Cali, 4 de marzo de 1977. Clarisolcita: No peliemos, no - TopicsExpress



          

Cali, 4 de marzo de 1977. Clarisolcita: No peliemos, no peliemos, no peliemos, no peliemos, Clarisolcita, no peliemos, no peliemos, no peliemos; yo te quiero mucho, Clarisolcita, no peliemos, no peliemos; Clarisolcita, no peliemos que yo te quiero mucho, no peliemos. ¿Ya te dije que te quiero mucho, Clarisolcita? No peliemos. No peliemos que me mata cuando peliamos. Yo ya no quiero peliar más contigo, ¿sí? No peliemos, no peliemos. No peliemos que ya no me gusta cuando te llamo, y yo sé que estás ahí, sentada, mirando el teléfono, ese negro viejísimo que hay en tu casa y que hace «shssssss» cada vez que quiere, con ganas de contestar pero sin contestarme, y levantas el auricular y vuelves a colgar sin decirme «¡ALÓ!», y yo sé que eres tú la que contesta, porque tú quieres seguir peliando y yo ya no quiero seguir peliando, porque yo te quiero mucho, Clarisolcita, y por eso es que te llamo como treinta veces más hasta que por fin contestas y me dices como sin abrir la boca: «familia Caicedo, buen día, ¿con quién tengo el gusto?» y antes de que te diga algo empiezas a recitarme lo que hiciste en el día y que, como es lunes, día de entresemana, me lo sé de memoria: «¡Sí! A las cinco y media me levantó mi papá diciéndome: “Clarisolcita, levántate que está muy tarde”, y yo le contesto: “Ay, no, papaíto, otro ratico, ¿sí?” y me dice: “bueno, cinco minutos más, pero no más, ¿bueno?” Bueno. Y otra vez: “a despertarse, jovencita, que está muy tarde” y así, hasta que me despierto y me meto en la ducha y casi que no me meto al agua porque con el frío que está haciendo, ni loca, entonces meto primero la mano izquierda un poquito y ¡zas!», me cuelgas cuando te da la gana y tengo que llamarte otras veintidós veces para que tú me preguntes que si me han leído la mano. «¡¿No?! ¡Ven yo te la leo! ¡Sí, sí! ¡Busca la línea del corazón! ¡Sí, claro! ¡La larga, la larga! ¡La de la derecha! ¡No! ¡La de la izquierda! ¡Esa, esa; sí, la larga, la que va como desde el principio hasta la mitad de los dos dedos de la mitad, digo, a la mitad de los dos dedos de los que le siguen a los de la mitad! ¡Sí! ¡¿La vio?! ¡¿Cómo es, cómo es?! ¡¿Hundida o no?! ¡Pero, dígame: ¿torcidita o derechita?! ¡Pero fíjese bien que es importante! ¡Claro, prenda la luz para que la pueda ver! ¡¿Cuántas tiene?! ¡Rayitas en la línea, hombre! ¡Cuéntelas, cuéntelas, ¿muchas o poquitas?!», y cuando te voy a decir cuántas, me dices que espere y me dejas esperando quince minutos mientras te escucho hablar entre el «shssssss» del teléfono, ese viejísimo que hay en tu casa, con tus hermanas en el corredor de los zapatos de Angelita, muerta de la risa, y yo no sé por qué, porque cuando te pregunto te enojas y me dices que por qué quiero saber de Angelita, y yo no quiero saber de Angelita, lo que yo quiero…, y me vuelves a colgar diciendo que esta vez es para siempre y yo me vuelvo loco y empiezo a escribir diez, quince veces esta carta que nunca te he entregado, «no peliemos, no peliemos, no peliemos, no peliemos, Clarisolcita, no peliemos», para llevártela en la bici, a toda velocidad, apenas acabe la hoja para doblártela, como en un sobre, y metértela por la ventana desde la rama del palo de mangos, el que hay detrás de tu patio, pero antes, le tengo que decir a mi abuelita para donde voy y ella me dice que marque primero para no perder la ida, así que te marco a la carrera para preguntar a ver si estás o para saber si la ventana de tu pieza estará abierta y tú me contestas sin que repique el teléfono siquiera, ese viejísimo que hay en tu casa, regañándome que por qué no te había llamado, y que porque ya no te quiero, y que porque yo no estoy enamorado, y que porque yo no sé nada de ser novios, y esas cosas, pero yo si te quiero y lo que no quiero es seguir peliando, porque yo te quiero mucho, Clarisolcita, pero tú no me escuchas y te pones más brava todavía y me dices que no nos vamos a casar y que mañana cuando te despierte tu papá no te vas a levantar y te vas a quedar dormida para siempre, porque ya no quieres más, porque ya estás cansada, harta de tanto sufrimiento como lo viste en no sé qué película, y yo ahí sí que me enloquezco y te digo: «¡por favor, por favor, Clarisolcita, despiértate mañana a las cinco y media cuando te llame tu papá porque si no, yo no podré llamarte en la tarde apenas llegue del cole, a ese teléfono viejísimo que hay en tu casa, para que me cuentes lo que hiciste en el día y me leas otra vez la mano como hoy si quieres o me cuentes de las películas esas que ves con tu hermana la que va a la universidad y me digas de una vez por todas dónde nos vamos a ver el sábado, abajo, en el parque para que nos cojamos de la mano un rato sin que nos vean y me entregues la foto que me dijiste que me ibas a dar y no me has dado, para yo guardarla en mi billetera, la que me regaló mi tío, bien guardadita para que nadie me la vea y solo yo la pueda ver en las noches que peliamos, antes de dormir, para decirte al oído, bien suavecito: “Clarisolcita, no peliemos que yo te quiero mucho”, te dé un beso y nos durmamos tranquilos, ¿sí?». No peliemos, Clarisol, Andrés.
Posted on: Sun, 06 Oct 2013 19:30:39 +0000

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