DEL ENAMORAMIENTO DE CHINTO… …Y OTROS POEMAS A lo lejos una - TopicsExpress



          

DEL ENAMORAMIENTO DE CHINTO… …Y OTROS POEMAS A lo lejos una camioneta volcada con sus llantas girando, como si se quisiera incorporar, el humo se hacía lazos con el polvo y a grandes voces pedían auxilio; gemidos, llanto, y rechinar de fierros retorcidos se confundían con sus ecos; Raúl, arrastrándose asomó la cabeza, que sin fuerza se desvanecía, mientras sus ojos hacían desesperadas maniobras para ver más allá de su infortunio. Hasta el lugar se abalanzó Chinto, su corazón latía, no sabía qué le llevaba al lugar, era su solidario corazón, su templado brazo, siempre a la orden del débil, o el morbo estirándose para ver más allá de la tragedia. Un dulce, pero lastimero gemido le hiso reaccionar, con gran zancada llegó, y quedó pasmado; Miradla allí. ¡Cuán sola! ¡Cuán intacta! ¿Tangible? Casi divina, no sabía si tocarla o elevar preces para que Dios le permitiera tan solo verla, u ofrecer en sacrificio a cualquiera de sus aguerridos hombres, para que se volviera verdad, Que la tierra vuelta mujer se erigiera con vida y se adueñara de la de él. Al fin atinó a moverse, y sin mediar frase, la levantó, caminó, llevándola en brazos, Popocatepetl, que vuelve a hacer cantar del aguacero. Sus soldados le abrieron paso, formando valla al alma desvalida de los guerreros que aman y cantan y que desde entonces gobernó sus gargantas. Dicen, como el canto popular: “no comía, no bebía, nomás se le iba en puro chillar”, mientras los médicos conciliaban con la magia y la brujería, para que esa mujer le devolviera el alma a Chinto porque se la había bebido, como los soñadores se beben las estrellas, de un solo golpe. Por fin llegó el día en que abrió sus ojitos, los espejos de agua que habían quedado atrapados, se volcaron, él, solo la veía, ni se movía, pa no espantarla, pa que se quedara. Y fuera desde esos días la vida, los pulmones y el corazón de esa gente que sufre y gime, trocando en verde primavera lo que a su paso toque. Y al reflejarse en su mirada y sonrisa, supo que era a él a quien buscaba, que era ella lo que siempre había deseado, él en solitario, ella quizá, por alguien amada. Pero ahí estaban Malinche y Cortés, Eva y Adán; luego de ser presentados por su creador, absortos, bebiéndose las palabras, él, mordiendo una rama, ella, mordiendo los labios, ambos distrayendo su estupor y blasfemando su suerte, y remembró cuando niño, ya que importaban sus vivencias, si al fin el tántalo y azar, habían coincidido en su vida y ahora él podía medir la fe y escondidos ambos en los recuerdos seguían diciéndose no se qué silencios, desde la complicidad de Benedetti. Quién eres, inquirió ella, él no atinaba a expresarse, era una pregunta que desde siempre no había podido responder; dónde estoy, y los demás, insistía ella, hasta que el médico intervino; son muchas preguntas y en cascada, sería prudente contestar una a una. Él es Chinto, siguió el galeno, general del ejército insurgente, señorita, tiene el honor de estar frente a un prócer nacional. Chinto sintió el rubor en sus mejillas, el de blanco sin ocultar la admiración y orgullo agregó, le salvó la vida… y los demás, interrumpió Paty, los demás están bien, recorriendo la aldea, buscando concretar una cita con los altos mandos, entre ellos Chinto, quien, desde que los recogió en la carretera no sea ha despegado de usted; argumento malicioso, ella lo vio de reojo, llamándole la atención, que aquel insignificante ser fuera objeto de tanta reverencia. El médico percibió la mirada de ella, y vio como Chinto sucumbió, absorto, pensó para sí, Ah, mariposa, tú eres el alma de los guerreros que aman y cantan, y eres el nuevo ser que se asoma por su garganta. Chinto no soportó más y corrió, trashumó los valles, trepó las nubes y fue donde la razón se desconecta y se envuelve en un mundo de silencios. Ahí quedó, mientras las horas sin zozobra lo miraban, quién era ese por quien el tiempo no pasaba, quien solo suspiraba y deshojaba flores, tendiendo senda alfombra de rosas, esperando que por ellas pasara su amada. La que le había confinado al destierro, el gran Chinto con su soledad al hombro, se fue a buscar poemas nuevos al fondo del mar, vistió de lluvia su sueño y como Alfonsina, buscaba su abrazo, su voz vuelta mujer… y halló solo, el eco del silencio, se cobijó con las letras del poeta, caminó, sin mañana y sin ayer, como suave baile entre los brazos del aire, se arropó con hojas y trocó en otoño… silente melancolía, que hace recordar la soledad y miedos; muere y rehace el tiempo y rebrota ya no en unidad, sino, los que eran dos, fueron hechos una carne: así nomás, dos… vueltos una carne. Y así como llegó, regresó; dicen que daba más saltos que pasos, que las copas de los árboles se mecían a su paso, que las olas gritaban un nombre, que Chinto se volvió Dios y que el mismo Jesús bajó de la cruz a verlo. Ella guardaría la espera hasta su llegada, ya no sigas resumida en ese banco de pino verde, pensaba a grades voces Chinto, y como Serrat en el desierto, repetía: soy tu amor, regresé… Paty, hilando sueños le esperaba. Al fin llegó al campamento, Miradla allí. ¡Cuán sola! ¡Cuán intacta! ¿Tangible? Divina. Chinto se relamió la mano, luego, la pasó por sus cabellos alborotados, todavía jadeantes de tremenda carrera que había pegado, caminó hacía ella y sabedor de su valor y aunque las piernas le pesaban y temblaban, logro pertrecharse junto a su amada, enmudecido, solo atinó a verla: su pupila vuelta mano, comenzó a tocarla, con miedo, temor justificado de lastimar aquella porcelana, los pequeños dedos de sus pies se perdían entre sus toscas manos, que tímidamente comenzaban su andar sin calza sobre ella y como Infante, la vio sin que lo viera, le hablo sin que le oyera, y desde entonces, vivió unido a su existencia, sudorosas manos comenzaron a trashumar las piernas y treparon montes y valles, Venus alcanzada por un simple mortal; fue entonces cuando un fulminante rayo de pasión los fundió, y comenzó la refriega, en los ojos de ambos vivía el placer; en su piel se hospedaban a chorros sus deseos que resbalaban por todo ellos, se mezclaban, se distanciaban, Ditirambo corriendo en las bacanales. Los cárdenos labios de Paty suspiraban, se aferraban a la boca de Chinto, diciéndole mil te amo, mientras él gemía silente hasta el orgasmo y sus cabellos locos de alegría revoloteaban por los aires, trocando en estrellas, las estelas de polvo que su frenesí levantaba, hasta volverlo huracán, decía la gente de los alrededores, que tejados y ramas volaron y fueron mudos testigos de aquel vendaval con que el destino pagó tantas deudas que tenía con el buen Chinto, quien ante tantas sensaciones no se sabía vivo o muerto, solo, que andaba por el paraíso y su felicidad alcanzaba para resucitar a Abel por Caín muerto. Chinto quedo inerte, con un corazón que en su palpitar gritaba te amo¡¡¡ a grandes voces pregonaba: Paty. Paty.. Paty… comenzó a caminar y anduvo sobre sus mismos pasos, y hasta él llego el eco de Machado: siguiendo otras pisadas, el camino no acaba en el final… pero su corazón, seguía adherido al de la mujer que gobernaba sus pensamientos y como el palmo, lloró cantando: mujer, te quiero, así nomas, corriendo tu piel de la a “a la z” oyendo tus silencios, trepando tus secretos, bebiendo tus miedos te quiero y luego me refugio en ese tu silencio para disfrutar su susurro...y vueltos uno, confundirnos con la eternidad. Si, como buen candidato, necesitaba una primera dama, una Adelita, una Chorreada, su “pior” es nada, su Martita o su gaviota, con quien vivir, hasta que la muerte lo separara, con quien vivir en los tiempos de lluvia de besos en beso, entre paredes de yeso, dejando los días correr, sin mañana y sin ayer, porque no se acaba ni su amor ni su amada. En franca comunión por haberla encontrada en los renglones escritos por Serrat.
Posted on: Tue, 27 Aug 2013 17:02:09 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015