¿En que nos diferenciamos de los fariseos? Fariseos : Era una - TopicsExpress



          

¿En que nos diferenciamos de los fariseos? Fariseos : Era una secta o partido religioso conservador del judaísmo. Se supone que los Fariseos se originaron como partido separado en la 2ª mitad del s II a.C. Como eran estrictamente ortodoxos y estaban muy preocupados por conservar la pureza religiosa de su pueblo rechazaron todos los intentos de introducir prácticas helenísticas entre los judíos. La secta de los Fariseos fue la que por varios siglos continuó produciendo los mayores dirigentes religiosos entre los judíos ortodoxos, y de ese modo ejerció más influencia sobre la vida religiosa de su nación que cualquier otra fuerza dentro del judaísmo. La letra y el espíritu del legalismo -de la justificación por las propias obras- que en tiempos del NT se llegó a identificar con la religión judía, reflejaba con exactitud el espíritu y las enseñanzas de los fariseos. En su celo por un cumplimiento estricto de todos los deberes religiosos ordenados por la Torá (o ley de Moisés) y por la tradición, y en la creencia de que el bienestar de la nación dependía de esta forma de actuar, los Fariseos tendieron a pasar por alto el hecho de que la disposición del corazón era de mayor importancia que los actos externos. La mayoría de los escribas o doctores de la ley -los estudiantes y expositores profesionales de la ley- eran fariseos. Su ocupación era interpretar y aplicar la ley a cada mínimo detalle y circunstancia de la vida. En el tiempo de Cristo, esta siempre creciente masa de reglamentos se conocía como la tradición de los ancianos. Concebían a Dios como un Padre estricto que vigilaba atentamente para ver la mínima infracción de su voluntad, siempre listo para castigar a cualquiera que se equivocara. Durante estas persecuciones de Antíoco, los fariseos se convirtieron en los más férreos defensores de la religión y tradiciones judías. Por esta causa muchos sufrieron martirio y eran tan devotos a las prescripciones de la ley, que en una ocasión en que eran atacados por los sirios durante el sabbath, rehusaron defenderse. Consideraban una abominación incluso el comer en la misma mesa con los paganos, o tener alguna relación social en absoluto con ellos. Debido al heroísmo de su devoción, su influencia llegó a ser grande y de mucha trascendencia, y con el transcurrir del tiempo se convirtieron en fuente de autoridad, en lugar de los sacerdotes. En los tiempos de Nuestro Señor, tal era su poder y su prestigio, que se sentaban y enseñaban desde la “Cátedra de Moisés”. Naturalmente que este prestigio generó arrogancia y presunción, y fue causa, en muchos sentidos, de perversiones respecto a las ideas conservadoras que ellos tan firmemente apoyaban. En muchos pasajes de los Evangelios se cita a Cristo advirtiendo a la multitud contra ellos en términos acerbos. “Los escribas y fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí” (Mat. 23.1-7). Luego siguen acusaciones terribles contra los fariseos por su hipocresía, su rapacidad y su ceguera (ibid., 13-36). En cierto sentido, el fariseísmo ayudó a limpiar el terreno y preparar el camino al cristianismo. Fueron los fariseos quienes hicieron del nacionalismo idealizado la misma esencia del judaísmo, basado en el monoteísmo de los profetas. A ellos les debemos los grandes Apocalipsis, Daniel y Enoc, y fueron ellos quienes generalizaron la creencia en la resurrección y recompensas futuras. En una palabra, su influencia pedagógica fue un factor importante en capacitar la voluntad nacional y el propósito para la introducción del cristianismo. Sin embargo, este gran trabajo estaba acompañado de muchos defectos y limitaciones. Aunque apoyaban las tendencias espirituales, el fariseísmo desarrolló una ortodoxia arrogante y orgullosa y un formalismo exagerado, que insistía en los detalles ceremoniales a costa de preceptos más importantes de la Ley (Mat. 23.23-28). La importancia atribuida a ser descendientes de Abraham obscureció los asuntos espirituales más profundos, y creó un nacionalismo exclusivo y estrecho incapaz de entender una iglesia universal destinada a incluir a los gentiles tanto como a los judíos. Fue sólo por medio de la revelación recibida en el camino a Damasco, que Saulo el fariseo pudo comprender una iglesia donde todos eran por igual “semilla de Abraham”, todos “uno en Cristo-Jesús” (Gal, 3,28-29). Ese exclusivismo, unido a su propia valoración de las observancias levíticas externas, fue causa de que los fariseos se colocaran en oposición a lo que es conocido como el profetismo, que tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo hace el énfasis primordial en el espíritu religioso, y así incurrieron no sólo en los vehementes reproches del Precursor (Mat. 3,7ss.), sino también en los del Salvador (Mat. 23.25ss.). Los fariseos eran fieles y estrictos cumplidores de la Ley, pero lo eran solamente en la letra, y no en su espíritu. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos muertos y podredumbre. Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad. Mt 23.27-28 Para no tener un espíritu fariseo debemos asumir un compromiso de fe en la persona de Jesús como lo hizo Pablo, que le cambió la vida, lo hizo un hombre nuevo: Yo soy fariseo, hijo de fariseos. Hch 23.6 He sido iniciado a los pies de Gamaliel, en la estricta observancia de la Ley de nuestros padres. Estaba lleno de celo por Dios. Perseguí a muerte a los que seguían este Camino (palabra con la que se denominaba al cristianismo), llevando encadenados a hombres y mujeres; el Sumo Sacerdote y el Consejo de los ancianos son testigos de esto. Hch 22.3-5 Yo, por mi parte, consideraba que debía combatir por todos los medios el nombre de Jesús de Nazaret. Así lo hice en Jerusalén: yo mismo encarcelé a un gran número de santos con la autorización de los sumos sacerdotes, y cuando se les condenaba a muerte, mi voto era favorable. Recorría frecuentemente las sinagogas, y los castigaba para obligarlos a renegar de su fe. Lleno de rabia contra ellos, los perseguía en las ciudades extranjeras. Una vez cuando me dirigía a Damasco con plenos poderes y con la orden de los sumos sacerdotes, en el camino, hacia el mediodía, vi una luz más brillante que el sol, que venía del cielo y me envolvía a mí y a los que me acompañaban. Todos caímos en tierra, y yo oí una voz que me decía en hebreo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Te lastimas al dar coces contra el aguijón” Yo respondí: “¿Quién eres, Señor”. El me dijo: “Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y permanece de pie, porque me he aparecido a ti para hacerte ministro y testigo de las cosas que has visto y de aquellas en que yo me manifestaré a ti. Hch 26.9-16 ¿En que nos diferenciamos de los fariseos? Nos deberíamos diferenciar en ser cumplidores del espíritu de la ley, que es el amor, antes que de la letra, porque: La letra mata, pero el espíritu da vida. Del espíritu fariseo se deriva el pelagiano: En el siglo v surgió el hereje llamado Pelagio, como expresión de la realidad espiritual de ese tiempo y que aún hoy se mantiene. Pelagio: Fue un monje de origen británico (354-422). Hacia el año 380 llegó a Roma, donde profesó junto a sus discípulos un riguroso ascetismo, y criticó severamente el laxismo moral imperante en la ciudad. Su doctrina, conocida como pelagianismo, afirmaba la excelencia de la creación y del libre albedrío, en detrimento del pecado original y de la gracia, por lo que se opuso públicamente a las enseñanzas de las Confesiones de San Agustín. En el año 417 fue excomulgado por el papa Inocencio I. Pelagianismo: Sostenía la capacidad natural del hombre para conseguir la salvación; bastaba para ello el uso de la razón y de la libertad sin la intervención sobrenatural de Dios; negaba, al mismo tiempo que la sustancia y las consecuencias del pecado original, la absoluta necesidad de la gracia para realizar obras sobrenaturales. El pecado original, en el sentido en que lo entendía la Iglesia, no existía para Pelagio; el hombre, en efecto, nace sin ninguna mancha original, con la perfecta integridad de naturaleza semejante a aquella con que salió Adán de las manos del Creador; el pecado del primer hombre no acarreó ningún perjuicio o daño ni trajo consecuencia alguna para la posteridad; eso sí, fue un mal ejemplo, y en tanto puede hablarse de pecado original en cuanto los hombres pecan a semejanza de Adán. Por consiguiente: ni el bautismo es de absoluta necesidad para la vida eterna –se requiere sólo para poder formar parte de la Iglesia– ni la gracia es necesaria para las obras sobrenaturales, ni la Redención, siquiera, puede ser considerada como un rescate. La gracia es, solamente, una iluminación interior; no actúa sobre nuestra voluntad y no transforma nuestra alma; la Redención es, sin más, un reclamo, una invitación a una vida superior, pero permanece siempre exterior a nosotros, no crea nada dentro de nosotros. Se podría sintetizar así: La salvación depende del libre albedrío del hombre, para la justificación ante Dios (descartando la Gracia), de tal manera que es por obras de justicia y no por misericordia. El espíritu pelagiano existió siempre, pero en la Iglesia comenzó cuando los cristianos reemplazaron (de hecho, por falta de compromiso con la fe) la ley del amor, por la Ley de Moisés. A partir de ese momento cerraron el corazón a la Gracia de Dios, sofocando al Espíritu Santo, y el espíritu humano (orgullo) que es del pelagianismo rige a la Iglesia. Un ejemplo: hay varios mensajes de Jesús, en los que expresa su deseo de que se comulgue de rodillas y que no se reciba su Cuerpo en la mano. Esto se debe al respeto que se merece su Divinidad. Si la persona en su corazón lo adora, de hecho ya está eximido de demostrar exteriormente lo que ya siente interiormente, porque: Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad. Jn 4.24 De nada valdría que se arrodille y reciba el Cuerpo de Jesús en la lengua y lo hiciera en estado de pecado mortal, o lo considerara solamente el producto de la harina. Si el obispo impartiera la orden pertinente, se la cumpliría con un espíritu fariseo (cumplimiento = cumplo y miento el amor que debería) y también pelagiano, porque en este caso la justificación sería por lo que “yo” hago y no por obediencia al espíritu de amor (la Gracia), que me inspire. Salvo algunos pocos sacerdotes, en la Iglesia no se escucha que los católicos deben dejarse guiar por el Espíritu Santo. Esto es una novedad que se manifestó a partir de la prédica del Papa Francisco.
Posted on: Mon, 04 Nov 2013 08:19:49 +0000

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