DIOS DE VIVOS Y NO DE MUERTOS Fray Victor Mora Mesén Los - TopicsExpress



          

DIOS DE VIVOS Y NO DE MUERTOS Fray Victor Mora Mesén Los saduceos no creían en la resurrección de los muertos porque, según decían, nada de eso se encuentra en el Pentateuco, el libro de la ley de Dios. Pero Jesús, en su discusión con ellos, cita un texto del Pentateuco para demostrar lo contrario. Si Dios se presenta a Moisés como “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” es porque en este momento lo es, ellos no están muertos para Dios. El argumento es muy sutil pero muy convincente para la mentalidad judía. Si los patriarcas estuviesen muertos Dios no sería más su Señor, sino que lo fue. Aunque parezca un juego de palabras, Jesús quiere señalar algo más importante, que Dios está a favor de la vida y no de la muerte. Es fácil sostener la muerte, porque parece que todo se encamina hacia ella. Estamos tan acostumbrados a ver nacer y a ver morir que todo parece un ciclo irremediable. Tantas veces hemos oído que nacer significa morir poco a poco. No tenemos en cuenta que todo a nuestro alrededor es una continua generación de vida, que la muerte engendra a su vez nueva vida y que si bien los seres biológicos somos frágiles, la fuerza de la existencia no se detiene con nosotros. Dios quiere la vida y la sostiene, por eso es también el Dios de la resurrección. ¿Qué significa, empero, pensar que la muerte es más fuerte que la vida? Del pensamiento saduceo se deduce otra consecuencia: la bendición de Dios no puede ser otra cosa que el bienestar presente de una persona. Si Dios no es promesa de vida más allá de la muerte, entonces todo lo bueno de la existencia se define en lo que tenemos ahora. En efecto, los saduceos mantenían que el dolor, la enfermedad o la pobreza eran producto de la desobediencia contra Dios, una especie de maldición. Los bendecidos eran aquellos que gozaban de fortuna, una buena salud y una edad avanzada. Esta es la razón por la cual este grupo era muy pequeño y estaba prácticamente representado por gente de las altas esferas sociales de Jerusalén. Un pobre no podía ser un saduceo simplemente porque para ellos su carencia era sinónimo de su carácter de pecador. El ejemplo que ellos ponen de la familia que no logra tener hijos no es otra cosa que una afirmación de su pensamiento: esa desgracia solo puede venir de Dios que no ha concedido una progenie, que no ha querido bendecir a aquellos hombres y a esa mujer. Afirmar que la vida donada por Dios no termina con la muerte está en íntima relación con lo que esperamos de nuestra existencia. Tiene que ver también con lo que pensamos acerca de los demás e incluso con nuestra visión política. Los que creen en la muerte la usan para dominar y destruir a otros. En el segundo libro de los Macabeos se encuentra el relato de la primera lectura que alaba el martirio de una familia. La madre y sus hijos no querían actuar en contra de su conciencia y renunciar a Dios. El rey griego pretendía imponer a todos los pueblos conquistados la cultura helenística y su religión. Esta intolerancia hacia lo diferente suscitó la resistencia de personas de fe, como la familia del relato. Claro, ante tanta crueldad muchos israelitas prefirieron doblegarse, pero eso significaba renegar de la propia identidad. Los que resistían, en cambio, afirmaban la bondad de aquello que eran y recordaban que su Dios los había sacado de la esclavitud para ser libres. Ellos no se doblegaron al poder político del nuevo imperio de turno, porque no querían colaborar con un reinado que destruía lo más esencial del ser humano, su dignidad. En este relato vemos el carácter revolucionario de la fe en la resurrección: no hay fuerza humana que pueda imponerse por la fuerza a la gracia de Dios. Nuestro Dios garantiza la justicia y la libertad de aquellos que abren su corazón al amor. Lo hace, sin embargo, con una promesa que excede nuestras expectativas. Jesús lo afirma cuando dice “son como los ángeles”. Esta firme convicción de Jesús fue la que lo mantuvo incólume frente al odio de sus adversarios y en la condena a muerte que Él padeció. Para nosotros esta fe tiene mucho que enseñarnos. Porque creer en la resurrección supone no poder ser conformistas e indiferentes. Creer en la resurrección no es lo mismo que creer en la reencarnación o en una vida meramente espiritual, como si todo fuera parte de un ciclo natural predeterminado. Resucitar es un acto violento, que va en contra de las leyes naturales de la biología. Mientras que ante la muerte somos impotentes y, cuando expira un ser querido, nos encontramos sin poder hacer nada, la resurrección es un nuevo acto creador de Dios que revitaliza nuestro cuerpo, nuestro espíritu, nuestra persona, nuestra individualidad. Las imágenes que usa la Biblia son muy bellas: Dios saca del polvo, regenera la carne, hace levantar los huesos secos, saca de la tumba. Recordemos que las primeras palabras del ángel a las mujeres en la tumba de Jesús fueron “No tengan miedo”. La resurrección nos libra del temor a perder algo valioso, relativiza cualquier pretendido éxito personal o poder político, nos abre a un horizonte lleno de libertad, bondad y amor. Creer en la resurrección, por tanto, nos tiene que empujar a ver la vida con otros ojos, para hacer de ella un espacio de realización y de comunicación intensa con otros. La fe que nos enseña Jesús nos hace comprender que la bondad es más grande que la adversidad, que la libertad no puede ser destruida con el terror y la violencia, que el amor nunca podrá ser vencido por el odio. “El Señor es un Dios de vivos, no de muertos”: con su promesa nos invita a vivir en intensidad. Mientras que los saduceos querían justificar su éxito y fortuna ante los demás, el pobre profeta de Nazaret, en cambio, era solo donación de amor, misericordia y perdón. Todo eso que hacía Jesús resultaba una aberración para esas personas potentes de Jerusalén, porque la gran masa de pobres y pecadores recobraban la esperanza y relativizaban el poder de aquellos hombres arrogantes. El rey que mataba a los judíos y su corte quedaron sorprendidos por el valor y el coraje de los mártires, porque con su muerte testimoniaron que Dios jamás podría ser vencido por las manos ensangrentadas de los opresores. Esta disposición de ánimo la ocupamos hoy de manera especial, cuando todo parece estar centrado en el simple bienestar egoísta del momento presente. Hay que poner nuestros ojos en ese futuro lleno de esperanza para que podamos relativizar esa vida tan cómoda y superficial, generadora de tanta injusticia y desigualdad. Porque la vida cómoda e insensible ante los demás es una verdadera agresión hacia ellos, una condena de muerte. Mientras que el amor gratuito, generoso al extremo de dar la vida por los amigos, es el único que hace caminar la historia por las sendas de la auténtica fraternidad
Posted on: Sun, 10 Nov 2013 04:53:33 +0000

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