El diálogo de Jesús Para el Espiritismo, la transfiguración - TopicsExpress



          

El diálogo de Jesús Para el Espiritismo, la transfiguración en el Monte Tabor o en el Gran Hermón, es uno de los momentos culminantes de la revelación traída por Jesús, pues evidencia la continuidad de la vida, no solo de la de Él, por una supuesta resurrección especial y particular, sino de todas las “ovejas” que el Padre le confió, pues ninguna de ellas se perderá, conforme a lo que Él mismo aseveró. Durante la Transfiguración, el Maestro habló con Moisés y otro Espíritu, o sea, “muertos” que regresaban para conversar con los “vivos”. De esa forma, en la interpretación de la espiritualidad superior, Jesús ofrece como la clave para el entendimiento de su mensaje, la comprensión de la existencia de la vida futura, sin la cual la mayor parte de los pasajes de los Evangelios permanecen sin posibilidad de ser interpretados lógica y racionalmente. Cuando Jesús se apartó de los discípulos y del pueblo para encontrarse con Moisés, apenas llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, pues no todos estaban preparados para comprender y apoyar lo que pasaría allí, conforme a lo que evidencia Emmanuel en Camino, verdad y vida. Incluso esos tres discípulos se atemorizaron. Jesús sabía que no podía enseñar todo a todos, pues existían diferentes grados de madurez para el entendimiento del mensaje que Él precisaba dejar a las personas. Por eso, Él se dirigía a cada uno o a cada grupo conforme a sus posibilidades. No dejó nada escrito, pero escribió en los corazones de las personas el mensaje imperecedero de vida y renovación para que lo llevasen con ellas para siempre. Pablo, que fue el encargado de esparcir la Buena Nueva entre los pueblos, sintió la dificultad de hacer comprensible la enseñanza para diferentes tipos de personas y dejó registrado: “Pues si no conozco la fuerza del lenguaje, seré como un bárbaro para aquel que habla y aquel que habla será un bárbaro para mí”. Destacó, así, la importancia del proceso de comunicación en el cual es necesario utilizar el verbo que sea conocido por las otras personas. No solo se trata de hablar la misma lengua de la otra persona para que ella entienda intelectualmente lo que se pretende comunicar, sino utilizar un lenguaje que llegue al corazón. En caso contrario, el mensaje podrá llegar a los oídos, pero no pasará de ahí. Podrá, de repente, ir hasta el cerebro, mover algunos pensamientos, pero, si no pasa de ahí, no podrá cumplir su función. Es en el corazón donde la enseñanza produce la verdadera y definitiva revolución. Una vez registrado allí, no se pierde jamás pues la boca habla de lo que está lleno el corazón. Cuando el corazón alcanza la plenitud con la vivencia del mensaje de Jesús, naturalmente la boca habla sobre ello, el comportamiento la evidencia pues ahora, la vida se regula conforme al entendimiento de la Ley ejemplificada por Él, con el indicativo de que “quien cree en mí hará las obras que hago y las hará aun mayores”. ¿De qué trata el diálogo de Jesús? Al tratar sobre el diálogo de Jesús, no tenemos la pretensión de agotar el asunto, atentos al registro de Juan, sobre la imposibilidad de relatar todo lo que el Maestro dijo e hizo, pues no cabrían en el mundo todos los libros que serían necesarios escribir para ello. De esa forma, al hablar de Jesús y sus realizaciones, es preciso reconocer nuestra limitación, que es muy acentuada en relación a su grandeza. Por lo demás, cada uno comprende la propuesta de Él, conforme a su propia condición evolutiva, lo que pone en evidencia la importancia del estudio continuado de su mensaje, pues en cada avance en la senda evolutiva, el individuo amplía su capacidad de entendimiento y su condición de asimilar en el corazón y, por lo tanto, con mayor hondura, lo que Él quiso significar. Consciente de esa realidad, Jesús auxilia el despertar de la conciencia en las almas en cuanto a las Leyes de Dios, de las más variadas formas y con diferentes niveles de profundidad, para que sus hermanos menores jamás se queden sin el concurso de la orientación para sus vacilantes pasos, que se afirman en la medida en que se procesa la madurez y se profundiza la vivencia de las mencionadas Leyes Divinas. De ese entendimiento devienen algunos aspectos que podemos identificar en el mensaje de Jesús y que Él presentó de diferentes maneras y en diversos tipos de construcción lingüística o en los más variados ejemplos prácticos conocidos como parábolas. Del conjunto de las enseñanzas del Cristo, algunas se destacan como fundamentales para que el individuo, superando la etapa de la infantilidad espiritual, alcance el vigor de la juventud, a veces inquieta, pero que precisa estar siempre atenta al rumbo que imprime a sus energías de conformidad con la propuesta de evolución que la Vida evidencia y que la Ley de Dios regula, para la plena integración del individuo en el cumplimiento de su papel que es el de servir dentro del Universo. Nadie puede servir plenamente en el Reino de Dios si no estuviese preparado para ello. No se trata de preparación intelectual solamente, sino de la madurez del sentido moral, conforme lo destaca Allan Kardec. Para esa preparación del individuo, en el mensaje de Jesús pueden ser identificadas tres etapas, insertadas en el contexto del amor a sí mismo, al prójimo y a Dios, que llevan a la búsqueda del auto conocimiento, del conocimiento del semejante y de la plena entrega a la voluntad divina, por la renuncia de sí mismo. Auto conocimiento Cuando la persona se pregunta: “¿quién soy yo?”, la respuesta parece obvia: “fulano de tal”. Pero cuando el individuo se pregunta: “¿qué soy yo?”, la respuesta ya no se puede restringir a un nombre, pues la cuestión exige una reflexión más profunda, conduciendo hacia pensamientos que trascienden la realidad de la materia y de la vida de relaciones en la sociedad. Hace que se considere el origen y destino del ser, que no es material, sino espiritual, con capacidad de supervivencia a la muerte del cuerpo, o sea, el Espíritu. Todo aquel que se dedica al auto conocimiento, más tarde o más temprano se va a encontrar con esa dicotomía: la personalidad y la individualidad. La personalidad nos dice quién soy yo y el cultivo de ella lleva al Espíritu a perder la oportunidad de la encarnación, pues sus necesidades están todas en el campo de la materia, de los intereses del egoísmo y del orgullo, de la ignorancia deliberada en cuanto a los dolores y sufrimientos del prójimo, de su alejamiento de la caridad y del bien colectivo. Quien desee destacarse en este mundo, que busque el reconocimiento de los demás; esa popularidad vacía está presa al culto de la personalidad que es antagónico a los intereses del Espíritu. La individualidad es la esencia del ser, como criatura de Dios, el Espíritu eterno, sujeto a la evolución que demanda esfuerzo para la adquisición del mérito, por la integración en el campo del Señor, en la práctica del bien, en el ejercicio constante de la caridad –amor en acción– para sentirse digno de ser considerado y llamado “hijo de Dios”, cuando haya superado los atractivos de la materia que es el campo de la personalidad. Emmanuel destaca que “los Evangelios son el derrotero de las almas, y es con la visión espiritual como deben ser leídos; pues, constituyendo la cátedra de Jesús, el discípulo que se aproxime a ellos con la intención sincera de aprender encuentra, bajo todos los símbolos de la letra, la palabra persuasiva y dulce, simple y enérgica, la inspiración de su Maestro inmortal”. En esa visión, podemos considerar los textos evangélicos de cada uno de los evangelistas como itinerarios de auto descubrimiento, de liberación espiritual que, una vez seguidos, conducen al individuo al desarrollo espiritual, a la conquista de los peldaños superiores de la evolución, que lo colocará en perfecta sintonía con el Reino de Dios. Como Jesús dijo que ese Reino está dentro de nosotros , ese no es un viaje hacia afuera, sino necesariamente hacia adentro. Es un viaje de auto conocimiento. A medida que el individuo realiza ese viaje, al escudriñar los textos, aprendiendo a extraer de la letra el espíritu que vivifica, va a identificar en ellos una profundidad mucho mayor que lo que la interpretación literal puede ofrecer. Se abre, entonces, hacia una realidad que trasciende el mundo material y la condición limitante de la vida restringida a ese círculo. Necesariamente buscará identificar las potencialidades que Dios depositó en su ser interior, cuáles de esas potencialidades él ya desarrolló y utiliza en su vida, cuáles son sus imperfecciones, sus limitaciones, lo que aún le impide vivir en plenitud la propuesta de la Ley Divina. Vamos a recurrir al registro de Mateo sobre la tentación de Jesús en el desierto para entender que el Maestro trató ese asunto, informándonos que todos estamos sujetos a la evolución espiritual que exigirá de cada uno un esfuerzo y dedicación para poder entender de que todos fuimos creados para ser útiles dentro del Universo. Pero, para comprender la enseñanza, necesitamos preguntarnos: ¿qué era Jesús cuando se manifestó junto a los hombres? Los Espíritus elevados son unánimes en afirmar que Él ya era un Espíritu superior, puro, y que ya tenía el cometido de gobernar el Planeta Tierra. Considerando el asunto de esa forma, parece incoherente que Jesús, siendo un Espíritu sublime, consciente de su papel, ya fuera del alcance de las limitaciones que caracterizan los eslabones primarios e intermediarios de la evolución, pudiese estar aún al alcance de cualquier tipo de tentación. La tentación está relacionada con las repercusiones existentes dentro de cada uno. Si no hay en la intimidad del ser el objeto de la tentación, por más perspicaz que sea el tentador, no habrá la tentación, pues el ser está fuera del alcance de las artimañas y argumentos, pues superados están los deseos subalternos y los atractivos de la materia parecen infantiles, comparados con las realidades espirituales ya conocidas. De esa forma, nos sentimos animados a considerar el relato evangélico sobre la tentación de Jesús como una enseñanza que el Maestro nos trasmitió y que, con el tiempo, se fue transformando involuntariamente, por el proceso de copiado y traducción o, intencionalmente, por algún estudioso que consideró que la lección quedaría más comprensible si fuese presentada como una tentación vivida por Jesús en el desierto, luego de ayunar, por cuarenta días y cuarenta noches. Consideremos, con Carlos Torres Pastorino, que el pasaje hace referencia al proceso evolutivo de cada individuo. Los números en el antiguo y en el nuevo testamento son simbólicos. Los cuarenta días y cuarenta noches referidos allí pueden simbolizar los períodos de evolución del Espíritu en el campo de la materia, tiempo que variará para cada uno de acuerdo con el aprovechamiento o no en cada una de sus etapas. El ser, creado sencillo e ignorante, posee el potencial de desarrollar la conciencia y el libre albedrío y con él, la responsabilidad de sus actos. En algún momento de ese proceso, él “tendrá hambre”, o sea, deseará algo más, pues precisará buscar la evolución por voluntad propia, valiéndose del contacto con la materia, ocupando diversas personalidades por la encarnación. El problema surge cuando el individuo vive en función de la personalidad, de los intereses de la materia, en la búsqueda de la satisfacción de los apetitos sensuales en el terreno de las sensaciones, en la búsqueda del despunte social, de la adquisición y entretenimiento de la riqueza, del poder, en fin, de la ambición, multiplicando indefinidamente la necesidad de la reencarnación. Eso podría ser lo que simboliza la tentación del desierto. Partiendo de la adquisición del libre albedrío y de la responsabilidad, todo Espíritu pasa por las “tentaciones” que precisa superar como forma de conquistar la evolución espiritual a la que está destinado, pero que no recibirá sin esfuerzo, pues, a no ser así, no habría mérito. El Espíritu que conocemos como Jesús también pasó por eso, en las diversas etapas superadas por Él antes de tener condiciones para ser el gobernador de nuestro Planeta. En los tiempos de su manifestación junto a la Humanidad, ya había superado todas aquellas etapas y venía a indicar que cada uno también necesita hacerlo, evidenciando inclusive el camino para eso. Él también fue creado sencillo e ignorante, también recibió la oportunidad de desarrollar la conciencia, el libre albedrío y ejercitar la responsabilidad. Pero, Él supo superar todas esas etapas siendo dócil a la orientación de sus hermanos mayores, mentores espirituales, que lo guiaban en sus luchas iniciales. El libro de los Espíritus esclarece que los dóciles evolucionan más rápido que los rebeldes. En vez de preocuparse por sí mismo, Jesús, desde el inicio, confiando en Dios, se dedicaba a producir el bien del semejante, obediente a las directrices de la evolución. Conocimiento del prójimo Por lo tanto, el pasaje evangélico de la tentación de Jesús, describe el proceso evolutivo de toda persona hacia Dios y nos ofrece una excelente oportunidad de saber lo que realmente somos. También evidencia que la vida lleva a cada uno a prepararse para hacerse útil al prójimo, pues para eso fuimos creados por Dios, siendo imprescindible vencer las tentaciones de la materia, los atractivos del poder, el deseo de utilizar la religión como forma de dominio o de fuga de las responsabilidades espirituales por la práctica de cultos exteriores, y vencer, finalmente, el egoísmo y el orgullo que nos alejan de la fe, de la confianza y fidelidad al Padre y del cumplimiento de nuestro papel en relación al prójimo. El ejemplo de Pablo de Tarso nos auxiliará a comprender lo que estamos buscando evidenciar. Él ya era un Espíritu superior cuando vino para apoyar a Jesús en la divulgación de su mensaje. Tanto es así, que Jesús anunció que él era “el instrumento escogido”. Él tenía una tarea, una misión que cumplir. Si los discípulos habían recibido la recomendación del Maestro de no ir aún a buscar a los gentiles, Pablo recibió justamente la misión de llevar el mensaje más allá de las fronteras de Judea. Después del encuentro con Jesús en el camino de Damasco y del socorro recibido de Ananías que lo ayudó a recuperar la visión, Saulo, motivado, pues era un excelente orador, decidió ir a hablar de la Buena Nueva a sus pares de la religión de Moisés en aquella región. Algunos de ellos eran también doctores de la ley y Saulo creía que tenía aún amigos allí y que los conocía al punto de pensar que los convencería sobre la nueva orientación que llegaba del mundo. Tuvo una gran decepción, pues percibió que su conocimiento de la ley de Moisés ya no era suficiente para sustentar argumentación al respecto de una propuesta sobre la cual él no había reflexionado y meditado bien. Percibió, frustrado, que aún no estaba preparado para aquella lucha, pues no se conocía a sí mismo –se creía con mayor poder del que realmente tenía, pues hasta entonces toda su autoridad estaba apoyada en la ley externa y no en la convicción interna. Además, no conocía bien al prójimo –pensaba que los compañeros que defendían los intereses de la religión judía eran sus amigos y no había identificado aún sus necesidades reales y mucho menos como servir al semejante dentro del concepto de la Buena Nueva con la que comenzaba a tener contacto. A duras penas Saulo aprendió que no podía ayudar a quien no deseaba ser ayudado y que necesitaba dedicarse, como lo hizo el Maestro, a los de buena voluntad, sin perder las oportunidades de esclarecer a los ignorantes en los caminos del auto descubrimiento y de la auto superación. Lo mismo precisamos realizar cada uno de nosotros. En las luchas diarias de la convivencia, si ya estamos despiertos para la necesidad de auto conocimiento y del conocimiento de los demás, descubriremos que nos reflejamos en el prójimo y en ellos podremos encontrar la imagen de lo que realmente fuimos y somos. En el semejante identificamos automáticamente nuestras propias imperfecciones y dificultades. Toda vez que algo nos incomoda en la forma de ser o de actuar de alguien, ese algo aun está presente en nosotros, exigiendo esfuerzo de entendimiento y de superación. Así, aprenderemos la importancia de actuar con total ausencia de juicios, sin dejar de cumplir la enseñanza del Maestro: “Sed mansos como las palomas, pero astutos como las serpientes”, pues desgraciadamente, el mal prepondera aún en los corazones de muchas personas, carentes de la Luz del Evangelio que recupera e ilumina las conciencias. Pero, incluso en esos corazones más empedernidos, existe siempre una tendencia latente hacia el bien que nos corresponde identificar y auxiliar a despertar si realmente pretendemos servir conforme a lo que Jesús nos ejemplificó. Él conocía al prójimo, sabía de sus limitaciones e imperfecciones, pero no lo juzgaba. Utilizando un diálogo adecuado a cada uno, podía alertar, llamar la atención para las necesidades que se evidenciaban ante su mirada esclarecida y lúcida, sin embargo, se abstenía de juzgar y condenar. Invitaba a cada uno para iniciar su revolución en el rumbo de la liberación de sí mismo hacia una integración plena con la Voluntad Divina. Identificación con la Voluntad Divina Para servir, verdaderamente, es necesario renunciar, envolverse, dedicarse, olvidarse de sí mismo, colocarse en el lugar del otro, entender sus necesidades, o, resumidamente, amar al prójimo. Al entregarse al auto conocimiento, al identificar en el prójimo la extensión de su lucha de auto superación, el individuo necesariamente caminará hacia la ampliación de su nivel de concientización, de su cada vez mayor identificación con la Ley Divina que está inscripta en su conciencia, conforme a lo que nos informa El libro de los Espíritus. El ejemplo de Pablo, una vez más, pone en evidencia ese paso fundamental de la evolución de todos nosotros. Ante la situación embarazosa en el templo de Damasco, enseguida llegó a la conclusión de que conocía la ley de Moisés, pero no conocía la verdadera voluntad del Padre, aquella que la Buena Nueva venía a revelar. No tuvo otro camino que seguir sino ir para el desierto para rememorar conocimientos y forjar, en la lucha, al nuevo Pablo, identificado con la verdadera voluntad del Dios, que él había aprendido a temer y que ahora estaba convidado a amar. Pero ese amor a Dios solamente podría hacerse tangible en su retorno a la sociedad, en su reencuentro con los desafíos de la convivencia con aquellos que él había perseguido y el enfrentamiento con los antiguos pares que no lo comprenderían y, naturalmente, lo perseguirían, como él mismo había hecho. Más allá de eso, toda acción consciente en el bien, promovida por aquellos que se van identificando con la Voluntad Divina, despierta la contrariedad de los acomodados en las situaciones de privilegio o de la ganancia fácil, que no desean cambios porque exigen esfuerzos de transformación. Finalmente, para atender a los intereses reales del Espíritu, es necesario siempre renunciar a los supuestos privilegios de la personalidad en el campo material. En resumen, al procesarse la evolución, el individuo conquistará el despertar de la conciencia, la maduración del libre albedrío y, con él, de la responsabilidad por la identificación, en la propia conciencia, de la Ley de Dios y, entonces, sentirá la necesidad y la urgencia de vivir conforme a esa Ley para sentirse justificado como hijo de Dios. Renuncia de sí mismo y aprovechamiento del tiempo. Jesús destaca la importancia de esa renuncia de sí mismo para que sigamos sus ejemplos, que fueron de entrega total a la Providencia, diciendo “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del Evangelio, la salvará”. O sea, quien se dedique exclusivamente a los cuidados de la vida material, sin prestar atención a la realidad espiritual, tendrá que comenzar de nuevo, habrá perdido la oportunidad de la encarnación y precisará reencarnarse hasta aprender a renunciar, a desprenderse del campo de las sensaciones materiales para identificarse con mayor plenitud con la realidad espiritual. Pablo, después de pasar por muchas luchas, con el cuerpo ya cubierto de cicatrices y el alma marcada por la incomprensión humana, después de los embates interiores que lo llevaron, fortalecido, a superar la necesidad de la aprobación de los hombres, después de haberse entregado completamente al cumplimiento de la tarea como carta viva en el campo del Señor, pudo, finalmente, afirmar: “Ya no soy yo quien vive, sino es el Cristo que vive en mí”. La personalidad fue sometida a los intereses del Espíritu eterno. Alcanzada esa condición, el individuo siente la necesidad del aprovechamiento integral de su tiempo, colocándose en entera disponibilidad para atender a la voluntad del Padre con la esperanza siempre de que la Voluntad Divina se cumpla en él. Para corresponder a ese trabajo que se amplía cada vez más, pues al que tiene, más le será dado (véase la parábola de los talentos), el individuo luchará con ahínco para alcanzar la superación constante de sus propios límites, atento al comando de Jesús: “…y nada será imposible para vosotros”. ********** Por tanto, Jesús es, para el espírita, un hermano mayor, más evolucionado, cuyo diálogo objetiva indicarnos el camino de nuestra evolución espiritual, de la reparación de todos nuestros equívocos, de la superación de nuestras limitaciones para llegar a la plena integración con la voluntad de Dios, nuestro Padre. Todo eso tiene implicaciones, necesariamente, en el ejercicio cotidiano del amor al prójimo, en la producción del bien común, para que los demás sean felices y, así, la plenitud sea alcanzada por todos los Espíritus de buena voluntad. Carlos Roberto Campetti Extraído del Anuario Espirita 2013
Posted on: Sun, 09 Jun 2013 10:23:55 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015