Independencia energética A lo largo de la historia, el desarrollo - TopicsExpress



          

Independencia energética A lo largo de la historia, el desarrollo y progreso de la humanidad han venido acompañados de un mayor consumo energético. La disponibilidad de energía ha sido determinante para mejorar las condiciones de vida, incrementar la productividad y, en definitiva, progresar. Un mayor desarrollo económico conlleva un mayor consumo de energía y esta correlación ha sido una constante. En el actual contexto de una economía global, interdependiente y donde se compite mundialmente, los recursos energéticos han adquirido la condición de estratégicos por las implicaciones económicas que tienen su control y gestión. La interdependencia es una de las características más importantes de la economía moderna y sus efectos positivos son evidentes a la hora de conseguir una especialización en la producción de bienes y, por tanto, en mercados eficientes. No obstante, la interdependencia genera vulnerabilidad cuando muchos consumidores de un bien o servicio dependen de uno o pocos suministradores. Estas relaciones asimétricas producen fortalezas y debilidades estratégicas cuyas consecuencias sobrepasan el campo económico y afectan al político1. Los recursos energéticos, como los hidrocarburos, materia prima por excelencia para el transporte y la industria, no se encuentran presentes en la mayor parte de los países industrializados, que se ven obligados a adquirirlos al escogido grupo de países productores. Esta dependencia energética genera un doble peaje, el económico y el político. Por una parte las economías avanzadas tienen que transferir una parte importante de sus recursos a los países productores de hidrocarburos. Por otra parte, las contrapartidas que se derivan de la necesidad de disponer de los recursos energéticos en manos de países potencialmente conflictivos implican una capacidad de influencia de los productores y una condicionalidad en el suministro. Esta debilidad estratégica es fácilmente explotable en 1 Joseph S. Nye. El Futuro del Poder, 2012. situaciones críticas, como se ha visto en recientes conflictos de la Unión Europea con Rusia o en el pasado en Oriente Medio. Hay muy pocos países en el mundo que sean energéticamente autosuficientes y la característica de todos ellos es que, como es lógico, intentan rentabilizar esa ventaja maximizando su influencia y los beneficios de la situación de desequilibrio que se deriva2. Ello ha guiado las relaciones internacionales y definido las alianzas de conjuntos geopolíticos como Oriente Medio o el Cáucaso. La estrategia energética americana Desde 2009, año en que fue sobrepasado por China, Estados Unidos es el segundo mayor consumidor de energía del mundo, suponiendo aproximadamente un 20% del consumo mundial anual de energía primaria. Por su estructura social y económica, la energía es vital para mantener el actual modo de vida americano, lo que conlleva una alta sensibilidad a su precio y hace que cualquier problema de suministro que suponga una subida de los precios tenga un impacto directo en la economía y bienestar estadounidenses. Para dar idea de lo que la energía supone para los Estados Unidos en términos económicos y en cuanto a vulnerabilidad estratégica, basta decir que la factura energética de aquel país asciende a alrededor del 8% del PIB (Gráfico 2) y que su intensidad energética y consumo de energía por habitante están entre los más altos del mundo y son muy superiores a los de, por ejemplo, la Unión Europea (Gráfico 3). En términos nominales, el gasto energético por habitante pasó de menos de 500 dólares en 1970 a más de 4.000 en 2010. A pesar de su elevada producción, EE.UU. ha sido tradicionalmente un país importador de petróleo, sobre todo a partir de 1971, año en que alcanzó el máximo de producción interior y a partir del cual se redujo paulatinamente mientras que el consumo se incrementó progresivamente. A finales de la década pasada llegó a importar cerca del 60% de su consumo interior En lo que se refiere al gas, EE.UU. alcanzó el máximo de producción propia hacia la misma fecha, aunque el declive fue menos pronunciado y el peso de las importaciones menor que en el caso del petróleo A lo largo del siglo XX el desarrollo económico estadounidense obligó a aumentar el suministro de petróleo y gas de proveedores externos que, a menudo, se situaban en regiones potencialmente inestables y con alta conflictividad política. Como se puede apreciar, desde los años 60 Estados Unidos dejó de ser autosuficiente en combustibles fósiles y pasó a ser un importador neto, situación que se intensificó con el agotamiento de los yacimientos propios y el incremento de la demanda. En 1973, a raíz de la guerra árabe-israelí del Yom Kippur, los países productores árabes en la OPEP decidieron dejar de suministrar crudo a los países que apoyaban a Israel. Las consecuencias en la economía internacional fueron devastadoras al cuadruplicarse los precios del crudo en cuestión de semanas por el embargo de la OPEP3. La crisis política se tradujo en una crisis económica que tuvo repercusiones en todo el mundo. Ante esta situación y padeciendo los efectos directamente, la Administración americana, bajo la presidencia de Richard Nixon, convirtió la independencia energética en un objetivo estratégico. Estados Unidos aspiraba a ser autosuficiente a largo plazo tanto en el abastecimiento de energía como en el control de las tecnologías energéticas. Se trataba de asegurar el suministro y de hacerlo a unos precios asequibles. Esto impulsó el programa masivo de energía nuclear civil y relanzó la exploración y búsqueda de yacimientos en suelo americano. Desde entonces, otros conflictos internacionales como la guerra de Irán e Irak, la invasión de Kuwait, o la emergencia de nuevos países industriales que incrementaban la competencia por los recursos energéticos (y por lo tanto sus precios), han hecho que la meta de la autosuficiencia haya estado presente entre las prioridades de todas las Administraciones americanas con independencia de su color político, incluyendo, además de la energía primaria, el desarrollo y control de las tecnologías energéticas de todo tipo4. Europa, por el contrario, con una visión fragmentada y con estrategias nacionales diferentes (nuclear en Francia, petróleo del mar del Norte en Reino Unido, carbón en Alemania) afrontó la cuestión con mucha menos determinación y sometida a mayores oscilaciones políticas5. Esta independencia energética parece ser hoy una realidad tangible ya próxima y se estima que, a partir de 2025, Estados Unidos exportará más combustibles fósiles de los que importará6 y, además, podría convertirse en un gran exportador de gas7. La razón principal de esta revolución es, en primer lugar, una voluntad política constante que se ha mantenido firme con Administraciones de diferente signo político y que ponen de manifiesto una política de Estado. En segundo lugar, este objetivo no sería posible si no estuviéramos ante una verdadera revolución tecnológica sin precedentes. De hecho, de todas las políticas emprendidas por las sucesivas Administraciones, la más eficaz para el objetivo de independencia ha demostrado ser la tecnológica. Hacia la independencia energética Desde los años 70 numerosos programas de investigación, tanto públicos como privados, se han centrado en desarrollar y mejorar tecnologías energéticas con el objetivo de incrementar la capacidad de producción y la eficiencia: generación eléctrica mediante los ciclos combinados, las centrales de carbón supercríticas, incremento de la producción de petróleo mediante las tecnologías de recuperación avanzada y el recurso a reservas no convencionales que, hasta ahora, eran inviables desde un punto de vista económico. Una de estas tecnologías es la de fractura hidráulica o fracking, consistente en inyectar, a determinadas profundidades, agua a alta presión junto con reactivos quí- micos para que el gas almacenado en determinados estratos de roca pueda ser desplazado y extraído. La tecnología se concibió en la década de 1940 pero su utilización parecía estar más allá de la viabilidad comercial. No fue hasta la década pasada cuando comenzó a utilizarse la perforación horizontal y a apoyarse en una mayor precisión de los estudios geológicos para la extracción de gas de esquistos. Los resultados, en un principio poco satisfactorios, comenzaron a dar sus frutos gracias a la continua innovación de pequeñas empresas. Las críticas a esta tecnología se basan en el elevado consumo de agua y en el impacto ambiental que se produce. Los continuos avances tecnológicos están orientados a minimizar dicho impacto que debe ser, por otra parte, evaluado en cada caso. Esta tecnología se ha aplicado ya con éxito a la extracción de gas de pizarra o esquisto, también denominado shale gas con unos resultados significativos. La producción de gas de Estados Unidos alcanzó su máximo en 1970 y desde entonces numerosos yacimientos se habían abandonado por agotamiento de recursos y por la inviabilidad de seguir produciendo con la tecnología disponible. En los últimos años, el espectacular incremento de la producción de gas se debe a estos nuevos métodos que han hecho que el gas de esquisto haya pasado de representar en los Estados Unidos un 1% de la producción de gas propia en 2000, al 20% en 2009 y a más del 30% en 20128. A día de hoy, Estados Unidos y Canadá son conjuntamente autosuficientes en lo que respecta al consumo del gas. En lo relativo al petróleo, Estados Unidos y Canadá producen conjuntamente cuatro millones de barriles de crudo más al día que en 2003 (1,8 millones en los últimos dos años) totalizando más de 13 millones de barriles al día. Ello tiene un impacto directo en las importaciones: Estados Unidos ha reducido del 60% al 40% su dependencia del exterior en apenas 20 años al incrementarse la producción interna tanto de reservas convencionales como de no convencionales y, en lo que respecta a las fuentes de suministro, apostando por países fuera de la OPEP. En concreto, a día de hoy las exportaciones de la OPEP a Estados Unidos son inferiores al 20% del consumo estadounidense de petróleo anual y los países del Golfo Pérsico han visto reducir sus exportaciones a Estados Unidos un 25% desde 2003 dejando paso a Canadá como primer proveedor. Las iniciativas estadounidenses para reducir la dependencia energética del exterior se han visto acompañadas de numerosos intentos de replicar lo alcanzado por Estados Unidos. En algunos casos, en países como Rusia, China, Canadá o Argentina ya se han descubierto reservas de gas de esquisto y continúan los estudios geológicos que, de evolucionar según las previsiones, tendrían como resultado un aumento sustancial de las reservas declaradas de hidrocarburos. En otros casos, como el de Canadá con sus arenas bituminosas o Japón con su interés por los depósitos de metano cristalizado en las profundidades marinas, se están llevando a cabo importantes esfuerzos aprovechando las condiciones casi exclusivas de estos países. La India o Brasil (que a partir de 2015 tendrá un salto neto positivo de exportaciones petrolíferas), intentan también encontrar nuevos yacimientos no convencionales de hidrocarburos y ampliar su producción. Con las reservas no convencionales de hidrocarburos ocurre lo mismo que con las reservas tradicionales: no se distribuyen homogéneamente y, a diferencia de Estados Unidos, la mayor parte de los países carece de los recursos tecnológicos, del marco regulatorio o de la infraestructura empresarial para financiar y realizar estos proyectos. Como lo muestra el Gráfico 6, en ningún otro lugar del mundo se está dando esta situación. Estados Unidos tiene una larga tradición por la que se permite la exploración y explotación de yacimientos por parte de empresas privadas con una regulación muy estable. El acceso en este país a fuentes de financiación y la capacidad para que el conocimiento se aplique a la industria y no se quede en la universidad ha dado lugar a un ecosistema de pequeñas empresas muy competitivas e innovadoras apoyadas por inversores de capital riesgo que han posibilitado acciones emprendedoras a pequeña escala en muchos lugares. Por ejemplo, los primeros pasos de extracción de gas de esquisto en la cuenca de Barnett, Texas, fueron dados por pequeñas empresas que en cualquier otro país no habrían podido realizar sus actividades en competencia con otras multina- cionales tradicionales o grandes e ineficientes empresas estatales9. Fueron estas empresas independientes las que, en un contexto de gran concurrencia, tuvieron que innovar y obtuvieron una gran rentabilidad que atrajo, posteriormente, a otras corporaciones. En el caso de Europa, la situación es diferente. Regulaciones restrictivas, yacimientos geológicos más complicados, alta densidad de población, escasez de capital y una opinión pública altamente sensibilizada hacen que, a corto plazo, no se contemplen exploraciones al margen de casos puntuales. Esto significará que el gas ruso seguirá siendo una fuente importante de suministro aunque las presiones en los mercados mundiales produzcan ventajas a la hora de fijar los precios10. ¿El fin de la escasez de hidrocarburos? A día de hoy, y frente a una creencia muy generalizada, el incremento de la capacidad de producción neta de hidrocarburos (teniendo en cuenta los yacimientos agotados) es ya superior al crecimiento de la demanda mundial. En el caso del petróleo es más significativo: sería necesario un incremento sostenido de cerca del 2% anual hasta 2030 para que, ante la creciente capacidad, el margen se mantuviera estable, algo altamente improbable dada la presente crisis económica mundial11. Actualmente la producción de gas natural en Estados Unidos es, en su mayor parte, de gas no convencional y principalmente de gas de esquisto. Las proyecciones del Departamento de Energía indican que estas dos categorías representarán más del 80% del total de gas extraído en 2040 Por otra parte, el éxito del caso norteamericano está en haber conseguido la casi autosuficiencia a unos costes muy por debajo de los precios del mercado mundial. Los efectos ya conseguidos están proporcionando a los Estados Unidos ventajas estratégicas claras, al reducir el precio marginal del gas y, consecuentemente, de la electricidad, que son ahora sustancialmente más baratos que en Europa o en Japón. Gran parte de las nuevas instalaciones de generación eléctrica utilizan gas y ello ha dado lugar a una reducción del consumo de carbón y de las emisiones de gases de efecto invernadero. El exceso de carbón norteamericano está derivándose hacia Europa, donde algunos países como Alemania están aumentando el consumo de este combustible. Dado que los mercados energéticos son, a pesar de sus ineficiencias, mercados globales y que es difícil que un país pueda aislarse de ellos, el escenario más plausible es que el aumento de capacidad y de oferta tenga un impacto a la baja en el precio de los hidrocarburos. Por otra parte, ya se observa un cierto desacoplamiento en el precio del gas en Norteamérica con respecto a otros mercados12, ya que se ha convertido en un mercado relativamente diferenciado de los precios de referencia internacionales. Los actuales precios de gas internos no pueden trasladarse a otras regiones porque la fortaleza de la demanda lo impide y porque, a día de hoy, apenas se prevé una exportación significativa desde EE.UU. y, cuando se produzca, será a precios más próximos a los internacionales. Estados Unidos se ha convertido en la clave del incremento de la producción mundial de hidrocarburos en los últimos años y está sirviendo para que otros paí- ses occidentales se replanteen su estrategia energética con objeto de incrementar el control sobre la energía consumida y reducir así su dependencia de otros países. Con las estimaciones actuales, para 2020 se podría incrementar la capacidad mundial de producción en 49 millones de barriles diarios, algo más del 50% de la capacidad actual. Los medios de extracción de las reservas no convencionales son a menudo viables únicamente a partir de un determinado umbral de precio del crudo que, como media, ronda los 70 dólares por barril13. Los precios actuales de la tecnología de fractura hidráulica para yacimientos de gas de esquisto en Estados Unidos están muy por debajo de esa cifra, pero esto no está claro que pueda extrapolarse a otras regiones, pues ni las condiciones geológicas ni los costes de exploración y producción tienen por qué ser comparables. En cualquier caso, el incremento de la extracción de hidrocarburos para satisfacer una demanda energética creciente no puede dejar de lado la necesidad de actuar en el terreno de la eficiencia energética a escala mundial y tampoco se deben perder de vista las tecnologías que, aunque lejanas, se ven desde hace décadas como las soluciones definitivas a la escasez energética, y que, hoy por hoy, son sólo promesas, como la fusión nuclear, o realidades aún imperfectas y con serios inconvenientes, como las tecnologías eólica y de energía solar. La menor tensión en los mercados de hidrocarburos podría verse más bien como una etapa de transición para centrar los esfuerzos hacia un objetivo tecnológico aún por definir con claridad. En cuanto al futuro más inmediato, hay que subrayar dos cuestiones. La primera es que el incremento de la demanda de energía en las próximas dos décadas será cubierto por fuentes no convencionales y por carbón (Gráfico 8). La segunda, que la ventaja de EEUU en la producción de gas de esquisto va a dominar la escena mundial por algún tiempo. En definitiva, la evolución de los mercados en el futuro va a tener dos claves. Por el lado de la demanda, el motor del incremento se deberá a China y a las nuevas economías industrializadas de otros países asiáticos. En lo que concierne a la oferta, la clave será la mayor producción estadounidense, a la que seguirán otros productores que tratarían de replicar el modelo. Es probable que la OPEP pierda paulatinamente la posición de privilegio en términos de poder de mercado, ya que existirán otros productores. Esta pérdida de influencia en los mercados se traducirá en una menor relevancia política en las relaciones internacionales y alterará el marco actual de alianzas en la región del Golfo Pérsico. Contexto geopolítico Toda predicción conlleva el riesgo de cometer errores. En el caso de la energía, dependiendo de mercados tan volátiles y en el que entran en juego tantas variables y que tienen implicaciones de carácter económico, político, técnico y medioambiental, se hace particularmente difícil. Teniendo en cuenta las tendencias actuales y la determinación norteamericana para alcanzar la autosuficiencia energética, es más que probable que en un futuro próximo las relaciones internacionales reflejen el cambio y, en particular, en las relaciones entre Estados Unidos hacia Oriente Medio. Estados Unidos ya está reduciendo de forma acelerada el consumo de crudo procedente de esa región. En su discurso del estado de la Nación del 2006, el presidente Bush avanzó la “Advanced Energy Initiative”, en la que proponía reemplazar el 75% de las importaciones energéticas de Oriente Medio antes de 2020 y que cristalizó en la “Energy Independence and Security Act”. En el último año Estados Unidos ha disminuido las compras de crudo procedente de la región en aproximadamente un 10% y la tendencia continuará. Dando por hecho un incremento de su producción junto a la de Canadá y otros países, es bastante plausible que tenga lugar un cambio en los flujos mundiales de petróleo, de forma que el grueso de los hidrocarburos de Oriente Medio se destine a Asia y en concreto a satisfacer la insaciable demanda de China y otras economías asiáticas en proceso de industrialización intensa que carecen de recursos energéticos. Europa dependería de Rusia, Norte de África, el Mar del Norte y, en medida aún por determinar, pero mucho menos que en la actualidad, de Oriente Medio. China podría sustituir a Estados Unidos como principal país de destino del petróleo de Oriente Medio y ello le obligará a intensificar su interés en la región para mantener ese suministro. Esto ya es una realidad en países como Irak o Kazajstán, donde empresas energéticas estatales chinas ya han cerrado contratos de suministro en competencia con empresas occidentales. Además, Pekín, preocupado por asegurar su abastecimiento a largo plazo, está tomando posiciones diplomáticas y económicas en diversos países de África con recursos de todo tipo, también energéticos, donde las contraprestaciones no son sólo de carácter económico sino que incluyen aspectos de cooperación y de apoyo político. Estados Unidos podría regresar a una situación análoga a la de autosuficiencia energética existente en el período previo a la Segunda Guerra Mundial. En Europa la autosuficiencia no es algo que pueda contemplarse en ningún caso, pero su situación podría mejorar con ciertas condiciones en el marco del tratado de libre comercio transatlántico actualmente en discusión, dando por hecho que Estados Unidos facilitaría las exportaciones energéticas. Para Europa será positivo poder tener acceso a los productos energéticos americanos y diversificar así las fuentes de suministro. En concreto podrá reducir su dependencia de Oriente Medio y de Rusia que, a través de las redes de gasoductos, tiene el control del suministro del gas a Europa central y oriental. Europa necesitará una política supranacional que fomente las infraestructuras de interconexión y que busque diversificar las fuentes de suministro ante la competencia de nuevos consumidores en Asia como la India o China15. Si bien la región que comprende Rusia, Asia central y Oriente Medio seguirá produciendo aproximadamente el 50% del crudo mundial, la verdadera revolución se dará en el hemisferio occidental con la autosuficiencia estadounidense y la diversificación de fuentes de producción que significará para Europa. Una consecuencia positiva del aumento y de la diversificación de la oferta será la mayor estabilidad de los precios de los hidrocarburos, que no tendrán unas alteraciones tan significativas e inmediatas como las que solían producirse cuando existía un conflicto que afectaba a algún país productor o a las vías de suministro. De hecho esto ya se ha evidenciado a lo largo de los últimos meses: si bien no existe una clara presión a la baja sobre los precios, el exceso de oferta ya se ha materializado en un mayor margen para amortiguar las tensiones puntuales de los mercados como, por ejemplo, han sido las sanciones contra Irán por parte de Estados Unidos y Europa a la que se adhirieron otros países. Sin la existencia de una mayor diversificación de las fuentes de provisión, probablemente la restricción al crudo iraní por el programa nuclear hubiera provocado un alza de precios perjudicial precisamente para las economías de los países que emitieron las sanciones. El retraimiento americano Ante una difícil situación económica, las importantes restricciones presupuestarias y los discretos resultados en Afganistán e Irak, Washington ha optado por evitar participar en conflictos lejanos y privilegia alianzas temporales con líderes regionales que no le suponen importantes despliegues para minimizar los riesgos de verse arrastrado a conflictos persistentes y costosos. Se trata de la llamada estrategia de retraimiento por la que se minimiza la influencia en ámbitos geopolíticos lejanos y Estados Unidos se centra en afrontar los problemas internos, especialmente los de carácter económico. En concreto, en no incrementar una deuda mastodóntica que no deja margen presupuestario para invertir más recursos en seguridad o defensa. La pretensión de la autosuficiencia tiene un encaje perfecto con la actual estrategia de la Administración Obama. Escenarios como el Cáucaso, Afganistán, Oriente Medio o el Golfo Pérsico no serán tan determinantes en el suministro de energía como lo son ahora. Por ejemplo, el estrecho de Ormuz, a través del cual fluye hoy el 35% de los suministros mundiales de petróleo y el 20% de gas licuado, y los conflictos que allí se presenten, no supondrán en el futuro un peligro directo para la economía occidental. Estados Unidos y Europa podrán basar las relaciones con los países de la zona de Oriente Medio en criterios de afinidad política y de valores como la libertad y la democracia alterando las alianzas existentes en la región. La independencia energética de Estados Unidos será uno de los cambios más importantes a nivel económico del siglo y podría tener repercusiones profundas a nivel global. Al igual que hoy sucede con numerosos países exportadores de gas y petróleo, la economía se internacionalizará aún más, pero, tal y como ha sucedido con otros países exportadores de crudo, políticamente podría convertirse en un elemento para aislarse y renunciar a una presencia en foros internacionales o a trabajar en tratados comerciales17. Estados Unidos tendría en el sector energético un nuevo motor de crecimiento económico que le reportará importantes beneficios pero también los riesgos de las economías con recursos energéticos18. No obstante, como bien demuestra la historia, renunciar a una capacidad de influencia implica perderla a expensas de otra fuerza que, hipotéticamente, sería China. La convulsa situación de Oriente Medio, los riesgos de proliferación nuclear, la permanente amenaza del terrorismo islamista y el conflicto con Israel, serán un continuo recordatorio para Estados Unidos de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad y le obligarán a permanecer en la región, pero sin la hipoteca que supone depender energéticamente de determinados países tal y como sucede hoy. Sin servir de excusa para renunciar a la actual implicación y presencia mundial, el incremento de la producción de hidrocarburos proporcionará una mayor flexibilidad y capacidad de maniobra en la política que puedan tener Estados Unidos y Europa de cara a países productores. Se tratará de un dividendo en términos de seguridad, ya que, para que las perturbaciones al suministro de hidrocarburos tengan impacto en los mercados, estas perturbaciones tendrán que ser cada vez mayores y por tanto menos probables En lo que respecta a la energía y su aprovisionamiento, Estados Unidos tendrá en el futuro una posición de ventaja frente a cualquier otro país. Al margen de su indudable capacidad política de influencia, será el primer productor de gas del mundo, uno de los mayores productores de petróleo y dispondrá de más recursos económicos que otros países para abastecerse en los mercados internacionales. Está situado junto a Canadá, con sus enormes reservas no convencionales aún por explotar. Tendrá la industria de extracción más avanzada e innovadora en lo que respecta a los hidrocarburos con empresas competitivas y con tecnología prácticamente exclusiva. Asimismo, cuenta con enormes reservas de carbón y sigue apostando por otras fuentes de generación como la energía nuclear o las renovables además de desarrollar programas para la mejora de la eficiencia en el consumo de energía, específicamente en el transporte y en el uso doméstico. Ante todas las incertidumbres de carácter político y económico que puedan existir, la capacidad americana para responder a potenciales crisis mundiales de escasez energética es indudable. Conclusiones Desde hace varias décadas, ante la inestabilidad geopolítica de los países productores de crudo, para Estados Unidos la autosuficiencia energética y el control de suministro han sido un objetivo estratégico. Hoy en día, gracias a las reservas no convencionales de hidrocarburos y a los avances tecnológicos que han posibilitado su explotación, la meta parece alcanzable y su explotación supondrá un incremento de la producción estadounidense y una menor dependencia del petróleo de Oriente Medio o de países como Venezuela o Rusia. Teniendo en cuenta los avances tecnológicos y la mayor rentabilidad en términos energéticos y económicos de la explotación de este tipo de yacimientos, es de esperar que otros países sigan el ejemplo. Incluso considerando el aumento de la demanda proveniente principalmente de países asiáticos, se puede anticipar que la capacidad de suministro de hidrocarburos crecerá más que la demanda mundial, con lo que el sistema actual de países productores de petróleo cartelizados perderá relevancia y los primeros perjudicados serán aquellos que hoy tienen una dependencia económica de sus exportaciones energéticas. Estos países verán desaparecer lo que hoy es, en la práctica, una casi exclusividad del suministro de hidrocarburos: la OPEP y países particularmente productores como Arabia Saudí, Irán, Rusia, Venezuela, Nigeria. Una mayor producción de crudo tendrá su efecto en los mercados internacionales, que verán una presión a la baja en los precios del gas y del petróleo. Los precios no sólo disminuirán sino que serán menos sensibles a las inestabilidades políticas en determinadas zonas geográficas permitiendo una mayor certidumbre en el suministro, un hecho especialmente positivo para países energéticamente muy intensivos en vías de desarrollo. En el ámbito político, una consecuencia será la menor importancia de los recursos energéticos dentro de los intereses estratégicos de Estados Unidos. Escenarios como el estrecho de Ormuz o el Cáucaso no serán vitales para el suministro global de petróleo y ello permitirá un distanciamiento de Occidente hacia los asuntos de esa región. Todo ello sería convergente con la estrategia de Estados Unidos y encajaría con la estrategia de la actual Administración del presidente Obama, que ha optado por reducir la implicación de Estados Unidos en conflictos lejanos. En el caso de Oriente Medio, a pesar de que sus reservas y su producción no tengan el grado de criticidad de hoy en día, ante los numerosos riesgos geopolíticos, la constante amenaza sobre Israel, el riesgo de proliferación nuclear y los potenciales conflictos religiosos existentes, la presencia americana como elemento disuasorio parece necesaria. Estados Unidos tendrá en cualquier caso más libertad para la elección de sus aliados, ya que el criterio del suministro energético perderá peso frente a otros factores de afinidad política. La independencia energética americana será una buena noticia para los países consumidores en general y para Europa en particular por los beneficios económicos que se obtendrán de una mayor diversificación de suministro. Determinados países productores perderán capacidad de influencia y la relación con ellos no estará condicionada por la debilidad estratégica que genera un desequilibrio a favor del productor, sino que se podrá basar en acuerdos de interés mutuo. En todo caso, conviene no adoptar visiones excesivamente optimistas en relación con el futuro de la energía a escala mundial. Las crecientes necesidades de energía de las grandes economías y regiones emergentes requerirán un esfuerzo económico y tecnológico sin parangón en la historia y las relaciones internacionales no estarán exentas de tensiones y conflictos por estos motivos. Sin embargo, en el terreno puramente energético, los avances tecnológicos en el sector de los hidrocarburos y sus consecuencias pueden proporcionar al mundo un período de menor tensión que debería aprovecharse para sumar esfuerzos y definir un horizonte de nuevas tecnologías aún por concretar. TREXXON.
Posted on: Sat, 14 Sep 2013 21:01:54 +0000

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