En una democracia todo poder proviene del pueblo. Y todo poder debe rendir cuentas ante el pueblo. Así es desde el momento en que los antiguos griegos sintieron la necesidad de fijar por escrito las viejas costumbres convirtiéndolas, así, en leyes. Desde entonces todos los hombres, trocados en nacientes ciudadanos, se han sentido miembros de un cuerpo político al que los griegos llamaron " démos", pueblo. Durante mucho tiempo, el "démos" dependió de la interpretación que, de unas leyes recién escritas, siguieron haciendo los jueces aristocráticos, pues sólo ellos decían entender correctamente la voluntad de los dioses. Frente al poder de tales jueces, a los que el poeta Hesíodo llamó " devoradores de regalos", el démos sufrió toda clase de injusticias y vivió preso de la más absoluta indefensión. " Los pobres, ellos mismos, sus hijos y sus mujeres, eran esclavos de los ricos", según nos dice Aristóteles. Mas, hace 2.600 años, Solón el ateniense, legislador y poeta, introdujo en sus leyes algunas reformas decisivas que, en un sentido profundo, cambiaron el mundo. Aristóteles definió este conjunto de leyes con un nombre certero. "Politeía" o "Constitución" pues , en efecto, contribuyeron decesivamente a dar el paso definitivo hacia un sistema de gobierno que, aún hoy, muchos seres humanos desconocen. Los griegos los llamaron "democratia", gobierno del pueblo, y constituye, uno de los logros más sorprendentes y excepcionales del espítu humano, pues está basado en una idea cuya única característica eterna es que puede perderse; esa idea, abstracta e inestable , es la libertad. Solón intentó introducir en su Constitución de Atenas algunos principio que dismuneyeran los riesgos por los que la libertad puede perderse y, en el siglo VI a.C., llegó a dos conclusiones extraordinarias. La primera es que hay tres poderes constituyentes del Estado: el legislativo (eclesía), el ejecutivo (arcontes) y el judicial (Heliea). La segunda es que los tres poderes emanan del pueblo. Tan convencido estaba de ello que concedió a los llamados "Tétes", los ciudadnos pobres, los más humildes de los hombres libres, los que trabajaban como obreros, mercenarios o jornaleros, el derecho electoral en la "Eclesía", y en la "Heleia", de cuyos elencos formaron parte para siempre. Ha pasado el tiempo y, hoy estas ideas, semilla de una democracia en la que todo poder tenía su origen en el pueblo, pareces arrastradas por el viento del olvido. Y con ellas los pilares sobre los que una vez descansó el poder del pueblo ateniense: igualdad de palabra (isegoría), igualdad ante la ley (isonomía), igualdad de poder ( isocratía) y libertad de expresión (parresía). Dos mil seiscientos años después todavía parecen esperar en la antesala de la historia. Pues de no ser así ¿qué razón hay para que algunos miembros del Consejo del Poder Judicial (la Helia actual) se muestren reticentes a que el Congreso (la Eclesía de hoy, la asamblea del pueblo soberano) controle sus nombramientos?. ¿Qué razón política ampara que los miembros de un órgano judicial depositario y custodio de un poder que proviene del pueblo no sean elegidos por aquellos en nombre de los cuales, justamente, han de ejercer su poder? Bon migdia, carpe diem...
Posted on: Sun, 23 Jun 2013 10:37:12 +0000