LA MONTAÑA NO HABLA PERO SIENTE Cuando visité la Sierra Nevada - TopicsExpress



          

LA MONTAÑA NO HABLA PERO SIENTE Cuando visité la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia en 1983 por un hecho circunstancial en mi vida, el impacto fue grande. Miles de colonos provenientes de diferentes partes del país habían tomado posesión de tierras baldías y en algunos casos a sangre y fuego cuando los indios se negaron a entregar sus tierras por míseros pesos. Rápidamente los indios A ruacos formaron un cordón de miseria en las ciudades aledañas a los ojos de las autoridades locales que poco o nada hicieron por ayudarlos. Baudelino tapiero, un indio coyaimuno que por años había trabajado en la finca de mi padre en el sur del Tolima, decidió acompañarme en aquella expedición. Recuerdo que salimos a la media noche en un tren viejo y destartalado, que según palabras de Baudelino andaba más rápido el burro que su padre le había regalado para que fuera todos los domingos a la iglesia cuando era niño que el mismo tren. Él ni yo habíamos montado en tren. Así que todo era nuevo para nosotros, desde el ruido que producía los rieles hasta el bramido de las trompetas cuando se acercaba a las estaciones. Algunos vagones venían cargados de ganado, caballos y burros viejos para ser sacrificados en los mataderos clandestinos. Si tuviera dinero los compraba todos para liberarlos de esa muerte cruel, me dijo Baude. Sin duda yo también, pero podíamos comprar uno, le dije. Nos acercamos al maquinista y le hicimos la propuesta. No estamos vendiendo, estamos comprando. Por casualidad no tienes uno que me venda? Le dijo a Baudelino con una mirada sarcástica. No señor, el que tengo es un regalo de mi padre desde que yo era un niño. Entonces no lo vendes? Baudelino lo miró con rabia, pues jamás se imaginó un hombre capaz de hacer semejante cosa, pero ahí lo tenía al frente, era real y verdadero. Comprendo su ofuscación, pero en este mundo hay personas como el sin compasión por los animales y la naturaleza, le dije. Sí, me dijo con resignación. Por un momento lo vi con la mirada perdida, a lo mejor estaba pensando en su burrito, el era afortunado, estaba lejos de los depredadores como el maquinista y sin duda que con el moriría en buena pesebrera. Mira me dijo Baudelino, señalando un hilo de agua que caía en forma vertical sobre una superficie plana, que luego la consumía la tierra árida y seca como en un acto de magia; y sin apartar los ojos del lugar con tristeza luego dijo: y saber que antes era un río de donde los indios pescaban e irrigaban sus cultivos de arroz. Si, le contesté acentuando con la cabeza, porque en ese momento me invadió un sentimiento de tristeza que hasta el día de hoy no he podido resarcir por más esfuerzos que haga. Al tercer día llegamos a Ciénaga Magdalena con tortícolis y dolores en todo el cuerpo. Compramos chinchorros, alpargatas de fique y repelentes para los zancudos. Fue una de las caminatas más verracas y largas que yo haya tenido en mi vida, a pesar que hicimos estación a la mitad del camino. Allí nos albergó uno de los pocos indios que quedaba del desplazamiento y de la fiebre del paludismo que había acabado por completo con su familia. Bienvenidos nos dijo Timón Aruco, con su voz débil pero con la mirada firme, al tiempo que orgulloso relucía un casquete de platino en uno de los dientes superiores que había heredado de su abuelo. Y cómo está la trocha? Muy verraca, muy verraca, le contesté, mirando atrás por donde minutos antes había querido no levantarme del piso. No parece ser de por aquí, verdad? No, le dijo Baudelino, pero siempre dice que es de todas partes porque el país es uno solo. Eso es cierto respondió Timón, aun que está divido entre ricos y pobres. Y ya ves? Los pobres terminamos siendo más pobres y los ricos más ricos. No te parece que algo debe cambiar para que el país sea de todos? Si, le dije. Y lo primero que deberíamos hacer es cuidar el medio ambiente. Estoy de acuerdo, dijo Baudelino; pero la falta de una política ambiental del país hace que pase lo que está pasando. A diario cientos de mulas salen cargadas por trochas hasta Ciénaga y Santa Marta de madera para ser embarcadas hacia el exterior. Y esto quién lo hace? Le pregunté a Timón. Los colonos patrocinados gente extraña. Pero no veo que después de cortada la madera estén sembrando nuevos árboles. Cuál es el objetivo? Sembrar marihuana, como alternativa de sustento para quienes la cultivan y enriquecimiento para quienes la patrocinan. Me quieres decir que los que patrocinan la tala de árboles son los mismos que compraran el producto para exportarlo? Si, es una doble jugada donde ellos son los que se llevan el ochenta por ciento de ganancias. Los que la cultivan solo les queda para comprar los arroces y seguir produciendo ganancias para los que almacenan grandes cantidades de dinero en los bancos nacionales y extranjeros. Que vaina, dijo Baude y saber que esto apenas comienza y no se ve un camino diferente a la conservación de la naturaleza y la vida. Antes no se veía un hombre armado más que de hachas, moto sierras y guadañas. Antes no habían muertos más que los muertos por la fiebre palúdica. Ahora han empezado a versen muertos en la vera del camino, dijo Timón. Te imaginas cuando lo que se siembra produzca y los narcotraficantes empiecen a pelearse las rutas? Esto se convertirá en un infierno, respondió Baudelino. No te quite las botas todavía, deja y te muestro algo, me dijo Timón. Lo seguimos hasta llegar a un lugar donde se tenía dominio de toda la reserva indígena. Los miré a los dos queriendo refugiarme en sus miradas el dolor que me embargó. Sobre un plano de más de quince mil hectáreas entre montañas y bosque estaban deforestadas. Algunos ranchos estaban construidos de rústicas maderas y plásticos negros sobre el techo. A una milla donde antes había un cementerio indígena de más de doscientos años ahora era grandes socavones donde los colones buscaban oro desesperadamente. Abajo donde terminaba dos colinas en forma paralela quedaba el rastro donde antes sin duda alguna había sido el río más grande de la región. Algunos humos débiles salían todavía de las grandes extensiones quemadas, al tiempo que sentíamos el olor de algunos animales quemados por el fuego. No podía entender cómo el hombre se había convertido en el depredador más grande de la tierra ignorando el mal al ecosistema. Estoy muy triste les dije, muy triste. Me alejé un poco de ellos y pegué un grito de rabia tratando de liberar todo el sentimiento que me estaba comiendo el alma. Quise correr pero no supe a donde. Entonces sobre un barranco me senté y allí lloré sin medir el tiempo hasta que Timón y Baudelino se acercaron. A ellos les transmití mi dolor y ahora también lloraron este momento crucial en mi vida. Esa noche dormimos en un zarzo metidos en dos costales cada uno para protegernos del frio, de los zancudos y murciélagos. Siempre en sido un soñador de sueños pero esa noche no soñé por cansancio. Era como un cuerpo prestado porque no lo sentía mío. A las cuatro de la mañana de un salto me tiré del chinchorro al suelo cuando escuché un escopetazo a siete metros de donde yo estaba. Miré a todos lados pero solo escuché la algarabía de Timón y Baudelino Tapiero que alzaban victoriosos en los brazos un venado. Cómo lo hicieron? Les pregunté. Los dos rieron a lo mejor por mi ingenuidad, a lo mejor por el brillo que tenía de miedo en mis ojos todavía cuando escuché el escopetazo. Comimos hasta reventar y llevamos carne para comer en el camino. Eran las diez de la mañana cuando emprendimos la marcha y llegamos a la casa de Fabio Azaña, un hombre con la piel curtida y con fama de ser el cazador más verraco de la región, de ahí era su apellido. Bienvenido señores, están en su casa. Esta es la tierra donde nacen muchos y se creían poco, nos dijo con una sonrisa difícil de adivinar por su mal chiste. Por qué? le preguntó Baudelino. Porque son pocos los que sobreviven a la fiebre del paludismo, nos respondió ahora ocultando su sonrisa sin saber por qué. Al día siguiente organizó una cacería para darnos la bienvenida. De camino nos mostró las trampas para cazar venado. Una de ellas consistía en una vara dócil de siete metros que al doblarla formaban un arco sujetada sobre dos palitos pequeños, un interno y otro externo que al pisarlo el animal donde estaba la ceba se disparaba quedando agarrado generalmente de una pata. E igual era para cazar los armadillos a diferencia que no era un lazo sino una tapa que caía en el momento de él entrar. Fabio era el único que llevaba una escopeta de doble cañón con balas de perdigones porque nosotros no quisimos saber nada de armas así fuera solo para cazar. Baude llevaba un cuchillo y yo un tizón para cuando el armadillo cayera en la trampa prenderle humo en la entrada para obligarlo a salir. Estuvimos apostados hasta la media noche hasta que apareció el venado en el cebadero. Fabio apuntó y desaseguró la escopeta cuando atrás venían dos crías de no tenían más de un mes de nacidas. No, le grité. No, no lo haga. El no había visto las crías por eso me miró con ojos de fuego cuando el venado y las crías de dos saltos se perdieron en medio de la oscuridad. Siendo casi la una nos trasladamos a la senda de los armadillos. La luna entró con fuerza en el lugar y podíamos vernos cada uno la ansiedad en nuestros ojos. Silencio, mucho silencio nos hizo señas Fabio llevándose los dedos a la boca. Nosotros podíamos escuchar la respiración entre cortada de los tres cuando apareció el armadillo. Fabio de nuevo apuntó rápido y de nuevo llevó el seguro hacia arriba de la escopeta. La apretó sobre el cuadril derecho de su hombro y nos miró con destellos de alegría en sus ojos por el éxito que iría a tener en el tiro. Baude era el que estaba más cerca al animal que hasta hubiera podido tocarlo con la mano si era posible. De un momento entre la escopeta y el armadillo saltó Baudelino. Ahora qué putas pasa? Le gritó Fabio Azaña mas confundido que la primera vez. Está pariendo. Cómo? Preguntó Fabio. Si, mírela, va caminando despacio hacia la cueva. Si efectivamente, acentué yo. Bueno señores, hubiera querido hacerles conocer por qué de mi segundo apellido, pero hoy no fue el día, otro día será. Hoy ha sido el día de ellos y estoy feliz por eso, le dije. Si, dijo Baudelino con cierta felicidad en su cara. Hoy fue el día de ellos, no del cazador, corroboró diciendo Fabio. Tres días después llegó el invierno y los semilleros reventaron y los sembradores hicieron la tarea de sembrar las quince mil hectáreas de montañas y rastrojos derribados en marihuana. Al séptimo día una mañana empecé a sentir una sensación de dolor en todo el cuerpo. Al cabo de unas horas un escalofrió invadió mi cuerpo y empecé a sudar como un caballo. Llegaron los vómitos y la diarrea incontrolable. Todo lo que comía lo vomitaba. El brujo lo había matado el paludismo así que poca esperanza me quedaba. Fabio envió a un baquiano a San Pedro de la Sierra pero cayó en una de las trampas mortales de los cazadores y nunca llegó. El único que tenía el tratamiento era el indio Timón. Me dio el medicamento y a los tres días pude dar mis primeros pasos a cambio de haber perdido quince kilos. Me miré al espejo y me vi más viejo, pero al fin y al cabo feliz por estar con vida. Vas a esperar el segundo paludismo? Me preguntó Baudelino. Es hora que regresar a casa, me dijo con cierta compasión en su mirada. Si, pero qué hacer ante todo esto? Los campesinos no tienen otro medio de subsistencia que esto, que además de producir un daño inmenso al sistema ecológico a otros los vuelve ricos llevando el mal de la yerba a otras ciudades de nuestra patria y a otras partes del mundo. Qué hacer Baudelino? No veo en mis manos una solución, me dijo con cierta desilusión. Pero a nivel personal podemos hacer algo. Qué? Me preguntó con desacierto. Sembrar en la orilla del camino los árboles que estén a nuestro alcance hasta que lleguemos a San Pedro De La Sierra. Yo me uno a ustedes, nos dijo timón con una alegría que contagió al grupo. Al frente iba Fabio Azaña dirigiendo el grupo de trabajadores pero con los ojos bien abiertos y con el arma desasegurada mirando su futura presa. Llegamos al pueblo a los quince días, pero con la alegría de haberle apostado al encuentro entre la vida del hombre y la naturaleza. Allí en el tren de nuevo estábamos metidos entre el olor a estiércol de caballo y la mirada indiferente del maquinista. Me vas a vender el burro? No, le dijo Baudelino, te los compro todos. Y con qué dinero si estas pelado igual que yo? No te lo creas amigo, el indio Timón me regalo su fortuna. Cuál? El casquete de platino, es una fortuna. Apenas Baudelino le mostró el casquete al maquinista le brillaron los ojos y mentalmente hizo su propia cuenta. Trato cerrado, le dijo. El tren nos dejó en la sabana de Bogotá y a coyaima llegamos montados en los burros y caballos precisamente cuando el pueblo celebraba el veinte de julio día de la independencia de nuestro país. Fuimos homenajeados como unos héroes por haber salvado del sacrificio a los animales y por haber aportado con nuestra noble tarea de sembrar árboles en medio de la ruina y la deforestación.
Posted on: Tue, 12 Nov 2013 20:13:51 +0000

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