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Hoy les comparto un texto de nuestro camarada Xavier Robles Molina sobre el asalto a los cuarteles en Cuba El asalto a los Cuarteles del Oriente de Cuba Xavier Robles Este año se cumplen 60 años de que Fidel Castro intentara tomar los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos María de Céspedes, en Bayamo, el 26 de julio de 1953. Para conmemorar esos hechos históricos, los recordamos aquí. Antecedentes: El 10 de marzo de 1952, el militar Fulgencio Batista dio un golpe de Estado en Cuba, derrocando al corrupto régimen de Carlos Prío Socarrás. Derogó la Constitución de la República, vigente desde 1940, y estableció una dictadura feroz, con la complicidad del gobierno estadunidense. Cuba se convirtió en un gran prostíbulo y casino, regenteado fundamentalmente por las mafias de origen italiano establecidas en los Estados Unidos. La oligarquía cubana, cada vez más reducida, se enriqueció aún más con la corrupción. El pueblo padecía situaciones de miseria, enfermedades, falta de educación y de cultura, y carencias de todo tipo. En esas circunstancias, la oposición al régimen se extendió rápidamente, sobre todo entre los jóvenes. Fidel Castro, oriundo de Mayarí y proveniente de una familia gallega, se había doctorado en Derecho, en la Universidad de La Habana. Dos años más tarde, a los 26 años de edad encabezaba un grupo de jóvenes revolucionarios, que se hacían llamar la “Generación del Centenario”, de convicciones martianas y socialistas, quienes se organizaron militarmente para iniciar la insurrección general contra el régimen de Batista. Fidel ya había estado en Santo Domingo (1947), realizando actividades revolucionarias contra la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, y en 1948 en Colombia, donde participó activamente en el llamado “Bogotazo”, insurrección popular desarrollada en el centro de la capital colombiana, tras el asesinato del dirigente popular Jorge Eliecer Gaitán. En 1949, Fidel era militante del Partido del Pueblo Cubano (Partido “Ortodoxo”), del cual se desligó antes de comenzar su actividad armada revolucionaria. El joven dirigente cubano había expresado públicamente su repudio, en un manifiesto escrito pocas horas después del cuartelazo de Batista: "Su golpe es (...) injustificable, no se basa en ninguna razón moral sería ni en doctrina social o política de ninguna clase. (...) Su mayoría está en el Ejército, jamás en el pueblo. Sus votos son los fusiles, jamás las voluntades; con ellos puede ganar un cuartelazo, nunca unas elecciones limpias”. Encabezando a 135 jóvenes que habían decidido tomar el camino de las armas, Fidel planeó entonces tomar los cuarteles Moncada y Carlos María de Céspedes, situados en la provincias de Santiago de Cuba y de Bayamo, ambos en el Oriente de la isla. Se seleccionaron estos cuarteles, porque el Moncada era la segunda fortaleza del país, ocupada por unos mil soldados de la dictadura, y el Céspedes, para distraer la llegada de refuerzos al objetivo táctico principal. Otra razón es que Santiago se hallaba en la costa sur, frente al mar, y rodeada de montañas, lo cual dificultaba el envío de ayuda al Ejército Oriental. Finalmente, en Oriente se habían iniciado las tres guerras independentistas en el siglo pasado que se habían librado en Cuba. Allí se produjeron insurrecciones populares en varios momentos del período republicano —incluso durante la revolución de 1933—, sus montañas eran conocidas por la resistencia armada de los campesinos frente a los latifundistas, y su pueblo se caracterizó siempre por un espíritu de rebeldía, debido a lo cual ese territorio era llamado “el Oriente indómito”. Los preparativos Ya se ha señalado que los asaltos a ambos cuarteles estaban concebidos como detonantes de una vasta insurrección popular. El plan se elaboró en absoluto secreto. Además de Fidel, solamente lo conocían dos compañeros de la dirección del movimiento y su responsable en Santiago de Cuba. Los demás sabían que se iba a realizar un combate decisivo, pero ignoraban cual era exactamente éste. La misma preocupación se tuvo al estructurar el movimiento: se hizo en forma celular y se observaban estrictamente las normas de seguridad que exigía su carácter clandestino, Tenía dos comités de dirección: uno militar, al mando de Fidel, y otro civil, dirigido por Abel Santamaría. Además, se trataba de una organización selectiva. Por orientaciones de Fidel, sus miembros se reclutaron entre las clases y sectores humildes de la población: obreros, campe-sinos, empleados, profesionales modestos. Eran hombres y mujeres preferentemente jóvenes, ajenos a toda ambición, no degradados por el anticomunismo ni por las lacras y vicios de la política tradicional. A principios de 1953, el movimiento contaba aproximadamente con mil 200 miembros. Las armas, los uniformes y los recursos necesarios para la lucha se obtuvieron sin recurrir a la ayuda de personas acaudaladas ni de políticos corrompidos. Su adquisición fue posible fundamentalmente por la voluntad y el sacrificio personal de los propios combatientes. Un joven vendió su empleo y aportó 300 pesos cubanos para la causa; otro liquidó los aparatos de su estudio fotográfico, con los que se ganaba la vida; otro más empeñó su sueldo de varios meses y fue preciso prohibirle que se deshiciera también de los muebles de su casa; éste vendió su laboratorio de productos farmacéuticos; aquel entregó sus ahorros de más de cinco años, y así se sucedieron los casos de abnegación y generosidad (“La historia me absolverá”). Para asegurar la acción se alquiló una pequeña finca de recreo, la granjita “Siboney”, situada en las afueras de Santiago de Cuba, con el supuesto fin de dedicarla a la cría de pollos. En ella se situaron las armas, los uniformes y los automóviles que se utilizarían en el ataque, y allí se concentrarían los combatientes en el momento oportuno. Se escogió para la acción, el 26 de julio por ser domingo de carnaval, fiesta a la que tradicionalmente asistían personas de diferentes puntos de la isla, por lo cual la presencia de jóvenes de otras provincias no causaría extrañeza. El asalto al Moncada Esa madrugada, 135 jóvenes, vestidos con uniformes del Ejército, se organizaron en tres grupos: el primero atacaría la fortaleza, al mando del propio Fidel; el segundo atacaría el Hospital Civil, bajo el mando de Abel Santamaría, y el tercero, bajo las órdenes de Raúl Castro, tomaría el Palacio de Justicia y desde sus azoteas reforzaría la acción principal. Estos edificios eran contiguos al cuartel. Cuando todos estuvieron listos, se dio lectura al “Manifiesto del Moncada”, redactado por el joven poeta Raúl Gómez García bajo la orientación de Fidel. Gómez García leyó sus versos “Ya estamos en combate” y Fidel les dirigió esta brevísima exhortación “Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. ¡Jóvenes del Centenario del Apóstol! Como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de ¡Libertad o muerte! Ya conocen ustedes los objetivos del plan. Sin duda alguna es peligroso y todo el que salga conmigo de aquí esta noche debe hacerlo por su absoluta voluntad. Aún están a tiempo para decidirse. De todos modos, algunos tendrán que quedarse por falta de armas. Los que estén determinados a ir, den un paso al frente. La consigna es no matar sino por última necesidad.” De los 135 revolucionarios, 131 dieron el paso al frente. Los cuatro arrepentidos recibieron la orden de regresar a sus puntos de origen, y poco después de las cuatro de la madrugada, todos comenzaron a salir en los autos hacia Santiago. Los grupos dirigidos por Abel y Raúl cumplieron su objetivo: la toma del Hospital Civil y la Audiencia. El grupo principal, dirigido por Fidel, llegó según lo previsto hasta una de las postas, la No. 3; la desarmó y traspuso la garita, pero una patrulla de recorrido que llegó inesperadamente, y un sargento que apareció de improviso por una calle lateral, provocaron un tiroteo prematuro que alertó a la tropa y permitió que se movilizara rápidamente el campamento. La sorpresa, factor decisivo del éxito, no se había logrado. La lucha se entabló fuera del cuartel y se prolongó en un combate de posiciones. Los asaltantes entonces se hallaron en total desventaja, frente a un enemigo superior en armas y en hombres, atrincherado dentro de aquella fortaleza. Otro elemento adverso, también accidental, fue que los atacantes no pudieron contar con varios automóviles donde iban las mejores armas, pues sus ocupantes se extraviaron antes de llegar al Moncada, en una ciudad que no conocían. Comprendiendo que continuar la lucha en esas condiciones era un suicidio colectivo, Fidel ordenó la retirada. El asalto al Céspedes Al mismo tiempo que esto ocurría en Santiago, veinte revolucionarios asaltaban al cuartel de Bayamo, operación que también fracasó. Se pretendía que fueran 25 los asaltantes, pero cuatro no pasaron la noche en el albergue colectivo donde se alojaron, y uno desistió de participar la madrugada del 26 de julio. De los veinte combatientes, uno resultó herido en la acción y diez fueron asesinados posteriormente. El jefe del comando era Raúl Martínez Ararás. Los protagonistas tampoco coinciden en la duración del tiroteo, y ninguno menciona el choque con latas de desecho, lo cual, según algunos historiadores, descubrió la presencia de los combatientes, que así perdieron el factor sorpresa. La heroica solidaridad de los habitantes de Bayamo y sus alrededores permitió que aproximadamente la mitad de los combatientes salvaran la vida. La reacción de la Dictadura Batista decretó el Estado de Sitio en Cuba y aplicó una censura estricta a la radio y la prensa de ese país. Ordenó que se asesinara a diez revolucionarios por cada soldado muerto en combate. Salvo unos pocos que lograron escapar, ayudados por el pueblo, la mayoría de los asaltantes a los cuarteles fue capturada y asesinada en los días posteriores. Sólo seis de los atacantes fueron muertos en los combates, pero las fuerzas de la dictadura asesinaron a 55 combatientes y a dos personas ajenas a los hechos. Los prisioneros fueron torturados antes de ser asesinados y se les presentó como muertos en combate. En la mañana del 26 de julio, después de la retirada, Fidel regresó con un grupo de los asaltantes a la granjita “Siboney”, y seguido por 18 hombres subió a las montañas con el propósito de continuar la lucha. Durante una semana se mantuvieron en la parte más alta de una cordillera, sin agua ni alimentos, mientras el Ejército ocupaba la base. Distribuidos en pequeños grupos, algunos pudieron escapar filtrándose en las líneas del Ejército; otros fueron presentados por el Arzobispo de Santiago de Cuba. Fidel, junto a dos compañeros, totalmente extenuados, resultaron sorprendidos mientras dormían, el 11 de agosto de 1953. Aunque ya la matanza de prisioneros había cesado ante la enérgica reacción del pueblo, algunos soldados pretendieron asesinar a los tres jóvenes en pleno campo. Pero el teniente Sarría, que los capturó, un militar íntegro, lo impidió al tiempo que decía a sus tropas: "Las ideas no se matan." Poco más tarde, al encontrarse en el camino con el Jefe de Operaciones del cuartel Moncada, verdugo de muchos militantes que cayeron en sus manos, le exigió al teniente Sarría que le entregar a los prisioneros, a lo que Sarría se negó rotundamente, salvando de nuevo la vida de Fidel y sus compañeros. Los llevó al vivac de Santiago de Cuba, donde corrían menos peligro, y no al cuartel Moncada, como había indicado el coronel Alberto del Río Chaviano, Jefe del Regimiento No. 1 que radicaba en dicha fortaleza. Fidel Castro fue encarcelado y en su juicio pronunció el famoso discurso conocido como La historia me absolverá: “No se mató durante un minuto, una hora o un día entero, sino que en una semana completa, los golpes, las torturas, los lanzamientos de azotea y los disparos no cesaron un instante como instrumento de exterminio manejados por artesanos perfectos del crimen. El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros". Los asaltos a los cuarteles militares tuvieron una trascendencia extraordinaria para el pueblo cubano y para el movimiento de liberación nacional que se iniciaba. En México, sirvieron de modelo a los militantes que atacaron el cuartel de Madera, en Chihuahua, en 1956. En 1961, el entonces comandante Raúl Castro Ruz y Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), al referirse a la importancia histórica de este acontecimiento manifestó: “...En primer lugar inició un período de la lucha armada que no terminó hasta la derrota de la tiranía. En segundo lugar, creó una nueva dirección y una nueva organización que repudiaba el quietismo y el reformismo, que eran combatientes y decididos y que en el propio juicio levantaban un programa con más importantes desmanes de la transformación socioeconómica y política exigida por la situación de Cuba... Como expresó Fidel: El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias.”
Posted on: Wed, 24 Jul 2013 05:44:09 +0000

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