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Compartimos a continuación un cuento de Myriam Zavalía (coordinadora del taller Bitácora): DOÑA REGALADA Y EL SECRETO DEL DIQUE DE NOGOLÍ Se cuenta que en la zona del dique de Nogolí hay una leyenda encantada y los chicos de la escuela Explorá, una fundación educativa de origen guaraní, decidieron a pesar del temor, averiguar de qué se trataba esa antigua historia que sólo una persona parecía conocer al dedillo. Aprovecharían el día del campamento a cielo abierto cerca de la zona del camping La Primavera. Los lugareños ya les habían advertido de la peligrosidad del lugar sin muchos detalles pero los chicos con inagotable curiosidad pudieron vencer el miedo y tomaron una firme determinación: durante la caminata con todo el grupo al atardecer, algunos se desviarían y llegarían hasta la casa de doña Regalada, una señora que vivió toda su vida a orillas del Río Nogolí, sin moverse jamás de ese sitio. Su amor por el lugar y su desconfianza ante eventuales pobladores nuevos que pudieran instalarse en la zona, la hacían celosa y reservada. Era la única conocedora de la verdadera historia del dique de Nogolí, por el momento. Doña Regalada recibió aquella noche al grupo de disidentes exploradores en el patio delantero de su casa de adobe y piedra, estaba un poco sorprendida. No le gustaban las visitas. Los chicos sedientos de conocer la verdad de la leyenda no se perdían detalle. Al costado de la casa de doña Regalada vieron una cabeza de cabra recién decapitada colgando de una rama. No era cuestión de molestar a la dueña del lugar, estaba claro el mensaje. En las cercanías deambulaba un gran pavo con su plumaje colorido y un pico generoso. Los chicos al verlo notaron que lanzaba gritos, como gemidos extraños, incomprensibles sonidos que llamaban su atención, tanto que uno de ellos, Eugenio, que había llevado un grabador de periodista para la misión, tuvo la idea de grabar esos balbuceos capturados en el cuerpo del plumado animal para luego escucharlos todos juntos con tranquilidad. Eran de veras muy raros esos gemidos, se parecía a un loro repetidor de voces humanas incomprendidas. Doña Regalada les comentó que la zona había tenido su esplendor hasta la llegada del dique. Luego de esto inexplicablemente la zona quedó desierta, las familias abandonaron el lugar y las casas comenzaron a deteriorarse por la falta de cuidado, construcciones nobles hechas de adobe, paja y piedra, de tristeza se fueron desmoronando aunque aún quedaban algunos pedazos en pie. Los chicos supieron aquella noche por la conversación con la lugareña que el gobierno había lanzado un plan para repoblar la zona, por ello enviaba albañiles para restaurar las casas abandonadas. Lo notable de esto era que los albañiles iban contentos a arreglar las casas en ruinas, entusiasmados con el proyecto y con la buena paga por su labor, pero… doña Regalada bajó la cabeza e hizo silencio. Al instante continuó y dijo: -“Los albañiles van a la obra pero jamás vuelven a sus casas. El gobierno ha prometido una recompensa para aquel que descubra qué es lo que sucede. La obra está detenida y el lugar sigue sin gente. Si supiera algo iría corriendo a decirlo, pero no sé nada”. Los chicos en ese momento se levantaron del piso donde estaban sentados, como si tuvieran resortes en las piernas, agradecieron la breve pero inquietante charla y se fueron a reencontrar con el grupo de la escuela Explorá, conocida también como “la escuela de los curiosos”. Habiendo hecho unos pocos metros en la caminata de vuelta, aún muy cerca de la casa de doña Regalada, Irupé, una chica que había llevado linterna y lupa, notó que de una pared de adobe de una de las casas salía de entre dos piedras una abundante cabellera lacia, morocha y de mediana longitud. No se veían a la perfección los pelos capturados entre piedra y piedra, parecían los cabellos de un hombre… ¿Qué era todo eso? Una cabeza de cabra degollada colgando de una rama como saludo de bienvenida, un pavo que balbuceaba como humano y esto, una cabellera atrapada entre las piedras… Tantos estímulos pusieron en alerta a los chicos. Ya era noche cerrada y querían llegar junto a los demás. Se lanzaron a toda carrera hasta encontrarse con el resto del grupo que al estar entretenidos preparando el fogón nocturno, no había notado que un puñado de investigadores se había desviado buscando respuestas. Una vez que hubieron terminado de comer, de contar chistes y anécdotas, el grupo de aventureros que había estado con la misteriosa señora de Nogolí se reunió en una carpa a charlar sobre lo visto y oído ese atardecer. Varias horas hasta entrada la madrugada analizando cada uno de los datos que habían obtenido. Seguían sin saber cuál era esa famosa leyenda y cuál era el motivo de la desaparición de los albañiles. Eugenio puso una vez más la grabación de los gritos que emitía el pavo, propuso que escucharan atentos para descifrar esos gemidos casi humanos, aún inclasificables. En eso, una de las chicas, no la de la lupa que vio el mechón de pelo sino otra, esta vez una pelirroja aficionada a la música tribal, detectó que no eran sonidos de animal, del pavo llamado real, sino que eran diversas voces humanas, frases interrumpidas, palabras sueltas quejosas en un dialecto irreconocible. ¿Qué estaba sucediendo? Los chicos cansados, miraron a la pelirroja Toba que parecía estar con el enigma en la punta de su lengua. Su rostro mostraba la satisfacción que adviene cuando se descubre algo, el misterio que envolvía a doña Regalada y los obreros desaparecidos de pronto se le tornó legible. Se dirigió a sus amigos, dijo que en las voces estaba lo que buscaban. Irupé, la de la lupa que vio el mechón, había entendido en un tiempo corto, rápido y concentrado llamado instante, lo del pavo real. Esas voces emigradas, desde el interior de una mata de plumas de altiva actitud como último recurso antes de caer en olvido y silencio, intentaban ser escuchadas y reivindicadas por quienes tuvieran capacidad y valentía para develar su desaparición. El incansable pavo hizo lo que pudo, con ese balbuceo repetitivo e incomprensible hizo posible al menos que se escucharan los viejos reclamos de los hombres atrapados en los muros cuyos espíritus habían migrado al pavo real para que desde allí algún alma perceptiva descubriera el enigma de Nogolí. Pero hizo falta que los chicos llegaran aún más lejos. El final de la historia se la debemos a estos jóvenes de Explorá. Una vez que Toba hubo ubicado el orden de las piezas del intrincado suceso llegaron a la conclusión. El gobierno les dio una recompensa importante en dinero, con la que estos aventureros terminaron los arreglos de las casas que llevarían los nombres de cada uno de los obreros desaparecidos. Los familiares de los albañiles junto a los chicos y a los pobladores nuevos fundaron una escuela rural con un puente que unía las dos orillas del río que llevó por nombre: Viví Explorá. Cuento escrito en octubre de 2010 a orillas del río Nogolí y corregido el 26 de noviembre de 2012 Myriam Zavalía
Posted on: Thu, 12 Sep 2013 20:29:01 +0000

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