El imperialismo salvaje de los Estados Unidos: Este es un extracto - TopicsExpress



          

El imperialismo salvaje de los Estados Unidos: Este es un extracto de una charla dada por Noam Chomsky en junio de 2010, y que ha sido recientemente publicada por Z magazine. De nuevo Chomsky regresa al tema del Oriente Medio, al que entronca con la propia historia de Estados Unidos y la doctrina del Destino Manifiesto. Es tentador volver al inicio. El inicio se remonta a una fecha bastante lejana, pero resulta útil reflexionar sobre algunos aspectos de la historia de los Estados Unidos que inciden directamente sobre la actual política estadounidense en el Oriente Medio. En más de un sentido, los Estados Unidos son un país bastante inusual. Quizás sea el único país del mundo que fue fundado como un imperio. Era un imperio-niño–como le llamara George Washington– y los padres fundadores tenían grandes aspiraciones para él. El más libertario de ellos, Thomas Jefferson, pensaba que ese imperio-niño debía expandirse y transformarse en lo que denominó el “nido” desde el cual se colonizaría todo el continente. Se barrería a “los rojos” –esto es, los indios–, que serían expulsados o exterminados. Los negros serían enviados de regreso a África cuando ya no se necesitaran, y los latinos serían eliminados por una raza superior. La conquista del territorio nacional A lo largo de toda su historia EEUU, ha sido un país muy racista y no solo antinegro. Esa era la visión de Jefferson, y los demás más o menos concordaban con él. Así que se trata de una sociedad colonialista de pobladores inmigrantes. Ese colonialismo es, con mucho, el peor tipo de imperialismo, el más salvaje, porque exige la eliminación de la población autóctona. Creo que eso guarda cierta relación con el apoyo decidido que le brindan los Estados Unidos a Israel, que es también una sociedad colonialista fundada por pobladores. Sus políticas son como un eco del sentido de la historia norteamericana. Es como volver a vivirla. E incluso más, porque los primeros colonos de los actuales Estados Unidos eran religiosos fundamentalistas que se consideraban hijos de Israel y obedecían el mandamiento divino de asentarse en la tierra prometida y asesinar a los amalequitas, etc., etc. Fueron los primeros colonos de Massachusetts. Todo se hizo con el mayor altruismo. Así que, por ejemplo, Massachussets (el Mayflower y todo ese asunto) recibió sus estatutos fundacionales de manos del Rey de Inglaterra en 1629. Esos estatutos les encomendaban a los colonos la tarea de salvar a la población autóctona del infortunio del paganismo. Y, de hecho, el gran sello de la colonia de la Bahía de Massachussets muestra a un indio con una flecha que apunta hacia abajo, un símbolo de paz. Y de su boca sale un escrito que dice: “Venid y ayudadnos”. Ese es uno de los primeros ejemplos de lo que hoy se denomina intervención humanitaria. Y es típico de otros casos hasta el presente. Los indios les suplicaban a los colonos que vinieran a ayudarlos, y los colonos obedecían, altruistamente, el mandamiento divino de venir a ayudarlos. Resultó que los ayudamos exterminándolos, lo que se consideró bastante desconcertante. Alrededor de los años veinte del siglo XIX, un juez del Tribunal Supremo escribió sobre esta cuestión. Decía que era un tanto extraño que a pesar de todo nuestro altruismo y nuestro amor por los indios, estos se agostaran y se dispersaran como “las hojas de otoño”. ¿Cómo era posible? Añadía que la divina voluntad de la providencia “trasciende la comprensión humana”. Es la voluntad de Dios. No podemos aspirar a entenderla. Esa concepción –llamada providencialismo– consistente en pensar que obedecemos invariablemente la voluntad de Dios ha llegado hasta el presente. Hagamos lo que hagamos, estamos obedeciendo la voluntad de Dios. EEUU es un país muy religioso; es un país en el que las creencias religiosas desempeñan un papel inusual. Un gran porcentaje de la población –no recuerdo la cifra exacta, pero es muy alta– cree literalmente en lo que dice la Biblia, y parte de esa creencia consiste en apoyar todo lo que haga Israel, porque Dios le prometió a Israel la tierra prometida. Así que tenemos que apoyarlo. Esas mismas personas –un núcleo sustancial de sólido apoyo a cualquier cosa que haga Israel– son, a la vez, los antisemitas más extremos del mundo. Hacen que Hitler parezca bastante moderado. Confían en el aniquilamiento casi total de los judíos después del Armagedón. Hay toda una larga historia sobre este asunto que es literalmente creída por gente muy importante: probablemente por gente como Reagan, George W. Bush y otros. Se vincula con la historia colonialista del sionismo cristiano, que precedió ampliamente al sionismo judío y es mucho más fuerte. Proporciona una sólida base de decidido respaldo a cualquier cosa que haga Israel. La conquista del territorio nacional fue un asunto bastante feo. Así lo reconocieron algunos de sus protagonistas más honestos, como John Quincy Adams, el gran estratega del expansionismo, teórico del Destino Manifiesto, etc. En sus últimos años, mucho después de que sus propios crímenes horrendos hubieran quedado ya en el pasado, lamentó lo que llamó la suerte de “esa infeliz raza de nativos americanos que estamos exterminando con tan inmisericorde y pérfida crueldad”. Dijo que ese era uno de los pecados por los que nos castigaría el Señor. Aún estamos esperando. Sus doctrinas han sido tenidas muy en cuenta a lo largo del tiempo y lo siguen siendo en el presente. Hay un importante y bien documentado libro de John Lewis Gaddis, un importante historiador estadounidense, sobre las raíces de la doctrina Bush. Gaddis describe correcta, convincentemente, la doctrina Bush como descendiente directa de la gran estrategia de John Quincy Adams. Dice que es una concepción que recorre toda la historia de los Estados Unidos. La alaba, cree que es la concepción correcta: que debemos proteger nuestra seguridad, que la expansión es la vía para la garantizar la seguridad, y que es imposible gozar de seguridad hasta que no se controla todo. Así que debemos expandirnos, no solo en el hemisferio, sino en todo el planeta. Esa era la doctrina Bush. En la época de la Segunda Guerra Mundial, aunque los Estados Unidos hacía tiempo que eran, con mucho, el país más rico del mundo, desempeñaban un papel secundario en los asuntos mundiales. El actor principal en los asuntos mundiales era Gran Bretaña; incluso Francia tenía un alcance más global que los Estados Unidos. La Segunda Guerra Mundial cambió por completo el panorama. Los encargados de hacer planes en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, los encargados de hacer planes para Roosevelt, entendieron muy bien desde el inicio de la guerra que ésta concluiría con los Estados Unidos en una situación de poder aplastante. A medida que avanzaba la contienda y los rusos derrotaban a los alemanes y casi ganaban la guerra en Europa, comprendieron que los Estados Unidos quedarían en una situación incluso de mayor predominio. Y elaboraron cuidadosamente planes para la posguerra. Los Estados Unidos ejercerían un control total sobre una región que incluía el Hemisferio Occidental, el Lejano Oriente, el antiguo imperio británico y la porción mayor posible de Eurasia, incluido –y esto era crucial– su corazón comercial e industrial: Europa Occidental. Ese era el planteamiento mínimo. El máximo abarcaba todo el planeta y, por supuesto, era necesario para nuestra seguridad. En esa región, los Estados Unidos gozarían de un control incuestionado y limitarían todo intento por parte de otros de ejercer su soberanía. Los Estados Unidos terminaron la guerra en una posición de predominio y seguridad sin paralelo en la historia. Disponía de la mitad de las riquezas mundiales, controlaba todo el hemisferio y las orillas opuestas de los dos océanos. No lo tenía todo. Ahí estaban los rusos, y algunas cosas aún no estaban controladas, pero se había expandido de manera notable. Justo en medio de todo estaba el Oriente Medio. Uno de los asesores de alto nivel de Roosevelt, quien trabajó a su lado durante largo tiempo, Adolf A. Berle, un prominente liberal, señaló que el control del petróleo del Oriente Medio proporcionaría un sustancial control sobre el planeta, y esa doctrina sigue en pie. Es una doctrina que opera en este instante y que sigue siendo un tema central de la política. Después de la Segunda Guerra Mundial Durante buena parte de la Guerra Fría, las políticas norteamericanas se justificaban in variablemente con la amenaza de los rusos. Se trataba, en lo fundamental, de una amenaza inventada. Los rusos dirigían su propio imperio, más pequeño, sobre la base de un pretexto similar: la amenaza de los norteamericanos. Esas nubes se despejaron tras el derrumbe de la Unión Soviética. Para quienes quieran comprender la política exterior estadounidense, un tema obvio a investigar es lo sucedido después de la desaparición de la Unión Soviética. Ese es el tema natural a investigar, de lo cual se desprende casi automáticamente que nadie lo investiga. Se analiza muy poco en la literatura especializada, aunque es obviamente el tema a investigar para saber qué fue la Guerra Fría. De hecho, si se investiga se obtienen respuestas muy claras. El presidente en esa época era George Bush padre. Inmediatamente después de que fuera derribado el Muro de Berlín, se elaboró una nueva Estrategia de Seguridad Nacional, con un presupuesto de defensa, etc. Constituye una lectura muy interesante. Su mensaje básico es el siguiente: nada va a cambiar excepto los pretextos. Lo que dicen es que todavía necesitamos una inmensa fuerza militar, no para defendernos de las hordas rusas, porque ya desaparecieron, sino de lo que denominan la “sofisticación tecnológica” de las potencias del Tercer Mundo. Ahora bien, no sería extraño que una persona bien educada, que hubiera estudiado en Harvard y todo lo demás, se riera al oír eso. Pero nadie se rió. De hecho, creo que nadie lo reseñó en la prensa. Así que dicen que tenemos que protegernos de la sofisticación tecnológica de las potencias del Tercer Mundo, y que tenemos que mantener lo que llaman la “base industrial de la defensa”, un eufemismo para referirse a la industria de alta tecnología proveedora casi toda del sector estatal (ordenadores, Internet, etc.), con el pretexto de la defensa. Con respecto al Oriente Medio afirman que debemos mantener nuestras fuerzas de intervención, la mayoría de las cuales están destinadas en esa zona. Y entonces viene una frase interesante. Tenemos que mantener las fuerzas de intervención destinadas al Oriente Medio donde las amenazas fundamentales a nuestros intereses “no podían achacársele al Kremlin”. En otras palabras, lo siento, chicos, les hemos mentido durante cincuenta años, pero ahora que ese pretexto desapareció, les diremos la verdad. El problema en el Oriente Medio ha sido y es el llamado nacionalismo radical. Radical en realidad quiere decir independiente. Es un término que significa “no obedece las órdenes”. El nacionalismo radical puede ser de muchos tipos. Irán es un buen ejemplo. La amenaza del nacionalismo radical En 1953 la amenaza iraní era el nacionalismo secular. Después de 1978, es el nacionalismo religioso. En 1953 se resolvió el problema derrocando el régimen parlamentario e instalando en el poder a un dictador muy alabado. No era un secreto. El New York Times, por ejemplo, publicó un editorial en el que se encomiaba el derrocamiento del gobierno tildándolo de “lección” para los países pequeños que “pierden el juicio” con el nacionalismo radical e intentan asumir el control de sus recursos. Esta sería una lección para ellos: no intenten ninguna tontería de ese tipo, sobre todo en una zona que nos resulta necesaria para controlar el planeta. Eso fue en 1953. Desde 1979, fecha en que fue derrocado el tirano impuesto por los Estados Unidos, Irán ha sufrido el constante acoso de los Estados Unidos: un acoso sin tregua. Primero, Carter trató de revertir de manera inmediata el derrocamiento del Sha instigando un golpe de estado militar. No funcionó. Los israelíes –de hecho fue su embajador, porque durante el gobierno del Sha Israel e Irán sostuvieron relaciones estrechas, aunque teóricamente no formales– señalaron que si lográbamos encontrar algunos oficiales dispuestos a disparar contra diez mil personas en las calles, podríamos devolverle el poder al Sha. Zbigniew Brzezinski, el asesor de Seguridad Nacional de Carter, era de la misma opinión. No se logró. De inmediato, los Estados Unidos se volvieron a Saddam Hussein para apoyarlo en su invasión a Irán, que no fue cosa pequeña. Cientos de miles de iraníes resultaron muertos. Los actuales dirigentes del país son veteranos de aquella guerra, y en su conciencia está profundamente grabada la idea de que todos están contra ellos: los rusos, los norteamericanos, todos apoyaron a Saddam Hussein en su intento de derrocar al nuevo estado islámico. No fue poca cosa. El apoyo estadounidense a Saddam Hussein fue extremo. Los crímenes de Saddam –como el genocidio de Anfal, la masacre de los kurdos– fueron simplemente negados. El gobierno de Reagan los negó o se los achacó a Irán. A Irak incluso se le concedió un privilegio muy singular. Es el único país del mundo, con excepción de Israel, al que se le ha concedido el privilegio de atacar un buque estadounidense y gozar después de completa impunidad. En el caso de Israel fue el Liberty, en 1967. En el de Irak, el USS Stark, en 1987. Era un buque que formaba parte de la flota estadounidense destinada a proteger los embarques procedentes de Irán durante la guerra. Irak atacó el buque con misiles franceses, mató a varias docenas de marinos y recibió un leve regaño, pero nada más. El apoyo estadounidense era tan grande que ganó la guerra en nombre de Irak. Terminada la contienda, el apoyo estadounidense a Irak continuó. En 1989, George Bush padre invitó a varios ingenieros nucleares iraquíes a ir a los Estados Unidos a adquirir conocimientos avanzados sobre el desarrollo de armas nucleares. Es una de esas pequeñas cosas que se esconden debajo de la alfombra, porque un par de meses después Saddam se convirtió en un chico malo. Desobedeció las órdenes. Después vinieron las duras sanciones y lo demás, hasta el día de hoy. La amenaza iraní Regresando a la actualidad, en los textos de política exterior y los comentarios generales la afirmación que más comúnmente se encuentra es que el problema político fundamental de los Estados Unidos ha sido y sigue siendo la amenaza iraní. ¿En qué consiste exactamente la amenaza iraní? En realidad contamos con una respuesta autorizada a esa pregunta. Apareció hace un par de meses en informes enviados al Congreso por el Departamento de Defensa y los órganos de inteligencia estadounidenses. Esas instancias le informan cada año al Congreso sobre la situación de la seguridad global. Los últimos informes, enviados en abril, contienen, por supuesto, una sección sobre Irán, que es la amenaza mayor. Vale la pena leerlos. Lo que dicen es que, sea cual fuere la amenaza iraní, no es de carácter militar. Dicen que el gasto militar de Irán es bastante reducido, incluso para los estándares regionales, y comparado con el de los Estados Unidos, por supuesto, es invisible: probablemente no llegue al 2% de nuestro gasto militar. Además, señalan que la doctrina militar de Irán se orienta a la defensa del territorio nacional, y está diseñada para frenar una invasión lo suficiente como para que la diplomacia pueda comenzar a funcionar. Esa es su doctrina militar. Dicen que es posible que Irán esté pensando en las armas nucleares. No van más allá, pero dicen que si llegara a desarrollar armas nucleares sería como parte de la estrategia de contención iraní, en un esfuerzo para prevenir un ataque, que no es una posibilidad remota. La potencia militar más grande de la historia –es decir, nosotros– que le ha sido extremadamente hostil, ocupa dos países fronterizos y amenaza abiertamente con atacarlo, al igual que su cliente Israel. Esa es la dimensión militar de la amenaza iraní tal como aparece descrita en Military Balance. No obstante, afirman que Irán constituye una gran amenaza porque intenta ampliar su influencia en países vecinos. A ese intento lo denominan desestabilización. Irán está llevando a cabo una operación de desestabilización en países vecinos al tratar de ampliar su influencia, y eso constituye un problema para los Estados Unidos, que están tratando de promover la estabilidad. Cuando los Estados Unidos invaden un país es para promover la estabilidad, término técnico de la literatura de relaciones internacionales que significa obedecer las órdenes de los Estados Unidos. Así que cuando invadimos Irak y Afganistán es para generar estabilidad. Si los iraníes tratan de ampliar su influencia, al menos en países vecinos, estamos en presencia de un intento de desestabilización. Esta idea forma parte integral de la doctrina académica y de otras. Incluso resulta posible afirmar, sin miedo a hacer el ridículo, como hiciera el comentarista liberal y antiguo editor de Foreign Affairs, James Chase, que los Estados Unidos tuvieron que desestabilizar a Chile durante el gobierno de Allende para que hubiera estabilidad, esto es, que se obedecieran las órdenes estadounidenses. ¿Qué es el terrorismo? La segunda amenaza que plantea Irán es su apoyo al terrorismo. ¿Qué es el terrorismo? Se ofrecen dos ejemplos del apoyo de Irán al terrorismo. Uno es su apoyo a Hezbolá en el Líbano, el otro su apoyo a Hamas en Palestina. Créase lo que se crea de Hezbolá y Hamas –puede que creamos que son lo peor del mundo–, ¿en qué se considera que consiste su terrorismo? Pues bien, el “terrorismo” de Hezbolá se celebra en el Líbano el 25 de mayo de cada año, día de fiesta nacional que conmemora la expulsión de los invasores israelíes del territorio libanés en el año 2000. La resistencia y la guerra de guerrillas de Hez bolá obligaron a Israel a retirarse del sur del Líbano tras ocuparlo veintidós años –en violación de las resoluciones del Consejo de Seguridad– durante los cuales empleó generosamente la violencia, el terror y la tortura. Y cuando Israel finalmente se retiró, la fecha se declaró Día de la Liberación del Líbano. Eso es lo que se considera el núcleo del terrorismo de Hezbolá. Así es como se describe. En realidad, en Israel se llega a describirlo como una agresión. En estos días se pueden leer en la prensa israelí las declaraciones de personajes muy importantes que sostienen que fue un error retirarse del sur del Líbano, porque eso le permite a Irán continuar su “agresión” a Israel, que llevó a cabo hasta el año 2000 apoyando la resistencia a la ocupación israelí. Consideran que eso es una agresión a Israel. Siguen principios estadounidenses, porque nosotros decimos lo mismo. Eso en cuanto a Hezbolá. Hay otras acciones suyas que podrían criticarse, pero ese es el núcleo del terrorismo de Hezbolá. Otro crimen de Hezbolá es que la coalición que lideraba ganó ampliamente las últimas elecciones parlamentarias, aunque debido al sistema de asignación de escaños según la filiación religiosa, no recibió la mayoría. Ello llevó a Thomas Friedman a derramar lágrimas de alegría, como explicó, por las maravillas de unas elecciones libres en las que el presidente Obama había derrotado al presidente iraní Ahmadinejad en el Líbano. Hubo otros que se unieron a esa celebración. Hasta donde sé, las cifras reales de votos nunca se informaron. ¿Y Hamas? Hamas se convirtió en una seria amenaza –en una seria organización terrorista– en enero de 2006, cuando los palestinos cometieron un crimen realmente grave. Esa fue la fecha de las primeras elecciones libres celebradas en un país del mundo árabe, y los palestinos votaron como no debían. Eso les resulta inaceptable a los Estados Unidos. Inmediatamente, en un abrir y cerrar de ojos, los Estados Unidos e Israel se pronunciaron públicamente a favor de castigar a los palestinos por ese crimen. Está en un número del New York Times publicado inmediatamente después, en dos columnas paralelas: en una de ellas se habla de nuestro amor por la democracia, y en la contigua, de nuestros planes para castigar a los palestinos por la manera en que votaron en las elecciones de enero. Ninguna idea de que haya una contradicción. Antes de las elecciones los palestinos ya habían recibido fuertes castigos, pero después se intensificaron: Israel llegó al punto de cortarle el suministro de agua a la árida Franja de Gaza. En junio Israel había disparado unos 7.700 cohetes contra Gaza. Todo en nombre de la defensa contra el terrorismo. Más tarde, los Estados Unidos e Israel, con la cooperación de la Autoridad Nacional Palestina, intentaron llevar a cabo un golpe de estado militar para derrocar al gobierno electo. Fueron derrotados y Hamas se hizo con el control. Después de eso, Hamas se convirtió en una de las principales fuerzas terroristas del mundo. Se le pueden hacer muchas críticas –por ejemplo, sobre la manera en que trata a su población– pero el terrorismo de Hamas es un poco difícil de establecer. La denuncia actual es que su terrorismo consiste en disparar cohetes desde Gaza que caen sobre las ciudades fronterizas de Israel. Esa fue la justificación que se dio para la Operación Plomo Fundido (la invasión estadounidense- israelí de diciembre de 2008) y para el ataque que Israel lanzó contra una flotilla en junio, en aguas internacionales, en el que nueve personas fueron asesinadas. Solo en un país muy profundamente adoctrinado se puede escuchar eso y no reír. Dejando a un lado la comparación entre los cohetes Qassam y el terrorismo practicado constantemente por los Estados Unidos e Israel, ese argumento carece de toda credibilidad por una sencilla razón: Israel y los Estados Unidos saben exactamente cómo detener los cohetes... por medios pacíficos. En junio de 2008, Israel accedió a acordar un cese el fuego con Hamas. Israel no lo cumplió realmente –se suponía que debía abrir las fronteras y no lo hizo– pero Hamas sí. Se puede consultar el sitio web oficial de Israel o escuchar a Mark Regev, su portavoz oficial, y ambos concuerdan en que durante el cese el fuego Hamas no disparó ni un solo cohete. Israel rompió el alto al fuego en noviembre de 2008 cuando invadió Gaza y asesinó a media docena de activistas de Hamas. Después hubo algún fuego de cohetes y ataques mucho más fuertes de Israel. Murieron algunas personas: todas palestinas. Hamas ofreció reanudar el cese el fuego. El gabinete israelí consideró la propuesta y la rechazó, prefiriendo el recurso a la violencia. Dos días después se produjo el ataque estadounidense-israelí a Gaza. En los Estados Unidos y en Occidente en general, se da por sentado, incluso en grupos de derechos humanos y en el informe Goldstone, que Israel tiene derecho a utilizar la fuerza y a ejercer su autodefensa. Hay críticas acerca de lo desproporcionado del ataque, pero son una cuestión secundaria, porque lo principal es que Israel no tenía ningún derecho a usar la fuerza. No existe justificación para el uso de la fuerza a menos que se hayan agotado todos los medios pacíficos. En este caso, los Estados Unidos e Israel no sólo no los habían agotado, sino que se negaron incluso a intentar emplear los, aunque tenían todo tipo de razones para creer que tendrían éxito. La concesión de que Israel tiene derecho a realizar sus ataques resulta un regalo sorprendente. En todo caso, según el Departamento de Defensa y la inteligencia estadounidense, los intentos de Irán por ampliar su influencia, así como su apoyo a Hezbolá y Hamas son el contenido de la amenaza iraní a los Estados Unidos y sus aliados.
Posted on: Fri, 05 Jul 2013 21:02:55 +0000

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