EL LIBERALISMO EN CUBA El liberalismo: siempre presente en el - TopicsExpress



          

EL LIBERALISMO EN CUBA El liberalismo: siempre presente en el decurso de la nación cubana”. AUTOR: Orlando Freire Santana DIRECCIÓN: Sitios no. 877, entre Infanta y Ayestarán, Cerro, Ciudad Habana, Cuba Teléfono: 879-7050 E-mail: orlandofs21@yahoo - En el 2006 los premios de cuento y ensayo en el concurso Literario organizado por la Fundacion Disidente. - En el Premio Novelas de Gaveta “Franz Kafka”, auspiciado por el inisterio de Relaciones Exteriores de la República Checa y las Bibliotecas independientes de Cuba, con la novela La sangre de la libertad. EL LIBERALISMO: SIEMPRE PRESENTE EN EL DECURSO DE LA NACIÓN CUBANA. La mayoría de los autores coinciden en que, a la hora de inquirir sobre la presencia inicial de las ideas liberales en Cuba, conviene remontarnos a los convulsos años inaugurales del siglo XIX en España, cuando el emperador francés Napoleón Bonaparte depuso al monarca Carlos IV e instauró en el trono de Madrid a su hermano José. De inmediato lo mejor de la sociedad española se rebela contra el usurpador foráneo y surgen las Juntas Patrióticas, entidades que propiciarán en 1812 la promulgación de la Constitución de Cádiz. Un texto legal de decidido espíritu antiabsolutista y anticlerical, que pretendía rescatar las libertades consignadas en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre refrendada por los propios franceses, y que servía como modelo para concebir el papel que le correspondía al individuo dentro de la maquinaria estatal. Ese espíritu libertario que estremeció a la metrópoli de un extremo a otro de su geografía, era lógico que repercutiera en sus colonias de América. En la isla de Cuba, aun sin propiciar en ese instante el advenimiento de las luchas por la independencia--- como sí ocurrió en casi todos los rincones de la América nuestra---, posibilitó que las mentes más preclaras de la sociedad insular, muchas de ellas al calor del ambiente que se respiraba en las logias masónicas y las Sociedades Económicas de Amigos del País, comprendieran lo perentorio que resultaba sacudirse la opresión. No es extrañar entonces que unos años después se inaugurara en el Seminario San Carlos y San Ambrosio una cátedra de Constitución ocupada por el presbítero Félix Varela. Fue un espacio de difusión de las ideas liberales en detrimento de los carcomidos conceptos de la escolástica tardía que mantenían a Cuba sumida en el atraso y la explotación colonial. Según nos cuenta el historiador Fernando Portuondo “la Cátedra encontró a una juventud entusiasta por las nuevas concepciones políticas. Ciento noventa y tres alumnos asistían a los cursos de Varela, y un público numeroso se agolpaba a la puerta y a las ventanas, manteniéndose allí por una hora, para tener el gusto de escucharle”. (1) Comoquiera que el liberalismo constituye una concepción flexible que ahonda en la tolerancia, la erección de un Estado de Derecho, la separación de poderes, y el enaltecimiento de valores como la libertad--- sobre todo frente al Poder---, la justicia y el orden, fue lógico que los hoy aceptados como padres fundadores de nuestra nacionalidad, auténticos reformadores de la política, la economía y la conciencia insular en la primera mitad del siglo XIX, abrazaran, de una forma u otra, fórmulas extraídas de las reflexiones liberales. Así, Arango y Parreño, el ya citado Varela, Luz y Caballero, Saco y Delmonte, entre otros--- no importa que en ocasiones coquetearan con el independentismo, el reformismo e incluso el anexionismo---, se viesen atraídos también por alguna modalidad de autogobierno, la libertad de comercio, la libertad de imprenta y el Estado laico. Por esa época el pensamiento liberal conocería de una ascendente divulgación por medio de periódicos y revistas que reflejaban no solo las inquietudes intelectuales de la minoría ilustrada nacida en la isla, sino también los intereses generales del país. Entre las segundas descollaron la Revista Bimestre Cubana, así como la Revista de La Habana y la Revista Habanera. El periodismo diario, por su parte, contó con representantes como El Siglo, El Triunfo y El País. Los dos últimos iban a ser órganos de difusión del Partido Liberal Autonomista, mientras que El Siglo---fundado en 1862---, después de un primer momento en el que trató con preferencia temas técnicos y económicos, a partir de 1865 se hizo eco de las reformas políticas a las que aspiraban las figuras más representativas de la vida nacional. En 1869, en medio de la airada reacción española por el inicio de la gesta independentista, el periódico fue clausurado. Precisamente, en el transcurso de ese alzamiento, fue promulgada en el poblado de Guáimaro la primera Constitución de la República en Armas. Era un texto de carácter eminentemente liberal--- una razón más para reafirmar la profunda raigambre del liberalismo en nuestra historia---, que establecía las libertades de culto, imprenta, reunión pacífica y enseñanza, así como el disfrute por el pueblo de otros derechos inalienables. También la clásica división de poderes, en la que el poder legislativo, por medio de la Cámara de Representantes, iba a prevalecer por sobre el ejecutivo, a tal punto que podía nombrar y destituir al Presidente de la República y al General en Jefe de las Fuerzas Armadas. Se trataba, a no dudar, de una Constitución civilista que puso frenos a la pretensión de Carlos Manuel de Céspedes de contar con una jefatura militar poderosa y autónoma. Uno de los constituyentes, el joven Antonio Zambrana, expresó allí en Guáimaro una frase que resume cabalmente el espíritu que reinaba entre los hombres que decidieron otorgar un cuerpo legal a los afanes revolucionarios: “Seamos primero republicanos que patriotas, y antes enemigos de la tiranía que enemigos de los españoles”. (2) O sea, tal y como se proyectará José Martí años más tarde, para la mayoría de los libertadores del 68--- al menos para los que marcaron el sentido de la Constitución--- era más importante establecer en Cuba un sistema republicano de corte liberal, que la propia independencia en sí. Dos sucesos de esa contienda, la deposición del presidente Céspedes en 1873 y el Manifiesto de Lagunas de Varona dos años después, con independencia de las interpretaciones de indisciplina y regionalismo que muchos historiadores han brindado de ellos, mostraron a las claras que el disenso era un componente importante--- y fidedigno—del proyecto revolucionario. El segundo de los eventos, tal vez menos trascendente que el primero, aconteció cuando el general Vicente García impugnaba la labor del presidente Salvador Cisneros Betancourt. De acuerdo con la reciente opinión del profesor Jorge Felipe González, tanto uno como otro acaecimiento “obtuvieron su legitimidad en los ideales del discurso político mambí basado en los principios de la democracia y en los derechos del pueblo”. (3) El advenimiento de la paz del Zanjón, una capitulación que la historiografía escrita en la isla con posterioridad a 1959 se ha encargado de denostar al máximo al contraponerla al espíritu de rebeldía de nuestro pueblo, posibilitó sin embargo una era de libertades y goce de derechos nunca antes vistos en Cuba. Para muchos, el Pacto que puso fin a la Guerra de los Diez Años señalaba un límite perfectamente distinguible entre el pasado y el porvenir de la isla. Gracias al heroísmo y el sacrificio de la generación del 68, no solo se devolvía a Cuba el derecho de representación en las cortes españolas, sino que además quedaban muy reducidas las facultades omnímodas de que habían abusado los capitanes generales desde los tiempos de Francisco Dionisio Vives. Pero, casi lo más importante, tres grandes derechos aparecían en el horizonte de la sociedad insular: el de organizarse en partidos políticos, la posibilidad de realizar propaganda política pacífica por medio de la prensa y la tribuna, y la elección de organismos locales de gobierno, como los ayuntamientos y las diputaciones provinciales. En ese contexto, en el año 1878, un grupo de cubanos decidieron fundar el Partido Liberal con el objetivo de encauzar el destino de la patria por medio de la razón y la justicia. Comoquiera que ellos eran partidarios sólo de reformas y una autonomía política que le evitara a Cuba la violencia y el caos que significó la lucha armada, pronto agregaron el vocablo autonomista a la denominación del partido. Así, en 1881, surgía oficialmente el Partido Liberal Autonomista. El programa de esa agrupación política, a pesar de que abogaba por fomentar la inmigración blanca exclusivamente, se pronunció, primero, por una emancipación gradual de la esclavitud con indemnización para los dueños de esclavos; y después reclamó la abolición inmediata y total. En lo político demandó el reconocimiento de las libertades de imprenta, reunión, asociación, de credo religioso, así como de enseñanza. Y en cuanto al elemento económico, los autonomistas solicitaban, en lo fundamental, acciones tendentes a liberalizar el comercio, como la rebaja de los derechos que pagaban en la Península los azúcares y mieles de Cuba, así como la firma por España de tratados de comercio con otras naciones, particularmente los Estados Unidos, los cuales de seguro irían a beneficiar también a los productos cubanos. El destino de Cuba, como sabemos, transcurrió por cauces muy diferentes a los imaginados por los defensores del autonomismo. La terquedad de la metrópoli y la ingente faena de los exponentes del independentismo en el exterior de la isla se combinaron para que en 1895 estallara la que Martí calificó como “la guerra necesaria”. Mas ese otro derrotero no iba a ser óbice para la preservación entre nosotros de las ideas liberales. Me anima la convicción de que el máximo inspirador de esa contienda y creador del Partido Revolucionario Cubano fue, en esencia, un hombre de pensamiento liberal. No importa que tanto afuera como hacia el interior de la isla--- en los últimos tiempos los primeros y desde la irrupción del castrismo en el segundo caso--- se hayan alzado voces que contradigan mi afirmación. En el plano político no deben de caber dudas acerca de ello. El Apóstol abogó siempre por un sistema republicano de gobierno, basado en el respeto a las libertades individuales y en contra del más leve asomo de tiranía o caudillismo. En lo económico es cierto que ya al final de su existencia, y ante la evidente transformación de Estados Unidos en una nación necesitada de extender su influencia sobre el resto de las tierras de América, alertó sobre lo inconveniente del librecambio al considerar la asimetría entre las partes. Sin embargo, previo a ese fenómeno de concentración de capitales, Martí dio muestras también de ser un liberal en asuntos económicos. El investigador francés Paul Estrade reprodujo hace algunos años en la revista Casa de las Américas el artículo “Proteccionismo y librecambio”, escrito por Martí durante su estancia en México y aparecido en la Revista Universal. De él extraemos el siguiente fragmento: “El librecambio es la prenda de amistad entre los pueblos, como la reciprocidad es entre ellos la garantía de justicia. La amistad de las naciones se basa en su interés mutuo: por cuidar cada uno del suyo, alimenta al ajeno. De estas compensaciones resulta el progreso común”. (4) Es evidente, además, el optimismo ricardiano de las ventajas comparativas que traslucen estas palabras de nuestro Héroe Nacional. Y ya a punto de traspasar el umbral del siglo XX nos encontramos con que las inconsecuencias del liberalismo en la Colonia iban a lastrar su desenvolvimiento en la República, al menos durante sus primeras décadas de existencia. En efecto, hubo no pocos desencuentros entre los liberales cubanos y sus correligionarios de la metrópoli. Es lógico suponer lo difícil que les resultaba a los cubanos identificarse con los liberales españoles, si consideramos que estos últimos, por ejemplo, estuvieron entre los que más cruel y despóticamente gobernaron la isla. Como apunta Carlos Alberto Montaner, un auténtico drama moral se erguía ante los liberales cubanos: “¿Cómo se podía defender la libertad y la esclavitud al mismo tiempo? La respuesta es cruel y hay que buscarla en la valoración que entonces se hacía del hombre negro”. (5) Lo cierto es que siempre me han resultado contraproducentes las actitudes de nuestros dos primeros presidentes republicanos: Tomás Estrada Palma y José Miguel Gómez. El primero, que no era liberal, se condujo casi como tal en su gestión al tomarse en cuenta lo equilibrado de su ejercicio presupuestario, su honradez, y las prácticas ajenas a la corrupción administrativa que caracterizaron a su gabinete. Gómez, en cambio, un destacado líder del Partido Liberal, disparó el gasto público y profundizó la corrupción que había instrumentado el interventor norteamericano Charles Magoon. La conocida frase “Tiburón se baña, pero salpica” deja entrever lo inescrupuloso del manejo de la cosa pública durante el gobierno del encumbrado general. La Cuba castrista, sin embargo, mantiene en pie la estatua de José Miguel Gómez, mientras decapitó y borró la dedicatoria en la que se levantaba en memoria de Estrada Palma, como si se quisiera suprimir de nuestra historia que el sucesor de Martí al frente del Partido Revolucionario Cubano hubiese sido nuestro primer Jefe de Estado. Por supuesto que el homenaje no se debe a la afiliación liberal de Gómez, sino a que, aun a costa de masacrar a cientos de negros, maniobró firmemente para evitar una nueva intervención norteamericana durante la protesta armada de los independientes de color en 1912. Una mala señal, sin dudas, para los negros y mulatos que por estos días tratan de organizarse en Cuba para conmemorar el centenario del Partido Independiente de Color, y los posteriores alzamiento y muerte de sus principales líderes. El hecho de que nuestras dos Constituciones republicanas, la 1901 y la de 1940--- en realidad más la primera que la segunda, pues esta última se acercó a lo que pudiéramos considerar un proyecto socialdemócrata---, estuviesen matizadas con tintes liberales, reafirma la tradición de esa idea entre nosotros. Para el historiador Rafael Rojas “la Constitución del 40 fue la coronación de un tránsito de una cultura política liberal-notabiliaria a otra con tintes liberal-democrática. De ese tránsito quedó una suerte de liberalismo residual, acumulado en la ideología cubana, pero sin un enlace orgánico con las instituciones y los discursos”. (6) Esta incongruencia sería la responsable de muchas de las ineficacias que padecieron los gobiernos de la última etapa republicana, como los auténticos y el mandato postrero de Batista, e iba a contribuir a la aparición en 1959 del más antiliberal de los gobiernos que ha conocido la isla. Claro que ese gobierno sumamente hostil al liberalismo no iba a exhibir semejante faceta desde un primer momento. Comenzó con tintes moderados, con demócratas de la estirpe de Manuel Urrutia, Felipe Pazos y Roberto Agramonte, entre otros, ocupando responsabilidades en el gabinete; y, sobre todo, esgrimiendo como demanda principal el restablecimiento de la Constitución del 40 que había sido derogada por el batistato. Mucho se ha discutido acerca de si el giro de la Revolución a la extrema izquierda se debió a la hostilidad de Estados Unidos u obedeció a un diseño de su núcleo dirigente desde los días del Moncada o la Sierra Maestra. El oficialismo insular ha oscilado entre un criterio y otro de acuerdo con las etapas por las que ha atravesado el proceso revolucionario. Pero casi siempre el énfasis recae en el diferendo con la potencia del norte. Los ideólogos del castrismo insisten en que Washington intentó destruir la Revolución desde el propio año 1959, cuando el país dio muestras de que mantendría una política más independiente, mucho antes de la declaración de su carácter socialista (marxista-leninista) en 1961. Lo cierto fue que el decidido avance hacia el comunismo fue el detonante de los encontronazos de los diversos sectores de la sociedad civil con las autoridades revolucionarias, así como del endurecimiento de la política norteamericana hacia la isla. Uno de los pensadores más destacados de la etapa republicana, Jorge Mañach, ya en el exilio después de aquilatar la imposibilidad de su permanencia en Cuba en medio de la asfixia de un régimen totalitario, expuso claramente la tensión entre lo que él consideraba la legitimidad histórica de la Revolución de 1959, y la ilegitimidad política del socialismo de 1961: “El establecimiento de una república socialista popular en Cuba es una doble traición. Primero, a la vocación histórica de Cuba, asociada a la de todos los países americanos bajo el signo de la libertad, consagrada en nuestra isla por medio siglo de luchas heroicas y el designio democrático de nuestros padres fundadores. Después, es una traición al mandato tácito que Fidel recibió cuando peleaba en la Sierra Maestra, y a los convenios explícitos que firmó con otros grupos de la oposición. A lo que no estaba autorizado el fidelismo era a cambiar radicalmente, por sí y ante sí, la estructura institucional y social de la nación cubana sin el previo y el explícito consentimiento de nuestro pueblo, otorgado mediante un proceso de amplia decisión pública y en un ambiente de plena libertad. El asentimiento de una muchedumbre fanatizada ante una tribuna, no da autoridad bastante para alterar el destino que un pueblo se ha ido forjando desde sus propias raíces culturales e históricas”. (7) Así, a medida que avanzaba el decenio de los sesenta, el castrismo iba copando uno a uno todos los espacios de participación de la sociedad civil cubana: los poderes judicial y legislativo, la prensa, los sindicatos, las empresas, las organizaciones sociales y profesionales, y otros más. Asimismo un sistema unipartidista, en el más auténtico espíritu leninista, tronchó de cuajo el sano clima de libertades que genera la existencia de un abanico de agrupaciones representativas de las más variadas tendencias políticas. Unas veces transitando un sendero más alejado de la ortodoxia que irradiaba desde Moscú, como ocurrió cuando la tentativa de forjar al hombre nuevo del Che Guevara--- una vía que eufemísticamente se le ha denominado “el camino propio de la Revolución”---, y en otras ocasiones atrapada de lleno en las redes del Kremlin--- el mejor ejemplo de ello fue el lapso comprendido entre 1972 y 1986---, ciertamente la Revolución cubana, hasta el día de hoy, clasifica como la mayor conculcadora de las libertades en este hemisferio. En el plano teórico el liberalismo tendría que librar también importantes batallas durante estos años contra otras corrientes de pensamiento. En el año 1975 vio la luz en México el ensayo de Cintio Vitier Ese Sol del mundo moral (8), un texto que refleja la tendencia seguida por la eticidad cubana desde los albores de nuestra nacionalidad, empezando por Varela, continuando con Luz y Caballero, hasta arribar a Martí. A pesar de no estar escrito con una visión marxista de la Historia--- no hay que olvidar la afiliación católica de Vitier---, estamos en presencia de un libro de encendido fervor martiano, antiimperialista e incluso fidelista, pues el autor estima que esa eticidad fue la savia de la que se nutrió la Revolución de 1959. O sea, esta visión casi utópica del poeta de Orígenes--- asume los que él considera rasgos no liberales de esos próceres---, no obstante distanciarse de un enfoque socialista, se opone a la concepción liberal de nuestro devenir histórico. Diecinueve años más tarde, en 1994, la revista Casa de las Américas publicó--- cierto que con dos ripostas a Rojas, una del propio Vitier y la otra del novelista Arturo Arango--- el polémico artículo de Rafael Rojas titulado “La otra moral de la teleología cubana”. Paralela a una moral emancipatoria representada por Varela, Luz y Martí, y que coincide con el rumbo de la eticidad esbozado por Vitier, Rojas aduce--- tal vez para salirle al paso a la tesis del autor de Lo cubano en la poesía--- la existencia de otra corriente de pensamiento que “no solo se encuentra también en la raíz misma de nuestra nacionalidad, sino que además es la única capaz de llevar a la nación cubana por el camino de la modernidad: la moral instrumental”. (9) Ella vendría dada por Arango y Parreño, Saco, Varona y los autonomistas de la segunda mitad del siglo XIX. Aquí Rafael Rojas, desde su residencia mexicana, clama por el sitial preponderante que debe de ocupar el liberalismo en el ideario nacional. El criterio de Rojas, notable desde el punto de vista del debate académico y de la defensa de una concepción que, como ya hemos analizado, pertenece por derecho propio a la génesis de la nación cubana, adolece de un elemento objetable: el abandono de la figura de Martí. Y esa dejación sería aprovechada por los representantes del totalitarismo cubano para reclamar a Martí para sí, pues ellos se hallan carentes de otros asideros con que otorgar legitimidad a su régimen. Debemos reafirmar que para el Apóstol siempre habrá un lugar en la Cuba futura a las que aspiramos. Él puede ser tildado de soñador, de concebir una Cuba inexistente, pero nunca de perseguir fines malsanos. Basta una lectura desprejuiciada del Manifiesto de Montecristi o de la carta al dominicano Federico Henríquez y Carvajal--- para muchos su testamento político--- para advertir lo lejos que estuvo de comulgar con el más leve asomo de despotismo o tiranía. Siempre me sobrecogen estas palabras suyas: “Para mí, la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber”. (10) Más allá de nuestra fronteras, obligados por las circunstancias a un exilio ya muy prolongado--- el que , sin embargo, el autor alemán Franz Mehring calificó como “la patria de los buenos”---, no pocos cubanos han continuado una fructífera faena teórica y práctica en pos de mantener enhiesto el ideal liberal. Autores como Luis Aguilar León, Uva de Aragón, Andrés Reynaldo, Miguel Sales, Adolfo Rivero Caro, Carlos Varona y Fernando Bernal, han llevado a cabo una labor esclarecedora desde las páginas de The Miami Herald, El Nuevo Herald, El Diario de las Américas, la revista Próximo, así como varios libros de corte ensayístico. Capítulo aparte para el periodista, narrador y ensayista Carlos Alberto Montaner. El sólo hecho de constatar la avidez con que los lectores de la isla leen de manera furtiva cuanto libro o artículo de Montaner cae en sus manos, y la saña de las autoridades políticas y culturales del castrismo con la que tratan de desacreditar la imagen del escritor, constituyen pruebas inequívocas de la valía de su trabajo intelectual. Sus libros Para un continente imaginario; Cuba:claves para una conciencia en crisis; Informe secreto sobre la Revolución cubana; No perdamos también el siglo XXI; y Las columnas de la libertad, entre otros, únicamente se hallan en Cuba en las bibliotecas independientes o aquellas anexas a alguna sede diplomática. Semejante realidad refuta el criterio oficialista acerca de que en la isla no existen libros prohibidos. Un momento especial en este itinerario fue la creación en Madrid, en 1990, de la Unión Liberal Cubana (ULC). Sus fundadores esgrimen que es Unión porque concibe la sociedad cubana como única e indivisible; Liberal porque sigue los principios del liberalismo social moderno; y cubana no solo debido a la tradición del liberalismo entre nosotros, sino también por la pretensión de reunir en un partido a los correligionarios de dentro y fuera de la isla. En las bases de esta agrupación política descansan las siguientes reflexiones del doctor Carlos Varona: “El liberalismo, en síntesis, es un pensamiento, una actitud y una praxis. Como pensamiento, desarrolla la creencia de que el hombre es libre y el Estado debe limitarse jurídicamente; como actitud, desarrolla la tolerancia y el respeto a las disidencias minoritarias e individuales; como praxis, desarrolla una ética basada en el respeto a la ley”. (11) Es de destacar que, al calor del surgimiento de la Unión Liberal Cubana, se han diseminado a lo largo y ancho de la isla muchos grupos disidentes de orientación liberal, no obstante el hostigamiento que enfrentan por parte de las autoridades cubanas. En el año 1989, con la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la mayoría de los regímenes comunistas de Europa Oriental, el liberalismo cobró un auge inusitado. El unipartidismo totalitario y la economía centralizada perdieron la batalla que libraban contra la democracia representativa y la economía de mercado. Por esa época, según apunta el politólogo norteamericano Samuel Huntington (12), una gran ola democratizadora sacudía el planeta. En Europa, en América Latina, en Africa y en Asia, muchos gobiernos autoritarios dejaban de existir, y en esos países se erigían Estados de Derecho. Siempre he pensado que ese fue el mensaje ideológico del actual proceso globalizador. Sin embargo, no en todas partes las reformas pro mercado se realizaron de un modo eficaz. Hubo casos como el de Chile, donde primero con el gobierno militar y después con las democracias surgidas en las urnas, las reformas transcurrieron en un clima propicio. Así, el país austral constituye hoy la vitrina de la modernidad en América Latina. Pero en otros sitios no ocurrió de esa manera. Muchas veces se actuó de un modo precipitado, desmantelándose las estructuras estatales existentes sin haberse creado las nuevas. Esa situación se tornó particularmente aguda en los países pobres, lo que ha dado lugar a múltiples desbarajustes. Francis Fukuyama, el mismo que proclamó el fin de la Historia en 1989, quince años después reconocía que el devenir no siempre transitó por los cauces previstos. Así escribió en el 2004 en el marco de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), que dirige el ex jefe del Gobierno español José María Aznar: “Los problemas del siglo XXI se relacionan con la falta de instituciones estatales sólidas en los países pobres, más que con la situación típica del siglo XX, en la que los Estados eran demasiado grandes”. (13) Es indudable que el no éxito de muchas de las reformas ha abierto las puertas para la irrupción de movimientos de extrema izquierda, como la Venezuela bolivariana de Hugo Chávez y la Bolivia indigenista de Evo Morales. Esos gobiernos--- y otros de corte izquierdista que han tomado el poder últimamente--- se unen al castrismo, verdadero objeto museable de los tiempos de la Guerra Fría, para formar un frente que pretende subvertir los valores de la democracia en nuestro continente. Se hace necesaria una labor mancomunada de los amantes de la libertad para contrarrestar semejante despropósito. En medio de ese convite aparecen los signos inequívocos de una crisis financiera y económica surgida en Estados Unidos y que amenaza con tornarse global. Es la ocasión para que esa izquierda trasnochada proclame a los cuatro vientos que se acerca el fin del capitalismo, de la economía de mercado, de la propiedad privada y del libre comercio. Bien sabemos que no es así; tan solo asistimos al traspié de un modelo caracterizado por el exceso de desregulación, los préstamos bancarios indiscriminados, y también la carencia de responsabilidad social. Aquí mismo en La Habana, el Premio Nobel de Economía Edmund Phelps, en un encuentro internacional sobre globalización y problemas del desarrollo, ahondó en el último de los aspectos mencionados. En su ponencia “Altruismo y responsabilidad social” argumentó: “Si bien hubo negligencia por parte de los bancos al conceder préstamos indiscriminados, y del Gobierno al no controlar en lo más mínimo el proceso, no es menos cierto que muchos prestatarios debieron ser conscientes desde un principio de que no poseían capacidad de devolución de los préstamos”. (14) Y ni qué decir que los principios del liberalismo político también conservan plena vigencia. Ya ni los representantes de la izquierda beligerante osan gobernar con armas tan desprestigiadas como el unipartidismo, la no división de poderes, la centralización total de la economía o la usurpación de todos los espacios de la sociedad civil. El autoproclamado rimbombantemente “socialismo del siglo XXI” no puede repetir las fórmulas melladas de su predecesor fenecido: el socialismo real. He ahí la gran paradoja--- tal vez no la única--- que tiene ante sí. En el caso específico de Cuba, la sociedad futura a la que aspiramos debe aprehenderse de muchos de los valores del liberalismo. Solo así lograremos reconstruir el tejido social de nuestra nación. Carlos Alberto Montaner, en su texto Los cubanos, una apretada síntesis de la historia cubana, indicó: “La experiencia comunista, contrario a lo que afirma la propaganda oficial, ha hecho a los cubanos mucho más individualistas e insolidarios. La dictadura los ha obligado a mentir, a simular y a desconfiar hasta el punto en que ha desaparecido toda noción del bien común. El sostenimiento de la verdad ha dejado de ser un valor apreciado, y lo que se ensalza es la capacidad para engañar a las autoridades y la habilidad con que se ocultan las creencias. Ese es un dato trágico, porque si algo sabemos de las sociedades exitosas es que en ellas prevalecen la confianza en el otro, el trust, y la actitud digna de quienes defienden sus puntos de vista sin miedo, convencidos de que la superación de los problemas sólo es posible cuando nos es dable examinarlos a la luz del sol sin temor a las represalias”. (15) Por eso, y en el fondo, este sistema que nos oprime es sumamente frágil. No importa el caparazón con que intenten encubrirlo. FUENTES (1) Portuondo, Fernando. Historia de Cuba (1492-1898). Editorial Pueblo y Educación. La Habana, 1965 (2) Sanguily, Manuel. Oradores de Cuba. Editorial Letras Cubanas. La Habana, 1981 (3) González, Jorge Felipe. “Lagunas de Varona y los principios de la revolución de 1868”, en Espacio Laical, año4, no.4 de 2008 (4) Estrade, Paul. Revista Casa de las Américas no. 85, julio-agosto de 1974. (5) Montaner, Carlos Alberto. “Cuba: una aproximación liberal”, en Antología del pensamiento liberal cubano desde fines del siglo XVIII hasta fines del siglo XX (Prólogo). Fundación Liberal “José Martí”. Madrid, 1994 (6) Rojas, Rafael. “Viaje a la semilla. Instituciones de la antimodernidad cubana”, en revista Apuntes postmodernos, volumen IV, no.1. Miami,1993 (7) Mañach, Jorge. Bohemia Libre. New York, 18 de junio de 1961 (8) Vitier, Cintio. Ese Sol del mundo moral. Siglo XXI. México DF, 1975 (9) Rojas, Rafael. “La otra moral de la teleología cubana”, en Casa de las Américas no. 194, enero-marzo de 1994 (10) Lizaso, Félix. “Martí y el Partido Revolucionario Cubano”, en Historia de la nación cubana (tomo VII). Editorial Historia de la nación cubana S.A. La Habana, 1952 (11) Varona, Carlos. “La visión liberal de la Sociedad y el Estado”, en Antología del pensamiento liberal cubano desde fines del siglo XVIII hasta fines del siglo XX. Fundación Liberal “José Martí”. Madrid, 1994 (12) Huntington, Samuel. La tercera ola. Ediciones Paidós Ibérica, S.A. Barcelona, 1994 (13) Fukuyama, Francis. “¿Sigue la historia de nuestro lado?”, en La Revolución de la libertad. Compendio de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES). Madrid, 2006 (14) Phelps, Edmund. “Altruismo y responsabilidad social”, periódico Granma, viernes 6 de marzo de 2009 (15) Montaner, Carlos Alberto. Los cubanos. Brickell Communications Group. Miami, 2006
Posted on: Sat, 23 Nov 2013 12:43:23 +0000

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