El peluquero concluía su faena. Desde la silla situada junto a la - TopicsExpress



          

El peluquero concluía su faena. Desde la silla situada junto a la clásica pila de revistas muy manoseadas, si uno olvidaba cuál era su tarea y se reducía a observar los movimientos del hombre, un par de pasos largos, suaves, frenada, silencio, media vuelta lenta, de nuevo quieto, el cuerpo inclinado hacia adelante, otros dos pasos dejando que el zapato se deslizara sobre los mosaicos, observándolo con el volumen del televisor en cero, el tipo era un sobrio bailarín de tango. Acercó un espejo cuya luna frotó con la manga del guardapolvo, “está bien”, “si, perfecto”, dijo el parroquiano y cuando estaba por levantarse agregó: “Recorteme un poco los bigotes, hace como dos años que no me los arreglo”. El peluquero se detuvo bruscamente. “¿Dos años sin atender los bigotes? ¿y la afeitada de todas las mañanas?, porque el hombre no usaba barba. ¿Cómo era posible fijarse en la frente, la nariz, los ojos, las mejillas, el mentón, la boca, las patillas, el cuello, ir llevando despacio la hoja o la máquina, arar prolijamente la cara, y sin embargo no detenerse a mirar si los bigotes vivían, como se mira a una planta que languidece en su maceta? Nunca, en cuarenta años de profesión, había sido testigo de semejante indiferencia. Un hombre tan enfermo es capaz de cortarse un brazo o una oreja, como aquél pintor. Agarró las tijeras y antes de empezar pensó que la de los bigotes abandonados debía ser una de las soledades más terribles. “Usted cierre los ojos”, ordenó; entonces aprovechó para hacerle unas cosquillas con la uña del meñique y se sintió mejor, hasta creyó que esa especie de estremecimiento con que habían respondido los bigotes era una sonrisa.
Posted on: Tue, 24 Sep 2013 20:54:12 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015