La vida tiene estas cosas, Por Carlos Benavides. Ya estaba - TopicsExpress



          

La vida tiene estas cosas, Por Carlos Benavides. Ya estaba llegando a su destino y se fue acomodando hacia la parte de atrás del transporte colectivo para estar más cerca de la puerta de salida. Pidió permiso reiteradas veces a distintos pasajeros que le dificultaban el paso y con gran esfuerzo llegó al penúltimo asiento a cuya altura estaba ubicada la puerta de salida y tocó el timbre, solo una vez para no provocar la ira del conductor del vehículo (sabido es que más de un timbrazo es tomado como grave afrenta por estos tiernos personajes). Bajó en Rivera Indarte y Avenida del Trabajo y siguió hasta el pasaje Robertson al 900. A mitad de la cuadra un muchachito lo divisó y entró a la casa corriendo para alertar al resto de la familia. --¡Che, gente, ahí está llegando el loco, hoy no agarró por Membrillar!--los puso sobre aviso” Matías el puñalada”, 12 años, el menor de los miembros disfuncionales de la familia Sombra. Casi instantáneamente, todos los integrantes de la familia comenzaron a actuar sincronizadamente cual compañía de Ballet. Por aquí las 3 hermanas, Teresa, Eduviges y Alfonsina, de 14, 15, y 18 años, subieron hasta el primer piso donde cambiaron sus ropas por unos andrajos que se notaba que siempre tenían a mano para desarrollar sus personajes de niñas pobres y necesitadas. En la escalera se cruzaron con Asdrúbal, 20 años, que bajaba haciendo malabares para colocarse una bota de yeso falsa en la pantorrilla mientras llegaba al patiecito del fondo en busca de las muletas. También Melchor, el mayor de los Sombra, de 27 anos, ocupó su lugar en la sala sentado frente a un atril y soplando una portentosa tuba. Todos movimientos bien aceitados y supervisados en silencio por Antonieta la jefa matriarcal del clan, y cerebro siniestro de la pantomima. Tancredo Sloane, que quizás así se llamaba, escuchó los sonidos del martillo golpeando el yunque, señal inequívoca de que estaba en el pasaje Robertson, pues no conocía otra calle donde un vecino, en este caso Don Cacho, tomara la herrería como hobby enloqueciendo a todos con los ruidos del hierro sucumbiendo a la fragua y al agua fría. También el exquisito aroma que salía de la casa de Segismunda Barale, horneando una empanada gallega como casi todas las tardes. Y la música de Chopin que provenía de la casa de Monona Duncan, practicando battements tendus, ronds de jambe á terre y cabrioles, para luego irrumpir en cualquier fiesta de cumpleaños, bautismo o simples reuniones, utilizando el viejo truco de pedir encarecidamente que no le pidan que baile, triquiñuela que indefectiblemente terminaba en un conmovedora ofrenda al Dios de la fecundidad con las piernas abiertas y tomándose las puntas del pie derecho con ambas manos y la cabeza baja mirando al piso. Todos estos estímulos externos le provocaron a Tancredo una amnesia transitoria, con la peculiaridad de que olvidaba lo acontecido hasta ese momento pero recobraba una memoria que bien podría ser ajena. Fue por eso que al llegar a la casa de los Sombra, entró resignadamente como carnero que va al degolladero. La primera en recibirlo fue Antonieta. --Ah, inútil, ya llegaste, sabés que estás retrasado, ¿no?—comenzó con su parte más amable—tenemos que hablar, así que apuráte a cocinarte algo mientras estoy viendo la novela, ¿Querés? Tancredo se adentró en la casa, y tuvo que soportar una pedorreta que le dedicara Matías el puñalada. No estaba seguro, pero creía que en el patiecito de atrás podría estar tranquilo, ya que una sensación de incomodidad lo invadía, como si se hubiera equivocado de casa. No pudo comprobarlo pues en ese oasis de paz de la vivienda lo esperaba Asdrúbal moviéndose dificultosamente con las muletas. --¿Qué te paso en la pierna? ¿Por qué estas enyesado? –preguntó Tancredo sin saber si hacia bien. --Como, ¿no me vas a decir que ya te olvidaste?—sonó como ofendido Asdrúbal y agregó—ahora me vas a querer vender el buzón de que no te acordás que me ibas a dar guita para el hospital y los remedios, ¿Qué te pasa? Me quebré la tibia y el peroné jugando al polo con mis amigos ¡Mira que sós pelotudo, che! Tancredo metió la mano en el bolsillo del pantalón y saco una billetera que ni siquiera sabía que estaba allí. Tomó unos 5 billetes y se los dió sin emoción alguna, solo para sacárselo de encima. Pensó que su memoria le estaba fallando, que nada le venía en recuerdos cuando con esta gente estaba, que fuera lo que fuera no se sentía feliz en esa casa y no tenia voluntad de cambiar nada; si solo pudiera comenzar de nuevo en algún otro lugar; si solo se atreviera.. Irrumpieron las muchachas de la casa y como un torbellino revolotearon alrededor de Tancredo con gritos y falsos llantos. --Papá, esta noche es el baile de festejo del cumpleaños de Pochocho Menéndez Oyarzabal, y no tenemos que ponernos—dijo Teresa. -Si Pá, queremos ir a Harrod’s Gath y Chávez. ¡Que tiene unas ofertas increíbles!—le gritó en el oído Eduviges. --Dale, viejo tacaño, ¡o querés que digan que somos unas zarrapastrosas!—fue la caricia de Alfonsina. Tancredo no lo podía creer, estas mocosas vestidas con trapos sucios le demandaban una participación en una gala de la creme de la creme de Buenos Aires, y por supuesto a sus costillas, no tenía la mas puta idea de donde salieron ni por que les estaba dando otros 5 billetes a cada una, cuando era evidente que esas culos sucios no se merecían ni las buenas tardes. Trató de poner distancia con esas sanguijuelas pero al pasar por la cocina lo interceptó Antonieta. --Che, zángano, si ya comiste te recuerdo que hoy es día de planchar y almidonar toda la ropa, de lavar el inodoro y baldear la vereda, me oíste, ah, y dame guita para ir a la peluquería, quiero teñirme de rubia esta vez—le ordenó la bruja. Siguió con el reparto de dinero y prometió terminar con los quehaceres domésticos mas tarde; se dirigió a la sala atraído por unos sonidos graves de bronces y se encontró con el artista de la familia, Melchor Sombra. Tancredo creyó recordar que la música fue siempre un bálsamo para su espíritu, que lo invadía hasta lo más recodito de su alma y lo elevaba a un nirvana sinfónico. Casi toda la música tenía ese efecto instantáneo en su ánimo, y se dijo “casi” porque esos toscos ruidos desafinados del monstruoso instrumento no podían atraer a ningún melómano, mucho menos a él que le parecía ser admirador de Rachmaninoff y Charlie Parker. --Hola viejo, estaba practicando, me tomás por sorpresa. ¿Te gusta lo que escuchaste?—le preguntó Melchor. --Bueno, es indescriptible, pero ¿que era lo que estabas interpretando?—trató de salir del paso Tancredo y entablar conversación con el único, hasta ahora, que parecía humano de toda la familia. --Dale, viejo boludo, no me digas que no reconociste “La Felicidad” de Palito Ortega. El “cumpleaños feliz” ya me sale de memoria, sin leer la partitura—dijo orgulloso el artista de la familia. --Oh, que hazaña, una exquisitez de música—ironizó, sin esperar el acuse de recibo el torturado oyente. --A propósito, viejo decrépito, necesito plata para pagar el conservatorio, el maestro se impacienta si no pago a tiempo. Le dejó cinco billetes en el atril y buscó estar solo nuevamente subiendo a los dormitorios del primer piso. Lo hizo pausadamente, un poco porque no quería encontrarse con nadie más y otro tanto porque no reconocía el trayecto. Una vez en el dormitorio principal, se acurrucó en la ventana que daba a los 4 patios linderos y se quedó en silencio. De la casa de los fondos se escuchó una voz infantil cantando “O sole mio” muy desafinado, pero a él le sonó como un aria cantada por un tenor en La Scalla de Milán, y sin saberlo añoró alguna situación que no llegó a comprender con precisión. “que me está pasando, nada de esto puede ser verdad” se dijo tratando de poner orden en sus pensamientos y emociones. No entendía porque estaba en una casa habitada por seres detestables que no lo respetaban y que decían ser su familia; por qué si se sentía un ser espiritual y de gustos sublimes y vanguardistas estaba rodeado de deleznables reptiles que hubiesen tirado sal en las heridas de Jesucristo solo por escucharle gritar, y por sobre todos los argumentos, por qué sabía que en unos minutos iría a planchar la ropa y almidonarla, y lavaría el inodoro aguantando las nauseas, y baldearía la vereda a las 12 de la noche sin protestar. Esa noche durmió sentado en la cocina pues no tuvo acceso al lecho nupcial, y despertó al día siguiente convulsionado por el contenido de una jarra de agua fría que Matías “el puñalada” le vertiera en la cabeza. -Despertáte, viejo flojo, hacéme el desayuno—escuchó que el pequeño demonio le dijera En las siguientes 3 semanas soportó humillaciones de todo tipo. Las niñas le mostraban sus prendas íntimas levantándose las faldas y salían gritando. --¡Mamá, el viejo pajero me miró los calzones! Los varones mayores lo seguían esquilmando de dinero con todo tipo de amenazas y torturas, como cuando lo hicieron que escuchase todo un álbum larga duración de Juan Ramón o que no se perdiese las comedias semanales de Osvaldo Pacheco. Antonieta lo despreciaba durante el día y a la tardecita comenzaba con un juego de seducción que terminaba con la expulsión diaria del consorte de los aposentos maritales. El más inocente de los Sombra, Matías “el puñalada”, le ponía tachuelas en los asientos, le cambiaba la crema dentífrica por engrudo, le embadurnaba los picaportes de las puertas con mierda de perro y le gritaba improperios soeces en plena calle y ante la presencia de todos los vecinos. Un día, al bajar del colectivo, se propuso dar una caminata antes de llegar al averno ígneo que le resultaba la casa familiar; caminó unos 30 pasos de más y dobló por Membrillar hacia la izquierda para dar su humilde paseo. En la calle Membrillar reinaba Chicho Bruttánima que con sus aires de cantante lirico castigaba a la cuadra con canciones como “Nieve” de Agustín Magaldi o “Ué Paisano” de Nicola Paone. También se sentía la hediondez de cuero curtido y anilina vegetal que salía de la casa del sastre Vitico Pietrasosa, quien se empeñaba en confeccionar sus trajes a medida con materiales por el laborados. Todo esto provocó un shock en la ajetreada mente de Tancredo Sloane que volvió a sufrir una amnesia transitoria, una rara afección psicológica que lo llevaba de una situación a otra sin recolección de memoria pasada y con incertidumbre con respecto al presente; es decir que olvidó por completo la existencia de los Sombra y sus suplicios para empezar a vivir una vida totalmente distinta en la calle Membrillar, si así se pudiera decir. En la puerta de calle de Membrillar 947 un muchachito que cantaba “O sole mio” muy desafinado lo avistó y corrió dentro de la casa para avisar al resto de la familia Cicuta. --¡Guarda que viene el loco, hoy no agarró por Robertson!—gritó agitadamente. Y toda la familia tomó sus puestos para representar una vez más la comedia de crueldades que le tenían reservada a Tancredo Sloane, recomenzando el círculo vicioso. La vida tiene estas cosas. 08-27-13
Posted on: Wed, 28 Aug 2013 02:08:01 +0000

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