Hasta el 4 de octubre, más de 50 locales de distintos barrios - TopicsExpress



          

Hasta el 4 de octubre, más de 50 locales de distintos barrios ofrecen precios promocionales: Cálidos, cómodos y familiares, los bodegones ya tienen su semana Son los mejores representantes de la cultura gastronómica porteña. La atención personalizada, los platos abundantes y los precios accesibles hacen atractivos a estos viejos boliches. Secretos de mozos y comensales. Por: Yésica De Santo Es imposible sentarse sólo a comer cuando los marcos con pintura descascarada de las ventanas y puertas coloniales con sus persianas de chapa te hablan, y las paredes de recuerdos que vieron a tantas personas te siguen, o donde los pisos de baldosones originales que datan de 50 o más de 100 años se conservan y a cada paso señalan–con su desgaste– cuántas pisadas que ya no están los recorrieron. Los bodegones son exponentes de gran parte de la identidad cultural porteña, y desde ayer tienen su propia semana La Semana de los Bodegones, que lanzó el gobierno porteño, finaliza el 4 de octubre y ofrece precios promocionales de 79 pesos para el mediodía y 129 pesos para la noche en 63 boliches de la Ciudad. La iniciativa del Ente de Turismo local, junto al italiano Pietro Sorba, periodista y crítico enogastronómico, pretende que no se pierda la cultura porteña. Para Sorba los bodegones son la cuna de la denominada "cocina porteña" y dice que "si tuviera que elegir el mejor sistema para dar a conocer Buenos Aires a un visitante, no dudaría un solo instante en hacerlo sentar a la mesa de un bodegón". El origen de su historia se remonta a fines del siglo XIX, cuando exiliados españoles e italianos comenzaron a abrir almacenes y despachaban bebidas alcohólicas. En la actualidad, los clientes añosos continúan yendo a buscar el vermucito o una ginebra, se suman las familias, y los grupos de amigos pero todos buscan y encuentran lo mismo: la atención llena de humanidad. Las rabas, tortillas, pucheros, paellas, pastas y carnes, y el clásico flan casero donde la bocha de dulce de leche y la de crema se sirven con cucharón, son algunas de sus propuestas. La generosidad es moneda corriente en estos lugares donde las tarjetas son inservibles, es que "acá es a la antigua, solo cash", dice Ramón, uno de los mozos más antiguos de El Puentecito, construido en 1873 al lado del río en el barrio de Barracas. El lugar comenzó como una fonda con una cancha de paleta en la que jugaban los lecheros vascos de la zona, y luego se transformó en un restaurante regenteado por descendientes de españoles. En un sector suelen sentarse los choferes de la línea 12, cuya terminal está ubicada enfrente. Del techo cuelgan las banderas española y argentina. El bodegón era el elegido por Raúl Alfonsín, y en uno de sus balcones Hipólito Yrigoyen ofreció un discurso antes de convertirse en presidente en 1912. Jorge Cobrero tiene 63 años y es uno de los seis socios que manejan el salón desde hace 40 años, y aún recuerda que a los siete años correteaba entre las mesas. "En aquel entonces mi padre era uno de los que lo manejaban, y lo mismo sucederá con mis hijos y mis nietos", dice el hombre. "Hay dos formas de abandonar un bodegón: te jubilás o te morís." Ramón Sarmiento, de 65 años, es mozo desde hace 28. "Los clientes me saludan con un beso y a muchos los conozco desde que estaban en las panzas de sus mamás", cuenta mientras aconseja a uno de los comensales no comer flan y elegir un postre "más light; recuerde que usted es diabético", le dice. "Somos como psicólogos, sabemos las necesidades de los clientes y además nos divertimos mucho", dice Ramón. Otro de los míticos bodegones es La Tacita ubicado en Inclán y la Avenida Boedo, en el barrio homónimo, está allí desde 1928. La historia cuenta que un turco puso ahí una vinería para vender vino suelto pero un edicto policial determinaba que en días de partido no se podía vender vino a diez cuadras a la redonda del viejo Gasómetro. Fue así que para disimular, el turco servía el tinto en tacitas de té de cerámica blanca para disimular. De 1956 a 1972 el bodegón fue regenteado por la familia del tano Angelo, de quién Loretta es la hija menor. Es el día de hoy que Loretta con sus casi 70 años, lo visita y toma té mientras recuerda su juventud. De fondo, se escucha el ruido de cubiertos, y las risas que vienen de una mesa familiar. Miriam y Oscar son pareja hace más de 13 años y desde siempre van a comer con su hijo Manuel de 12 años. Para Oscar, la elección del lugar pasa porque "es una extensión de nuestra casa, y los precios muy accesibles", Miriam lo interrumpe y acota, "nos sentimos tan cómodos y confiados con los mozos que dejamos que Manuel viniera solo con sus amigos, los mozos me lo cuidan". En otra mesa, seis amigos disfrutan de una cena. "Venimos desde hace seis años, casi todas las semanas", dice Alejandro. Para Mario, "lo mejor de los bodegones es la comodidad y la calidad de la atención, mezcladas con nuestra tradición". Desafiando a los restaurantes "de diseño", los "cools", en muchos de los cuales los mozos lanzan la carta sin una mueca de empatía, y en los que comúnmente el estómago queda a medio llenar, los bodegones se afianzan en Buenos Aires, atraen a público local y a turistas por los platos para compartir y el buen precio, el ambiente familiar y por suerte, no se ponen de moda. Un cotorro en una de las primeras casas de Parque Patricios Un caserón antiguo de 1930 se transformó desde hace dos años en la pulpería Del Cotorro en Parque Patricios. El nombre es por Julián, a quien le dicen así porque solía vestir de verde y ser charlatán. Buena onda, calidez y excelentes platos genera que el salón esté lleno, que la gente vuelva y recomiende. Cientos de muñequitos y objetos de 60 años atrás inundan el lugar y mantienen la atención cautiva. El lugar había sido construido por inmigrantes españoles y fue una de las primeras casas del barrio, entonces lleno de fábricas. Se llamó "Tarzán" y "El Alba". En una de las mesas tomaba un café "Ringo" Bonavena después de entrenar enfrente. Hace 30 años el dueño era Aníbal, un gallego mañoso que quería vender el lugar. Hace casi dos años lo compraron Graciela y Julián, feliz pareja que acababa de mudarse al barrio y quería cumplir el sueño de comprar un café. "Mantenemos intacto el espíritu del bodegón. Entrás y hay una energía muy especial que construimos entre todos", dice Julián. Uno de los atractivos del lugar es el pizarrón que da la bienvenida en la puerta. Allí Julián escribe todas las mañanas con tizas mojadas, poesía, textos extraños y chistes que despiertan la curiosidad de vecinos y personas de distintos barrios que se acercan especialmente a conocerlo y sacarse una foto que luego se suben a Facebook. Roberto y Omar, padre e hijo vidrieros, se disponen a comer un flan con mucho dulce de leche mientras reconocen: "como teníamos una entrega en la zona, la parada en lo Del Cotorro era obligatoria. La amabilidad es innata, no como en otros bares donde la gente es más careta. Hoy nos recomendaron ravioles que estaban riquísimos." Roberto comenta que no podía salir del baño porque es fanático de las historietas, en este caso, de la revista Historias Tangueras de Goyo Mazzeo ,dibujante y humorista, y papá del cotorro. Cómo reconocerlos Para saber qué define un típico bodegón porteño, Pietro Sorba destaca en la guía Bodegones de Buenos Aires: Mix: La identidad gastronómica y fusión entre los sabores criollos y las recetas que las comunidades de inmigrantes traían al país. Ambientación: Son locales con algo de historia, informales y cómodos que ofrecen un extenso menú, con comidas de sabor casero y platos tradicionales en porciones abundantes y a precios accesibles. Citadinos: Los bodegones dan una sensación de pertenencia a la ciudad que transmiten por medio de la abundancia y accesibilidad de su comida, y el ambiente familiar. De los obreros a bono y benetton Camisetas y banderines de fútbol se despliegan por el techo y las paredes del emblema del barrio de La Boca, el bodegón El Obrero. Como su nombre lo indica, al lugar asistían los obreros de la zona, barrio que por 1913 estaba colmada de fábricas. Las ventanas del fondo lo demuestran con los típicos vidrios rectangulares esmerilados. En 1954 lo compraron dos asturianos, Marcelino y Francisco Castro, y hoy lo manejan sus hijos Silvia, Juan Carlos y Pablo Castro. En el corazón del lugar, se ubica la parrilla gerenciada por Jorge Melgarejo, quien trabaja allí desde hace 50 años. "Me siento como en familia, y quizás mucho mejor", dice Jorge, quien –cada cinco minutos o menos– recibe el pedido de consejo: "¿qué puedo probar hoy?" El salón lleno devuelve el ruido de las corridas de las sillitas de madera, el de los cubiertos, y las estelas que dejan los mozos que se mueven con la rapidez de un Fórmula 1. Exhibidas en las paredes, cientos de fotos con los actores, actrices y músicos nacionales e internacionales. En El Obrero Cecilia Roth y Chiche Gelblung se mezclan con Susan Sarandon, Luciano Benetton o Bono, el líder de U2. El Obrero es el bodegón de los amigos, el lugar perfecto para tomarse un descanso y disfrutar de un buen momento. Así lo hacen casi todas las semanas Marcos, Guillermo, Román y Guillermo, un grupo de compañeros de una astillería de la zona. "Es muy lindo venir a comer acá, la atención es casera y de calidad", resumió Román. En este bodegón donde la amabilidad de quienes lo atienden se destaca y donde las personas no paran de llegar, reinan la calidez y los buenos platos para todos los gustos. Si bien la especialidad es la cocina española, la misma calidad se ve en el resto. Las milanesas desbordan de los panes y de los platos, las tortillas son altísimas y las pastas se sirven en platos grandes y profundos. Nada se escatima aquí, ni las sonrisas, ni las porciones, ni las ganas de volver. En la Web Lista completa: Para saber los que participan, la lista está en .
Posted on: Sun, 29 Sep 2013 10:38:27 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015