La Cultura de la Transición (a partir de ahora CT) es una - TopicsExpress



          

La Cultura de la Transición (a partir de ahora CT) es una fábrica de la percepción donde trabajan a diario periodistas, políticos, historiadores, artistas, creadores, intelectuales, expertos, etc. Lo que allí se produce desde hace más de tres décadas son distintas variantes de lo mismo: el relato que hace del consenso en torno a una idea de la democracia (“representativa, liberal, moderada y laica”) el único antídoto posible contra el veneno de la polarización ideológica y social que devastó España durante el siglo XX. Ese consenso funda un “espacio de convivencia y libertad” que se presenta a sí mismo como algo frágil y constantemente amenazado por la posibilidad del terror (golpe militar, ETA, ruptura de España, etc.). La CT es la siguiente alternativa: “normalización democrática” o “dialéctica de los puños y las pistolas”. O yo o el caos. La CT define el marco de lo posible y a la vez distribuye las posiciones. En primer lugar, prescribe lo que es y no es tema de discusión pública: el régimen del 78 queda así “consagrado” y fuera del alcance del común de los mortales. En segundo lugar, fija qué puede decirse de aquello de lo que sí puede hablarse (sobre todo cuestiones identitarias, de costumbres y valores). Aquí hay dos opciones básicas: progresista y reaccionaria, ilustrada y conservadora, izquierda y derecha. La alternativa PP/PSOE (y su correlato o complemento mediático: El Mundo/El País, Cope/Ser) materializa ese reparto de lugares. La CT no es una de las opciones, sino el mismo tablero de ajedrez: el marco regulador del conflicto. Por último, dispone también quién puede hablar, cómo y desde dónde. La CT está afectada por una profunda desconfianza en la gente cualquiera, que se expresa bien como desprecio, bien como miedo, bien como paternalismo. La voluntad de esa gente cualquiera -demasiado ignorante, demasiado incapaz, demasiado visceral- debe ser depurada, reemplazada, sustituida: representada por los que saben (políticos o expertos). Los lugares privilegiados de palabra serán siempre por tanto las instancias de representación (partidos, sindicatos, medios de comunicación, academia). Y el respeto de ciertos términos, así como la asunción de determinados tonos, inflexiones y referencias en el discurso, definirá un “hablar bien” que dará acceso a los lugares privilegiados. En definitiva, la CT es un espacio de convivencia sin pueblo. Una arquitectura política sin gente. En su orden de clasificaciones, la calle queda marcada como el lugar de la anti-política. Quizá un lugar necesario en condiciones de “déficit democrático” pero siempre como algo provisional, transitorio, eventual. Así se entiende que la apatía ciudadana haya sido interpretada tantas veces por la CT como una señal de “maduración democrática”: la buena política es aburrida porque se hace lejos y la hacen otros (aunque la CT sea algo esquizofrénica en este punto y a veces también deplore esa apatía: el ideal para ella sería la participación entusiasta y continua dentro de los canales establecidos, como el voto y la militancia en partidos políticos). La calle poblada es la imagen de la guerra civil que la CT conjura. Una vez deshabitada la calle, alejaremos definitivamente el fantasma de la guerra civil. En nombre de la convivencia, la cohesión, la estabilidad y la responsabilidad, la gente debe desaparecer. Quedarse en su lugar y dejarse representar por los que saben. Ausentarse.
Posted on: Sat, 15 Jun 2013 15:21:40 +0000

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