CASA QUINTA DE MADAME LYNCH Homenaje al pueblo de Patiño, en el - TopicsExpress



          

CASA QUINTA DE MADAME LYNCH Homenaje al pueblo de Patiño, en el centenario de su fundación (1909- 2009) Una de las tantas curiosidades que atesora el Archivo Nacional de Asunción es el acta fundacional del pueblo de Patiño, en el paraje de Patiño-cué (Itauguá). Conviene destacar que los documentos allí conservados llegan generalmente hasta 1870, nada más. La fundación tuvo lugar el 4 de abril de 1909, siendo padrinos del acto Adolfo Riquelme (ministro del Interior) y Amelia E. de Cálcena; entre los asistentes se encontraban: Hérib Campos Cervera, Carlos León Díaz, Isidro Gavilán (sacerdote), Francisco Aldama, J. M. Stanley, Sergio Maíz, Helena Zubizarreta, por citar solo algunos. Con respecto a la casa veraniega de madame Lynch se tejieron muchas historias; ellas hablan de sus constantes y prolongadas visitas al lugar, de sus paseos campestres y del carruaje especial del ferrocarril que la conducía hasta la estación de Itauguá (Patiño-cué ). También cuentan de sus “baños saludables” en la laguna de Ypacaraí y de las tertulias compartidas en los corredores de su casa con diplomáticos extranjeros y algunos amigos íntimos, entre ellos Francisco Wisner de Morgenstern y Juliana Insfrán, prima de López, con quienes acostumbraba pasar largas veladas. Cuando la guerra se tornó más cruenta, “la madama” se refugió en los cuarteles del mariscal; entre tanto, los albañiles daban los últimos retoques a su casa quinta. Más allá de las leyendas perdidas en el tiempo, hurgando acerca de los antecedentes de dominio de aquella casa, hemos hallado en el Archivo Nacional de Asunción el título de propiedad de las tierras adquiridas en el paraje de Ybytypané por el mariscal presidente Francisco Solano López, el 27 de abril de 1863. Sin lugar a dudas, la apertura de la vía férrea dejó al descubierto, ante propios y extraños, toda la belleza paisajística que regala la laguna de Ypacaraí, los cerros Kõi y Chororî, “el valle y la loma” de Areguá y más hacia el este, el Ybytypané (cerro Patiño). Desde la inauguración del tramo ferroviario “Luque-Areguá” en diciembre de 1862, la antigua estancia mercedaria se había convertido en el sitio más atractivo y concurrido por las familias de Asunción y sus alrededores. Madame Lynch, una de las más asiduas visitantes de Areguá, buscó en sus entornos un paraje ideal donde pudiera proyectar los planos de su futura casa veraniega; al parecer, prefirió elegirlo lejos del centro pueblerino y muy cerca del lago y la serranía. Ese lugar lo encontró en la heredad de los Patiño, al este del Ybytypané. Las tierras limitaban al norte con la laguna Ypacaraí y se extendían de oeste a este algo más de un kilómetro; su contrafrente medía alrededor de tres kilómetros y medio de longitud. La primera merced real de esas tierras —hábitat ancestral de los nativos del Tapaycuá— la obtuvo el conquistador Tomás Hernández en 1576 de manos del gobernador Diego Ortiz de Zárate Mendieta. Dicha heredad recayó en su hija Magdalena Hernández, quien a su vez le adjudicó a su sobrina Isabel Verón . A la muerte de su esposo Sebastián García, antiguo poblador de Asunción, Isabel hizo “donación y limosna” de aquellas tierras, en 1625, a los frailes de la Merced. Ya en el siglo XVII, el dominio del Ybytypané había pasado a manos de los Vallejos Villasanti. En 1703 el título de la merced real recayó en María Vallejos Villasanti, hija de Pedro Vallejos Villasanti e Isabel Melgarejo. Doña María donó a su sobrina nieta Mariana Caballero Villasanti aquella finca que, en ese tiempo, abarcaba una “legua en cuadro”. En un mapa de Areguá del siglo XVIII, la misma está señalada como “tierras de los herederos de Villasanti”. Mariana Caballero Villasanti, viuda de Blas Bareyro, testó en 1776 dejando sus tierras de Ybytypané a sus hijas María Gregoria y María Joaquina Bareyro. Desheredó a su hijo Pedro José Bareyro por “malos tratos”, acusación que la formuló en estos términos: “porque hizo armas contra mí intentando acometerme con una espada y me ha deshonrado y difamado públicamente tratándome de incontinente”. También dejó sin herencia a su hijo Francisco Esteban Bareyro de quien se quejó así: “Me amenazó a enlazarme y arrastrarme y echarme en la laguna y tratarme mal de palabras tocándome el honor y honra perdiéndome muchas veces el respeto en mi cara”. No obstante, doña Mariana dejó a los hijos de éstos un remanente de sus bienes consistentes en esclavos y algunas cuerdas de tierras, además de muebles y otros. Francisco Esteban Bareyro pidió ante el juez que se declarara nulo el testamento de su madre alegando que ella “fue siniestramente aconsejada”; lo mismo hizo en su momento Pedro José Bareyro. Testigos del lugar manifestaron que aquel había dilapidado la fortuna de su madre en juegos de naipes, carrera de caballos y borracheras. Luego de tres años de engorroso pleito, en 1779, los hermanos Bareyro ganaron el juicio y el alférez Juan Andrés García, esposo de María Gregoria Bareyro tuvo que pagar las costas de albaceazgo y demás deudas de su suegra Mariana Caballero Villasanti. Los hermanos María Joaquina, Francisco Esteban y María Gregoria Bareyro vendieron algunas fracciones de las tierras de Ybytypané a José Ignacio Ibarra, en 1783, 1786 y 1791 respectivamente. Con el tiempo la propiedad recayó en su hija María Catalina Ibarra, casada con Juan Bautista Patiño. En 1805 éste acrecentó los dominios de su esposa por compra hecha a los nietos de los Bareyro Caballero Villasanti. Con el paso de los años, los Patiño habían perdido los títulos que les acreditaban sus derechos; lo mismo ocurrió con muchos otros dueños de tierras de merced real. Gracias al decreto del 19 de julio de 1843 dictado por los cónsules Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso (1841 -1844), Patiño y la mayoría de los propietarios pudieron recuperar la legalidad de los mismos, previo pago del cinco por ciento del precio corriente. Estos datos se hallan consignados en un expediente conservado en el Archivo Nacional de Asunción con el título: “Documentos testimoniados que fueron de Don José Joaquín Patiño, comprados por el Excelentísimo Señor General”. De aquella “legua en cuadro” que poseyeron los Vallejos Villasanti a principios del siglo XVIII, buena parte de la misma la conservaron en su poder los Patiño hasta después de la Guerra Grande. Con los antecedentes de dominio en mano, legalizados en 1843, el presidente de la República Francisco Solano López compró una gran fracción de las tierras de los Patiño en 1863 para donarlas a su compañera Elisa Alicia Lynch. Desde entonces, la estación de Itauguá, el cerro Ybytypané y el valle que lo circunda fueron conocidos como Patiño-cué (propiedad que fuera de Patiño). Su nombre primigenio, al igual que el Tapaycuá, sólo se conservan en mapas antiguos y en viejos documentos de archivos. En efecto, los hermanos José Joaquín y José Gregorio Patiño vendieron a López las tierras del paraje de Ybytypané, distrito de Itauguá que habían heredado de sus padres, Juan Bautista Patiño y María Catalina Ibarra. Las mismas limitaban al norte con la laguna de Ypacaraí, al oeste con los derechos de Solano Montiel, Tomás Alarcón, los vendedores y Lorenza Gómez; al sur, con Isabel Yegros, y al este, con tierras baldías. Al parecer, la casa quinta de madame Lynch no tardó en levantarse y, como toda obra emprendida por los López, los planos y la dirección de la misma tuvo que haberlos ejecutado algún constructor inglés o italiano de los contratados en Europa, secundado por maestros y oficiales albañiles paraguayos, soldados y esclavos del Estado. Según la tradición oral de los lugareños, corroborada por planos de la época, la misma se hallaba frente a la estación de Itauguá (Patiño), del otro lado del antiguo camino real, y su frente miraba a la laguna de Ypacaraí. Es probable que la casa quinta haya sido de estilo gótico, como lo fue la estación de Itauguá y el templo de Areguá, construidos en forma simultánea a aquélla. Cabe recordar que dicho estilo se hallaba de moda en la Inglaterra del siglo XIX y que de allá lo trajeron al Paraguay los ingleses. Bermejo dejó una reseña de la estación y de la visita que hiciera a una casa quinta cercana a ella: “La curiosidad de ver la nueva estación de Itauguá que se encontraba construida ya después de Areguá, nos movió el domingo anterior a dar un paseo por aquel lugar. Yendo de la capital por el segundo tren de la mañana hasta Areguá, seguimos de allí nuestra marcha en uno de los vagones de esa carrera hasta donde terminan los rieles a distancia como de tres cuartos de legua de la estación; y como llevásemos recomendación de algunos amigos, se nos proporcionaron allí caballos para seguir adelante nuestra excursión. “Partimos de este lugar tomando por guía el terraplén; en pocos momentos se nos presentó por la parte derecha el gran cerro denominado Ybytypané, ostentando majestuosamente una lozana vegetación coronada de hermosos y copudos árboles que a porfía ofrecen sus sombras hospitalarias. Al poco rato divisamos aún a larga distancia la estación de Itauguá y al observarla por su lado izquierdo que era el que se nos presentaba, figurando un frente de casa de alto sin ninguna particularidad, nos asaltó la idea de que no íbamos a encontrar lo que pensábamos; sin embargo, seguimos nuestro camino poseídos del deseo de satisfacer nuestra curiosidad: llegamos por fin a la estación, punto de nuestra dirección y cuál fue la sorpresa que experimentamos al ver aquí un magnífico edificio de dos pisos con espaciosos salones y otras muchas piezas necesarias para sus diferentes destinos; de una construcción sumamente elegante, de origen gótico; situada en una posición ventajosa con frente hacia el Norte, de donde a poca distancia se ve el Lago Ypacaraí orillando por su parte izquierda con la vistosa e imponente cordillera, cuya elevada cima parece estar desafiando a las nubes”. A juzgar por esta crónica aparecida en el Semanario meses después de adquirido el inmueble, la casa quinta de madame Lynch ya estaba en pie. Acerca de ella escribe así su director y redactor Ildefonso Bermejo: “Cumplidos nuestros deseos de viaje hasta la estación de Itauguá, pudimos aún pasar a un establecimiento cercano adonde nuestras agradables impresiones han llegado en cierto modo a recibir su complemento. Hermosos y variados árboles frutales en uno y otro lado de la casa, cuidados con una proverbial solicitud nos convidaban con una apacible sombra a acercarnos a ellos: llegamos y precisamente para admirar el esmero que se empleaba en esa quinta, y la diestra mano del que llegó a cultivar aquellos hermosos naranjos que unidos en líneas bien establecidas están formando con sus espesos ramajes una continuada bóveda de muy buen efecto con sus sazonados frutos que dejaban asomar con toda naturalidad pero de una manera inimitable”. Sin lugar a dudas, la casa quinta de Patiño-cué tuvo que haber sido uno de los mejores presentes de López a su amada, aunque la disfrutó por poco tiempo a causa de la guerra. Quizás la última vez que estuvo allí haya sido en febrero de 1868, cuando Asunción tuvo que ser evacuada ante el inminente peligro de invasión de las fuerzas aliadas. Eso lo cuenta Decoud en estos términos: “Publicado el bando a las cuatro horas de la tarde, todas las familias asunceñas que aún poseían algunas alhajas y dinero metálico, resto del saqueo de que habían sido víctimas, unas corrieron a depositarlas en la legación de los Estados Unidos de Norte América, a cargo del ministro Carlos A.Wash- burnm así como en los consulados de Francia e Italia... Los únicos que retiraron todas sus comodidades fueron el mariscal López y su compañera, la irlandesa, conocida como M. Lynch de Quatrefages. Esta se encontraba en Paso Pucú al lado de su amante y, conocedor éste de que la escuadra brasileña intentaba forzar las baterías de Humaitá, la hizo conducir urgentemente a la Asunción, a fin de que anticipadamente y con los medios de que disponían, mandase transportar a su quinta de Patiño-cué, todos los muebles y objetos de valor de ambos. Y, en efecto, así lo hizo, mandando primeramente trasladar todo, a altas horas de la noche a la estación del ferro carril, en donde se cargó en vagones juntamente con otros bultos conteniendo el archivo nacional y varios objetos más que fueron conducidos a la segunda capital, Luque. Se procedió de este modo para que el público no se diera cuenta de la operación”. Cuando a comienzos de 1869 Asunción cayó en poder de los aliados, las entradas y salidas de la ciudad fueron custodiadas por fuerzas brasileñas, lo mismo ocurrió con las estaciones del ferrocarril, entre ellas la de Patiño-cué. Se conserva una fotografía tomada desde esta última estación por Agostino Forni, en 1869. En ella se puede apreciar el antiguo camino real que pasa por frente de la misma —actual ruta asfaltada que une Areguá con Ypacaraí— y del otro lado, las carpas de campaña del Ejército brasileño; más atrás, la casa quinta de madame Lynch, ocupada entonces por los jefes brasileños y, como telón de fondo, la serranía. El edificio de dos pisos contaba con galería perimetral, cuya pendiente caía hacia los cuatro lados de la planta. Es probable que la fotografía muestre uno de los costados del edificio, ya que resulta lógico que su fachada estuviera al borde del camino de tierra que, saliendo de la estación, llegaba a Itauguá. En ese caso, las parraleras que se ven en la fotografía corresponderían a las que, según la tradición mantenida por los lugareños, cubrían la distancia que iba de la casa a la estación de Patiño-cué. Una vez concluida la Guerra Grande, Elisa Lynch y sus hijos fueron conducidos a Asunción en el barco brasileño “Princesa” para luego embarcarse rumbo a Inglaterra. Todos los bienes que pertenecieron al ex presidente Francisco Solano López fueron declarados propiedad de la nación, en fecha 4 de mayo de 1870. El título de propiedad de Patiño-cué estaba a nombre suyo; por lo tanto, aquella casa también pasó a manos del Estado, aunque también corrieron igual suerte las casas y latifundios que ella fue adquiriendo hasta finales de la guerra. Durante muchos años trató en vano de recuperar sus posesiones; para el efecto visitó Asunción en 1875, pero no la dejaron desembarcar. Desde Buenos Aires, aquel mismo año, reclamó “el despojo, embargo y reparto” que se había hecho de sus bienes que, según su exposición y protesta, sumaban más de treinta; entre ellas, en el nº 18 se lee: “De mi casa-quinta de Patiño-cué”. Elisa Lynch murió en París (Francia) en 1886, sin haber podido regresar al Paraguay. Con el transcurrir del tiempo, aquella residencia se fue deteriorando. Los vecinos la habrán terminado de arruinar al proveerse de ella para la construcción de sus viviendas. Basta con visitar algunas casas del vecindario para poder admirar en sus modestas construcciones alguna que otra reja de hierro forjado, piedras talladas y molduradas, tejas y ladrillos de gran porte. Sus actuales dueños, descendientes de las “residentas” cuentan episodios fantásticos de aquella época; identifican sin titubeos el lugar donde vivió “la madama” y se enorgullecen de tener en sus hogares restos de la casa colorada (óga pytã), como la llamaban sus abuelas. Un añoso timbó queda como mudo testigo de aquella heredad... y en su entorno, rastros de tímidas excavaciones de tierra en busca de la tan codiciada “plata yvyguy”. Margarita Durán Estragó
Posted on: Thu, 31 Oct 2013 21:23:10 +0000

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