EL COCODRILO Y LA MUJER Al cocodrilo Coco Dilo, se le terminó - TopicsExpress



          

EL COCODRILO Y LA MUJER Al cocodrilo Coco Dilo, se le terminó el agua en el charco, lo sabemos porque el mismo nos contó mediante señales prehistóricas, y su angustia se dejó ver por las insistentes señales que enviaba a diestra y siniestra. A la orilla del que fuera su charco, porque en él ahora no hay agua, oculta sus garras bajo la arena tibia por el sol, y a su lado, se ve mujer que está como buscando entre la arena a simple vista, un leyenda o un sueño. Érase que se era, suena en la radio, ésta maravillosa canción de Silvio, que trata de provocar reflexiones y agitar la mente, le da unas lágrimas a nuestro reptil que deja ver sus dientes afilados y su lengua rosa. Coco Dilo llegó a pensar en su charquito, que todo le pertenecía: el pueblo de Cajamarca y lo de más acá y lo de más allá, pensaba que era suyo, su “ceja de selva”, su “ceja de sierra” y su “ceja de costa”, términos que él inventó para sentirse dueño de sus ideas y de sus escamas verde oscuras que brillan al sol por las mañana y a medio día. La bestia dejó de vivir en él, para convertirse en una mascota tierna y dulce que camina a lado de las gentes mansas y las bravas. Dejó de tener memoria propia para hacer memoria colectiva con lo seco y lo mojado, lo que tenía de memoria lo tenía olvido, y así celebraba su vida con charquitos de ron y pisco, bañándose en cerveza algunas noches. Pero éste dueño de todo, no tenía una heredera en su vida. Cada día una mujer rezaba junto a su cama y pedía a su dios le de gracia para seguir soñando con su Coco Dilo, su tan adorado amor. Pero resultó que dios se cansó, se estaba hartando de los ruegos y oraciones de las mujeres de la vida de nuestro héroe, que pedía cerveza, ron y café descafeinado para las noches de la procesión del alma. Las 25 canciones del álbum de Silvio seguían sonando en la radio, pedían a gritos de guitarra llenar el vacío. Y al fin, por no escuchar más la radio, o por divina misericordia, las pilas se acabaron y la mujer junto al charco, se aburrió de ver lo mismo y como un milagro se marchó. Coco, se alegró, la mujer que no quería en su vida, se había marcado de ella. A un tiempo después, Coco se enamoró de una paseante 15 años mayor que él. Había pedido mujer y la divina madre naturaleza le estaba dando una. Celebró su noche de bodas sin sacerdotes ni en iglesias. Los únicos testigos fueron el hombre que le dio la llave de la habitación y la mujer que cambió las sábanas de la cama a la mañana siguiente. No hubo gran pompa se casaron en un hotel barato y el licor que se sirvió lo compraron en un pub de mala muerte. Pero como siempre sucede, en la primera noche de bodas de dos amantes, el cocodrilo se lanzó sobre su ahora esposa y la devoró sin ninguna vergüenza y sin consideración de índole alguna. Cuando el sol nació en las ventanas del hotel, en el lecho nupcial había una vieja y abrazada a un reptil, que se había sacado sus escamas y estaba rodeado por unos brazos arrugados como pasa y por los que a través de la piel oscura se veían los huesitos. Y se abrazan sus cuerpos desnudos, y notan que aún arden. Después, Coco Dilo se duerme profundamente, acurrucado contra esta mujer, y sueña por primera vez en la vida. Ella se lo ha comido a él. Lo ha tragado entero y de a poquitos toda la noche, desde la cola escamosa hasta la cabeza rugosa, sin hacer mucho ruido y sin masticarlo demasiado, por su experiencia ha sido muy cuidadosa. Él se ha llevado la mejor impresión y ha demostrado sentirse enamorado. Con la resaca del ron barato y la noche placentera y llena de caricias, medio despiertos y medio de sueños se acariciaban los dos, como soñando en su charco de agua, Coco Dilo duerme la siesta, al menos eso parece. Cuando abre un ojo, la ve, abre la boca y no tiene dientes, no tiene dientes para ella, es una bestia indefensa enamorada de una mujer. Ella se ha levantado y reza, da gracias al cielo tener en su vida un ser que parece estimarla mucho, incluso después de haberse desnudado, parece que le tiene un poco de amor. La noche lo ha dicho todo con hechos y sin palabras. Él nunca en su vida ha visto mujer con anteojos, que por la edad los use para ver mejor. En su charco siempre estuvieron cerca mujeres jóvenes. Esta mujer no parece de su “ceja de selva”, “ceja de sierra” ni si quiera “ceja de costa” esta mujer simplemente deja ver su feminidad a toda costa y parece engreírse mucho para verse más sensual. Coco Dilo, después de unas noches en el lecho de bodas, regresa a su charco, donde ahora hay agua que los protectores y defensores de la vida, los que están en contra de la forma de hacer minería en el Perú, le han dado. Ahora ríe feliz y llora sus lágrimas de cocodrilo. El fin de semana siguiente, vuelve ella, con sus antejos gastados con unas rayitas en las lunas, a ver su amor, su cocodrilo que aún duerme en el charco oscuro. Ella tiene el poder, Coco Dilo trata de poner las cosas en orden y decidir, pero ella es más, la edad le ha enseñado como manejar una relación, ella será desde ahora la que conduzca los destinos de esta historia dulce, tierna y emotiva de un reptil y una mujer enamorada. Ella comenzó a increparle las actitudes y las acciones, y la primera frase ha sido “aquí mando yo, y en todo, la dueña soy y no hay más que discutir”, Coco no puede llorar, no le creerán sus lágrimas, así que ríe sabiéndose perdido. Ella no dice nada más, ya todo se ha dicho, ya no hay nada más de que hablar. Coco Dilo a veces implora. Susurra: — ¿Puedo pedirte un gran favor? — Y se le junta despacio y de costadito, ofreciéndole su cuerpo escamoso. — Quiero ver a mis amigos —suplica—, quiero verlos una vez más y tomarme unos tragos con ellos. Ella ríe, y le dice —Para tragos me tienes a mi— y acaricia la coraza verde y negruzca y a la vez le dice: — El amor no es una celda, el amor es libertad— y ríe… Coco Dilo se estremece y cierra los ojos y llora, abre la boca grita, alza la cola y sufre, siente lo que nunca. Pero cuando da vuelta la cabeza, ella ya no está, lo ha dejado en libertad. Codo Dilo llora la pérdida. Arrastrándose a toda velocidad a través de su charco, corre a poner la radio. Y en la radio vuelve a sonar: “Érase que se era una vez…” De: Historias Clandestinas. Alfredo López.
Posted on: Thu, 21 Nov 2013 16:52:40 +0000

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