EN LA BAJURA Por.Alexander Bonilla D. Soy un producto de la - TopicsExpress



          

EN LA BAJURA Por.Alexander Bonilla D. Soy un producto de la posguerra. Mi semilla fue plantada unos tres meses antes de iniciarse la segunda mitad del siglo 20; allá en las bajuras del Norte, en la Villa Quesada, rodeada de montañas, ríos y una pertinaz lluvia que se daba trece meses al año. Mi cuerpo absorbió el agua y mis ojos tomaron el color de los bosques. Todavía en mi niñez recuerdo las montañas y el barro, los ríos cristalinos donde jugábamos y nos bañábamos. La bajura era el territorio de los tarzanes y los ranchos, de los arcos y las flechas de varillas de paraguas, de los ranchos de los heliotropos, de los bejucos en los árboles por donde nos lanzábamos, de los barquitos de papel o madera en os caños. Era la era de la inocencia y de la convivencia con la naturaleza. Pero éramos tan chicos, pensábamos que todo lo teníamos y no podíamos ver el futuro. Y a quién le importaban los bosques y los ríos limpios si habían tantos?. ¡Hay de mí! Cuánto lamento no haber podido iniciar mi lucha cuando nací, quizás algo más de bosques y de aguas cristalinas tendríamos hoy allá en la Bajura. También crecí entre el olor del cuero, escuchando el golpeteo, el tan, tan, tan, de un martillo dándole al cuero sobre una plancha de hierro de zapatería. Ese olor a cuero húmedo, a taller de zapatos todavía está en mí, así como el sabor del cemento de pegar zapatos y unos dedos embarrados o un delantal lleno de este pegamento, que al secarse se endurecía y quedaba como lija. Mi padre, artesano del cuero, arquitecto de zapatos, convivía con nosotros. Su taller estaba en una esquina o entrada de las casas que habitábamos. Recuerdo la pequeña mesa donde estaban los clavos, las tachuelas y demás implementos o herramientas. Un banco de cuero y su cuerpo encorvado, ya fuera haciendo la suela de un zapato o recortando “tapillas” de los tacones. Mi futuro era ese, ser un zapatero. Ya yo pegaba “tapillas” o hacía algún recorte, recogía y ayudaba a limpiar el taller y con un saco al hombro iba a recoger “el oficio” donde don Emilio que era a quien Papá le trabajaba. Como los familiares por parte de Mamá eran de “adentro”, del monte, a veces que nos visitaban nos traían pejibayes rayados y grandes que mamá cocinaba y los dejaba riquísimos. En alguna oportunidad me iba con una olla a vender a la salida de los cines. No recuerdo el precio, pero sí las ansias de vender y obtener algunos cincos de más para la casa o para mí. Sangra una herida cuando rememoro que alguien me robaba pejibayes o jugaban con nuestra inocencia de vendedor. Hoy todo ello me ha servido para valorar y respetar a cualquier vendedor de lo que sea. Pero además vendía maní y bizcocho de los Herrera. Si mal no me recuerdo, de cada colón que se vendía una peseta era para uno. Cuando esa peseta valía, servía para comprar muchas cosas: helados, confites, bananos. Hay algo que me persiguió hasta hace poco. Ello fue amargas experiencias a veces, o aventuras y esperanzas en otras ocasiones, de pasarnos continuamente de una casa a otra. No recuerdo porqué razón sucedía esto, pero supongo que no varía el ayer del hoy. Cuando se estaba medio acomodado en una casa, la conocíamos, teníamos nuestros sitios de jugar escondido, los pisos estaban pulidos y nos deslizábamos tranquilamente por ellos, o hasta nos era familiar el polvo fino y seco de los “debajo de pisos” , nos teníamos que trasladar, porque el dueño de la casa la pedía. En forma muy general he estimado que en estos trajines he vivido en unas 23 casas. Cuántos alquileres pagaron mis padres y yo hoy?. Porqué nunca, hasta hace poco, hemos llegado a tener casa propia ?. Bueno esa es la vida del pobre y del asalariado en este país. No reprocho el haber vivido en tantas casas alquiladas. Si se tiene la plata para pagar religiosamente ese costo, la vida pasa, aunque sea enriqueciendo a otros. No se construía porque no había una seguridad laboral y los bancos no ayudaban a los pobres, aunque estos fueran responsables y honrados. Por supuesto que hoy las cosas han cambiado, pero aún con todo es difícil tener casa propia si no se tiene un trabajo fijo. Más adelante les contaré como firmé un contrato de construcción sin tener trabajo. Pero regresando a los periplos habitacionales que viví, lo que deseaba decir es que lo más ultrajante para mí era cuando el dueño de la casa le decía a mi papá o a mi, que teníamos que desocupar y que nos daba tantos días de tiempo. Quien no lo haya vivido no podrá comprender la desesperación de buscar casa y de tener que dejar rincones, amigos, amistades y la seguridad de vivir en una casa, aunque no fuera nuestra. Muchas de mis casas fueron de regulares para abajo, con huecos en las paredes o pisos, tablas sin pintar, baños de chorros fríos y directos a veces compartidos, de dos habitaciones donde 6 niños nos apiñábamos en un cuarto, donde en una cama grande dormíamos 4 varones en ocasiones en sacos de gangoche. Pero era un niño felíz, hasta que hubo problemas familiares que obligaron a mis padres a separarse. Días de gritos, llantos y dolor que no deseo recordar. Allá en la bajura conocí ríos y quebradas. Conocí el agua cristalina de los ríos cuando chocaban contra las piedras negras y lucias. Supe lo que era escaparse de mis padres para ir a nadar a la poza de “Los Hidalgo” y pasar por el cañal de Coqui y robar caña. Sí, soy pocero. Aprendí a nadar en las pozas frías del río Peje. Consumía y me tiraba desde una roca y la corriente me jalaba hasta la presa unos metros más abajo. Brazos morados y fríos, dedos arrugados, señal de que había estado bañándome en un río, cosa que se corroboraba raspando con la uña la piel ya seca que dejaba una marca delatora de nuestros escapes. En una oportunidad escapado junto con “pata de buey,macho” hoy eminente abogado, se nos ocurrió pasar a robar caña donde Coqui. Yo sostenía la caña y macho cortó la caña, pero también mi brazo, más específicamente la muñeca. La herida fue grande y se me veía hasta el hueso. Sin embargo no fui al hospital a que me remendaran, tanto era (y es) el miedo que le tengo a los matasanos. Mucho tiempo tardó la herida en sanar. Hoy está ahí las marca en mi muñeca izquierda, como mudo testigo de mis andanzas de niñez. En otras ocasiones la visita a los ríos era en compañía de la familia. ¡Qué aventura! ¡Qué alegría! ¡Qué recuerdos! Cuando nos llevaban a Aguacaliente. Comer entre las piedras del río, cocinar huevos duros en el ojo caliente, disfrutar las pozas de agua caliente. Ese río hasta hace poco se mantuvo abierto al pueblo. La vegetación siempre se conservó. Más hace poco fui a esos lugares que recorría de niño y ya no pude pasar al río a revivir mi pasado. Ahora hay un balneario y se prohíbe pasar al río. Las pozas que ayer disfrutábamos están tristes y hasta contaminadas. ¡Aguacaliente ya no eres mi Aguacaliente, ya no sos del pueblo!. Lloro por tí. Todavía conocí la Fortuna en montañas, entre soampos y ríos, cuando había que entrar por potreros, con carros encadenados o simplemente se llegaba hasta el Puente de Hamacas del Peñas Blancas, y de ahí en adelante a caballo. Allá al otro lado del río Fortuna, a la orilla del Arenal cuando era realmente el Arenal, allá pasé grandes momentos de mi vida. Allá aprendí a conocer la naturaleza, el bosque, el tacotal, el viento, los pizotes, los monos, el barro, las garrapatas. Sí, en esas remotidades vivían mis tíos y abuela. Y yo siendo niño los iba a visitar. Cuando hoy camino por lo que fueron trillos me da lástima y añoro esos tiempos. Yo caminé o anduve a caballo por entre barriales, veredas y montañas allá en Aguazul y no se podía ver el sol de lo tupido del bosque. Pasar el Arenal caminando o a nado no era comida de trompudo. Había que tener mucho valor. Una vez viniendo del lado que llamaban el Estero, donde vivían familiares míos, el tío Miguel tuvo que pasar a nado el río Arenal para poder traer el bote y pasarme a mi al otro lado. Yo lloraba de miedo al oir el ruído del Arenal y al ver su correntada que daba pavor. El tío Miguel, entonces joven y gran nadador, se lanzó al agua y nadando contra corriente se tomaba de la punta de alguna rama que sobresalía en el río. Ahí descansaba y tomaba aire para nadar un poco a favor de corriente, calculando ir a salir el tío más abajo de lo previsto, pues la corriente lo tiraba mas allá. Cuando el Arenal crecía, rugía y tumbaba todo a su paso. Muchas vidas de animales y humanos fueron sus víctimas. Y luego del Arenal había que pasar el San Carlos, más ancho y profundo, pero de aspecto más tranquilo que el Arenal. Aquí no había mucho problema porque casi siempre había bote o con un grito se llamaba al botero que estaba al otro lado. Pero no se crean, este río aunque en apariencia más tranquilo es uno de los poderosos de la Bajura. Allí quedaron las esperanzas de mi abuelo materno, al cual no conocí. Su bote se volcó y se lo tragó el río. Ese río tiene una deuda familiar. Cobrarla hoy no dejaría ningún sabor, pues su caudal agoniza. En Aguazul, entrando cerca del Tanque de la Fortuna, se caminaba entre potreros, pastizales de gigante, barriales y montañas, para llegar a la finca donde vivía la abuela María. ¡Qué lindo ese paraje!. Una casa campesina de alto. Arriba estaban los cuartos, el corredor y la cocina; abajo servía de corral, de sitio de ordeño, para amarrar terneros, guardar albardas, sogas, guindar monturas, tarros con carbolina o rollo de alambre. Y ese olor a boñiga y cosas de animales. La finca tenía una pendiente en forma de “U”. Había un potrero con guayabas, y un árbol de caimito en el cerro. El agua se tomaba de una quebrada cristalina que pasaba a un costado del potrero hacia el lado Norte. Existía un andaribel para traer el agua hasta la cocina de la casa de la abuela, pero si se reventaba el mecate había que ir hasta el bajo a traer el agua. Nos bañábamos en una pequeña poza de esa quebrada. De la quebrada para allá era pura montaña, donde sacaban madera con hacha y por medio de bueyes. A lo lejos estaba el río Arenal, que se divisaba desde las ventanas de madera sin pintar de la casa de la Abuela. Cómo me gustaba mirarlo y escuchar su música. Me dormía con su arrullo. El Arenal daba alimento, había buena pezca de bobo y guapote. Al otro lado del río vivía la tía Oliva. Si se gritaba se escuchaban los gritos. Tiempo después la Abuela María y el tío Juan se pasaron a vivir a otro sitio en el mismo Aguazul. Recuerdo cómo cuando los visitaba iba a traer agua en baldes a la quebradilla y a lo lejos se divisaba la montaña y un maizal. Cómo me gustaba ese viento que corre en el monte provocando la caída de hojas y un raro silencio antes de venirse un fuerte aguacero. También a veces en las tardes me iba con el tío Juan o Miguel a jugar mejenga en la plaza de Aguazul. Una iglesia de madera y una pulpería era el centro del pueblo. Después de la mejenga todos iban a la pulpería. Se tomaba un refresco, se contaban chistes y se jugaba naipe a la luz de una lámpara. De vez en cuando un amago de pleito alegraba la reunión. Ya oscureciendo, unos a pie con el machete en la mano y el foco en la otra, otros a caballo, con los tacos colgando al hombro, se iban alejando a su finca o casa. En algunas ocasiones, a escondidas del tío Juan, compraba cigarros para la Abuela, que fumó siempre hasta su muerte. Mira muchacho, cómprame unos cigarros ticos, pero que no se de cuenta Juan, me decía, mi linda y dulce abuela de ojos claros y cansados, que vivió siempre la vida dura del monte. Una vez ( o varias veces ) pasé el río Arenal a pie, jalando el caballo con mi tío Juan. Por supuesto esto sólo se podía intentar en la época seca, porque cuando estaba crecido había que pasarlo por cable o nadando, y mi natación no era para un río como ese. Aún en verano el río era poderoso, rugía y se estremecían las bestias y los hombres. Junto a mi tío que creció en esos ambientes, yo me atreví a cruzarlo, amarrado de un mecate o montado en una bestia. Hace poco tiempo regresé a ese mismo paisaje con mis hijos pequeños. Ellos no pudieron ver lo que otrora vieron mis ojos. El potrero en lugar de la montaña salvaje. La montaña al otro lado de la quebrada ya no estaba. Cuanto sufrí. Pero lo que más me impresionó fue que ahora mis niños caminaban tranquilamente por entre el Arenal. Hasta jugaban sin grandes peligros. ¡Oh Arenal ya no sos ni tu sombra por culpa de los hombres! Me dí el lujo de violar tu intimidad, de caminar por entre tus aguas por donde en mi niñez jamás hubiera soñado, y arrebatarte de tus paredes una macolla cubierta de orquídeas que hoy lucen como una corona de rubíes y zafiros donde la tía Lola, allá en Los Angeles de La Fortuna. Pero de aquel Arenal salvaje y bravío, solo el recuerdo me queda. Jugué a las chócolas y a las bolillas, al punto tarro y a los ladrones y policías, a las mejengas y a los trompos. ¡A tiempos aquellos! Quién se los llevó?. Donde mi abuelo Bonilla, en el centro de Ciudad Quesada, era el sitio de reunión del barrio. Ahí se jugaban o iniciaban todos esos juegos tradicionales. Lo único que había que cuidarse era de los gritos o regañadas de mi abuelo si se apaleaban los palos de níspero o naranjas. También había que tener mucho cuidado con los perros, porque los Bonilla siempre se caracterizaron por sus perros, ya fueran de cacería al principio o pastores alemanes después. Así aprendí a querer a los animales. Nunca podré olvidar a Laika, una preciosa perra orejona que nos regaló y que nos acompañó por tanto tiempo. Cómo la queríamos. Desde entonces siempre ha habido perros en la familia. Unos han muerto, de muerte natural o aplastados por un carro. Cuando esto ha sucedido ha habido llanto y dolor. Si no que lo diga mi hermana Yali cuando se murió Boni, o mamá cuando se murió Pituca, o Mónica cuando Randall mi hijo menor dejó caer a la Pitu recién nacida y casi la mata. Cómo lloraba desesperada Mónica. Así ha sido, entre perros hemos crecido. Quien no ha tenido perros no conoce el olor de los desperdicios que se les daba en aquellos años donde mi abuelo.Nos mandaba a traer desperdicios de las curtiembres. Hediondos y nauseabundos los jalábamos desde la curtiembre en tarros para los perros de Bonilla, ¡Vivan los perros!. Esa Bajura, ese San Carlos era un vergel, era un paraíso natural que nadie quiso cuidar. Cada barrio, cada lugar tenía su contacto con la naturaleza. El Barrio de los Bonilla, tenía su “bajillo”, su potrero, su río, sus bosques y sus tarzanes. Jugábamos de tarzán porque ahí teníamos los recursos. Sólo nos faltaba “chita”, porque los árboles estaban, los bejucos pendían de los árboles, el bosque existía, el río pasaba cerca. Hasta el heliotropo estaba a mano para que pudiéramos hacer nuestros ranchos, ya fuera en tierra firme o entre las ramas de los árboles. Y teníamos Tarzanes famosos en la Bajura. Uno andaba hasta pelo largo y se llamaba así. El otro era de nuestro barrio, hoy profesor y cantante conocido a nivel nacional. No digo su nombre, pero Chico era nuestro tarzán. Se lanzaba de un palo que había detrás de donde Bonilla, en la placilla de los Rogelio, hasta una Mata de Plátano. Andaba cuchillo y se ponía pantaloneta. Esos eran nuestros juegos, limpios, tranquilos, inocentes. Así éramos entonces. Hoy el “bajillo” está casi destruído, los árboles ya no existen, y la quebrada es una cloaca abierta. Y pensar que ayer ahí nadábamos y jugábamos. Ya no se puede ni pescar olominas, con lombrices que sacábamos de los suelos negros y húmedos de las orillas de las quebradas. Allá en la Bajura celebrábamos el día del árbol yendo a gamonales, unas fuentes de agua que habían, a plantar un árbol y a compartir con la naturaleza. Lástima que no mantuvimos ese espíritu por la protección de nuestras fuentes de agua y cuencas hidrográficas. De niño miré de cerca las heridas del Volcán Arenal allá por lo que fue Tabacón, cuando la tía Rosa vivía a su pie. Lo que hoy son potreros eran montañas. Ví y conocí el fondo del hoy Lago de Arenal. Caminé por los bosques, potreros y pueblo que hoy yace en su fondo. Ahí estuvo Arenal de Tilarán. Ahí vivió el tío Lelo. Ahí nacía el verdadero río Arenal. La represa trajo su agonía. En mi niñez empecé a querer a los animales. La vaca media Holstein que tenía el abuelo Bonilla que a veces ibamos a traer al potrero, arreada por un costado de la ciudad, por la ruta de donde los Carretada y donde Xenón. También aprendí a querer el ganado en las fincas de mis tíos, cuando andaba a caballo o ayudaba a recoger los terneros. Nunca tuvimos animales grandes en la casa, excepto los perros como dijimos. Pero hay un animal que me causa agradables recuerdos. Fue una gallina que me habían regalado. Me la dieron siendo una pollita y me la llevé para la casa. Ahí creció y creció. Cuando tuvo edad y necesidad de poner, en una de las tantas casas que vivimos le alisté en mi cuarto, encima de donde dormía, una caja para que entrara a poner. Y todas las mañanas era una fiesta verla saltar hacia la ventana y poner su huevo. ¡Ay mi gallinita, cómo me gustaba ser niño para vivir las alegrías que me diste en esos días!. Eran los tiempos en que no había televisión. Eran los tiempos de que sentadas en un banco las familias lloraban y suspiraban oyendo novelas por radio.Eran los tiempos de los Tres Villalobos. Eran los tiempos en que yo rezaba el rosario y hasta me sabía todas las letanías. Eran los tiempos en que el abuelo Bonilla nos cortaba el pelo con tijera en un banco alto y con una máquina manual, que le metía cada jalonazo a uno que hasta lo hacía llorar. Eran los tiempos en que los maestros le tiraban la tiza, el borrador, o le daban un reglazo a uno, y a quedarse callado porque los papas le repetían la dosis.Los tiempod de doña Dora Piedra. Eran los tiempos en que se iba al trapiche de Chuto a comer perico, sobado o tomar espuma o cachaza. Eran los tiempos de ir a robar berros. Eran los tiempos de las chocoletas estudiantes del Colegio de Monjas. Eran los tiempos del loco Lalo los tomates, que asustaba a los niños y tiraba piedras. Del putero de Xenón. Eran los tiempos en que jugábamos con trozitos de madera y barquitos por los caños de la ciudad. Eran los tiempos que con desechos de aserraderos, pedazos de madera, construíamos carretillos, carritos para jugar, y hasta botiquines, que nos había enseñados a hacer el profesor de carpintería. Eran los tiempos de nuestra Escuela Juan Chaves. Eran los tiempos de la bajura, de esa poza de los Hidalgo, del cañal de Coqui, de Chico Tarzán, del trapiche de Chuto, de los Carretada, chicos inquietos de la época, del putero de Xenón, de Lalo los tomates, de las Chocoletas, de los paseos a Aguacaliente. Pero todo se acaba y una vez hube de salir de la Bajura. Fue tan triste como los días aquellos de la revolución del 55, cuando llegaban soldados a la plaza y las avionetas volaban rasante, y nos tuvieron que llevar a todos a la finca de Rafaelillo, a guarecernos de la Revolución. Fue tiempo de dolor y silencio. De compartir alimentos y esperanzas. Eran los nicas decía la gente y Papá junto con sus hermanos y el abuelo, tuvieron que huir a las montañas, a la finca de Berta en la Quebrada del Palo, ya que ellos eran simpatizantes del Gobierno al que se buscaba derrocar. Años después comprendería el verdadero trasfondo de esta revuelta que tuvo en Ciudad Quesada uno de sus principales centros de operaciones. Mamá sufría en silencio sentada hasta tarde de la noche cociendo ropa para llevar algún dinero a la casa. Mi mamá y la máquina. Los niños y la cocina. Leti, nuestra otra mamá nos cuidaba a los seis, dos niñas y 4 niños. Le dolía la soledad. Pero más me dolía a mí al ver que mi padre se había ido de la casa a un lugar llamado Puriscal, a atender la zapatería de Baudilio un cuñado. De Puriscal lo único que sabía era el estribillo que decía “Ayayay que chiles tenemos como todos lo dirán, vienen de todos lugares y también de Puriscal”. Fueron mis días más amargos, largos, de dolor, de llanto en silencio, de esperanzas vacías, de impotencia. No, no quiero recordarlos, porque las lágrimas afloran en mi faz. La mañana era gris, oscura. Estaba felíz porque de nuevo estaría con papá. Pero mi alma lloraba y se desangraba por tener que dejar mi terruño. Nuestros pocos “tiliches” fueron puestos en un camión de los Herrera y así salimos de la Bajura. Bañado en lágrimas y con un futuro incierto iba.
Posted on: Sat, 06 Jul 2013 12:30:20 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015