Esa noche la luna era grande, de redondez perfecta y un brillo plateado hechizante a la vista de cualquiera. Frente a la ventana de su balcón en un segundo piso estaba sentada Elizabeth Collins. Apenas tenía 15 años o más bien esa era su última noche de quinceañera. Era hermosa de cabello castaño lacio que le caía por los hombros, ojos deslumbraste café claro y piel clara de perla juvenil. -mañana a las 12 del dia mama ya tendré mis 16 años-dijo mientras escribía en una libreta de pasta morada que parecía ser su diario.se detuvo y hecho un vistazo a la luna. -como me gustaría que mañana estuvieras con migo mama-escribió mientras hablaba-hoy la tía se puso muy alegre y ya estaba preparando todo aunque aún falta para la fiesta, será algo sencillo amigos de la escuela ,una rica comida y la gelatina de frutas tan rica que hace la tía-. Se pasó la mano por el cabello que le caía en el rostro y continuo escribiendo. -sé que mañana ahí estarás a mi lado, aunque no te pueda ver por qué siempre ahí estas, siempre a mi lado mama-.serró la libreta y la guardo en una cajón de su buro, acomodo la cama y luego serró la ventana, entro a su cama y miro una fotografía en su cabecera. En ella aparecía una mujer muy parecida a ella pero de una edad mayor, al menos unos 35 años que en sus brazos sostenía un bebe. -buenas noches mama-dijo y apago la luz. “toc, toc” sonó la puerta de la habitación y Elizabeth aun con mucho sueño abrió los ojos que no querían despertarse. Sí, así de rápido ya era de dia como siempre nos suele pasar. -Elizabeth-se escuchó llamar una suave voz en la puerta, ella salto de la cama y corrió a abrir la puerta y entro su tía Dina con un pequeño pastelillo en sus manos y cantando esa alegre canción de cumpleaños que ya conocemos. -¡tía!-dijo Elizabeth conmovida por el detalle y estrechándola fuerte entre sus brazos con amor mientras la tía intentaba no tirar el pastelillo. -espera hija-la tía saco del bolsillo de su delantal una pequeña velita de colores y la puso sobre el pastelillo y la encendió con un serillo. -pide un deseo mi niña-dijo la tía ofreciéndole el pastelillo a Elizabeth. Ella cero los ojos fuerte y soplo pidiendo su deseo con mucha fe. No era difícil adivinarlo, el mismo deseo desde los tres años. “que su madre estuviera ahí”. La madre de Elizabeth avía muerto en un accidente cuando ella apenas tenía la corta edad de tres años. No la recordaba del todo pero nunca avía olvidado esa dulce voz que la llamaba con mucho amor. Desde entonces el deseo era el mismo, un deseo inalcanzable pero que el solo pensarlo la nutria de amor. Después de bañarse, desayunar y escribir sus primeras horas en el diario se dispuso a irse a la escuela. -nos vemos más tarde tía- se despidió dándole un gran beso en la mejilla. -cuídate mi niña –le dijo la tía viéndola atraves del ventanal en la cocina junto al lavaplatos. Elizabeth caminaba todos los días por las calles de su barrio, las personas de ahí desde muy tempranas horas ya se escuchaban charlar. -buenos días señor Long- saludaba ella todas las mañanas a este hombre, un chino que quería probar suerte y avía llegado al país ya hace más de 30 años en un barco de pesca. Ahora se dedicaba en cien por ciento a su negocio de plantas y medicinas naturales. Más adelante estaba la señora Pollyn, una anciana de unos 60 años que vivía con tres perros de esos pitbull que al ver pasar personas por frente de la rejilla de la casa salían corriendo y ladrando con ganas de saltar y darte una buena mordida. Ella solo les gritaba pero no salía para llevárselos adentro de la casa. Y en la última esquina de su pequeño barrio estaba la parada del autobús que tomaba para ir a la escuela la “preparatoria Lirven”. El autobús hacia cuatro paradas antes de llegar a la escuela, era conducido por un hombre gordo de nombre Clarens, era gruñón pero seguro que amaba su trabajo ya que nunca faltaba ni llegaba tarde. Durante el viaje a Elizabeth le gustaba ver por la ventanilla, ver los autos pasar, los sitios citadinos de la ciudad y las personas que caminaban por las calles. La preparatoria Lirven no era una escuela muy grande ni fuera de lo común. Apenas tenía unos 300 alumnos. Por los pasillos se veían chicos y chicas charlar, caminar, escuchar música, otros en los patios y jardines practicar deporte, otros más en las mesas del jardín donde desayunaban y uno que otro en la biblioteca o sala de cómputo. Maestros caminaban del estacionamiento a los salones saludando alegres y por un altavoz se escuchaba al director Croon que sugería a los alumnos del tercer año dirigirse al salón de química ya que el maestro no vendría pero él lo sustituiría por el dia. -¡Elizabeth!- se acercó a ella una chica muy efusiva de cabello rubio y ojos claros dándole un abrazo.-feliz cumpleaños ya tienes 16- -gracias Karen-dijo Elizabeth. -toma te traje un pequeño obsequio- Karen le dio una pequeña cajilla forrada con papel plateado y un moño rosa brillante. -no te hubieses molestado-dijo Elizabeth abriendo el regalo, dentro venia un colguije, una pequeña piedrilla rojo sangre muy linda. -el que me la vendió dijo que atraía el amor, tú alma gemela-.dijo Karen sonriéndole. -vamos a clases-dijo Elizabeth que no quiso continuar con la charla. Ella estaba más centrada en la escuela no en tener un novio. Claro que tenía pretendientes apenas dos semanas atrás un chico del tercero le pidió salir pero ella se negó. Karen por otro lado era una romántica empedernida y muy apasionada. Le encantaba leer novelas de amor, de esas que en últimas épocas se han vuelto tan populares e imaginar que era la chica enamorada del protagonista y que su amor triunfaba ante todo. Por su parte Elizabeth no era tan asidua a esa lectura, ella disfrutaba más de la lectura fantástica le apasionaban las historias de aventura y magia. Últimamente avía estado leyendo los libros de “J, R, R TOLKIEN”.También le encantaba ver animes y dibujar personajes de estos. Pero a pesar de sus diferencias eran las mejores amigas desde la época de la primaria. Esas mañana las clases fueron como siempre nada fuera de lo común que suele pasar en una salón de clases. Elizabeth estaba en su clase de historia pero no prestaba atención al maestro Camil que estaba sumergido en una intensa plática sobre la conquista americana, se notaba que le apasionaba por la forma de hablar del tema en cuestión. Elizabeth estaba más bien mirando por la ventana al jardín de la escuela y hacia poco caso a lo que pasaba en el salón, eso solo era como un susurro a su alrededor y entonces sonaron las doce del dia en el viejo reloj que colgaba sobre la pizarra. Elizabeth serró sus ojos y en su mente imagino su deseo de nuevo pero más intenso.se quedo así unos segundos y escucho solo su pensamiento y a la dulce voz que recordaba de su madre. La absorbió tanto eso que ya no podía escuchar nada más, no quería abrir los ojos tampoco. Fue como salir de su cuerpo y estar en un lugar distinto, en un lugar con mucha paz donde sus sueños estaban al alcance de su mano. Luego una voz ronca interrumpió el momento. -¡señorita Collins!-gruño el maestro desde su escritorio-¡señorita!- su voz ronca se mesclo con el sonido de la cafetera en una esquina del salón chillando porque el agua estaba lista y en su punto y la voz dulce de los recuerdos de Elizabeth. -¡Elizabeth Collins!-sonó esta vez fuerte la voz del maestro, ella abrió los ojos y dio un fuerte suspiro de impresión. Acto seguido la cafetera chillo irritante y con un sonido de explosión voló con todo y tarro en pedazos por el salón. Todos se tiraron al suelo y el café salpico por un librero y una mesa repleta de trabajos. Se pusieron de pie muy espantados y nerviosos por la detonación. Elizabeth miro el lugar donde antes estaba la cafetera y que ahora estaba vuelto un caos de libros y libretas empapadas de café, la pared manchada por la salpicadura y pedazos de cristal por el suelo. Yuna sensación la invadió toda, era raro pero sin saber por qué o como ella tenía la extraña sensación, no la seguridad de que la explosión era culpa suya, que ella la avía provocado.
Posted on: Thu, 29 Aug 2013 16:24:44 +0000
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