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Este texto aparece hoy en Diario El Mercurio, y fue escrito de corazón, para un amigo verdadero, en un tiempo en que los valores de la amistad no parecen estar en su punto más alto. Jorge Dávila Vázquez / (Rincón de Cultura) JOSÉ O DE LA AMISTAD Siempre me vuelven las palabras de Edmundo Maldonado: llega una época, en que son más numerosas las imágenes de los muertos queridos que llevamos en la memoria, que las de los vivos que nos rodean. Es duro, pero real, acumulamos la nostalgia por infinidad de seres, que estuvieron ligados a nuestros afectos de distinta manera y en diferente grado, todos los cuales nos fueron arrebatados por la muerte, que no escoge, simplemente, coge. El dolor más reciente ha sido la partida de Pepe Serrano; una pena que comparten infinidad de amigos y conocidos, que guardan su visión propia de este hombre, caracterizado por su talento, la vastedad de sus conocimientos y lecturas, un inagotable sentido del humor, y, por sobre todas las cosas, un ejemplar sentido de la amistad. Era esa amistad, justamente, la que le hacía entregar todo lo aprendido a lo largo de la vida, que conformaba un panorama de admirable sapiencia. Dicen que tenía una novela inédita. Es posible. Admiré muchos de sus artículos de prensa, caracterizados por su hondura de pensamiento y su riqueza de referencias literarias, históricas, filosóficas; leí, porque en su bondad los quiso compartir, algunos poemas, y se los escuché decir, en varias oportunidades. Emotivos, bien construidos, pero que él los sabía y los sentía como expresiones de vivencias momentáneas, como frutos de su inmenso bagaje cultural y, por tanto, emparentados con la obra poética de grandes escritores, a los que rendía tributo de afecto; pero, por esa misma razón, se veía como impedido de publicarlos. Aceptaba que eran hermosos textos, pero acababa por archivarlos, porque le sonaban a la música de tal o cual autor, porque los sentía cercanos a la forma de construcción de alguno de sus grandes paradigmas, y porque, finalmente, no lo convencían. Pero que debe haber entre sus papeles y en los archivos de sus computadores una buena cantidad de bellos poemas, no me cabe duda. Más allá de lo que él mismo calificaba como sus “devaneos” literarios, estaba la sabrosura de su conversación. En el país existe una tradición de grandes conversadores, y entre nosotros, en el ámbito regional, todavía más. Recuerdo siempre con afecto a César Molina, aquel médico legendario de Azogues, que era de las personas a las que, según la vieja expresión, se las podía “seguir sin fiambre”. José Serrano González estaba en esa línea. Matizaba los rasgos de su charla con pinceladas de un humor cáustico, oportuno, relampagueante, y nos encantaba con su inagotable fluir, incluso en los duros tiempos de su combate largamente ganado a los males del cuerpo. Verdad es que, en el último tiempo, sufrió uno de esos tremendos golpes al alma, del que no logró sobreponerse: la pérdida de su hijo Juan Antonio. Ahora estarán juntos, para la eternidad, y el vástago se pondrá al día de las novedades de esta vida, que a veces es triste, ciertamente, pero que nos da la luz del día, el esplendor de la noche, la inextinguible hoguera del amor, la amistad y el recuerdo.
Posted on: Sun, 14 Jul 2013 18:02:54 +0000

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