Cuenta una leyenda que en septiembre de 1891 en una villa al norte - TopicsExpress



          

Cuenta una leyenda que en septiembre de 1891 en una villa al norte de Montevideo, algo más de un centenar de funcionarios del ‘ferro carril’ decididos a organizar sus actividades de esparcimiento resolvieron formalizar un club. Posiblemente sus ambiciones no iban mucho más allá, pero sin saberlo a partir del 28 de aquel mes cambiaron el transcurso de la historia para siempre. Cuentan otros más audaces que tal leyenda es más bien un cabal y veraz relato de los hechos. Una interpretación estricta nos contaría que todo sucedió en un país de incipiente identidad con menos de un siglo de emancipación, que estaba comenzando a desarrollar su organización y a celebrar alguna de las primeras reformas sociales cuya trascendencia fue orgullo durante décadas hasta nuestros días. En una nación que todavía no abrazaba la concepción de resolver las diferencias políticas con métodos pacíficos, que aún no había vivido la que es hasta ahora su última guerra civil y cuya población no alcanzaba a ser un tercio de la actual. Donde la llegada de barcos a vapor colmados de inmigrantes europeos con sus sueños a cuesta marcaba la escenografía habitual. En el Uruguay de la segunda mitad del Siglo XIX las condiciones económicas reinantes hicieron que no solo en sus habitantes se fuera marcando a perpetuidad la presencia externa, también en cuestiones comerciales, donde los capitales nacionales fueron siendo sustituidos por la fuerte presencia de inversiones Inglesas con primacía en industria, finanzas y en la explotación de los servicios. Así encontraremos varios ejemplos: ‘The Montevideo Waterworks Company’ generaba el suministro de agua corriente a la ciudad, ‘Montevideo Gas Company and Dry Docks Ltd’ era la encargada del gas de alumbrado por cañerías y claro, para el ferrocarril se crea la empresa ‘Central Uruguay Railway Company’. La C.U.R. comienza oficialmente a funcionar en 1878, tomando el control de los ferrocarriles cuyas líneas llegaban a Durazno y que tenía instalados sus talleres en el barrio Bella Vista. El exponencial crecimiento de la empresa con la adquisición de nuevas líneas y el tendido de redes propias, no solo demandó un aumento de la mano de obra, también requirió del traslado de sus talleres principales. Fue así que en 1890 se optó por una zona rural, prácticamente sin viviendas y con una mínima densidad de población; por lo visto el territorio carecía de muchas cosas, pero algo no le faltaba, tenía un nombre: se llamaba barrio Peñarol. Más de un siglo antes se instaló en el lugar uno de esos hombres que hacían la travesía Europa-América, un agricultor piamontés con algo más de veinte años de edad que embarcó hacia nuestras tierras en 1751 y se radicó en la desierta zona, se llamaba Juan Bautista Crosa (Giovanni Battista Crosa) y luego de su arribo Juan Bautista Crosa Peñarol, por deformación del nombre del pueblo del que era oriundo: Pinerolo. Un par de décadas después ya funcionaba en el lugar su pulpería, centro comercial típico que era suerte de almacén y centro social, pero no existía una sola vía férrea. Toda la zona adoptó para sí el nombre, el que primero identificó a una familia, luego a un barrio y finalmente a una religión. Por aquel entonces, en pleno siglo XVIII, la región era parte de la incipiente Gobernación de Montevideo, estas tierras no conocían aún como General a Don José Gervasio Artigas cuando el vocablo ‘Peñarol’ comenzó a hacerse cotidiano y fue más tarde incorporado por el ya Jefe de los Orientales en la primera división política de la Provincia Oriental en 1816, pues era por aquel entonces el único barrio documentado con cierta población existente fuera de las murallas del Montevideo fortificado: “Primer Departamento, su capital, Extramuros hasta la línea del Peñarol.” Consta en los documentos del Cabildo de Montevideo del 27 de enero de 1816. La línea de descendencia nos encuentra en plena Cruzada Libertadora, donde Félix Modesto Crosa Peñarol, nieto de aquel hombre de Pignerolo que llegaría más tarde a Coronel, participó del proceso revolucionario en las batallas de Sarandí e Ituzaingó. La semilla que sembró el inmigrante italiano fue cosechada ciento veinte años después por los ingleses del ferrocarril, impulso esencial para el desarrollo social de los rincones de la República y motor del barrio desde la última década del Siglo XIX. Fue el hierro de las vías el que aportó la chispa cuando en 1890 los ingleses eligieron el emplazamiento para sus talleres, a éstos les siguieron las viviendas para los obreros, las casas de los jerarcas, infraestructura urbana, una sala de teatro y cine, el denominado Centro Artesano que los habitantes utilizaban como lugar de esparcimiento y desarrollo cultural, con todo no podía faltar un Club para la práctica deportiva. La inmigración europea y sus muchas aristas, el ferrocarril, el barrio Peñarol, los obreros y finalmente el fútbol… combinación esencial y configuración indivisible. Fue el 28 de septiembre de 1891, un lunes, reunidos en el Centro Artesano 118 hombres nos regalaron el privilegio de disfrutar lo que representa sentirse parte de aquello que mezquinamente se resume en la palabra club. Había nacido el Central Uruguay Railway Cricket Club y la oración que sentenciaba su existencia… ‘Serás eterno como el tiempo y florecerás en cada primavera’. Quizá teniendo siempre grabada la mística frase estemos honrando cada uno de los días transcurridos desde entonces. El que fuera arriesgado presagio tiene hoy la certeza de ser profecía indeleble y axioma perpetuo… la frase del génesis de la institución, la seña de identidad de los dos colores sobre los que gira la existencia de una incalculable cantidad de personas. Aquellos ciento dieciocho hombres pudieron ser testigos de la transformación con la que el tiempo castigó a aquel deseo, minúsculo horizonte superado en otras épocas. De aventura disparatada a culto multitudinario. Dos colores que fueron una bendición reservada a los hombres del ‘ferro carril’ son hoy universal valor incalculable por los generadores. Futbolistas sublimes, dirigentes formidables, tribunas repletas, logros milagrosos. Una institución cuya trascendencia solo puede comenzar a comprenderse en la conjunción de todos esos elementos y que no acepta aquella paradoja del reemplazo de las partes. De las personas de septiembre de 1891 ya no queda ninguna, son otros jugadores, son otros funcionarios, son otros socios, son otros hinchas; cada una de las piezas de la maquinaria ha sido modificada, pero es la misma. La esencia atlética de la institución instauró al cricket como deporte nativo y el paso del tiempo vio representantes de la institución Aurinegra en innumerables disciplinas, con el foco en el fútbol desde el año siguiente al del surgimiento. Aquel Central Uruguay Railway Cricket Club trascendió rápidamente el ámbito de la empresa del ferrocarril. Lo hizo simbólicamente a lo largo de los primeros años de actividad por su esencia popular y sus raíces obreras que lo llevaron a ser reconocido como el club del pueblo, yendo más allá de cualquier estrato social. Pero lo consiguió también en un modo orgánico por medio de un proceso de largo aliento cuyos orígenes se remontan varios años atrás del evento emancipador, con la llegada de Charles W. Bayne a la administración de la empresa del ferrocarril. Las nuevas instrucciones que le habían sido dictadas en el directorio de la empresa en Inglaterra eran evidencia de la desgastada relación entre ésta y el sector deportivo, a tal punto que declinó el cargo de Presidente del club al que había sido designado por aclamación siguiendo la tradición de correspondencia entre las autoridades de la compañía y las del área deportiva. El nuevo líder de la ‘Central Uruguay Railway Company’ debía suprimir lo que entendía como consecuencias negativas de la práctica del fútbol: empleados que faltaban al trabajo por jugar en el club, refuerzo de líneas los días de partido y roturas por incidentes con las parcialidades. El precedente marcado en 1906 vio una escalada de nuevos problemas, los más graves tres años después tras un partido frente al Montevideo en el que resultó dañado un vagón utilizado para el transporte de los futbolistas rivales. Este conflicto de intereses ponía al club en jaque, entre cercenar la evolución dejando latente la posibilidad de abandonar la recién surgida organización o asumir la esencia que había alcanzado la institución en sus primeras décadas de vida. Finalmente lo que había nacido como un grupo de práctica deportiva para los funcionarios de una empresa había sido reclamado para sí por el pueblo, y en tal sentido actuaron quienes definieron la cuestión que estaba amenazando con llevarlo a la desaparición. Un par de décadas después se generó el marco para oficializar la independencia del club; lo que se resume algunas veces como un cambio de nombre tiene un sentido revolucionario sin precedentes. Aquella institución anunciaba a viva voz que ya no era el área secundaria de una empresa, que ya no estaba limitada por los confines de una villa… a ella los honores del nombre con el que siempre había sido reconocido por el pueblo que lo recibió, lo apoyó y finalmente lo reclamó. La decisión de incorporar la práctica de fútbol en 1892, los primeros partidos frente a tripulaciones de barcos que llegaban al país, la fundación de la ‘Uruguay Association Football League’ en 1900, la aparición de los primeros maestros del deporte a veces jugadores y dirigentes, los pasos firmes en las competencias rioplatenses en los albores del siglo XX, las bodas de plata de 1916 celebradas por instituciones tradicionalmente rivales, la rebeldía contra el sistema corrupto de 1923, la primera visita al viejo continente cuatro años más tarde, la tarea de ser anfitriones del primer mundial en el Estadio de Pocitos donde se convirtió el primer gol en la historia de esta competencia, el logro de la Copa Uruguaya por vez primera en la etapa profesional en 1932 y la obtención del trofeo en propiedad en el ‘36, la ‘escuadrilla de la muerte’ y la ‘máquina’ que nutrieron al seleccionado de 1950 y quedaron esperando un segundo tiempo que nunca llegó, la década dorada de 1960 campeones de todo y todo por primera vez, los brazos al aire de ‘Tito’ una y otra vez para ofrendar al pueblo los trofeos de la Libertadores, Intercontinental, Supercopa de Campeones y el Primer Quinquenio de Oro, la exitosa gira de 1974 con más copas para las vitrinas, ‘a Morena lo traemos todos’ y todos gozamos siendo los mejores del mundo en 1982, las victorias clásicas que pusieron en ridículo a la lógica, los goles en el último segundo cuando para otros todo parece irremediable menos para el ‘Peñarol de los milagros’, la cuenta regresiva de quienes no logran comprenderlo y el quinto máximo logro continental de 1987, el Segundo Quinquenio de Oro y los nuevos caudillos para despedir el siglo con más laureles, la lucha solitaria contra el poder, el tomar impulso en el último lapso para resurgir, reestructurarse y retornar a los más altos escalafones del fútbol mundial, demostrando vigencia y fortaleciéndonos para el futuro. Ínfimo e irrespetuoso resumen de una vida, que deja sin aire a quien lo lee y que olvida inconmensurables acontecimientos tan destacables como los reseñados. El Club Atlético Peñarol es una pasión sacrosanta que constantemente atraviesa un horizonte nuevo. Alcanzando la gloria como el ferrocarril que supera estaciones, inevitable y perdurable marcha para la que fue diseñado. Grabado en el corazón de millones. Libre al paso del tiempo. Inmortal.
Posted on: Sat, 28 Sep 2013 18:58:59 +0000

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