Durante una hora fui presa de la sensación de que tenía su nombre en la punta de la lengua. Pero pasaban los minutos y mi mente no brindaba revelación alguna. No suelo recordar el nombre de todos los asistentes a las charlas, pero procuro retener el de aquellos que fueron o son habitués. La mujer cuyo nombre intentaba recordar asistió con regularidad al Café Filosófico años atrás, dejó de venir en el 2008 y ahora nuevamente asiste todas las semanas. Mi culpa no era más insignificante que mi olvido y me avergonzaba la sola idea de pedirle que me recordara su nombre. Fue entonces cuando el alivio llegó de golpe. Esta mujer por la que siento un entrañable afecto y mucha admiración (es una apasionada investigadora en el campo de la astronomía) levantó la mano para intervenir en el debate y dijo: -Tal como señaló la expositora,................. Mi nombre también naufragaba en la laguna de su memoria o (menos probable) en su afán de reciprocar mi injustificable olvido. Un manto de piedad sobre dos discos duros que, juntos, superan el siglo de vida: ¿qué importan los remanidos nombres, si lo verdaderamente singular son las personas?
Posted on: Tue, 01 Oct 2013 16:18:50 +0000
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