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Libro de EZEQUIEL AUTOR: EZEQUIEL FECHA: 593–573 A.C. TEMA: DESTRUCCIÓN Y RESTAURACIÓN DE JERUSALÉN PALABRAS CLAVE: JUICIO, BENDICIÓN, RESPONSABILIDAD MORAL INDIVIDUAL Autor El autor, cuyo nombre significa «Dios fortalece», es identificado como el «sacerdote Ezequiel, hijo de Buzi» (1.3). Aunque esta identificación ha sido puesta en duda, no parece haber razones para dudar de ella. Probablemente Ezequiel formaba parte del sacerdocio Zadoquita, el cual alcanzó prominencia con las reformas de Josías (621 a.C.). Preparado en el sacerdocio durante el reinado de Joacim, fue deportado a Babilonia (1.1; 33.21; 40.1) en el 597 a.C., y asentado en Tel-abib, junto al río Quebar, cerca de Nipur (1.1). Su ministerio coincidió brevemente con el de Jeremías. Fecha El llamado de Ezequiel tuvo lugar en el 593 a.C., quinto año del reinado de Joaquín. La última fecha que se menciona en uno de sus oráculos (29.17) corresponde al año 571 a.C., lo cual permite suponer que su ministerio se extendió durante veinte años. La muerte de su mujer ocurrió el día que comenzó el sitio de Jerusalén en el 587 a.C. (24.1, 15–17). Exiliado cuando el segundo sitio de esa ciudad, escribió a los que habían permanecido allí sobre su inminente y total destrucción. Partes del texto fueron aparentemente escritas tras la caída de Jerusalén. Contenido La personalidad de Ezequiel refleja una fuerte tendencia mística. La inmediatez de sus contactos con el Espíritu, sus visiones, y la frecuencia con que las palabras del Señor descendían sobre él, lo vinculan tanto con los antiguos profetas contemplativos como con los profetas clásicos. Sus experiencias espirituales también constituyeron una Anticipación de la actividad del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento. Puede ostentar con todo derecho el título de «carismático». El mensaje de Ezequiel fue dirigido al desmoralizado remanente de Judá exiliado en Babilonia. La responsabilidad moral del individuo puede considerarse su tema Principal. La responsabilidad colectiva no cubre ya el pecado individual. Cada Persona debe reconocer su cuota de responsabilidad en la calamidad nacional. Cada individuo es responsable de su propio pecado (18.2–4). Es el peso acumulado de los pecados de la gente lo que ha contribuido a romper el pacto de Dios con Israel, y cada uno lleva sobre sí una parte de la culpa por el juicio que condujo al exilio babilónico. En el libro se distinguen fácilmente tres secciones: El juicio de Judá (caps. 4–24); el juicio de las naciones paganas (caps. 25–32), y las futuras bendiciones que recibiría el pueblo de Dios (caps. 33–48). Dos cuestiones teológicas interactúan en el pensamiento del profeta. En su doctrina sobre los seres humanos, Ezequiel destaca la responsabilidad individual (18.4, «el alma que pecare, esa morirá»). Por otro lado, hace énfasis sobre la gracia divina en el renacimiento de la nación. El arrepentimiento del remanente fiel entre los exiliados dará lugar al renacimiento de Israel, que resurgirá de los huesos secos de sus muertos (37.11–14). El Espíritu divino los conducirá a una nueva vida. Con este énfasis en la regeneración por el Espíritu Santo, Ezequiel anticipa la doctrina neotestamentaria sobre el Espíritu de Dios, especialmente la del Evangelio de Juan. Cristo revelado En Ezequiel están íntimamente ligados la cristología y la persona y obra del Espíritu Santo. Aunque no se distingue claramente una figura mesiánica en la visión final de Ezequiel, varios títulos y funciones mesiánicas que aparecen en el libro, indican que el Mesías formaba parte de su visión escatológica. El título de «Hijo de Hombre» se menciona noventa veces en Ezequiel. Aun cuando el título se aplica al propio Ezequiel, Jesús se lo apropió como su forma favorita para designarse a sí mismo. Por tanto, Ezequiel debe ser considerado como un tipo de Cristo. En calidad de tal, Ezequiel se convirtió en profeta de la era del Mesías, cuando «el Espíritu de Jehová» vino sobre él (11.5). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en el Jordán le dio el poder para inaugurar el advenimiento del reino mesiánico (Lc 4.18, 19). Otro título mesiánico se refleja en la visión del Señor Dios como el divino Pastor que agrupa de nuevo a su rebaño disperso (34.11–16). Esta figura evoca la imagen de Jesús como el Buen Pastor (Jn 10.11–16). Ezequiel continúa desarrollando su concepción de Israel como un «reino de sacerdotes y una nación santa», fundada sobre el pacto del Sinaí (Éx 19.6). Un santuario restaurado en medio de un pueblo de nuevo reunido, cuya cabeza es el Rey-sacerdote, el Mesías davídico (37.22–28), prefigura el restaurado tabernáculo de David, la Iglesia de Cristo (Am 9.11; Hch 15.16). Una última profecía mesiánica emplea la figura de un renuevo de cedro plantado por el mismo Señor sobre un elevado monte, y que se convierte en un vigoroso cedro capaz de proveer frutos y refugio a las aves. Esta metáfora de la naturaleza, al igual que la de «la raíz de Isaí» (Is 11.1, 10; Ro 15.12), sirve para representar al futuro Mesías. Las aves y los árboles representan a las naciones gentiles, para mostrar el reinado universal de Cristo. El Espíritu Santo en acción Aunque la revelación profética se presenta simbólicamente por medio de visiones, señales, parábolas y oratoria humana, Ezequiel las considera fruto del poder y la autoridad del Espíritu Santo. Además, se ofrecen numerosas referencias al Espíritu de Dios en el libro. Se puede casi caracterizar el libro de Ezequiel como los «Hechos del Espíritu Santo» en el Antiguo Testamento. Muchas de estas referencias merecen una especial consideración. En 11.5 el profeta afirma, como un dato autobiogáfico: «Vino sobre mí el Espíritu de Jehová, y me dijo». El oráculo que sigue comunica entonces la Palabra de Dios en palabras de Ezequiel, inspiradas por el Espíritu Santo. El mismo capítulo (11.24) presenta al Espíritu como protagonista activo en una visión: «Luego me levantó el Espíritu y me volvió a llevar en visión del Espíritu de Dios a la tierra de los caldeos, a los cautivos». Quizás el caso más conocido de la actividad del Espíritu está en el capítulo 37; la visión del valle de los huesos secos: «La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó el Espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos» (v. 1). La subsecuente visión relata el renacimiento espiritual del remanente en el exilio. Un aspecto final de la acción del Espíritu en la vida del profeta, se halla en 36.26: «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros». No es solamente una acción exterior del Espíritu que «cae» sobre alguien, sino la profetizada presencia interior del Espíritu, como la que experimentó Ezequiel cuando «el Espíritu entró» en él (2.2). Ezequiel anticipó la experiencia neotestamentaria del «nuevo nacimiento», fruto del Espíritu. Aplicación personal Tres relevantes lecciones personales se pueden aprender en Ezequiel. La primera tiene que ver con la importancia de la responsabilidad moral individual. Aunque es cierto que Dios bendice y disciplina a iglesias locales como un todo (Ap 2; 3), se relaciona primordialmente con los individuos. De ahí que no podamos invocar la justicia de otros para justificarnos a nosotros mismos, ni hay que temer ser reprendidos por los pecados de los demás (18.20). Segundo, Ezequiel enseña que aunque a Dios no le agrada disciplinar severamente a su pueblo, a veces debe hacerlo. Es un Dios justo y celoso tanto como misericordioso y compasivo (12.1–16). Tercero, Ezequiel nos asegura que al final Dios triunfará en la historia. Sus enemigos puede que estén ganando batallas ahora, pero en el juicio postrero serán destruidos (35.1–15).
Posted on: Tue, 24 Sep 2013 10:58:44 +0000

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