El próximo lunes tengo cita con mi endocrinólogo y seguramente el Dr. Vázquez Chávez me va a poner como chancla y con justa razón. El martes pasado acudí a una cena muy agradable y sucumbí ante las delicias ofrecidas por las espléndidas anfitriones. Asumo la responsabilidad total de las consecuencias porque pude haberme saltado algunos de los deliciosos platillos, pero no: comí de todo y las porciones completas, postre incluido. Como gato me relamí los bigotes una y otra vez a sabiendas de que no era buena idea. Quise engañarme a mi misma pensando que mi cuerpo no detectaría los carbohidratos. Resultado: se me disparó la glucosa en la sangre a 133, nivel que si siquiera cuando inicié la dieta que me ha hecho bajar 7 kilos había registrado. Llevo todos estos días luchando por volver a los niveles anteriores (un rango entre 85 y 96) y por eliminar el sabor que permanece en mi boca después de ingerir cualquier alimento aunque tenga 0 azúcar. He probado con la eliminación de la cena los días miércoles y jueves, y aún así los niveles de la glucosa postpandrial siguieron arriba de 100. Acabo de regresar de una sesión de acupuntura a la que fui como medida de emergencia y por fin el nivel de glucosa bajó a 92. Sin embargo el sabor de azúcar en la boca persiste, me dan mareos, náuseas a veces y me duele la cabeza. Escribo estas líneas sin ánimo de exhibir las miserias del cuerpo; las escribo con el propósito de ofrecerles un testimonio sobre el hecho de que no vale la pena dejarse llevar el espejismo que nos proporciona la momentánea satisfacción de los sentidos, en este caso el sentido del gusto. Mañana sábado iré a otra sesión de acupuntura, el domingo y el lunes también. A ver si logro componer el estropicio que yo misma le causé a mi cuerpo antes de llegar a la cita con el endocrinólogo. Eso de que mi gusto es… no está padre. Con la lección aprendida, regreso a trabajar en la compu. Mea culpa.
Posted on: Sat, 10 Aug 2013 00:51:20 +0000
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