le tornó tieso y para colmo de males, varias veces estuvo a punto de desmayarse al encontrarse de frente a las serpientes. Por fin, después de varios días de suplicio encontraron a la presa. El marido se acercó sigiloso, con la escopeta lista y cuando tuvo al animal en la mira, lo mató con atinado balazo. Vuelve a cargar la escopeta y desenfunda su filoso machete, el cual brillaba ante los rayos de la luna, y con una mirada inusual, esbozando una sonrisa maquiavélica ordena: “Ahora viejita, vas a cargar el venado hasta la casa, sin parar, para que sientas lo que yo paso cuando vengo a cazar la presa”. Al ver la decisión del marido, el cual había cortado cartucho, la asustada mujer no tuvo más remedio que echarse sobre su espalda al venado, y sin chistear emprendieron el regreso al pueblo. El llegar a la casa, la mujer tiró al suelo la presa y se echó al suelo a punto del desmayo. De inmediato llegaron los vecinos y familiares con bolsas y cacerolas para reclamar su parte. Iban a despacharse con la cuchara grande cuando la pobre mujer, sacando fuerzas de flaqueza se incorporó y les gritó: “Al que toque ese venado le pego un tiro, bola de gorrones. Vayan a cazarlo para que sientan lo que se sufre”. Nadie comprende el esfuerzo que hacen los demás para obtener sus pertenencias. Están tan acostumbrados a estirar la mano y que les sirvan, como si la otra parte tiene obligación de hacerlo. Hay que ayudar al prójimo de acuerdo a nuestras posibilidades, pero la gente también debe poner de su parte. Hasta la divinidad exige un precio por lo que otorga a cada quien. No hay que creer que Dios tiene la obligación de darnos las cosas. Hay que salir y buscar la suerte, porque nada cae del cielo como el maná. Quien persevera alcanza y lo que pide la divinidad, es que pongamos nuestro granito de arena, que ella se encargará de ejecutar el trabajo mayor. Sólo se valora aquello que con mucho sacrificio se adquiere durante la vida.
Posted on: Sat, 17 Aug 2013 15:41:22 +0000

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