La ANEAP PERU, les ofrece un cuento policial más: EL EPILECTICO - TopicsExpress



          

La ANEAP PERU, les ofrece un cuento policial más: EL EPILECTICO ESTAFADOR Érase un día más de mi servicio particular. Patrullaba las calles de Miraflores, apoyando a la seguridad ciudadana, a bordo de la móvil treinta y uno. Él chofer, era un joven entusiasta y alegre. La noche, empezaba estaba a la mitad de su tiempo, la radio no daba señales de alarma, las calles están tranquilas, las puertas estaban bien cerradas, las alarmas de casas y tiendas comerciales estaban mudas y, nosotros mientras conversábamos estábamos atentos a cualquier novedad. Conforme avanzaba el reloj, la brisa del mar empezaba a cubrir la ciudad, el frío y la humedad quería vencerles, pero la fuerza de nuestra voluntad de Ernesto y del policía, doblegaban al frío, a la humedad y al sueño. - Jefe un cigarrito para el sueño. - Puede ser no. El chofer detuvo el vehículo, encendieron sus cigarrillos y nuevamente empezaron a patrullar las calles, entre bocanadas de humo, que rápidamente se disolvía en la atmosfera humedad de la ciudad. - Y porque no postulas a la policía, Ernesto; pregunté. - Fue mi vocación y sueño truncado, por un chofer irresponsable. - No entiendo, cómo que por un chofer irresponsable. - ¡¡Todo gracias a ese chofer!! - Cómo que gracias a ese chofer. Si truncó tu sueño, tu vocación. - Es que no me gusta maldecir. - Ah, ahora te entiendo; pero que te pasó o que te hizo aquel chofer. El silencio reinó un momento. El recuerdo le hizo suspirar profundamente a Ernesto y también logró que sus ojos se humedecieran. Detuvo la móvil se frotó los ojos y dijo: “Así habrá querido Dios o mi destino”. Luego lentamente aceleró, mientras el policía con ojos de águila observaba cada detalle y vigilaba las casas, vehículos y transeúntes, cumpliendo su mandato imperativo de proteger y resguardar, la vida y el patrimonio de su prójimo. - Yo tenia esperanza de ingresar a la Escuela de Policía, me había preparado bien. Estaba seguro que iba a ingresar. Ya había pasado el examen médico, esfuerzo físico y psicotécnico y conocimiento, solo me faltaba la entrevista personal. El día de la entrevista personal, me levanté muy temprano, me duche, tomé mi desayuno y me embarqué rumbo a la escuela. El ómnibus de transporte público, estaba a medio llenar y el chofer parecía tener prisa. Señor chofer, usted transporta personas, no animales, maneje despacio, tenga prudencia; grito una señora. Yo viajaba parado sujetado al pasamano, pensando más en el examen que en la velocidad del vehículo. Luego que habíamos pasado a dos ómnibus… No recuerdo más, hasta después de darme cuenta, que estaba en la sala de emergencia del hospital, con quince puntos en la cabeza y el brazo dislocado. Y así fue como me vi impedido de dar el examen de entrevista personal, solo por la culpa de aquel chofer desgraciado, por su propia irresponsabilidad. Murió. Si no quizás fuera su colega, en la lucha contra el mal, porque mi vocación y sueño, era ser Policía. - Pero estas a tiempo. - No jefe, el tiempo ya se me pasó. Entonces para no entristecerle, le dijo: “No hay mal que por bien no venga. Si hubieras sido policía quizás una bala enemiga te hubiera dejado inválido o matado y seguro que estuvieras renegando, ante el sueldo que gana un policía”. Cambié de tema y empecé a contarle algunos chistes. La noche avanzaba hacia el nuevo día, instantes que una comunicación radial nos alertó de una emergencia en un restaurante. - Vamos a ver que está pasando, le dije al chofer. Al llegar a dicho restaurante, pude apreciar en las miradas, en el caminar de clientes y trabajadores, así como por las voces que escuchaba, que alguien estaba muy enfermo, presuroso baje del vehículo, decidido a poner en práctica todo lo que me habían enseñado en la escuela. Al estar frente a la persona que estaba en el piso convulsionado, llegué a la conclusión que se trataba de un epiléptico. No dije nada, simplemente saludé a todos, miré al enfermo atentamente y retorné a la móvil, evocando intervenciones anteriores. Las personas que estaban allí se molestaron conmigo, algunos hasta murmuraron. - Señor Policía, no sea inhumano, haga algo por favor, este hombre necesita apoyo. Les miré atentamente a todos y les contesté. Esta bien voy ha hacer algo y empecé ha buscar en mi memoria una imagen. El rostro y la contextura del epiléptico, me aclaró la imagen y cualidad de la persona que meses antes había intervenido en otro restaurante. Siiii…. No hay duda. Claro que los hechos eran diferentes, la modalidad no. La primera vez, fue hace medio año exactamente, también en la noche. Esa vez al auxiliarle y estar camino al hospital, se negó a ser atendido por un doctor. - Usted está seguro que no quiere ser asistido por un médico. - Si jefecito, mejor lléveme a una farmacia para comprar mi medicamento, ya estoy un poco bien, lo que me pasó es porque olvidé tomar mis pastillas para la epilepsia. Entonces le trasladé a una farmacia, bajo del vehiculo lentamente y se dirigió a la farmacia, lo vi comprar y tomar su medicamento. Retornó a la móvil de serenazgo, nos pidió que lo apoyáramos hasta el Puente Angamos y, así lo hicimos. Allí nos agradeció muy cortésmente, comprometiéndose a retornar al restaurante a cancelar su deuda, conforme había aceptado el dueño del local comercial. Luego de anotar todas sus generales de ley nos despedimos. La duda no se iba de mi mente y retorné a la farmacia y pregunté al farmacéutico que medicamento había comprado. Una apronax jefe. Gracias amigo. Epiléptico, no. Al retornar al restaurante, el dueño hombre bueno y solidario, me dijo: “Pobre hombre u do haber muerto aquí, dio no lo quiso. No se preocupe jefe soy humano, seguro que ha de venir a pagar, se ve que es una buena persona, en fin se acerca la navidad”. Esa noche, todos me decían. “Haga algo por favor el señor puede morir”. Si, señores ya vienen los bomberos y una ambulancia. No vienen, entonces no me queda más remedio que curarlo de su mal. Acaso usted es doctor, me preguntaron. No señores no soy doctor, soy policía y a mi nadie me sorprende ni engaña dos veces. Me acerqué al enfermo que seguía en el suelo, botando espuma por las comisuras de su boca y temblando. Le miré fijamente y le llamé. Señor Ricardo levántese por favor y deje de fingir, una sola vez usted puede engañarme, pero no dos veces. Cual moribundo que apenas abre los ojos me miró. Le volví a llamé por su nombre, y no contestó. Empezó a temblar más rápido, ante ello las personas se angustiaron inocentemente y gritaron. ¡¡Se va ha morir, se va ha morir!! No va ha morir, él esta sano. Saqué mis grilletes y lo esposé. Las personas allí presentes se molestaron y dijeron muchos improperios. Se te acabó la suerte Ricardo. La primera vez lo hiciste bien, me engañaste. Te llevé a la farmacia, compraste y tomaste apronax. No te acuerdas. El muy sinvergüenza al verse descubierto, dijo: “Por favor jefecito no me haga quedar mal ante estas personas finja no conocerme, no sea malo”. Esta bien, voy a darte una oportunidad, ve y paga tu cuenta. Fue caminando lentamente a la caja y pagó su cuenta, ante las miradas atónitas de los demás comensales. Allí comprendí la astucia de los delincuentes, por burlarse de la ley y estafar a las personas. Pero esa segunda vez perdió, porque le hice pedir disculpas al dueño del restaurante y a los comensales por el susto que les hizo pasar, luego esposado lo llevé a la Comisaría. Allí me confesó toda su astucia. La satisfacción que me llevé esa noche es que las personas que al principio estaban equivocadas, al final me felicitaron y aplaudieron. Autor José W. AGUILAR GONZALES
Posted on: Sun, 21 Jul 2013 05:11:56 +0000

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