J U L I A CAPITULO I CARLOS, ahora… El timbre - TopicsExpress



          

J U L I A CAPITULO I CARLOS, ahora… El timbre del teléfono me despertó. En mi cabeza llevaba sonando hacía rato, pero no lo relacionaba con la realidad, lo estaba soñando. Con los ojos semicerrados, alargué la mano en la oscuridad hacia donde sabía que lo había dejado, allí, encima de la mesa, justo al lado del teclado del ordenador. Había estado escribiendo, mejor dicho, intentando escribir, el primer capítulo de mi nueva novela, pero no conseguía hilar dos renglones seguidos, su recuerdo me tenía obsesionado, hasta el punto de que solo oía sus últimas palabras martilleando mi cerebro una y otra vez: “-Carlos, te dejo, no puedo seguir así, es imposible continuar con ésta situación…” Cada martillazo me hacía volcar la botella de whisky en el vaso, y en la misma medida que iba intentando asimilar sus palabras, iba vaciándolo…hasta que caí dormido sobre la mesa… Al alargar mi brazo, mis dedos tropezaron con la botella, derribándola, y el golpe que dio contra la mesa, y el tintineo del vaso al rozarlo, hizo que me despejara algo más, aunque mi mente seguía turbia, espesa. Y justo cuando tanteé el teléfono éste dejó de sonar. Maldije al teléfono y a quien hubiera llamado, me maldije a mí mismo por no haber sabido controlarme. Miré mi reloj de pulsera, regalo de Julia, y vi que sólo habían transcurrido cinco horas desde que me derrumbé, y seis desde que hablé con ella la última vez: “Carlos, te dejo, no puedo seguir así, es imposible continuar con ésta situación.” Habíamos estado discutiendo toda la tarde; le prometí, le juré, que pronto daría fin a mi relación con mi mujer, no la amaba, no nos amábamos, pero era cuestión de un acuerdo, que Lola, mi mujer, no quería. Deseaba exprimirme al máximo, sacarme todo el jugo posible, vengarse de su debilidad. Julia había dejado a su marido, es una mujer fuerte mentalmente, sabe lo que quiere, y esperaba de mi que hiciera lo mismo. Nuestros matrimonios estaban rotos hacía mucho tiempo, sólo quedaba de ellos la rutina y la costumbre…No teníamos hijos ninguno de los dos, no teníamos más lazos que los puramente necesarios para una convivencia más o menos pacífica. Conocí a Julia una tarde gris, ventosa y fría. Yo estaba terminando de corregir algunos datos de un relato recién acabado, me sentí algo deprimido al mirar por la ventana y ver aquél panorama tan triste, y decidí tomarme un respiro. Lola, mi mujer, había salido a reunirse con unas amigas, una reunión más de las que a diario tenían, me dijo que volvería para la hora de la cena, asi que tenía un par de horas antes de que volviera, me daría tiempo de tomar una copa y refrescarme la cabeza. Cuando salí del portal, una ráfaga de viento barrió la calle, arrastrando las hojas caídas y levantándolas en vuelo rasante, me tapé el cuello con las solapas de la americana, agaché la cabeza, arranqué a andar, y…tropezé con algo. Al alzar la cabeza la vi, envuelta en su abrigo gris, un pañuelo a rayas en la cabeza, resguardándola, sofocando un grito, e intentando agacharse a recoger algo que se le había caído de las manos en el encontronazo. Me gusta mirarle las piernas a las mujeres, y de soslayo vi que llevaba unos pantalones negros, ajustados, unas mallas seguramente, y unas botas, cortas, de piel vuelta. Rápidamente me agaché y recogí del suelo unos sobres y una pequeña agenda, me erguí y con una sonrisa traté de disculparme: -Perdón, lo siento mucho, es que he salido sin mirar, odio el viento. -No se preocupe, me pasa lo mismo, iba distraída tratando de buscar un taxi. Ahora ya si tuve tiempo de fijarme en ella. No era demasiado alta, supongo que 1,70 más o menos, ya que la tenía a mi misma altura, Su pelo, algo que le salía debajo del pañuelo por la frente, y por detrás, era claro, pero pensé que no era natural, tendría que ser moreno o castaño, convertido en rubio. Sus ojos almendrados se estrechaban al intentar sonreírme, marcándole unas pequeñas arrugas. Su nariz era proporcionada al tamaño de su cara, con pómulos marcados, una frente ancha denotaba inteligencia; su boca, sin pintar, tenía un rosa fuerte, con labios carnosos, la barbilla un poco saliente. El conjunto era , si no bello, sí atractivo. De su cuerpo no veía nada, con el abrigo bien cerrado, pero me lo imaginé esbelto, ni delgado ni grueso. Pensé que estaría acorde con el torneado de las piernas. Al darme cuenta que me miraba fijamente sentí que me azaraba, farfullé una disculpa e inicié mi camino, pero a los dos pasos, me volví y la dije: -No creo que encuentre taxi por aquí, no hay parada cerca y no suelen pasar muchos, pero yo tengo mi coche aquí mismo aparcado, aquél BMW rojo que está ahí, y me disponía a tomar un café (preferí no decirle lo que iba a tomar) y sería para mí un placer acercarla donde quiera. Ella se volvió, sonrió y contestó –No, por favor, muchas gracias, no se moleste. -No es ninguna molestia, por Dios, no está la tarde para andar por ahí. -Bueno- titubeó-, acepto, pero si me deja que lo invite al café que iba a tomar. -¡ Estupendo!, por mí encantado, (solté una carcajada), conozco un sitio que le va a gustar…! Me llamo Carlos, Carlos García, y soy escritor – fui diciéndole mientras abría la puerta del coche. Al sentarse, me rozó levemente y pude percibir su aroma, un agradable olor a perfume caro pero no estridente. Cuando se acomodó le cerré la puerta, y dándole la vuelta al vehículo, me introduje en él. -Estaba mirándome y sonriendo, me dijo: -Yo soy Julia, no me dedico a nada, estoy casada y sin hijos. -Ah, yo también estoy casado y sin hijos, creemos que los hijos deben venir a su tiempo. Sólo llevamos casados seis meses. - ¡Qué casualidad ¡ También llevo casada seis meses. Arranqué el motor y salimos con precaución, que la visibilidad cada vez era peor. Encendí las luces y puse rumbo a la cafetería que me gustaba visitar cuando necesitaba concentrarme para poder sacarle algo a mi cabeza y plasmarlo en el ordenador. -Durante el trayecto, apenas diez minutos, no hablamos, yo pendiente del tráfico, ella ojeando su agenda. Yo la miraba con el rabillo del ojo, me gustaba su perfil. Y cuando fijaba la vista en el frente, sentía que ella me miraba también disimuladamente. Se había abierto el abrigo y vi que llevaba un suéter de cuello alto, me pareció gris, con rayas, y lo que me parecieron mallas negras, efectivamente lo eran. Tenía unos pechos no muy grandes, pero bien puestos. Me gustó lo que vi. Pero seguí prestando atención al tráfico hasta que llegáramos a nuestro destino. Este estaba ya a pocos metros, busqué un sitio para estacionar, y lo encontré casi justo enfrente de la puerta de la Cafetería Las Dalias. Tenía ésta unos grandes ventanales y eso me gustaba, porque me sentaba junto a uno de ellos y veía la vida de la calle y me servía de inspiración. Me apeé, le abrí cortésmente la puerta y cuando se erguía volví a sentir aquel olor que me gustó tanto. Al cruzar la calle, casi sin darme cuenta, la cogí ligeramente del brazo sin que ella hiciera nada por soltarse. Entramos y nos dirigimos a una mesa, justamente la que yo usaba habitualmente, junto al gran ventanal, desde el que se podía ver casi toda la calle hasta que se perdía en un parque. Le ayudé a quitarse el abrigo, la temperatura interior era agradable. Apenas había clientes, así que solo se oía un murmullo de conversación, le retiré la silla y nos sentamos. -Bueno –rompí el silencio yo-, éste es mi refugio. Aquí me vengo a olvidar de las penas mundanas y a inspirarme en las penas ficticias. ¿Toma un café? -Bonito lugar…, y tranquilo. Me gusta. Sí, uno sólo, pero con hielo, por favor. Se acercó la camarera y tomó el encargo, uno solo con hielo, y (quise quedar bien) otro con leche. -Bien-, ahora me dice donde quiere que la deje, que con gusto la llevo. De todas formas pensaba dar un paseo para despejarme, así que me viene bien. Y aunque no me viniera, también-le sonreí abiertamente, y, tras una breve pausa, proseguí: -Como le dije antes, soy escritor, colaboro en algunos periódicos, tengo algunos libros por ahí intentando venderse aunque en estos tiempos la gente lee poco, ve más televisión y el dichoso internet, con sus redes sociales. Pero no me puedo quejar, mis artículos salen casi todos los días, y por lo menos gano para vivir. - Me casé el 18 de abril, dentro de nada seis meses ya – concluí mi presentación. - Y ahora le toca a usted, o si prefieres, a ti, que tampoco somos tan mayores, no? Ella sonrió, rebuscó en uno de los bolsillos del abrigo y sacó un paquete de Fortuna rubio y un encendedor, extrajo un cigarrillo y lo encendió, expulsando el humo voluptuosamente. Me miró a través del humo blanquecino y habló: -Me parece bien que nos tuteemos, y como te dije antes, me llamo Julia, Julia Sánchez, sin trabajo, ama de casa, casada en Marzo, el 29, casi un mes antes que tu casamiento. Al hablarme, sonreía con la boca y con los ojos, los estrechaba, no sé si por el humo o por cosa natural, en sus mejillas se marcaban dos hoyuelos y al echar la cabeza hacia atrás para expulsar humo vi un cuello liso, sin ningún tipo de arruga, se veía bien torneado, con un lunar debajo de la barbilla. Me gustó lo que veía, sentí una especie de calambre, un cosquilleo sutil que me subió desde los pies hasta el pecho, creo que me estremecí, aunque traté de disimularlo. Sus ojos negros brillaban con el reflejo de las lámparas. Aparté la vista, me fijé en el ventanal, que ahora hacía de espejo y la contemplé casi de perfil, una figura que me pareció hermosa. Presté atención a lo que me decía: -Tenía que ir a entregar estos documentos –y señaló los sobres- a un despacho de abogados, estamos mi marido y yo arreglando testamentos y cosas de dinero, queremos tenerlo todo bien claro. Pero es igual, ya los llevaré mañana, es que me agobiaba en casa, sola, y decidí dar el paseo para llevarlos. Dio un recorrido con la vista por el local, asintiendo levemente con la cabeza. -Me gusta el sitio, se ve tranquilo y acogedor. Vienes mucho? -Casi todos los días –asentí- Me relajo, hago apuntes, me abstraigo del mundo exterior, solo veo lo que alcanza la vista ahí fuera. Me inspiro. Ahora estoy solo con los artículos de prensa, estoy preparando una novela, tipo drama amoroso. Llegó la camarera con lo pedido, le di las gracias, y nos dispusimos a tomarnos los cafés. A mí me hacía poca gracia el café, pero por una vez no pasaba nada, después lo compensaría con tragos dobles. Ella removió los cubitos de hielo con la cucharilla, y dio un pequeño sorbo. Lo paladeó, aprobándolo con un gesto de su cabeza- No está mal este café – Me miró y casi me descubre la mala cara que le puse al mío.
Posted on: Wed, 06 Nov 2013 08:17:07 +0000

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