LA IGLESIA GRIEGA Cuanto más nos introducimos en la literatura - TopicsExpress



          

LA IGLESIA GRIEGA Cuanto más nos introducimos en la literatura griega de los siglos VI al VIII, aumenta la impresión de que nuestra Edad Media occidental es sólo un reflejo de ella. Seguramente es la literatura mariana más bella, junto con la del Occidente de los siglos XII y XIII, la de Francia del siglo XVII, y la de nuestra tiempo. Ahora bien, ésta es la época de unos hallazgos tales, que para siempre la Cristiandad quedará en deuda con esos autores. No se puede pensar en probar esto con algunos textos, pero a través de ellos se puede vislumbrar la maravillosa actividad de la fe y del amor. Debemos limitarnos en la elección, teniendo en cuenta además que el Occidente moderno no soporta mucho tiempo la prolijidad, las enumeraciones, los apóstrofes, ni lo sublime continuado. La iniciativa pertenece siempre a la devoción popular. Sigue la liturgia y, al fin, 1os doctores se hacen muy explícitos sobre las prerrogativas de María y la devoción que sienten por Ella. LA CONVERSIÓN DE SANTA MARÍA EGIPCÍACA El más famoso testimonio de la confianza popular en la intervención de María es el relato de la conversión de Santa María Egipcíaca. No se sabe ni la fecha ni el autor de la leyenda de esta pecadora convertida, que murió hacia el 431. Sólo se puede decir que es anterior al siglo VIII. María Egipcíaca vivía mala vida desde hacía diecisiete años, cuando hizo un viaje a Jerusalén. El día de la Exaltación de la Santa Cruz intentó entrar en la basílica, pero un poder invisible se lo impidió varias veces. En su turbación, percibió una imagen de la Virgen María que se encontraba allí y fue inspirada con fuerza a recurrir a la Madre de Dios: Virgen maestra, Vos que habéis dado a luz al Dios Verbo según la carne, yo sé, sí, sé, que no es conveniente ni razonable que una mujer tan impura, tan manchada, contemple vuestra imagen. Vos la siempre Virgen, Vos la Pura, Vos que tenéis el cuerpo y el alma puros y sin mancha; es justo que yo, la manchada, sea aborrecida por vuestra pureza y rechazada. Sin embargo, por lo que he aprendido, el Dios que habéis dado a luz se ha hecho hombre para llamar a los pecadores a la penitencia. Socorredme ya que estoy sola y no tengo a nadie que me ayude. Ordenad que a mí también me sea permitida la entrada en la iglesia. No me privéis de ver la madera sobre la que fue clavado según la carne el Dios que Vos habéis dado a luz, sobre la que ha dado su propia sangre en rescate por mí. Ordenad, oh Maestra, que también se abra para mí la puerta de la adoración divina de la Cruz. Yo os doy a Vos misma como garantía al Dios que habéis dado a luz. No prostituiré más mi carne con las vergonzosas uniones de antaño. Más aún, después de que haya visto la madera de la Cruz de vuestro Hijo, renunciaré al mundo y a todo lo que está en el mundo, e iré inmediatamente a donde queráis llevarme y conducirme Vos, fiadora de mi salvación. Es ella misma, arrepentida, quien se considera que cuenta el episodio. Y prosigue su relato: Habiendo hablado así y poniendo en cierto modo mi confianza en el fuego de la fe, animada por la bondad de la Madre de Dios, dejé el sitio en donde me había detenido para hacer mi súplica; volví y me puse con los que entraban. Nadie me para, nadie me repele, nadie me impide aproximarme a la puerta por la que se penetra en el templo. El miedo y el temor me embargaban; me estremecía y temblaba toda yo. Alcancé por fin la puerta que me había sido hasta entonces cerrada, como si el poder que me había retenido se hubiera roto de repente. Una vez admitida en el santo lugar, contemplé la Cruz vivificante; vi los misterios de Dios y cómo El está dispuesto a recibir a los penitentes. Luego, me apresuré a salir y a volver a los pies de mi fiadora. Allí, poniéndome de rodillas delante de la Madre de Dios siempre Virgen, le dirigí esta plegaria: «Maestra buena, Tú has mostrado tu humanidad, Tú no has menospreciado la oración de la indigna; yo he visto la gloria de la que nosotros, los impuros, estamos justamente privados: gloria a Dios que por Ti ha admitido la penitencia de los pecadores. ¿Qué más tendré que pensar o decir, pecadora de mí? Ya es el tiempo, Maestra, de que sean cumplidas las promesas de la garantía que has aceptado. Condúceme, pues, ahora, a donde Tú quieras; sé para mí la garantía de la salvación, guiándome por la mano en el camino que lleva a la penitencia.» Estas oraciones podrían ser de una penitente del siglo V, aunque los obispos y los teólogos fuesen aún mucho más sobrios. Se notará la denominación de «Maestra» o «Señora», todavía no de «Madre de las criaturas», por más que una piedad filial esté contenida en las súplicas. Esto puede explicarse aquí por la humildad de la arrepentida, pero en general la consideración que se tiene de María en Oriente es Muy majestuosa. María será la Panagia, la Toda Santa, la personificación de la Sabiduría, Ella es la Madre de Dios. No existe familiaridad en el trato con Ella. El rasgo más notable en la primera oración de Santa María Egipciaca es esta inspiración de ofrecer a la Virgen María en «garantía» a Dios. Aquí la idea de que la Virgen María es nuestro «abogado» toma un sentido mucho más fuerte que el de socorro y de consuelo, toma el sentido de intercesión, y todavía más: María rescata a los pecadores sustituyéndose por ellos. Además María tiene la misión de dirigir a las almas que recurren a Ella.
Posted on: Sun, 18 Aug 2013 08:36:05 +0000

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