Humor dominical con Catón, que tengan un excelente día de - TopicsExpress



          

Humor dominical con Catón, que tengan un excelente día de descanso con sus seres queridos!!!!: Los dos borrachitos iban caen que no caen por la calle. “Compadrito -dijo uno con tartajoso hablar-. Ahorita que lleguemos a su casa no le vaya a decir a mi comadre dónde anduvimos. Se puede disgustar”. “No tenga cuidado, compadrito -replicó el otro-. No se lo diré”. Dieron unos pasos más, ímproba labor que les tomó otra media hora, y habló el segundo borrachín: “Es muy bueno ese consejo que me dio, compadre, de no contarle a mi señora dónde anduvimos. Nada más dígame una cosa: ¿dónde anduvimos?”... Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le comentó a un amigo: “Todos los domingos llevo a mi suegra a lo más profundo del bosque”. Preguntó el otro: “¿Le gusta mucho?”. “Supongo que no -respondió el tal Capronio-, porque a más tardar el jueves ya está de regreso en la casa otra vez”... El fotógrafo le mostró a doña Sebilia, madura y robusta señora, las pruebas del retrato que le había tomado. Ella se disgustó bastante al ver su efigie. “Creo, señor mío -le dijo con hosco acento al fotógrafo-, que no me hizo usted justicia”. “Perdóneme, señora -respondió al punto el retratista-. Lo que usted necesita no es justicia, sino misericordia”... Entró en la taberna un pirata de feroz aspecto. Lucía una gran barba roja; un parche le cubría un ojo: Caminaba apoyándose en una pata de palo, y en vez de mano derecha tenía un agudo gancho de metal. Se dirigió el feroz pirata al baño de la taberna. Pasó un rato. De pronto se escuchó un terrible grito de dolor. Ante el espanto de los presentes el feroz pirata salió del baño pegando grandes saltos y profiriendo lastimeros ululatos. El tabernero le preguntó, asustado: “¿Qué le pasó, señor pirata?”. “¡Ay, ay, ay! -gimió el feroz pirata-. ¡Apenas ayer me pusieron este maldito gancho, y se me olvidó que lo traía puesto!”... Pepito estaba tomando clases de francés. El director de la escuela iba con la maestra por el patio. Sucedió que la guapa profesora resbaló y cayó al suelo con las piernas al aire. Acudió solícito el director a levantarla, y para atenuar su turbación le dijo galantemente que esas cosas suelen suceder, que así es la vida. Se lo dijo, claro, en francés. Le dijo: “Ce la vie”. Pepito, que estaba cerca, exclamó muy contento: “¡Yo también!”... Un tipo le preguntó a otro: “Dime, Leovigildo: ¿Qué harías si te sacaras el premio mayor de la lotería?”. Con voz humilde respondió el interrogado: “Antes que nada le compraría una casita a mi señora esposa, que es tan abnegada, tan sufrida”. “¿Y luego?” -inquirió el amigo. Contestó Leovigildo: “Le compraría otra casita a mi mamá, pobrecita, que no tiene un lugar que pueda llamar suyo, y le pondría una tiendita para que se gane unos centavitos y ya no pase hambre”. “¿Y después? -volvió a preguntar el amigo. “El resto -dijo Leovigildo con igual mansedumbre y la misma dulce voz- lo pondría en el banco para asegurar la educación de mis hijos, y que no tengan que sufrir las penas, dificultades y trabajos que he tenido que pasar yo”. Conmovido, el amigo hizo una pausa. Leovigildo le preguntó, extrañado: “¿Por qué me preguntas todo eso?”. “Amigo mío -respondió el otro con voz temblorosa por la emoción-. No encontraba la forma de darte la noticia. Te sacaste el premio mayor de la lotería”. “¡Jajajay! -estalló el tal Leovigildo en un jubiloso grito de mariachi-. ¡Agárrense, viejas y cantineros, que ‘ai les va su mero padre!
Posted on: Sun, 11 Aug 2013 16:07:23 +0000

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