(Lo diré de este modo): De todas las dolencias que no comienzan en el cuerpo –pero que acaban destruyéndolo por completo- el odio es la más demencial, la más brutal, la menos humana. Pareciera que se inicia con una suerte de espanto irremediable hacia algo –hacia otro cuerpo, otra palabra, otro poder- o hacia alguien –Pedro, María, Cristina, o quien fuese- pero acaba por ser una oposición mortal a la vida. Luego continúa con un descreimiento mordaz, dudar de los dolores, de los gestos, de las acciones de otros. La única razón está en la cima de sus frentes y, de tanto peso, quien odia sólo puede mirarse la punta de los pies. El rabioso es un tirano que juzga la exterioridad como si fuera impropia. Rechazan incluso el sol de este día y rodean de humaredas hasta los pájaros que llegan hasta aquí solo para cantarnos. El odio acaba por corroer la vista, los oídos, los propios pasos. Altera el lenguaje hasta hacerlo una burla o una mueca de sí mismo. Quienes odian no hablan, escupen la lava de sus cráteres vacíos. No deseo a nadie esta enfermedad, no deseo a nadie ninguna enfermedad creada por uno mismo. Vivir y morirse de odio es haber traicionado la propia soledad. Es haber olvidado la lengua materna –fértil, amiga, deseante- con la que nos ha recibido el mundo. Carlos Skliar
Posted on: Wed, 09 Oct 2013 00:56:48 +0000
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