[LA PRIMERA COMISIÓN] Puntual, entusiasta, llevando a cuestas su - TopicsExpress



          

[LA PRIMERA COMISIÓN] Puntual, entusiasta, llevando a cuestas su cara de chancón, Julián ingresó a la redacción de Deportes de El Mundo, donde esa mañana empezaba sus prácticas periodísticas. Hubiese preferido que lo enviasen a Culturales, pero Deportes no estaba mal, al menos no era Economía, donde nadie quería aterrizar. Eran las 9 am de un domingo. A pesar de ser el día de mayor actividad, la sala de escritorios desordenados y computadoras antiguas aún estaba vacía. Pasó media hora antes de que Julián viera llegar al editor de la sección, Valentín Espejo: cincuenta años, gordo, el pelo revuelto, y unos lentes de marco grueso detrás de los que se movían, vivaces, un par de ojos bizcos. “Tú debes ser el nuevo practicante”, le dijo sin sonreír, revelando en su aliento la juerga de rones de la noche anterior. “Ven para darte tu comisión”, añadió. Julián pensó que con suerte lo enviarían a cubrir un partido del campeonato de fútbol, quizá solo como asistente de alguno de los redactores más fogueados (quizá Wilder Ortiz o Guillermo Sanz, a quienes leía con frecuencia), aunque lo más probable era que lo mandasen a cubrir un torneo de motocross, vela, karate, equitación o atletismo. “Aquí está”, dijo Espejo, alcanzándole una nota de prensa extraída de una ruma de documentos. Cuando Julián leyó el papel todo su animoso emprendimiento quedó constreñido en una mueca de desazón. “¿Tiro al Conejo?”, preguntó. “Sí, anda a ver de qué se trata y me haces una crónica sabrosa. Ya, vuela”, le indicó Espejo, que a continuación cerró la puerta de su cubículo para echarse a dormir la resaca. Sentado en el asiento trasero de la camioneta del diario, Julián se cuestionaba si para eso había estudiado cinco años. Bueno, chamba es chamba, suspiró, dándose ánimos. Bueno, quién sabe —se dio ánimos—, de repente es una competencia nueva, espectacular. Entonces imaginó una extensa pradera en las afueras de la ciudad y a un ejército de tiradores —gorros de paño, rifles de aire comprimido sobre el hombro, binoculares al cuello, guiados por una jauría de galgos— que intentaba dar caza a una liebre veloz y blanquísima que buscaba con desesperación guarecerse detrás de unos altísimos matorrales. En esas ensoñaciones pastoriles andaba perdido cuando la camioneta frenó en seco frente a una angosta casita de un solo piso en el barrio de Matute. “Aquí es”, anunció el chofer. El fotógrafo desmontó en el acto. “¿Aquí”, se extrañó Julián. Sobre la desvencijada puerta del local, un letrero sucio anunciaba: Asociación Peruana de Tiro. Al cabo de unos minutos, Julián comprobaba que sus idílicos presagios nada tenían que ver con la realidad. Se vio en un garaje, rodeado de cuatro patitas que descargaban sus pistolas de juguete contra un conejo de cartón que alguien subía y bajaba desde el techo, como si fuese piñata. A ese miserable desafío de puntería se reducía el promocionado campeonato nacional de Tiro al Conejo. Más que un sobrio evento deportivo, parecía un puto concurso del Triki Trak. Aunque le llamaron la atención las precarias condiciones en que se desarrollaba la contienda, Julián se asombró por el entusiasmo profesional de los participantes. Pensando en eso regresó al diario y escribió una extensa crónica, aplicando todas las técnicas del periodismo literario aprendidas en la facultad. Le puso “Tiros de ilusión”, la firmó y se marchó a casa. Por la noche, Valentín Espejo leyó el texto sin dejar de bizquear. “¡Qué mierda es esto!”, renegó, y procedió a rehacerlo, editando línea por línea con pasmosa velocidad, mientras maldecía el periodismo que se dictaba en las universidades. Al día siguiente la crónica no apareció en la página de Deportes, sino en la de Policiales. En la cocina de su casa, Julián casi expectora el jugo de papaya por la nariz cuando vio su nombre al pie de una nota titulada: “Traficantes de conejos bamba caen armados en La Victoria”.
Posted on: Mon, 30 Sep 2013 21:24:30 +0000

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