En aquel tiempo, Jesús cruzaba por los sembrados un sábado. Y - TopicsExpress



          

En aquel tiempo, Jesús cruzaba por los sembrados un sábado. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: «Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado». Pero Él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado». “MI AMOR ES TODO LO QUE NECESITAS” Hoy en el Evangelio el Señor nos recuerda que ningún motivo nos excusa de ayudar a los demás. La caridad verdadera respeta las exigencias de la justicia, evitando la arbitrariedad o el capricho, pero impide el rigorismo, que mata al espíritu de la ley de Dios, que es una invitación continua a amar, a darse a los demás. Es así que no entenderíamos correctamente la ley de Dios si dejáramos a un lado la buena noticia de la alianza, al respecto Xavier León escribió: “si el decálogo no se convierte en diálogo, no es más que un simple catálogo”. La ley divina no es una serie de requerimientos para evitar la ira de Dios o una carga imposible de llevar, es más bien un diálogo entre dos, la correspondencia del amor, la concreción del vínculo amistoso entre Dios y el hombre. Este era el detalle que se les escapaba a los fariseos. Por eso Jesús les decía: “el Hijo del hombre es dueño del sábado”; “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,23-28) pues Dios quiere que el hombre viva libre y feliz no aprisionado y con temor. Pidamos la gracia de comprender y vivir sus palabras: “misericordia quiero y no sacrificios” para adentrarnos en la justicia del amor. ¿Cuántas veces defendemos más la norma que a las personas y nos dejamos llevar por el celo farisaico? La oración es la mejor escuela, poco a poco, en nuestros diálogos con Dios vamos aprendiendo a ver a los otros como él los ve y a amarlos como él los ama ¡Cuánta falta nos hace querernos y respetarnos como somos! Ahora bien, eso no significa no ver los fallos y pasarlos por alto, sino buscar la mejor forma de ayudar a corregirlos: a veces será callando, otras dando testimonio, otras denunciando, otras aconsejando, como lo hizo Jesús con la samaritana: ella era pagana; Jesús se le acercó y poco a poco le fue revelando la verdad; lo mismo hizo con Zaqueo: se acercó, lo miró con cariño, se sentó a su mesa, y al final, Zaqueo se convirtió y cambió de vida. El consejo y la compasión son concreciones de la misericordia. De nada vale señalar, herir, echar en cara, imponer reglas y amenazar si no se toca el corazón del otro con el aceite del consuelo y la caridad. ¿Cuántas veces Jesús me ha hecho ver que mi vida es más importante que la ley? ¿No se ha jugado él la vida por mí? La misericordia siempre abrirá puertas y ofrecerá posibilidades, más que hundir levanta, más que señalar dignifica y más que condenar justifica ¡qué distinto sería nuestro mundo si fuésemos más compasivos y misericordiosos! ¡Cuántas “leyes” caerían por su propio peso! Pero los primeros serán últimos y los últimos serán los primeros.
Posted on: Fri, 19 Jul 2013 10:36:29 +0000

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