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De comparación a complementación (1) Vemos intención para nuestras relaciones también en la iglesia en Corinto. Esa iglesia estaba plagada de conflictos. Los miembros se identificaban como seguidores de Apolos, de Pedro o de Pablo, y construían muros mentales que dividían la iglesia. Su animosidad los había hecho carnales, no espirituales, de modo que la envidia y las contiendas eran comunes. Las actitudes y acciones de la iglesia ciertamente no reflejaban el amor de Jesús. Sus miembros no actuaban como personas cuyos corazones hubieran sido convertidos y cuyas vidas hubieran sido transformadas. Esa iglesia necesitaba reforma. En las cartas de Pablo a los Corintios, bosquejó principios vitales de unidad en la iglesia. Señaló que Jesús usa a personas diferentes para realizar ministerios diferentes en su iglesia, y que aunque los roles de los miembros diferían, cada uno de ellos era un obrero junto con Dios para la edificación de su reino (1 Corintios 3:9). Dios nos llama a cooperar, no a competir. Cada creyente recibió un don de Dios para ministrar al cuerpo de Cristo y servir a la comunidad (1 Corintios 12:11). La iglesia de Cristo necesita los dones de todos los creyentes (1 Corintios 12:18-23). Aquellos dones no tienen la intención de mostrar el favor de Dios sobre algunos por encima de otros. Los da de modo que podamos servir a las personas que tienen necesidad. Toda comparación con otros, entonces, no es prudente. Las comparaciones nos hacen sentir desanimados u orgullosos, y ambas actitudes estorban nuestra efectividad por Cristo. Al trabajar dentro de la esfera de influencia que Cristo nos dio, encontraremos gozo y satisfacción en nuestra testificación. Nuestras labores complementarán los esfuerzos de los otros miembros, y la iglesia de Cristo dará pasos enormes hacia el reino. Elena de White señala: “Cuando los obreros tengan un Cristo que more permanentemente en sus almas, cuando todo egoísmo esté muerto, cuando no haya rivalidad ni lucha por la supremacía, cuando exista unidad, cuando se santifiquen a sí mismos, de modo que se vea y sienta el amor mutuo, entonces las lluvias de gracia del Espíritu Santo vendrán sobre ellos tan ciertamente como que la promesa de Dios nunca faltará en una jota o tilde” (Mensajes selectos, tomo 1, p. 206). Los conflictos entre los líderes y los miembros de la iglesia traen desprestigio al cuerpo de Cristo. Pero cuando se elimina la fricción y los combatientes se reconcilian, el nombre de Dios es honrado y su causa progresa. En el siglo XIX, Charles Spurgeon y Joseph Parker eran pastores en Londres. Un domingo, Parker comentó desde el púlpito que los niños admitidos en el orfanato de Spurgeon llegaban a una condición de extrema pobreza. Lamentablemente, alguien le contó al pastor Spurgeon que Parker había dicho que su orfanato estaba en muy mala condición. El domingo siguiente, Spurgeon se descargó contra Parker desde el púlpito. Su ataque se publicó en los diarios, y fue la comidilla de la ciudad. Por ello, el domingo siguiente la gente se agolpó en la iglesia de Parker para escucharlo dar andanadas contra Spurgeon. En cambio, Parker dijo: “Entiendo que el Dr. Spurgeon no está en su púlpito hoy, y este es el domingo donde suelen tomar una ofrenda para el orfanato. Sugiero que en cambio nosotros aquí recojamos una ofrenda de amor”. La multitud estaba feliz. Los ujieres tuvieron que vaciar sus platillos tres veces para recibir todo el dinero que la gente dio. Más tarde en la semana, Spurgeon tocó la puerta de Parker, y cuando Parker respondió, Spurgeon dijo: “Sabe, Parker, que Ud. practicó la gracia conmigo. Ud. no me dio lo que yo merecía; me dio lo que yo necesitaba”. Libro complementario
Posted on: Tue, 17 Sep 2013 03:40:30 +0000

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