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C H A R I T O En una modesta choza ubicada en las montañas paupérrimas y escarpadas del tórrido sur de España, vivió un pastor con su esposa y una niña encantadora quien pasaba con su padre cada día largas horas. Se llamaba Rosarito, era rubia, de ojos claros, y sus padres la llamaban cariñosamente, Charo. Al cumplir los cuatro añitos su padre, que la adoraba, la obsequió con un chivito de los que tanto ella amaba. Al principio el cabritillo cuando la luz se apagaba la presencia de su madre berreando reclamaba. -¡Baaaaa. Baaaaa. Beeee. Beeee. -¿Por qué lloras mi chivito? Te dará mamita este biberón y luego te dormirás, porque soy tu nueva madre y tienes que obedecerme; vá, tómate el biberón, verás que pronto te duermes. 2 En una piel disecada junto a los pies de su lecho durmió la niña al chivito acariciándole el pecho. No tardó mucho el rumiante en hacerse su amiguito y, entre brincos y berridos, iban siempre ambos juntitos. Los papás de Rosarito rebosaban de alegría viendo cuánto, con el chivo, su niña se divertía. Charito le puso el nombre de Cabrino, y lo llamaba mientras ella se escondía, y el chivito la encontraba. La rubia niña creció y sus padres la llevaron a la ciudad a un colegio benéfico y la internaron. Durante el primer trimestre no se podía concentrar porque en sus padres y el chivo no dejaba de pensar. También se notaba el chivo triste y apesadumbrado; no bebía, ni comía, ni dormía por lo apenado. 3 Un día llegó a tal estado Charo, de melancolía, que el director, preocupado, decidió aquel mismo día comunicárselo al padre, el cual viajó a averiguar, con el chivo y con la madre cual había sido el motivo por el que su amada niña no había podido estudiar y estaba tan afectada en ese centro escolar. Cuando Charo vio llegar a sus padres y al chivito se le puso la carita como la de un angelito. De la alegría que le entró los besó con el cariño hondo, sincero y redondo con el que besan los niños. Luego se abrazó a Cabrino llorando de la alegría que éste encuentro inesperado a su ser le producía. Para el síndrome de Charo la visita fue un remedio tan eficaz y tan grande que, de aquel terrible tedio, 4 se consiguió despojar, y su abulia de estudiante pronto empezó a mejorar, y superó en un instante el retraso contraído en aquel trimestre oscuro, y, en los siguientes trimestres estudió muy largo y duro. Y, a partir de ese momento, además, se sosegó, y a estar lejos de su casa Rosario se acostumbrò. Parte del fin de semana en la liturgia empleaba: Una carta recibía y con otra contestaba: -Queridos papá y mamá: ¿Estáis bien? ¿Y mi Cabrino? Yo estoy bien y estudio mucho, y para junio termino. Dice el tutor que mis notas a mi edad no son corrientes pues saco algunos notables y muchos sobresalientes. Mas, ahora yo, no me esfuerzo; lo que sí que suelo hacer es aplicarme en las clases y cumplir con mi deber 5 Cuando a veces tengo dudas o no entiendo la lección, me da el “profe” de la clase oportuna explicación. Bueno, adiós. Besos y abrazos, y darle un ¡ay! al chivito, muy pronto estaré con él y con vosotros. Besitos. Al final del mes de junio, pletórica de ilusiones, la niña se volvió al campo a pasar las vacaciones. Cuando llegó al campo estaba en el centro del camino, berreando de algazara, esperándola, Cabrino. El chivo ya había crecido y hasta tenía cornamenta, y al verlo la rubia niña se puso supercontenta. Después de una larga ausencia dormir en su habitación le produjo regocijo y una grata sensación. Despertó de madrugada cuando escuchó al ruiseñor y los mirlos que anidaban en la encina de un alcor. 6 Mientras que se levantaba oyó a su padre silbar y vocearle a las cabras porque las iba a encerrar como hacía cada mañana cuando las iba a ordeñar, mientras, mamá preparaba café “pa” desayunar. -¡Hola! Buenos días, mamá, dame un beso, y no me estoy, porque a ayudarle a papá, con tu permiso, me voy.- -Eso está bien, hija mía, y lo veo muy oportuno, mas no olvidéis que tendréis pronto puesto el desayuno. Salió, rauda, con su chivo, volando hacia el exterior, donde su padre operaba en el corral de pastor. Cuando llegó le dio un beso y se dispuso a ayudar acercándole a su padre las cabras que iba a ordeñar. Cuando las había ordeñado la niña se las llevaba para que no se mezclasen y en la calle las dejaba. 7 Después de ordeñadas todas se iban a desayunar. Y después del desayuno las llevaban a pastar ambos: el padre y la hija, y un perro de espesas lanas. Los cencerros monocordes habitaban la mañana. Volvían al atardecer. Antes su madre del alma les preparaba el almuerzo en dos zurrones de palma. Mientras la cabras pastaban su padre se entretenía en buscar tiernos palmitos que ella, después, se comía. Entre tanto el can lanudo, sin que nadie lo mandara, con perspicacia canina, cuidaba de la piara. Con esta rutina plena de dulce monotonía entre las cabras y el campo, pasaban todos los días hasta el regreso al colegio. Luego, tras tres estaciones, de nuevo el campo y las cabras durante las vacaciones. 8 Pasó el tiempo y Rosarito se hizo toda una mujer, y estudió veterinaria por la ilusión de ejercer en el campo con sus cabras, y para el macho bonito en que se había convertido su gran amigo el chivito. Y por ver envejecer, y ayudarle en sus labores a sus abnegados padres que estaban ya muy mayores. En este punto feliz acabo el presente cuento antes que el azar lo enturbie con desgraciados eventos. Ha sido compuesta y dedicada a todos mis adorables nietos. 2 de abril, 005. E.V.S.
Posted on: Sun, 27 Oct 2013 11:42:57 +0000

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